Adoptar es complicado para los hombres sin pareja

Padres-solterosHasta la fecha el único escollo han sido los mejillones. Yeison no quería ni probarlos. Y Carlos Vizcaíno (A Coruña, 47 años) le recordó el sacrificio que él hizo con el ‘cuy’. Se come en el altiplano de Colombia desde hace cinco mil años y tiene muchas proteínas, pero él no ve más allá de «una rata ensartada en un palo, con sus dos dientes y la colita».

Tragó (literalmente) y Yeison (13 años) ha acabado cogiéndole el gusto al mejillón, aunque le gusta más el pulpo. «Mi prototipo de familia no es la del portal de Belén. Una vez le preguntaron a Yeison por su madre. Él me señaló con el dedo y dijo: ‘Él es mi padre, mi madre y el espíritu santo’», cuenta Carlos.

Lo primero lo es desde aquel 2 de febrero de 2012, cuando le llamaron de la Xunta pasadas las dos de la tarde. «Me dijeron que me habían asignado un niño. Cuando supe que tenía 10 años me temblaron las piernas, pensé que era muy mayor, pero me enseñaron una foto por fax, en blanco y negro, y no pude parar de llorar; sobre todo al escuchar su historia, porque es traumática y violenta. Mis padres me decían: ‘No llores, hombre, que no es tan feo’, jaja». El 12 de abril de 2012 voló a Colombia para conocer a su hijo. «Iba vestido de domingo, un niño precioso, y llevaba una cajita de bombones para regalarme. Me dijo: ‘Papito, qué ganas tenía de verte’». Carlos más, que esperó dos años largos. La mayoría aguardan más, porque los hombres solos como él tienen más dificultades para adoptar en el extranjero. La República Checa no entrega niños a solteros (ni a gais), Tailandia admite familias monoparentales «solo de mujer», en Nigeria advierten que «si el solicitante es varón y la adoptada niña, normalmente se le denegará»…

Juan Luis Jiménez (Madrid, 41 años) siempre pensó en un chico, aunque en Vietnam, salvo que dan prioridad a los matrimonios, no hay distinción de género. «Estuve cuatro años llamándole Alejandro, me imaginaba un bebé de un año con rasgos asiáticos, no un rubito. Y cuando me dijeron que era una niña de dos años y medio me quedé… No sé por qué me veía más capaz con un chico, pensé que iba a tener más afinidad. El primer día que bañé a mi hija me daba un poco de apuro». Juan Luis encontró a Paula al otro lado del «hilo rojo», en un orfanato de Phan Thiet, al sureste de Vietnam, el 1 de junio de 2013. «Dicen que todas las personas estamos ligadas por un hilo rojo y yo estaba unido a Paula. La niña asomó por unas palmeras, me vio, se echó a reír y se escondió. Le regalé un peluche de Minie y salimos de allí de la mano. Luego la cogí en brazos y todavía le gusta que lo haga, ¡y eso que tiene casi 4 años y pesa ya 15 kilos!».

Juan Luis, funcionario de la Agencia Tributaria, y Carlos, profesor de Lengua y Literatura gallega en la Universidad de A Coruña, comparten una biografía común: vienen de familia numerosa (tres y cuatro hermanos, respectivamente), no han encontrado pareja estable y a los treinta y tantos sintieron la llamada de la paternidad. «Salir del trabajo e ir al gimnasio dejó de tener sentido. Yo veía a un padre con su hijo y me imaginaba en esa situación», recuerda Juan Luis, que inicialmente se planteó la posibilidad del vientre de alquiler: «Pero eran más de 100.000 euros…». Reticencias encontraron pocas. «Mi abuela me insistía: ‘Tú te casas como Dios manda y tienes hijos’, pero con 93 años conoció a Paula y la quiso muchísimo. Me decía: ‘Esta niña es más lista que tú y yo juntos’».

A Carlos le arroparon en casa, pero no tanto en el trabajo. «Pedí la baja de maternidad porque me correspondían tres meses al no haber madre y alguien me dijo: ‘¿A dónde vas con un niño, quién le va a hacer la comida?’».

