La institucionalización y las consecuencias para el niño

No haya nada que impacte más a las personas, que saber de un abandono infantil, sea cual fuere la forma en que este se ejecute. En el imaginario social la mano se levanta ineludiblemente para cuestionar a esa mujer que no pudo asumir su función de madre.

Una frase del doctor Atilio Alvarez, emitida en un seminario de especialización sobre adopciones, decía que «el abandono es un aborto a término». De esta manera él aludía a formas de violencia, puesto que tanto en el abandono como en el aborto, este ser es arrancado o expulsado de la continencia materna.

Es necesario entonces que se sepan y se analicen los motivos de estos comportamientos, como también que demos a conocer todas las consecuencias que estos conllevan para los niños implicados.

Un niño puede ser abandonado físicamente o emocionalmente, cuidado con negligencia como también puede golpeado, abusado, violado o ser víctima del incesto. Aunque nos produzca rechazo de solo pensarlo, todas estas circunstancias están en estrecha relación con el tema que estudiamos, la adopción.

El abandono de un chiquito es la causa más frecuente por la cual se requiere de su adopción en el marco de una familia. Cabe entonces preguntarnos acerca de las fuentes del abandono de niños. Preferimos utilizar el término fuente y no el de causas, para evitar concepciones parciales o reduccionistas.

La gran cantidad de niños huérfanos, carentes de una familia continente, tienen que ver en primer lugar con nuestras grandes catástrofes mundiales provocadas por el mismo hombre, como las diversas contiendas bélicas y las hambrunas. En segundo término las catástrofes naturales como las erupciones volcánicas, los terremotos, los huracanes, las inundaciones y las epidemias.

Otra fuente determinante de la orfandad es el abandono voluntario de niños por parte de sus padres, su madre o toda su familia. Estos abandonos se producen por situaciones desgraciadas vinculadas en mayor frecuencia con la madre gestante, la genitora, como puede ser su fallecimiento, una salud muy quebrantada, la imposibilidad socioafectiva de criarlo por factores la edad, el estado civil, la salud mental o la simple ausencia de madurez.

Un abandono puede producirse porque la genitora fue abusada, violada o también víctima de incesto por parte de su progenitor, su padrastro, su abuelo o su hermano. Dentro de estas circunstancias, cobran relevancia la falta de educación y las condiciones de hacinamiento y promiscuidad con que viven los sectores marginados de una población.
En menor proporción encontramos embarazos que no fueron deseados e hijos que no se esperan con amor, por lo que esas mujeres deciden entregarlos en adopción o decididamente abandonarlos.

No nos proponemos evaluar ni mucho menos juzgar a estas personas, como tampoco a las fuentes determinantes de los abandonos de los niños. Solamente decidimos comentar las consecuencias observadas a posteriori en estos chicos, que conforman el grupo víctimas del abandono, como también la de los efectos de la institucionalización y de la privación del afecto materno y paterno, por un tiempo prolongado.

El vínculo madre – hijo y su relación con el abandono

Nuestro punto de partida para el desarrollo de este tema, es el planteo anterior acerca de las necesidades básicas de los niños, tema que hemos abordado ampliamente en un texto nuestro ya publicado.

El ser humano nace en estado de absoluta inmadurez, requiere de cuidados especiales y personales para poder permanecer vivo. Generalmente esto le es brindado por la misma persona que lo tuvo alojado en su cuerpo durante los nueve meses de la gestación, su progenitora. De ella dependerá totalmente, ya que la decodificación de los signos y señales, en demanda de satisfacción de sus necesidades básicas, será la clave para su supervivencia. La madre del bebé, es la primera fuente de placer y también de sufrimiento. De la calidad de sus cuidados en los primeros tiempos de su existencia, dependerá su salud física y mental y las perspectivas de su socialización futura.

Este asunto nos remite a un problema de índole epistemológica, la disquisición teórica acerca de los factores determinantes de la personalidad humana: para definirla como producto de una policausalidad genética al decir de Pichon Riviere, resultante del interjuego dinámico de las denominadas series complementarias, tal como lo propusiera Sigmund Freud.

Los datos que hoy tenemos a nuestra disposición, relacionados con el efecto del abandono y la privación afectiva, provienen de los estudios directos sobre niños que vivieron estas situaciones (abandonados y luego adoptados o internados), de las historias de adolescentes y de adultos gravemente perturbados, y por último del seguimiento de niños que han padecido ausencia grave de afecto en sus primeros año, como el conocido caso del niño lobo de Avignon. De las observaciones efectuadas en estas circunstancias hoy es posible obtener datos y tener muy claro que resulta imposible formular generalizaciones. Algunos niños se vean seriamente afectados y otros no lo estén.

Pensamos que no todas las personas manejan de la misma forma la angustia frente a la separación y esto depende de las series complementarias, como por ejemplo la edad, factores hereditarios, el sexo, la constitución familiar, el nivel cultural de los familiares y alguna otra cantidad de variables de las subjetividad.

Podemos observar que en cada recién nacido se presentan diferencias individuales en sus respuestas para ser calmados, en su nivel de irritabilidad y de llanto, su estabilidad en el sueño y los de estados de tranquilidad posible. La capacidad de contener a un bebé, es una experiencia que condiciona la confianza de la madre en sí misma para mantener la homeostasis infantil, determinante de su propia imagen como madre.

El embarazo, como situación de máxima intensidad del contacto entre dos seres, induce a la madre a realizar el paso del útero al regazo. Cuando el niño llega, por mediación del deseo entre sus padres, la mamá y su bebé se miran, generándose entre ellos un hecho particular del investimiento. Esto significa que ella lo re-conoce como hijo, lo envuelve amorosamente y lo incluye en su filiación, generándose el fenómeno fundante del proyecto identificatorio, de esa identidad que acaba de nacer. La madre introduce al niño en su biografía de la cual ella es portadora y pasa a ser así parte de sí misma pues el pequeño es su descendiente.

