Reflexiones de Alain Braconnier sobre la adolescencia

Delgado, alto, miope y con expresión de sabio distraído. Tan distraído que cuando me acerqué y le pregunté si recordaba que el día anterior habíamos combinado una entrevista para esa hora, respondió: “Claro que me acuerdo, vamos”. Y varios pasos después: “¿Para qué me precisa?” Pasando por Buenos Aires hacia Chile, fue entrevistado el psicoanalista francés Alain Braconnier sobre el tema al que dedica la mayor parte de su tiempo: adolescencia

¿Qué determina, en general, que la adolescencia pase de naturalmente difícil a gravemente problemática?

La adolescencia es un pasaje de la infancia a la edad adulta, difícil pero natural. Cuando el pasaje, de simplemente difícil pasa a ser, como dice usted, gravemente problemático, hay que ir a los padres. En esa relación encontramos el origen de las dificultades que vive el joven. Este, como todo ser humano, precisa seguridad y, en esta etapa, es de los padres que viene la seguridad.

Eso parece contradictorio con la necesidad del adolescente de poner permanentemente su vida en peligro, cosa que se ve, por ejemplo, en las estadísticas sobre accidentes de automóviles.

Estas dos cosas que usted contrapone no tienen ninguna relación entre sí. Poner su vida en peligro, cosa que hace la mayoría de los jóvenes, es una manera de indagar el mundo.

Que se manifiesta en la adolescencia.

Sí. Esta necesidad de vivir riesgosamente aparece por primera vez, de manera intensa y frecuente, en el momento de la adolescencia. Durante la infancia el niño no pone voluntariamente su vida en peligro porque no tiene necesidad de saber cómo es el mundo. En la adolescencia, en cambio, se busca conocer el mundo y sus límites, descubrirlo; descubrimiento éste que va acompañado por una toma de riesgos a través de los cuales experimentará situaciones nuevas más o menos peligrosas.

Esto explicaría la frecuencia de los accidentes.

De las provocaciones y de los desafíos. Es una manera de entrar al mundo adulto. Antiguamente, en algunas civilizaciones, el pasaje era ritualizado.

¿Quiere decir que por medio de ritos se representaban los riesgos posibles?

Exactamente. En estos ritos se ponían en escena muchos peligros que se vivían como dramas colectivos, pero organizados, estructurados, simbolizados, codificados. El problema de la sociedad actual es que ese código bien establecido entre los adultos y los niños ya casi no existe. O existe mucho menos.

Era bueno, entonces, eso que se hacía en otras culturas.

No puedo decir “era bueno”. Digo que eso existía, permitiendo que el pasaje de la niñez a la adolescencia se desenvolviera de manera que los riesgos se expresaran en un contexto de seguridad.

¿Qué se puede hacer hoy para facilitar una situación semejante a la que usted describe? Me refiero a que el adolescente pudiera tener la posibilidad de experimentar, sin transformarse en víctima del experimento.

Antes era la sociedad la que asumía el contexto de seguridad. Hoy es la familia quien debe asumirlo, y si no lo hace los adolescentes construirán su propio contexto, ese que necesitan, a partir del grupo de iguales, de bandas.

Esas bandas constituyen el lugar donde el adolescente experimenta el mundo al tiempo que se siente protegido.

Sí. En esas bandas se viven también ritos de pasaje. Tienen códigos que, evidentemente, a los que estamos fuera nos cuesta visualizar.

¿Y qué pasa cuando el adolescente no tiene una familia o un grupo que lo apoye en el pasaje?

En ese caso experimentará solo, tratará de explorar el mundo solo. Corriendo riesgos.
Sí, enormes riesgos. Y esto es lo que explica el número de suicidios en la adolescencia. Los suicidios han subido enormemente en los últimos .

¿El suicidio como qué?

Como una manera de jugar con la muerte, de tomar riesgos. De ver hasta dónde él puede ir.

Usted sabe que en estos países del Cono Sur tenemos una tasa de suicidios de adolescentes bastante alta.

Ah, fíjese… ya veo que me va a preguntar por qué. No me lo pregunte, no conozco la región –dice riendo–.

¿Qué piensa del uso frecuente de drogas en la adolescencia?

Aunque no totalmente, se explica como otra forma de experimentar, de buscar riesgos.

En este siglo, es evidente, se puso mucha atención en el niño y el adolescente, ¿se han producido cambios a partir de esa preocupación?

Sí, ha habido una transformación importante en los últimos años, en el sentido de que los adolescentes tienen hoy, desde todos los puntos de vista, la capacidad de actuar como los adultos. En el terreno del sexo, por ejemplo.

Considera que esto es positivo para el adolescente.

Es positivo cuando no resulta demasiado angustiante.

Lo cual dependerá de cada adolescente.

Sí, de su historia, de su entorno. Hubo una generación absolutamente particular, entre 1970 y 1980, en la cual fue posible ejercer la sexualidad sin peligros. Ni el del embarazo, por la píldora; ni el de la infección mortal, pues no existía el sida. Es un período excepcional en la historia de la humanidad.

Los adolescentes tuvieron la sensación de que lo podían todo.

Sí, aunque no sin cierta inquietud, pues no estaban todavía preparados ni se sentían capaces para tanto. Nada más inquietante para el adolescente que no poder representarse los límites. Yo pongo siempre el ejemplo de una jovencita muy ansiosa, que un día me dijo: “Mi padre es un muro sin cimientos”. Lo que necesita el adolescente es un muro al que poder agarrarse y contra el que poder luchar.

¿Poder luchar?

Sí, también poder luchar. Un muro sin un lugar de donde tomarse es más una presión que un muro. Un muro sin cimientos es un ataque. No permite el desarrollo.

¿No cree usted que a los padres de los últimos años les cuesta mucho decir “no” a sus hijos?

Yo creo que permanentemente hablamos de la crisis que viven los adolescentes… pero hay una crisis de la que se habla poco y es grave: la crisis parental.

María Esther Gilio

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