Los dos empezaron el papeleo de la adopción a finales de 2009. «En España no ponen problemas por ser familia monoparental o chico, pero fuera sí. Por entonces solo había tres países que dejaban adoptar a hombres solos: Brasil, Colombia y Vietnam». Carlos descartó Brasil porque tenía que ir «por libre», sin el paraguas de una agencia autorizada por la comunidad autónoma y por el Gobierno de España, y Vietnam porque tenía que esperar «cuatro o cinco años». «Solo me quedaba Colombia, aunque por mi edad me dijeron que me asignarían un niño mayor de 6 años».

Juan Luis quería un bebé y esperó: «Por cada cuatro expedientes de matrimonios que tramitaban solo metían uno de monoparental». Una espera que no es pasiva, sino un activo ejercicio de burocracia, entrevistas e informes, además del dinero (25.000 euros en su caso). «La Comunidad de Madrid echó para atrás mi expediente en un principio. Yo vivía con mi tía y con mi abuela y alegaban que no era una persona independiente. Además, dijeron que quería ser padre porque mi hermana había tenido una hija. Y en Vietnam tuve que entregar un papel firmado ante notario garantizando que no era gay». A Carlos las autoridades colombianas le exigieron un perfil psicológico. «Te parecen peticiones muy agresivas y tiendes a ponerte a la defensiva, pero no es para juzgarte, solo para asignarte al niño adecuado. Filipinas pide hasta un informe del párroco y China que no tengas una masa corporal superior a 35».

Él fue para un mes a Colombia, pero «la corrupción y las demoras injustificadas» le obligaron a alargar la estancia dos meses y medio y a cambiar tres veces de billete. «Alquilé un apartamento para vivir con Yeison. En el barrio había solo cuatro calles seguras y un parque donde los niños jugaban al fútbol, y le apunté al equipo. Le compré una camiseta de la selección española, por el ‘boom’ del Mundial, y otra del Deportivo».

Será hincha del Depor.

– Sí, y tiene un lazo muy especial con el abuelo precisamente por eso. Pero sufre mucho y para compensar se ha hecho también del Atlético de Madrid (risas).

Yeison «vive en gallego», pero su padre no ha querido cortarle las raíces. «Cuando vienen con esa edad hay que respetar lo que traen. Pensé en galleguizarle el nombre y ponerle ‘Xasón’, que de hecho él firma así, pero no lo hice porque no quería que pareciera que su nombre original estaba mal, que había que corregirlo».

Juan Luis le puso Paula a la niña por «integrarla» y por su bisabuela, pero mantiene como segundo nombre el original, My Hoa (’flor bonita’). Como la niña «no quiere hablar vietnamita» su padre ha olvidado lo poco que aprendió: «Me enseñaron a decir ‘papá’ (ba), baño (bo), comida (mo)… Lo justo para entendernos los quince días que pasamos allí, en un hotel. Por cierto, que ella piensa que el hotel era su casa de Vietnam. Es curioso, no recuerda nada del orfanato y eso que era una cría sin una historia mala detrás, y tuvo siempre la misma cuidadora, una mujer encantadora que se quedó llorando cuando nos fuimos». Paula no solo conoce sus orígenes -«le he comprado el traje regional»- sino que los reivindica: «Un día vino del cole llorando porque un niño le había dicho que era china».

¿Añoran la figura materna?

Juan Luis: «Hace poco Paula se puso a llorar llamando a ‘mamá’. Hasta que fue a la escuela nunca había dicho algo así, ahora lo hace alguna vez porque oye a los demás niños. Además, tiene a mi tía, que ella llama ‘tía abu’. Yo estoy en el grupo de WhastApp de las madres del colegio y, como soy un friki, ando muy al día de las princesas de Disney y todo eso. En junio me la llevo a Disneylandia.

Carlos: Yo ahora tengo pareja. No vivimos juntos, pero hacemos planes con Yeison. Él la ha aceptado muy bien, pero sin trasladarle el rol de madre.

¿Qué es lo que más le cuesta a un padre solo?

Carlos: Los primeros meses fueron un puro estrés, como pasar de cero a cien de repente, y me di cuenta de que mi tiempo ya no era mío. La paternidad no es idílica nunca, pero Yeison lo ha puesto muy fácil. Y nos ha salido bien…

Yolanda Veiga
www.lasprovincias.es

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