Recordemos un hecho frecuente en sala de partos, cuando las madres reclaman «quiero verlo», “dejen que lo mire». Se trata de una necesidad básica de toda madre el mirar a su hijo y proceder así al acto de hacerlo hijo propio. Muchas veces la conducta del equipo perinatal, amordaza este hecho y por eso los psicólogos insisten en aconsejar que el pequeño no sea llevado para su higiene sin que antes la mamá le fije su mirada, en tanto está aún encima de su cuerpo de recién parida.

También hay muchas madres que se niegan a mirarlos, giran su cabeza hacia la pared, evitando el encuentro de la mirada con el recién salido de ellas, negándose al reconocimiento de ese niño como propio. Esta es una conducta que suele preceder al abandono, decidido ya con anterioridad. Por eso resulta totalmente inapropiada la conducta del personal médico o auxiliar en sala de partos, presionando a esta mujer a contactar con este niño que ella no acepta ni reconoce como hijo.

Un niño abandonado será un niño sin pasado. El acto de reconocimiento como hijo propio al recién nacido, está determinado por la historia de esa mujer con el padre de ese niño y con su propia biografía, sobre todo con su situación como hija.

Es necesario esclarecer un concepto en vinculación con este tema: deseo de maternidad o de embarazo, no es lo mismo que deseo de un hijo. Muchos embarazos se agotan en sí mismos, como una necesidad especular con su propia madre (ser madre como su madre). Este deseo de ser madre solo porque lo fueron con ella, resulta catastrófico para el niño, pues estas mujeres no poseen capacidad de aceptar lo nuevo, a tal punto que el nacimiento, como proceso que exige reconocer al recién nacido como alguien nuevo, es vivido por ellas como mortal.

Estas personas no pueden establecer una relación entre representación psíquica del niño que esperaban y el niño real que está frente a ellas. Por eso el acto de investimiento no se produce. El recién nacido se sitúa entonces fuera de su historia y pone en riesgo la totalidad de su construcción identificatoria.

Este «desenvestimiento» materno, es motivo posible del abandono, causa de graves problemas para el psiquismo futuro del niño, que le borran toda huella de memoria, dejándolo con un agujero de nada y a expensas de su pulsión de muerte, como producto del deseo del no-deseo de hijo, por parte de su progenitora.

El deseo de un hijo en una mujer, es el deseo con ese hombre que también lo gestó psíquicamente con su propio deseo, lo cual implica el reconocimiento de las necesidades de padre y de madre de ese niño, quien para poder humanizarse requiere de una vida en triangulación.

Todas estas situaciones descriptas, explican en parte el abandono de algunos niños y también el fracaso del 85 % de las técnicas de fertilización artificial. Se trata en este último caso de un proceso de forzamiento de lo natural, considerando a las personas como biologías y no como atravesados por su biografía.

Los traumatismos del encuentro entre la madre y su «recién salido» de ella, no sólo ponen en riesgo la salud del niño, sino que seguramente son las circunstancias que subyacen a muchos abandonos tempranos. Pero nada de esto excluye a todos los elementos de orden social, económico y familiar que también hemos considerado.

Muchos autores se ocuparon de estos temas. En nuestro país uno de los primeros en hacerlo fue el médico pediatra Florencio Escardó, el cual introdujo en nuestro medio la norma de internación conjunta de la madre con su hijo, en el hospital municipal de niños Ricardo Gutiérrez de la ciudad de Buenos Aires. Esto se extendió a todos los servicios asistenciales del país y del continente sudamericano. Este médico se había apoyado en el marco de los estudios de John Bowlby de la Tvistock Clinic de Londres, como también los de René Spitz, quien acuñó el término «hospitalismo», un particular síndrome de deterioro padecido por los niños internados sin presencia de sus familiares.

En nuestro país también se formularon teorías al respecto, algunas de las cuales con el transcurrir del tiempo fueron dejadas de lado por su corte reduccionista, como por ejemplo la concepción del supuesto «instinto filicida» de Ravskosky y sus seguidores, que justificaban así toda conducta de maltrato hacia los niños, inclusive la sucedido durante la dictadura militar argentina de los setenta.

Las consecuencias de las dos grandes guerras mundiales, dieron lugar al desarrollo de la investigación y las concepciones teóricas, en referencia a los niños que quedaron huérfanos. Entre ellos los realizados por Bowlby en Inglaterra, estuvieron centrados esencialmente en los efectos producidos en los niños por la separación con sus madres. Sus propuestas de la «pulsión de apego» no ligada a la libido, fueron influídas por el pensamiento del alemán Hermann (instinto filial), el inglés Balint (sentimiento oceánico) y también por las investigaciones psicogenéticas de Piaget en Francia.

Dicha pulsión se manifiesta en cinco conductas diferentes del bebé con su mamá: succión, llanto, abrazo, sonrisa, tendencia a ir hacia y prenderse de.

Relacionando el apego y la pérdida, este autor formuló conceptos tan importantes que modificaron la concepción sobre los cuidados de los niños y la prevención en el campo de la salud mental. Bowlby parte de estudios realizados en la conducta animal de los primates, intentando demostrar que el apego del bebé humano no difiere de los lazos sociales de los animales.

Cuando estudia el comportamiento humano, la referencia a la etología animal, debería eludir ciertas ingenuidades simplistas. Sobre todo es importante reflexionar hoy acerca de la vinculación madre- bebé, entendiendo este hecho como la interrelación mutuamente determinante de dos sujetos, que además representan vínculos sociales y que implican la introducción del lenguaje hablado, inexistente en los animales.

