Crianza terapéutica: una cuestión trascendental… ¿y trascendente?
Ayer me topé con un texto escrito con seguridad antes de 1888 puesto que su autor murió en enero de dicho año. Se trata de Giovanni Melchiorre Bosco, conocido por algunos como don Bosco y por otros por San Juan Bosco, sacerdote y fundador de la orden religiosa de los «salesianos».
He preferido dejar los párrafos íntegros y solamente poner en negrita las frases que vienen a cuento del post:
«¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar; amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.»
Nada más leerlo me ha venido a la cabeza la pregunta de si estas recomendaciones hechas hace casi siglo y medio serían avaladas por lo que hoy se conoce como «crianza terapéutica». Si tuviera que apostar me inclinaría por considerarlas como un buen inicio aunque quizá no suficientes. Hace ya muchos años que, en el mundo del acogimiento familiar se abandonó aquella idea de que «el amor basta». Y por eso se recibió con alegría los libros de muchos profesionales que profundizaban en el modo de cuidar o criar a niños y niñas procedentes de situaciones familiares muy desfavorables.
Pero me interesa no tanto el «método salesiano» sino el espíritu que hay detrás. O si no te sientes a gusto con la palabra «espíritu» quizá puedas sustituirla por actitud. La crianza terapéutica se fundamenta en una serie de conocimientos o descubrimientos de la psicología evolutiva o del desarrollo; de la neurobiología, de la traumaterapia, etc. Pero requiere también de una actitud concreta, de un espíritu que dé carne a esos conocimientos. Los conocimientos los podemos adquirir de los maestros y de los libros. Pero ¿y la actitud o el espíritu? ¿Me lo puedo dar a mi mismo?
El texto de Juan Bosco no sólo dice cómo tratar sino por qué hacerlo (además del beneficio a los alumnos): porque así hemos sido tratados nosotros (si somos creyentes) o porque así nos gustaría ser tratados (la «regla de oro» aceptada en todas las culturas, o la mayoría). O de otra manera, Don Bosco se apoya en la propia experiencia de aceptación incondicional (en su caso espiritual) pero también, en muchos casos, interpersonal y laica.
No cabe duda que el cuerpo científico de la crianza terapéutica justifica que sea trascendental para el beneficio de su receptor. Pero ¿hay algo que la trascienda a ella misma y que nos sirva de apoyo para aplicarla a pesar de nuestra propia vulnerabilidad, los propias heridas o los demonios internos? ¿Es suficiente recurrir a la profesionalidad? ¿Servirá tan solo invocar el trabajo bien hecho cuando me sienta defraudado, abandonado o maltratado por quien me encarga la tarea? ¿Es la crianza terapéutica una tarea científicamente beneficiosa pero, en el día a día, heroica?
Frente al «torrente de palabras» ofensivas que pueden salir de nuestra boca, o una «mirada de desprecio», ante un comportamiento no deseado del niño, niña o adolescente a nuestro cargo, don Bosco propone frenarlo «rogando a Dios con humildad». Una propuesta creyente pero que se puede convertir en laica simplemente quitando las cuatro primeras palabras y quedándonos sólo con «humildad».
No me refiero a la humildad como virtud teologal, ni siquiera como actitud relacional (hoy bastante denostada en la cultura narcisista que impera en estos días). Me refiero a la «humildad epistémica» que es algo muy tratado en el mundo de la ciencia o de la filosofía de la ciencia. Yo no la traduciría por aquello de «sólo sé que no sé nada» sino más bien por «sólo sé que sé lo que sé pero también que todavía no sé muchas más cosas».
Uno de las personas que más está difundiendo la crianza terapéutica en España (de momento) es mi admirado Iñigo Martínez de Mandojana Valle. Y tras sus dos primeros libros (ver arriba) se ha marcado un tercero (salió antes de Navidad) en el que hace un ejercicio de humildad epistémica y de autoevaluación que queda claro en el subtitulo:
Me da la impresión que los libros que sólo te dicen lo que se debe hacer, o que lo ilustran sólo con éxitos, tienen el peligro de que el lector se distancie al percibir sus propias dificultades para poder realizarlo. Es la naturaleza humana o un mecanismo de defensa: antes de reconocer mis limitaciones cuestionaré tu perfección.
Por eso poder leer aquellas cosas de las que Iñigo se arrepiente de haber hecho o pensado en su carrera como educador social y aquellas que, si pudiera volver atrás sí haría, es un complemento perfecto a sus dos libros anteriores.
En el «Manuel de instrucciones» de este nuevo libro Iñigo compara la crianza con querer perder peso. Todos sabemos o podemos saber fácilmente lo que tenemos que hacer pero no siempre tenemos las circunstancias o la motivación necesaria.
El texto de don Bosco tiene probablemente mucho espíritu y poca ciencia. Pero tiene la capacidad, seas creyente o no, de movilizarte. Aunque no seas capaz de seguir sus consejos es muy probable que te apetezca poder tratar así a los niños, niñas o jóvenes con los que tratas. Puedes pensar que es muy difícil pero puedes adherirte a que es lo que debería ser (aunque sólo sea que es como te gustaría que te trataran a ti).
Cuando conocí a Iñigo me fascinó por esto mismo. El no sabía lo que sabe ahora pero contagiaba con su entusiasmo y su forma de mirar a los chavales y chavales con los que trabajaba y para los que trabajaba. Probablemente no sabía todavía de hormonas, ni de sistema parasimpático ni ostias (como escribiría el mismo). Pero daba igual. Lo oías o lo leías y pensabas: yo quiero ser como don Iñigo.
Tozudamente se empeñó en sustentar su espíritu en la ciencia y aprendió la teoría polivagal; las estructuras cerebrales y lo que pasa con la liberación del CRH para los ciclos de sueño-vigilia. Lo aprendió y se dedicó a contárnoslo.
Lo reconozco. He llegado a temer que la ciencia se comiera su espíritu, su actitud, su mirada a sus chavalas y chavales. Que acabara hablando de nervios vagos con patas. Pero estoy tranquilo. En su nuevo libro se le escapa algún conocimiento de neurobiología pero hay más fragmentos en cursiva que nunca. Si conoces los dos libros anteriores sabrás que cuando escribe sobre una experiencia de su trabajo lo identificas porque están en cursiva. Pues te aviso que en el tercero vas a encontrar más de ellos que nunca. Hay mucha mirada, mucho espíritu.
Para terminar me atrevo a decir que la crianza terapéutica es trascendental (para muchos niños, niñas y jóvenes) y eso requiere formación académica (conocimientos) pero quizá necesitemos también vivirlo nosotros como algo trascendente para encarnarla en el día a día.
F. Javier Romeu Soriano
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