Adopción, feminismo y responsabilidad pública: la importancia de hablar desde el conocimiento

A propósito de las declaraciones de Ana Peleteiro sobre la “revocación” de la adopción: no es solo un error jurídico; es una afirmación que puede generar una angustia innecesaria y dañar la comprensión social de un proceso tan delicado

Al igual que Ana Peleteiro, comparto con ella la vivencia de la adopción, un lazo de amor y legalidad que nos une a nuestras familias. Por eso, las recientes declaraciones de la atleta, también adoptada, han resonado en mí con una mezcla de sorpresa y preocupación. Su afirmación sobre la revocabilidad de la adopción antes de los 18 años (“la adopción puede ser revocada si los padres biológicos reclaman la tutela antes de que el menor cumpla 18 años”, según La Vanguardia, el 17 de abril de 2025) no es solo un error jurídico; es una afirmación que puede generar una angustia innecesaria y dañar la comprensión social de un proceso tan delicado.

Permítanme ser clara: la adopción en España es irrevocable. Así lo establece nuestro Código Civil en su artículo 180, creando un nuevo vínculo de filiación tan sólido y permanente como el biológico. Confundir la adopción con figuras temporales de protección como el acogimiento familiar es un error grave que invisibiliza el camino de muchos niños, niñas y adolescentes que han vivido situaciones de abandono y que encuentran en la adopción un hogar definitivo y seguro. Banalizar esto, hablar con ligereza sobre la estabilidad que la adopción debe ofrecer, es faltar al respeto a sus historias y a la construcción de sus nuevas familias.

Lamentablemente, esta no ha sido la única ocasión en la que las declaraciones de Ana Peleteiro han generado debate. Hace poco, al hablar sobre igualdad salarial en el deporte, sostuvo que “no se trata de género, sino de lo que generas” (El Debate, 17 de abril de 2025). Si bien la rentabilidad es un factor, obviar las históricas barreras de género que han limitado el acceso de las mujeres a financiación, visibilidad y apoyo en el deporte es simplificar una realidad compleja. Reducir la desigualdad a una mera cuestión económica ignora décadas de lucha por la igualdad de oportunidades y perpetúa, quizás sin intención, un discurso que justifica las brechas existentes.

En la misma línea, sus comentarios recogidos por HuffPost, donde relativizaba la necesidad de la igualdad salarial en función de la popularidad de cada disciplina, minimizan la importancia de un principio fundamental: la igualdad de trato y oportunidades. Estas ideas, lanzadas desde una posición de influencia, pueden inadvertidamente reforzar estereotipos y cuestionar la necesidad del feminismo en el ámbito deportivo.

Es crucial recordar que las figuras públicas, como referentes que son, tienen una enorme responsabilidad social. Sus palabras moldean opiniones, especialmente entre los jóvenes y las personas más vulnerables. Pueden consolidar prejuicios o difundir desinformación con consecuencias directas en los derechos humanos, tanto de la infancia como de las mujeres.

Cuando se habla de adopción, de protección infantil o de igualdad de género sin el debido rigor técnico y la sensibilidad ética necesaria, se corre el riesgo de trivializar luchas históricas por derechos fundamentales. La adopción debe entenderse como un acto definitivo que busca el interés superior del menor, no como una situación provisional. Presentarla erróneamente socava la seguridad y estabilidad que estos niños y niñas necesitan desesperadamente para crecer plenamente.

Del mismo modo, argumentar que las desigualdades de género en el deporte son puramente económicas invisibiliza la discriminación estructural que las mujeres han enfrentado durante años. No podemos hablar de diferencias salariales como si fueran solo resultado del mercado, sin reconocer los obstáculos que han limitado su participación, visibilidad y reconocimiento en muchos campos, incluido el deporte. Minimizar estas desigualdades perpetúa estereotipos y diluye la urgencia de implementar políticas de igualdad efectiva. Tanto la infancia como las mujeres son colectivos que necesitan protección frente a discursos que, aunque no lo pretendan, trivializan sus vulnerabilidades.

Por todo esto, hablar de adopción, de igualdad salarial o de feminismo exige una preparación rigurosa y una profunda sensibilidad ética. No se trata solo de expresar opiniones personales, sino de comprender que, en temas tan delicados, las palabras tienen un impacto real y duradero en la vida de muchas personas.

Ana Peleteiro, como figura deportiva destacada, tiene derecho a expresar sus puntos de vista. Sin embargo, cuando estos tocan derechos fundamentales, ese derecho se convierte en una responsabilidad ética ineludible.

Hablar de estos temas requiere reflexión, estudio y una conciencia clara del impacto que nuestras palabras pueden tener. No se trata de “cancelar” a quienes cometen errores, sino de exigir rigor y conciencia a quienes, con su voz pública, tienen la capacidad de influir en nuestra cultura democrática y en el respeto de los derechos humanos.

En materia de infancia, de igualdad y de justicia social, cada palabra cuenta. Especialmente cuando son escuchadas por quienes más necesitan que les protejamos.

Iratxe Serrano

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