Peso a ello no se puede dejar de reconocer el valor de estas propuestas, por haber sudo el primero en destacar la importancia del dolor del niño pequeño ante el abandono, la muerte o la ausencia prolongada de la madre.

En cuanto a René Spitz, descubrió la depresión anaclítica del lactante, generada como efecto de la separación con la madre, como también el síndrome de hospitalismo, cuando el pequeño permanece internado en un hospital o institución de minoridad. Los daños son mayores en tanto el niño es menor y más prolongado el tiempo de separación con su madre.

Ambos autores describen las conductas comunes registradas en las separaciones breves. Estas son:

* Reacción hostil contra la madre y resistencia en reconocería, luego de su regreso.
* Excesivas exigencias hacia la madre, buscando exclusividad, con intolerancia, celos agudos y violentos, trastornos del temperamento.
* Muestras de alegría superficial ante todo adulto que se mueva en su órbita.
* Apático resarcimiento de toda ligadura emotiva, combinado con balanceo monótono de todo su cuerpo y campaneo de cabeza.

Muchas veces nada de eso sucede, por un proceso de sobre adaptación forzada y mecanismo defensivo de negación de la ausencia materna. Los cuidadores se alegran ante la aparente «buena conducta» del niño, pero cuando sale y retorna a la casa, se produce un desmoronamiento violento. El niño se muestra indiferente, como si no reconociera a su madre, deja de hablar, solloza angustiado y desarrolla conductas regresivas diversas (pérdida del control de esfínteres, vuelta a la succión, etc.).

Efectos del abandono en los bebés

Según Françoise Doltó, el niño puede ser abandonado tanto por falta de deseo materno al no poder hacerse cargo de él, como a causa de factores socioeconómicos, salud deteriorada o muerte de la madre.

Hemos tenido la oportunidad de corroborar en nuestra experiencia clínica, algunas de las formulaciones de esta psicoanalista francesa. Una de ellas se relaciona con diversas anomalías neuromusculares y neurovegetativas, que pueden encontrar su origen en la ruptura dañina del lazo precoz con la madre, ya sea en el curso de la vida fetal simbiótica, como en la vida de lactante, dentro de la cual el equilibrio de la dupla madre-hijo, es esencial para su devenir humano.

Cuando una madre gestante pierde a un ser querido cercano, este choque puede hacerle olvidar temporariamente su hijo en el vientre y verse así afectado el vínculo simbiótico vital. No se trata de una hostilidad consciente de la madre con el feto, sino de un olvido casi antinatural, ya que cualquier mujer sabe lo que significa la presencia del hijo dentro de su cuerpo y lo inverosímil que resulta pensar el olvidarlo.

Se trata de un traumatismo poderoso en el psiquismo de la embarazada, que sacude hasta el sentido mismo de su vida. La experiencia muestra que la mayoría de esos niños fallecen por aborto, parto prematuro o patologías en el proceso del nacimiento. Es posible que sean además una causa determinante de la denominada «muerte súbita del lactante » y hasta del autismo infantil.

Los aportes antropológicos también nos han ofrecido elementos para la comprensión de todos estos hechos. En nuestras culturas andinas aborígenes, los que saben (los «yatiris»), describen un fenómeno llamado «mulla-phulla» (mal del susto), que se produce en la mujer encinta, cuando observa el cadáver de un ser amado. Se dice que entonces el niño nacerá con pérdida del alma, razón que lo deja a expensas de cualquier mal y podrá ser raquítico o morir de grave diarrea a los pocos meses o dentro del primer año.

Recordemos que el saber popular recomienda mantener alejadas a las embarazadas de la visión de la muerte, no asustarlas y hablarles de graves desgracias. Podremos coincidir o no con todos estos conceptos, pero para nosotros se convalidan por la coincidencia con lo que nos aporta el psicoanálisis acerca del funcionamiento psíquico.

Uno de nosotros tuvo en su vida profesional la dolorosa experiencia de entrevistar a mujeres que parieron o permanecieron embarazadas, en los campos de concentración de la última dictadura militar argentina de los años setenta. Ellas que estando engrilladas, encapuchadas y sometidas a vejaciones y torturas constantes, jamás olvidaron al ser que gestaban en sus doloridos cuerpos. Es mas, mantenían diálogos íntimos constantes con sus hijos gestándose, en un vínculo particular y muy profundo. Lo curioso es que muchas de ellas habían tenido problemas previos de fertilidad y con esta gestación no tuvieron ningún tipo de problemas y sus partos fueron totalmente normales. Ellas eran engañadas y soportaban todo con la esperanza de que luego del parto las enviarían a casa con sus niños o a ellos con sus abuelos. Sabemos dolorosamente de la cruel realidad que padecieron, la mayoría fueron arrojadas al mar y sus hijos entregados en adopción a sus propios asesinos y verdugos.

Este episodio, extraído de nuestra dolorosa historia reciente, es un ejemplo conocido por todos que nos permite corroborar que cuando un embarazo contiene al hijo como producto del deseo mancomunado de dos que se aman, no hay traumatismo ni violencia exterior que lo pueda hacer poner en peligro .La fuerza del deseo materno es la metodología más eficaz de sostén, retención y continencia del niño.

Por lo contrario, cuando esto no es así, es en vano que las enfermeras y parteras de los hospitales, obliguen a las puérperas a poner al niño al pecho, las culpabilicen o las acusen. Esto sólo dará lugar a situaciones desgarradoras. Ese niño carecerá de investimiento materno, quedando en un vacío relacional, sin ser reconocido como hijo y seguramente luego será abandonado o maltratado de mil maneras.

