El punto de vista del niño adoptado
Pensamos habitualmente en la adopción como una forma alternativa de ser padres. Pero en realidad la adopción es una forma alternativa para que un niño desamparado tenga una familia. Cambiar el foco de atención hacia el niño adoptado es fundamental si queremos entender cuáles son sus necesidades.
La adopción la deciden los adultos: las instituciones que dan el niño en adopción y los padres que deciden adoptar. Es evidente que todo se hace por el bien del niño, pero de todo esto él no sabe nada ni participa en la decisión: se la encuentra de golpe. Esto ha de ser así, es evidente, pero no por eso tenemos que menospreciar la tremenda impresión que esta situación le puede producir en un primer momento.
La separación
El niño dado en adopción ha sufrido por lo menos una separación: la del abandono o la de la muerte de sus padres biológicos. A este se suele sumar otras muchas (cambios de cuidadores, de compañeros, de orfanato incluso…). La adopción es otra más: al niño, sin que este sepa por qué, se le separa de pronto de las personas a las que conoce y se ha de ir con unos absolutos desconocidos. Todo su mundo se desmorona de nuevo y el cambio le parece aterrador. Imaginémonos por un momento en una situación similar. Solo poniéndonos en su piel seremos capaces de entender muchas de sus reacciones posteriores.
Las rutinas
En una institución, la vida está marcada por unas reglas más fijas que en una familia: horarios inamovibles, comidas monótonas, actividades rutinarias… Esto también sufre cambios sustanciales, especialmente al principio, con lo que el niño deja de saber a qué atenerse y deja de tener a qué agarrarse. Establecer unas rutinas sencillas, adaptando la vida familiar a estas, le pueden ayudar a no sentirse tan desorientado, especialmente en los primeros meses.
Los estímulos
Un niño que ha vivido siempre en un orfanato puede no haber visto jamás un coche, un animal doméstico o un tobogán. La decoración de su entorno cotidiano es monótona, neutra. Ha recibido pocos estímulos, por lo que incluso puede presentar retrasos madurativos. De pronto, se encuentra en un nuevo entorno en el que todo parece estar pensado para estimularle de golpe: imágenes, colores estridentes, ruídos, luces, juguetes, actividades frenéticas… Pongamos el freno y démosle su tiempo para que vaya asimilándolo todo poco a poco.
El factor de la edad del niño
Cuanto más pequeño es el niño en el momento de la adopción, menos entiende qué es lo que está pasando, con lo que el estrés suele ser incluso mayor. A menudo creemos que un niño adoptado de bebé va a acostumbrarse más pronto a su nuevo entorno, pero esto no siempre es así: un niño algo más mayor es capaz de darse cuenta de qué es lo que ocurre e incluso de desearlo, y es más capaz de dominar sus emociones y su estrés. La «mochila» que lleva a sus espaldas es seguramente más pesada, pero le pueden ayudar en gran medida a sobrellevarla su comprensión de la situación, su actitud positiva ante ella, su motivación y su madurez.
Pepa Simón