Adoptar un hijo
Esta práctica debiera ser tomada como la reparación del problema que es el abandono de un niño, más que como un hecho traumático en sí. No tiene por que haber diferencias entre «padres postizos» y «verdaderos» o «hijos propios» y «adoptados» si sabemos desmitificar estos términos y apreciarlos con naturalidad.
Adopción
Esta palabra signa un proceso en el que la pareja enfrenta una situación dificil y dolorosa: la falta de hijos. Las fuerzas que alimentan el proceso de adopción y la decisión de adoptar, son conflictivas y se expresan en estos planteos:¿quién es el culpable de esta falta? ¿cómo preservar en esta crisis el amor mutuo, si no es fructífero para la especie? ¿cómo evitar el reproche oculto o abierto? ¿cómo enfrentar esta ausencia sin tomarla como una afrenta a la masculinidad o a la autoestima femenina? ¿cómo aceptar la desaparición de un ideal de familia sin destruir la pareja en el camino?
A pesar de estas preguntas, cientos de parejas emprenden solas o aconsejadas por especialistas, un largo proceso que las lleva a querer y a tener un hijo, con prescindencia del pasaje por el seno materno.Los escollos en el camino son tantos, que resulta admirable la tenaz persistencia en esta lucha por el hijo propio.
Desmitificar la adopción
Las dificultades sociales y legales para una adopción se suma a los mitos fundamentales que rodean este tema. Estas creencias conforman un campo para sortear tarde o temprano y se puntualiza a continuación.
El primer mito es creen en la adopción como un hecho traumático y nocivo para el hijo, en el que el niño aparece como portador de una marca indeleble para el resto de su vida («siempre tendrá problemas…»). La respuesta precisa a este punto radica en aceptar la adopción como un hecho reparador y restaurador de otro suceso realmente traumático: el abandono del niño.
Todos los seres humanos portan marcas en su vida; la adopción es una de las más definidamente recuperables en lo que al amor concierne.
Un segundo punto conflictivo reside en la fantasía de «la fuga y el retorno», por lo cual todo hijo adoptivo es un «pensionista» en el hogar que al llegar a al adultez partirá a buscar a sus «verdaderos padres». Es cierta esta curiosidad de un hijo por quienes fueron sus padres biológicos, pero ningún hijo bien querido y bien tratado huye de su casa.
La tercera posibilidad de conflicto es la tajante división imaginaria entre los padres «verdaderos» o naturales y los padres «postizos» o adoptivos. La respuesta está en la paternidad, no como un hecho biológico, sino como una responsabilidad social y cultural basada en el amor y el respeto. «La paternidad se gana, no se hereda». Este mito, señalado con su disociación, conlleva una fatal sensación de inferioridad de la familia adoptante para con los padres biológicos.
Se suman aquellas situaciones basadas en la creencia del supuesto origen genético de todas las conductas humanas. Se produce la inculpación de todos los conflictos normales o patológicos del niño, a su bagaje hereditario («Vaya uno a saber de que familia viene…»)
En síntesis: la pareja adoptante debe resolver, previamente a la adopción, su conflicto frente a tres fantasías fundamentales:
Conflictos, culpas, temores y angustias, subyacen en todo el proceso de adopción y crianza de un niño adoptado. Desmitificar la adopción, discutirla, solicitar ayuda al pediatra o especialista, es revalorar la pareja y su posibilidad de ser padres.
Ya tenemos un hijo
La adopción no concluye con la llegada del hijo tan deseado al hogar. Se continua en el tiempo a través de elementos fundamentales: la crianza y el papel de la verdad en la información que reciba de sus padres.
A través de la historia se ha propugnado el secreto para con el hijo, con la condición que lo iguala con los demás niños. La experiencia ha demostrado el exacto opósito de esta creencia.
El mantenimiento de un secreto tan evidente en el núcleo familiar produce un efecto de obturación y cierre de todas las posibilidades de curiosidad y aprendizaje de un niño. La percepción del hijo de la angustia y el deseo de no hablar de los padres, lo lleva a identificarse con esa angustia y a una «amputación psicológica» de su personalidad en desarrollo.El niño siempre sabe, y por respeto a sus padres no preguntará, pero su fantasía lo llevará a imaginar cosas mucho más terroríficas que la verdad.El esclarecimiento de su condición de adoptivo lo enfrenta, en cambio, con una realidad difícil, pero modificable en el plano psíquico.
La clínica nos muestra el reverso de la moneda, en los niños esclarecidos violentamente y a escondidas por amigos o parientes, y los graves problemas surgidos de esa revelación clandestina.
La regulación del acceso a ese momento crítico, debe hacerse en forma gradual y progresiva, en armonía con el momento evolutivo del hijo. La curiosidad normal del niño de 3 y 4 años, y su buen manejo del lenguaje, le permite comprender si ha nacido del seno de su madre o si ella lo eligió por amor.
La certeza del cariño paterno afianzada en el diálogo con el hijo, ayuda a elaborar el temor de la repetición de la situación inicial del abandono.
Este temor es común en los 5 y 6 años, en consonancia con los sentimientos de culpa del niño por las normales fantasías de esa edad, y las travesuras cotidianas («Ellos me dejaron porque soy malo…») La llegada de un hermano puede permitir la recapitulación de su propia historia.
Otro miedo habitual de esa época está centrado en los fantasmas, como fantasía del retorno de los padres biológicos para secuestrarlo de su hogar.La búsqueda de mayor información, aumenta con la edad, pero recorre siempre el hilo de la historia familiar que sus padres devanaron inicialmente.
Es obvio que una pareja bien integrada y unida, que apoya a su hijo y lo contiene con su afecto, pasa a ser el basamento de la posibilidad del hijo, de desarrollarse armónicamente.
Cuando un niño es adoptado para «salvar la pareja», sin previo balance de la historia parental y una puesta al día de sus conflictos, los resultados son funestos: una desintegración familiar precoz o tardía y un niño con fantasías de ser culpable de todo lo sucedido.
La adopción no puede ser el «remiendo» de la trama familiar ni el soporte del fracaso vital parental. La ayuda del psicopatólogo tiene su lugar en el proceso pre adoptivo y en las dudas que puedan aparecer. El pediatra brinda la apoyatura para el proceso de crianza cotidiana.
Dr. Jorge Blidner
Especialista en Psiquiatría Infantil
Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez
Buenos Aires – Argentina