Cuando un niño es abandonado por una madre que muere en el parto, se produce la ruptura del primer vinculo humanizador. Tardará bastante tiempo en establecerlo con otras personas, las que tomarán el lugar de la madre fallecida. Lo doloroso es que la familia culpabiliza al niño por la muerte de la madre. Nadie lo dice, pero existe un marco de actitudes y sentimientos percibidos por el pequeño: amargas palabras rodean la cuna y llantos y sollozos ahogados a su alrededor, constituyen el triste escenario que enmarca el comienzo de esta vida. Françoise Doltó dice que si la madre había elegido antes del parto a una persona que la sustituyera en la función maternal, designándola con nombre y apellido (madrina), el niño poseerá mayor posibilidad de recuperación ante este traumatismo precoz. De lo contrario quedará en un blanco relacional, sin que pueda restablecer vínculo humanizador, descodificador de necesidades e inscribirse en un proyecto identificatorio.

Cuando una madre abandona a un niño durante la lactancia, este siente que ella se lleva el pecho que lo nutria, que el pecho ha partido con ella. De tal forma que la boca relacional, el lenguaje del bebé, su nariz, sus labios, la audición, los bronquios y la lengua, pierden la voz, el olor y el estilo táctil materno. Se suprime el vínculo en el cuerpo del niño de esa única adulta que hacía de mediadora entre él y la existencia humana.

Este proceso es un destete feroz y deshumanizador, donde la mamada deja de ser el placer conocido y reconocido de él-ella / ella-él. El narcisismo de este lactante queda profundamente herido, frustrado, fragilizado hacia el futuro. Esta herida narcisista puede ser leída desde dos vertientes:

* Como una amputación de una zona erógena que se ha marchado con la madre (olfato y deglución), lo cual hiere y altera la imagen corporal .
* Como la pérdida de la relación intrapsíquica, que ya existía entre la madre y el bebé.
Esta herida es irreparable y sólo puede encontrar alivio por palabras de personas en «acuerdo » con sus padres: hermanos mayores, abuelos, madrinas, padrinos.

En el abandono de lactantes hay un elemento de relación de sujeto a sujeto, donde sólo la palabra puede restablecer (de manera simbólica) la cohesión interna del niño. Aunque aún les cueste creer a ciertos muchos, los niños muy pequeños comprenden las palabras, cuando se formulen para decirles algo concerniente a ellos.

Una consecuencia habitual a esta muerte simbólica mutiladora por el abandono materno, es el retraso y defectos del lenguaje. Ante la adopción, la calidad de vínculos afectivos ofrecidos por sus padres adoptantes, es lo único que podrá sacarlo de esta aterradora soledad psíquica, que suele ser la causa de la invalidez del lenguaje y también del amurallamiento psicótico.

René Spitz describe al “síndrome del hospitalismo” y Françoise Doltó habla del «hospitalismo burgués», producido en niños cuyas madres los dejan en manos de niñeras o nanas que cambian sucesivamente, por lo general personas frustradas que suelen criarlos sin palabras dirigidas a ellos, que no sean referidas a sus necesidades fisiológicas, sin estima por los padres del niño, con rencores y hostilidades sociales, lo que cual es percibido por el chiquito. Por supuesto que no pude ser generalizado y que esta psicoanalista francesa desarrolló sus conceptos muy lejos de la realidad latinoamericana.

Cuando revisamos algunos textos acerca del abandono, en todos se reitera el concepto acerca de que un niño no debe sufrir y que por ello debe ser pasado a otros brazos maternos, en el marco de una adopción. Pasará así a experimentar el encuentro con otro regazo, uno no conocido. Por su parte la madre adoptiva se encuentra con un niño que no conoce, que no ha gestado ni parido, que no ha pasado de su útero a su regazo, sino que ha llegado de otro regazo hacia el suyo. El pequeño ser debe realizar un esfuerzo enorme de readaptación a un nuevo olor, una voz nueva, una diferente forma de sostenerlo y acunarlo, ritmos corporales y tonos cardíacos distintos.

Por eso es de fundamental importancia el asegurarle al niño, la certeza de que no volverá a ser víctima de otro abandono (posiblemente aterrador). Para ellos y por ello es esencial la intervención de la justicia y organismos de minoridad, con estudios especializados que busquen hacer la mejor selección de padres para ese niño desamparado, cuyo futuro tenemos en las manos. Para asegurarnos esto es que la reforma de la ley de adopción argentina, propone 60 días luego del parto, como período mínimo requerido para luego entregar al niño en adopción. Esto se debe a que luego del nacimiento la madre padece de un cuadro confusional que altera sus ideas y perturba la toma de decisiones tan importantes como la entrega de su niño.

Por esa misma razón se elimina el trámite de entrega directa del niño por medio de acta notarial, que se hace en esta etapa con riesgos del arrepentimiento y con todo lo que eso significa para el menor en riesgo. En virtud de esto es que sería importante disuadir las aspiraciones de los adoptantes a un bebé «recién parido», lo cual está al servicio de negar la realidad del niño no gestado.

Los aspirantes suelen decir «queremos que sea lo más chiquito posible, si es posible de horas, para hacerlo a nuestra manera. Estas afirmaciones dan cuenta de la necesidad del trabajo psicológico previo, de la elaboración de temas que alteran el proceso de la adopción, centrado en reconocer que el niño adoptado no está en lugar del no tenido biológicamente, pero además poder ser reconocido y aceptado en su especial situación de niño adoptado y no concebido.

El niño abandonado institucionalizado

Posee una carita de viejito triste, de resignado a su pena y soledad. Uno de nosotros recuerda cuando ingresó por primera vez a un instituto de menores y cada niño le preguntaba: «Doña ¿Usted es la jueza que me sacará. ¿Cuándo me voy?».

