«Ojalá acogieran a más menores, como hicieron conmigo»

adolesentedudaUn día, no hace tanto, Yolanda, 28 años, diplomada en trabajo social, se encontraba en Cáritas entregando vales para la cocina económica. Uno de ellos fue para alguien que conocía bien, alguien con quien había compartido parte de su infancia: «Se me puso la piel de gallina». El futuro que pudo haber tenido la vino a visitar aquel día. Y no lo hacía por primera vez.

Los recuerdos de Yolanda son de un centro de menores. Gigantesco: «Hasta el colegio estaba dentro. Allí se trabajaba el comportamiento puro y duro». Para cuando empezó a cambiar la estrategia, Yolanda se vio con 14 años y sin apenas saber leer y escribir. Un día le ofrecieron ir con una familia de acogida, una señora muy buena, recuerda, pero la aterrizaron a la brava y aquello no funcionó. Tampoco con Ana y Antonio, la siguiente familia: «Yo estaba destrozada, los veía como el enemigo. Mis únicos vínculos estaban en el centro. Les hice la vida imposible», recuerda ahora.

No fue fácil para ninguno y pasó bastante tiempo hasta que empezó a fluir algo parecido a la armonía. Pero Yolanda encontró su lugar en el mundo, superó sus estudios, entró en la Universidad y se diplomó. De repente, todo le pareció posible. «Ahora estoy como una niña como el atletismo», dice. Se prepara para llegar al maratón, mientras consigue algunos títulos autonómicos en pruebas de fondo.

Cuando pudo decidir, optó por quedarse con Ana y Antonio. Y allí sigue, con 28 ya. «Claro que pienso en independizarme, pero bueno. Teniendo en cuenta que la media está en 34 años…». En casa hay más chavalada. Otra joven de más de veinte, que vino desde África y también se quedó. Una más pequeña, adoptada con dos años y ahora con nueve, y la enanita, de diez meses y en acogimiento desde hace ocho.

El silencio de los buenos

«Hay muchos niños que no deberían estar en los centros», explica Yolanda. Sabe muy bien de lo que habla. Los conoció como niña y los ha conocido como trabajadora social: «Son niños que no dan jaleo y por eso se quedan. Muchas veces son los que más posibilidades tendrían de aprovechar las oportunidades de estar con una familia acogedora, pero como no dan problemas, no les abren un expediente». La perversión del sistema. Yolanda decidió enfocar su reto académico hacia el trabajo social. Ahora se da cuenta de que tal vez, la eficacia requiere una distancia que ella no puede interponer.

Habla del programa Mentor, un proyecto para ayudar a los chavales de los centros a independizarse por medio de pisos tutelados. Esos que acababan copando los que más ruido hacían en el centro. Laura (23 años) estuvo en uno de ellos. Poco tiempo, pero el suficiente. Cuando entró tenía quince años: «Todos los chavales que vivían en el piso eran problemáticos: discutían, se escapaban. No me quiero ni acordar». Ahora tiene 23 años y ayuda en el negocio familiar. Como Yolanda, encontró en una familia acogedora un futuro que no había imaginado: «Nunca pensé que acabaría así de bien», admite.

Luisa, nombre ficticio, es como Yolanda y como Laura, pero solo tiene 12 años. Es la mayor de tres hermanos que han sido acogidos por la misma familia hace solo unos meses. Antes estuvieron en un centro: «Allí conservo muchos amigos», dice. «Al principio no quería venir. ¿Para qué?, pensaba, ¿para volver a irme?». Pero ya empieza a salir de la fase rebelde, a entrever un futuro distinto, para ella y sus hermanos.

La otra familia

Yolanda ha mantenido el contacto con su familia biológica, su madre y sus hermanas. No ha sido fácil. Con la edad, la relación se ha dulcificado: «Al principio fue muy difícil, porque las familias no lo entienden, te dicen que tú ya no eres su hija, que tienes otra madre. Ahora ya es de otra manera». Cada visita supone otro encuentro con el destino que eludió, como el día que se encontró con el compañero de centro en el despacho de Cáritas: «Incluso he atendido a niños cuyos padres compartieron el centro conmigo». Así que Yolanda sabe mucho del asunto, e insiste en la necesidad de sacar de los centros a todos los niños que sea posible: «Ojalá acogieran a más menores, como hicieron conmigo».

Laura, sin embargo, no tuvo más contactos con su familia biológica: «No tengo ninguna duda sobre cuál es mi verdadera familia» dice ahora y, aunque no tiene novio ni piensa aún en una vida lejos de ese hogar, sabe que en el futuro intentará ayudar: «Antes de tener que pasar por la experiencia de un centro, no hay ninguna duda de que la acogida es una solución mucho mejor».

La pequeña Luisa también lo sabe, aunque aún no pueda explicarlo. De momento ya consiguió, no sin esfuerzo, entrar en la ESO y un futuro sin límites se levanta frente a ella.

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Al fin y al cabo, solo tiene doce años y unos cuantos para meditar mejor la respuesta.

Jorge Casanova
www.lavozdegalicia.es

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