Internados franquistas, una verdad silenciada

1897_internados-del-miedo_imgCharla con los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis, autores del libro ‘Los internados del Miedo’

Fuimos a comulgar y pregunté al cura: “Padre, ¿qué es la ostia?” Sin contestar me dio un guantazo que me tiró escaleras abajo. Al caer el oído me empezó a sangrar. A continuación bajó aquellas escaleras, se dirigió hacia mí, me cogió por el cuello de la camisa y me dijo: “Lo que yo te he dado es una hostia pero lo que tú vas a recibir es la sagrada comunión.” Desde aquel día estoy sorda del oído izquierdo.

“Fue horrible. Estoy segura de que conmigo se experimentó. No han logrado encontrar los informes médicos, no han aparecido.Todos los días me ponían una inyección blanca o amarilla. Tuve neumonía, rubeola y paperas a lo largo de los tres meses que estuve en el preventorio. No es normal”.

Estos testimonios forman parte de la infancia silenciada y olvidada de Julia García y Dolores Zamorano en el preventorio antituberculoso de Guadarrama (Madrid) y que cuentan a modo de exorcismo. Al igual que otras muchas niñas, Julia y Lola vivieron allí una serie de maltratos físicos, psíquicos y abusos sexuales que les robaron la infancia. Aquellos preventorios eran la “cara amable de una dictadura que seguía fusilando y que, por no tener, no tenía ni Ministerio de Sanidad”.

Una vez finalizada la Guerra Civil la dictadura de Franco comenzó a reorganizar la Obra de Protección de Menores, de este modo la beneficencia empezó a entenderse como una excelente ocasión para hacer apología del régimen y adoctrinar a miles de niños. Para ello nuestro país se llenó de internados en los que la masificación y unas condiciones de vida miserables eran algo habitual.

Los preventorios antituberculosos engrosan la lista de instituciones que practicaron el terror con miles de mujeres y menores durante el franquismo. A partir de 1940 el Servicio de Colonias Preventoriales, dependiente del Patronato Antituberculoso, empezó a organizar estancias para niños de 7 a 12 años en diversos centros como el Preventorio Infantil del Doctor Murillo, en Guadarrama, Madrid. La España moribunda de la posguerra no podía asistir a todos los enfermos de la tuberculosis que asolaba al país y por ello se fueron construyendo estos sanatorios que pronto se convirtieron en un “contenedor” de niños procedentes de familias sin recursos que, a pesar de no tener ningún enfermo de tuberculosis, veían en ellos la única manera de garantizar un plato de comida para sus hijos. Al igual que en otros centros los hijos de “rojos”, de madres solteras o procedentes de familias humildes se convirtieron en el blanco de las iras de muchos cuidadores: “Una noche una niña se hizo pis y como castigo le quemaron el culo. Eso lo he visto yo”, nos explica Julia que estuvo internada en Guadarrama de 1963 a 1968.

El 14 de octubre de 1957 Franco inauguró los Hogares Mundet, en Barcelona, que continuaron activos hasta finales de los años ochenta. Por allí pasaron miles de niños que relatan castigos desgarradores. Palizas gratuitas, abusos sexuales o privación de alimentos fueron algunas de las prácticas que, aunque quizás no fueron generalizadas, sufrieron aquellos internos.

El mapa de torturas se amplía con el colegio de San Fernando, en Madrid. Al igual que los Hogares Mundet, dicho colegio estuvo gestionado por la orden de los Salesianos y por las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que cometieron abusos de todo tipo. Un hecho que diferencia a San Fernando del resto de centros fue el tráfico y venta de menores para trabajar en unas condiciones que rozaban la esclavitud.

Las humillaciones también tuvieron su escenario en los psiquiátricos que acogieron a miles de niños sanos solo por el hecho de no someterse a las consignas del régimen. Los “rojos”, a menudo, eran considerados deficientes mentales o locos y los hijos de éstos no quedaron al margen de estas desacreditaciones. Una vez más había que convertir a aquellos niños al nuevo régimen al precio que fuera, bastaba con ser un “rebelde” para ser ingresado en un hospital psiquiátrico. Una vez dentro les administraban calmantes como, por ejemplo, la trementina (usado normalmente en caballos), les sometían a electrochoques o pasaban meses aislados. El psiquiátrico más temido fue Sant Boi, en Barcelona, un centro del que muchos niños no salieron nunca.

Todos estos datos están recogidos en el libro “Los internados del miedo” (editorial Now Books), una magnífica investigación de los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis en la que encontramos cientos de testimonios denunciando aquel régimen de terror. Un libro necesario, lleno de heridas y verdades incómodas que saca a la luz, entre otras muchas historias, el horror de la violación que sufrió Dolores por parte de un cura o la infancia rota de Julia.

Jirones de vida que al leer te queman por dentro. Un alegato frente al anonimato de miles de españoles a los que nuestras instituciones han negado la reparación.

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