Sea cual fuere la política en materia de institucionalización, nada ni nadie podrá sustituir el calor, la intimidad y la relación continuada y sostenedora de la madre y la familia .Todo niño necesita saber que es sujeto de satisfacción y orgullo para su madre y ésta a su vez verá en él la continuidad de su vida, que le permite elaborar la finitud de la vida. Lo mismo sucede con el padre. La crianza de un niño no sigue reglas fijas, sino que es producto de una relación viva, que se mide en términos del goce que todos obtienen de la convivencia. Esto sólo es posible si la relación es continua.

Algunos autores opinan que es mejor un mal hogar que la más brillante institución. Desgraciadamente ciertos jueces piensan lo contrario y ante el menor riesgo, no les tiembla la mano para firmar el envío a establecimientos asilares. Otros por suerte siguen esforzándose para agotar todas las instancias familiares y comunitarias del menor, antes que internarlo.

Bowlby clasifica las causas del fracaso del núcleo familiar para el cuidado del niño, de esta forma:

1.- Núcleo natural del hogar jamás establecido.
2.- Núcleo natural de hogar que permanece intacto pero que no actúa en
forma eficaz.
3.-Núcleo natural deshecho, por causas diversas, calamidades sociales, naturales y familiares.

Cualquiera de estas familias es fuente potencial de incontinencia hogareña y motivo posible de institucionalización del niño. Aunque el juez de menores tome la decisión de buscar una familia o vecino cercano, para hacerse cargo del niño, es frecuente que estas personas no estén en condiciones económicas ni morales de asumirlo. También es frecuente que se nieguen o lo hagan temporariamente, trayéndolo de regreso al juzgado, ante las dificultades que se les presentan para manejar los problemas de conducta del chico.

Lamentablemente los criterios políticos en materia de minoridad, no siempre son uniformes y hay quienes opinan que lo esencial pasa por armar más a los «defensores del orden» en los institutos, en tanto otros intentan generar la continencia infantil intermedia dentro de micro instituciones, como los pequeños hogares, hogares transitorios u hogares comunitarios.

Se hace necesario recordar que un niño internado presenta diversos signos que dan cuenta de un verdadero síndrome del abandono, con síntomas diversos, sujetos a las variables individuales:

Durante el primer año de vida se observa:

> falta de atención
> adelgazamiento
> palidez
> relativa quietud
> falta de respuesta ante la sonrisa
> inapetencia
> insuficiente aumento de peso y de talla
> sueño intranquilo
> estados febriles continuos
> succión continua del pulgar
> retraso en el lenguaje
> retrasos motores: no se sienta, no gatea, no se para, no usa cuchara, etc.

Todo esto va agravándose a medida que transcurre el tiempo, generalizándose y extendiéndose al área conductual social, somática o mental afectiva. La internación en macroinstituciones, repercute en toda la identidad del niño, lo obliga adecuarse a un nuevo régimen de vida que trastoca bruscamente sus aspiraciones de reparar el abandono. Estos niños pierden paulatinamente la posibilidad de trasmitir sus emociones y expresiones cariñosas y de a poco también pierden la conciencia de lo que les pertenece, se van acostumbrando al trabajo con el sistema de premio – castigo, como única fuente de gratificación afectiva.

El reconocimiento de lo singular, de lo propio, queda subsumido en lo macro institucional, lo cual genera sentimientos prohibidos de rivalidad y competencia, que en el marco de la familia se establecen naturalmente entre hermanos, por el amor a los padres. La institucionalización es homosexual, lo que se coarta el proceso espontáneo de las identificaciones de género, constituyéndose en una fuente de todo tipo de patologías sexuales posibles.

Todo lo aludido no hace más que reforzar la idea de realizar tareas preventivas para fortalecer los vínculos y lazos familiares, como unidad de grupo, para prevenir el abandono. Cuando esto fracasa o no es posible, los pequeños hogares o los hogares protegidos, con familias que ya tengan sus propios hijos, es una de las mejores opciones hasta el momento actual.

Con adecuada selección, capacitación permanente y seguimientos de estas familias, se pueden llegar a obtener muy buenos resultados, para la continencia de los niños abandonados o sin familia.

Secuelas por el abandono del padre

Nos parece oportuno transcribir unas palabras del psicoanalista francés Christian Olivier, cuando dice que «los psicoanalistas hacen acopio de imaginación: para concebir un padre imaginario, un padre simbólico o un padre real (a condición de tener la precaución de decir que el real no existe), pero toda esta abundancia de significantes en torno al padre, sólo esconde que el significado Padre está vacío “. Esta cita, de un dramatismo especial, se encuentra también en otro autor, Guy Corneau, quien afirma que una gran mayoría de hombres actuales, son hijos del silencio paterno hereditario, que se trasmite de generación en generación, que niega el deseo de todo joven de ser reconocido y confirmado por su padre.

Los padres de hoy han obrado como en una especie de ley del silencio, huyendo hacia el trabajo, la producción y el consumo, refugiados en automóviles veloces con teléfonos celulares y en la lectura del periódico o sus largas horas frente ordenador y el al televisor. Los medios de comunicación han logrado adictos que mataron la palabra con los hijos, a tal punto que los hombres de hoy tienen escasas oportunidades de vivir y actualizar su potencial masculino en continuo y libre intercambio indentificatorio con el padre. Los niños y muchachos abandonados, padecen de un vacío de padre.

El mito cristiano ya enunciaba el silencio del padre y el sentimiento de abandono del hijo, reclamándole presencia. Es el modelo cultural de los dos últimos milenios está marcado por la ausencia del Padre (Dios) y las últimas palabras del hijo desde la cruz, fueron «¿Padre, donde estás, porqué me haz abandonado?.

El padre presente, es el primer Otro que el niño reconoce fuera del vientre materno. Se introduce como factor de «cuña» o separador entre la madre y el niño, convirtiéndose en el tercero, en esta historia de amor familiar. Su sola presencia favorece la diferenciación. El padre encarna un principio de realidad y de orden en la familia.

El deseo de la pareja de integrarse independientemente del hijo, es lo que separa realmente al niño de la madre, rompiendo la simbiosis que favorecerá su crecimiento normal y garantizará su salud mental. El silencio del padre determina la fragilidad de la identidad sexual del hijo, ya que la personalidad se forma gracias a un proceso de identificación, proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributo de otro.

Un padre violento ebrio o silencioso, desagrada al hijo a tal punto de negarse a identificarse con lo masculino .Los factores de la conducta paterna que generan frustración y afectan la identidad del niño o del joven, tienen que ver además, con ausencia prolongada (por estar preso, enfermo o separado de la madre). También con algunos padres que permanentemente amenazan a los hijos con el abandono, con suicidarse, con asesinarlo, con no quererlos más y ejercen variadas formas verbales de «violencia prometida » como metodología errónea de disciplinarlos o someterlos.

Todo rechazo, falta de atención y desapego del padre frente a las demandas de respuesta de necesidades afectivas, dañan el proceso de identificación y ligan patológicamente a los hijos con las madres .Algunos padres culpabilizan al niño, los hace responsables de muertes o enfermedades de los progenitores («tu madre murió para darte la vida», «tu padre se infartó por los disgustos que le distes»).

Todas estas conductas descriptas son formas violentas de silencio de la función paterna, que dejan abandonado al hijo en sus necesidades, cubiertas por una forma inadecuada de función paternal.

Desde el comienzo de la vida el padre ejerce una acción modificante sobre el medio ambiente que rodea al recién nacido. Aunque la madre es la primer fuente de placer y sufrimiento para el bebé, de ella surgirá el primer signo de la presencia del padre o de su ausencia como tal. La elección de dichos signos dependerá de la calidad de la relación entre los padres. Gracias al padre real y su función simbólica, que un niño puede constituir sus normas de vida, sus límites de convivencia social y la renuncia a su simbiosis materna, base y garantía de su constitución como sujeto ético. Es la garantía de su salud mental y el antídoto esencial para cualquier forma de alienación.

El trabajo de uno de nosotros en temas de salud mental comunitaria en la ciudad de Medellín (Colombia), ofreció un ejemplo vivido de las consecuencias del abandono paterno, del silencio del padre. Factores de orden económico produjeron migraciones internas hacia la zona mediterránea antioqueña, de familias de la costa caribeña que trabajaban en los bananeros. Alojados en las márgenes de las montañas (zona de deslizamientos territoriales), en zonas volcánicas estériles, pasaron a conformar la población marginal de la región.

Los jefes de familia sin trabajo, alcoholizados y quebrados, dejaban a sus mujeres solas con los hijos (madre:»la cucha»), cargando ellas con la responsabilidad de la crianza en caseríos miserables de latas y sin recursos. Estos críos sin padre buscaron primero e la barra de amigos y luego en la banda liderada por “el chacho”, los elementos identificatorios precarios que les permitieran ser. Comenzaron a transgredir y luego a delinquir, en busca de darle a «la cucha» regalos y dinero, todo lo que el padre le hubiese dado imaginariamente, si estuviera presente.

Invadidos por modelos televisivos de violencia de las series norteamericanas, buscan allí sus modelos paternos imaginarios, identificándose con esos superhéroes, vaqueros, vengadores sin ley, parapoliciales, justicieros y «terminatores». Actuando como esos seres ideales, los jóvenes comienzan una carrera irremediablemente terminada con la muerte prematura, como forma eficaz de estar más cerca del modelo paterno imaginario.

Los mafiosos del narcotráfico nos tardaron en usar hábilmente a estos jóvenes (de 8 a 18 años), entrenándolos en el uso de armas para encomendarles «pequeñas tareas» muy bien pagadas, que les permiten comprarse grandes motos y electrodomésticos para «la cucha». Ellos son los dolorosamente conocidos como sicarios, niños entrenados para matar por encargo. El sicario afirma que «Dios (Padre) no existe » y sólo cree en la virgen, María Auxiliadora, quien como su propia madre, «la cucha», es sagrada e intocable y da la vida por ella, lo mismo que «la vieja» del tanguero argentino. Esta sociedad sin ley del padre, carece de ética social, convive con el homicidio cotidiano (30 por día), que es el la primera causa de mortalidad del adulto e Medellín. Todo esto ha pasado a conformar lo que los sociólogos denominan la cultura de la muerte.

El trabajo pericial en la justicia de menores, nos demostró también que en la provincia de Buenos Aires actualmente existen los mismos males. Los jefes de familia agobiados por la falta de trabajo, la frustración en sus sueños de cambio social bastardeados por los políticos y la falta de recursos para alimentar a la familia, los sumen en el vaho del olvido del alcohol y el inevitable silencio de su función paterna frente a los hijos, a su vez motor de la vagancia, el delito, el alcohol y la droga, como vanos intentos por llenar el vacío y el silencio de la función del padre.

Todas estas situaciones de riesgo se entremezclan con una promiscuidad creciente y la imposibilidad de la mujer en acceder al uso adecuado de anticonceptivos para evitar mas gestaciones no deseadas que las puedan llevar al aborto, a la muerte o al abandono de sus hijos así concebidos.

La perspectiva médica

Entre el cono urbano bonaerense y la Capital Federal, existe abismo profundo. El problema de los chicos abandonados, hecho frecuente en estas zonas de poblaciones con necesidades básicas insatisfechas, nos plantea la situación de los niños distróficos: consumidos por su carencia biológica, afectiva y social.

En los lugares de miseria extrema de la provincia, como por ejemplo la villa miseria «La Cava » (San Isidro), donde hemos trabajado, estas situaciones son cotidianas. Ante ello con frecuencia nos preguntamos cómo y porqué sobreviven estos menores, los cuales siempre parecen tener más fuerza que la que uno supone .

En estas circunstancias la realidad hospitalaria aparece como disgregada de la realidad social y que los desempeñamos dentro de las instituciones de salud, parecemos seres extraterrestres, con un lenguaje y un estilo de vida en luchas continuas por el poder , totalmente alejados de lo que le pasa a la gente por fuera del muro del «cronocomio” azulejado denominado hospital público.

El mundo jurídico y el mundo médico que se ocupan de menores, son mundos atravesados por la tristeza. En Pediatría se clasifica tres estadios del niño distrófico.

Primero:
Es el de las infecciones repetidas, como producto del abandono afectivo. Al permanecer internados genera un círculo vicioso de re-infecciones y sus contagios a corto plazo llevan al derrumbe total de la salud del menor. Lo curioso es que estos chicos se infectan en el hospital, pero no en sus casas aunque vivan en precarias villas miserias.

El hospital, por lo general no está preparado para albergar a un niño que posee un código de comunicación con su madre y la familia. Sólo tratarán de imponerle los códigos hospitalarios de la apepsia, con normas ritualizadas de gente con gorros, guantes y delantales blancos, que ponen en evidencia la profunda distancia entre el niño y el personal de salud.

La tecnología ha avasallado el intento de humanizar la medicina que venimos proponiendo desde hace más de tres décadas en nuestro trabajo en estos temas- Ante la excusa de cuidarnos del SIDA no nos debemos olvidar de la tuberculosis, la lepra y otros males pandémicos que azotaron previamente a la humanidad. En un hospital de hoy un niño que padece de meningitis tuberculosa, es un niño con una enfermedad generada por carencia biológica, psicológica y social. Este tipo de patología la padece los niños pobres y abandonados .Quizá por eso se habla poco de ello.

Veamos un ejemplo que nos permita comprender con claridad estos temas que desarrollamos: en una maternidad del conglomerado urbano bonaerense, permanece en terapia intensiva un niño abandonado. El equipo trabaja bien técnicamente, logrando aislar al neumococo causante de la neumonía que lo aqueja. Se lo medica con antibióticos específicos, por lo tanto la infección pulmonar cede, pero el niño no se recupera. Aparece otro foco de infección o re-infección en el riñón y se genera una grave infección urinaria. Se cambian los antibióticos pero el niño hace una sepsis generalizada y fallece.

Esto nos demuestra una preocupación médica centrada en la infección, pero no se pudo atender las necesidades afectivas del lactante, a quien lo vence la muerte , por carecer de defensas psicológicas que estimulen su pulsión de vida.

Cuando suceden estas cosas, nos decimos siempre que el personal está sobrecargado de trabajo, que están mal remunerados, que están estresados corriendo de un trabajo a otro para poder sobrevivir y otras explicaciones justificadoras. Sin embargo, el derrumbe afectivo y la profunda depresión que sobreviene cuando muere un niño, dan cuenta de la falta de recurso y de información al respecto en los equipos de salud pediátrica. Este tema los hemos desarrollado a profundidad e el libro que publicamos juntos.

Es frecuente que ante graves infecciones hospitalarias en salas de puerperio, los niños que están internados conjuntamente con sus madres, no se infecten y se recuperen pronto. Esto contrasta con los niños internados solos, los que se contagian rápidamente y presentan cuadros graves y hasta mortales. Pasteur ya decía que » lo que importa es el terreno y no los gérmenes». Lástima que sus discípulos hicieron todo lo contrario, jerarquizando las bacterias por sobre la persona del paciente.

A pesar de que varias generaciones de médicos occidentales ya han comprendido y aceptado que » no hay enfermedades sino enfermos», sin embargo les cuesta entender a muchos de ellos que a pesar de decir que» se debe considerar a los factores emocionales «, sólo se quedan en la frase hecha.

En la rutina hospitalaria todo está normatizado. Esto tiene sus ventajas, pero su mal uso trae aparejado grandes inconvenientes. Los niños entran en una maquinaria que transita distribuyendo medicamentos, aplicando técnicas, higienizando cuerpos a horario pero con la subjetividad ignorada.

El Dr. Florencio Escardó decía cincuenta años atrás, que los grandes centros hospitalarios son como lugares elefantiásicos. Lo que en realidad se necesita son pequeños hospitales, cercanos a todos, en cada barrio, en cada ciudad o pueblo, para asistir los problemas que son el 90 % de las consultas, como las diarreas infantiles, los procesos bronco-pulmonares y los problemas de piel. Esto constituyó la filosofía esencial del documento de los años setenta de Alma Ata en Atención Primaria de la Salud.

Segundo:
Este estadio en la distrofia del niño internado – abandonado, es la detención de la maduración. Se para el proceso de crecimiento y desarrollo, produciéndose un retroceso de los logros alcanzados: no aumenta de peso ni de talla, no aumenta la circunferencia cefálica y la torácica. El pequeño muestra además una marcada indiferencia y ausencia de respuesta a los estímulos externos. Esta etapa se entremezcla con la anterior, alternándose infecciones con retrasos madurativos.

Tercero:
Es el período del desequilibrio psíquico, cuando el tiempo de internación ha superado varios meses. Este deterioro se pone de manifiesto por una disminución de la percepción ausencia de expresión facial , falta de iniciativa y desaparición de respuesta a estímulos externos. El pequeño permanece en la cama , adelgazándose , desnutrido, sin moverse. Parece más muerto que vivo. A su lado la soledad, la falta del amor materno o de otro familiar. Nadie que lo acaricie, le hable, le acompañe y le infunda deseo de vivir.

En los últimos tiempos se han puesto en crisis todos los logros, sumidos en normatizaciones cerradas por temor a los juicios de mala praxis, suprimen todo cambio que no sea la letra escrita (muerta) de las normas hospitalarias. Con el estricto cumplimiento de éstas, se logra que el niño quede encajonado – estructurado dentro de un sistema, del cual tampoco el médico puede salir. Son aquellos que afirman «los padres interfieren». Esta postura de exclusión y descalificación a los padres del niño, es producto de sus problemas subjetivos, reforzados por el continuo contacto con la muerte infantil, sin posibilidad de espacios terapéuticos para elaborarlas, pertrechados en una omnipotencia que las escuelas universitarias de medicina se encargan bien de estimular.

Aunque las enfermeras supongan que ocupan un rol maternal, cada turno posee un código diferente y el niño termina replegándose sobre sí mismo, porque no lo comprenden ni comprende a cada mujer, llegando con frecuencia cuadros de autismo.

En nuestros desarrollos sobre el tema de la intimidad madre bebé, desde comienzos de los años setenta y en nuestros los últimos trabajos publicados, destacamos la importancia del contacto piel a piel entre ellos, que es sustento además del concepto de la ternura.

Esto pone de manifiesto las necesidades del feto y las del recién nacido. Basándonos en las ideas de interogestación y exterogestación desarrolladas por Florencio Escardo, sabemos que el contacto útero piel del ser que se desarrolla en el útero, es una fuente de estímulos que luego será necesaria y esencial al producirse el nacimiento. La madre que contiene en un su regazo al hijo pequeño, que lo acaricia, lo arrulla, lo besa y le habla al oído, le está brindando amor, pero además una fuente de estímulos para los filetes nerviosos y los capilares sanguíneos. Esta fuente de estimulación es la que garantiza la iniciación de la respiración pulmonar en el recién salido el cuerpo materno, calmando su primera necesidad: la de oxígeno.

En nuestro trabajo con parejas que esperan hijos, este tema es desarrollado ampliamente, porque es necesario darles el conocimiento acerca de las razones integrales del comportamiento amoroso entre la madre y el bebé, que garantizan no sólo su estabilidad psíquica y su futura salud mental, sino patologías graves como la muerte súbita el lactante, precisamente como consecuencia de la falta de estimulación para respirar.

Todo esto anteriormente lo habían desarrollado ampliamente Desmond Morris, en su obra acerca del “contacto íntimo”, donde sienta las bases de la calidad del amor de la madre como fuente de la calidad del amor adulto .Por su parte José Luis Restrepo en su conocido texto acerca del derecho humano a la ternura, diferencia la calidad del uso del tacto, entre el contacto y el agarre, que implica el primero reconocimiento del otro como diferente en ato el segundo es intento de poseerlo para sí.

Esta cualidad de lo contactable, es muy importante por la calidad del vinculo a establecerse entre la madre y su niño. No basta con tocar sino como, porqué, para quien y quien lo hace, en relación con sus deseos inconscientes. Es poco serio a nuestro criterio, el intentar sustituir el natural y espontáneo contacto amoroso del embeleso entre la mamá y su niño, con diseños conductistas como proponen algunos autores.

En los últimos años Catherine Doltó, hija menor de la doctora Françoise Doltó, luego de pasar por la el teatro, incursionó en la pediatría y desarrolló conceptos relacionados al contacto bajo el nombre de Haptomanía (de hapto: contacto). Se basó en una psicoterapia de la afectividad, creada por Franz Veldman. Ella pretende darle calidad de ciencia a esta estrategia metodológica y hasta inclusive propone situarle como superadora del Psicoanálisis, al que tanto enriquecieran los aportes de su madre, uno de los aportes más brillantes en el tema de la infancia y adolescencia.

Los niños pequeños son quienes más dramáticamente pasan por los tres estados descriptos, pues son más dependientes de la función materna y paterna. Los investigadores Ciondon y Sanders realizaron en los años setenta una interesante observación: los niños recién nacidos respondían al lenguaje materno (sea cual fuera el lenguaje original), de manera rítmica y sincronizada en la acción, porque la madre lo contiene en su cuerpo, habla con ritmos propios que el niño percibe, con una cierta cadencia que queda inscripta en la memorial corporal. Se trata de una inscripción corporal que se pierde por el abandono matero.

Este lenguaje que se ha hecho carne en el cuerpo, al desprenderse del útero y luego del regazo de la madre al abandonarlo, lo instala como permaneciendo en el vacío, sin poder de discriminación. La ausencia de otro único regazo maternal, que le brinde nuevos códigos de ritmos sincronizados (por la institucionalización), será fatal para el desarrollo de ese niño. Por esto reforzamos nuestra recomendación conjunta, de médico pediatra y psicóloga, a las madres adoptantes, para que establezcan un acordonamiento afectivo con sus niños, para que el recién llegado a sus vidas.

Frente al inmenso dolor del abandono, felizmente existe lo impredecible en el devenir del sujeto y si bien hay probabilidades pero no certezas, el psiquismo humano tiene el poder de la metabolización, renegociación y transformación reparadora. El Yo es su propio biógrafo y si se apuntalan y fortalecen sus contornos, con medidas de diverso orden (como la adopción bien abordada), es posible que pese a tanto padecimiento y a todas sus consecuencias, podamos sumergirnos en un baño de esperanza.

Lic. Mirta Videla
Dr. Alberto Grieco

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