Cambia la imagen del desamparo

Aumenta el número de menores acogidos de familias de clase media-alta – Las organizaciones implicadas reclaman una mayor sensibilización social

La fotografía de las familias de los menores acogidos por desatención está cambiando en el País Vasco. Lejos del tópico de las familias desestructuradas, de clase baja o marginales, crece el número de casos de padres de clase media-alta que pierden a sus hijos o los entregan por abandono físico y emocional. Son familias integradas en la sociedad que pasan totalmente desapercibidas. «Muchas se muestran reticentes a recibir ayuda para ejercer con responsabilidad la tarea de ser padres. Son parejas que no se habitúan a la pérdida de independencia y al ritmo de vida que están acostumbrados a llevar y perciben los hijos como una carga», explica José Ignacio Insausti, director de Política Social de la Diputación de Guipúzcoa.

El sistema de protección que atiende la franja de edad de entre 0 y 18 años prioriza los casos de los menores de 12 años por su especial vulnerabilidad y porque en una familia de acogida pueden encontrar el bienestar para desarrollarse y superar los los conflictos vividos con sus padres biológicos. Guipúzcoa lleva años recomendando, sobre todo, la acogida familiar en los casos de niños de 0 a 6 años.

Las situaciones de desprotección de menores de un año se han disparado un 208%, con un total de 40 casos en 2010. La Diputación atribuye este aumento a los mecanismos puestos en marcha para descubrir de forma temprana los casos de desatención y a la mayor coordinación entre Sanidad, Educación, otras instituciones, e incluso la Ertzaintza. Guipúzcoa suma actualmente 64 menores de 12 años acogidos en centros bajo la fórmula de urgencia residencial de los que la mitad no llegan a seis años.

Cada vez hay más vecinos o parientes que ya no se callan cuando ven casos de desamparo. La mayoría de las veces se da un abandono emocional o físico, o malos tratos. «Cuando estos niños llegan a las familias se suele percibir que viven en la soledad, en el miedo», indica Insausti.

Con todo, no resulta suficiente. Las organizaciones que trabajan en este ámbito piden una mayor implicación social para descubrir los casos de maltrato y abandono y una mayor sensibilización. «Los niños no tienen capacidad de reivindicar sus derechos. La sociedad mira mucho para otro lado porque es una realidad muy dura, sobre todo en personas que reproducen de adultas conductas que han vivido», señalan fuentes forales. El maltrato emocional entre menores se dio en un 30% de casos analizados, el abandono físico en un 31% y los abusos sexuales en el seno de la familia en un 11%, según los datos de 2010.

Guipúzcoa cuenta hoy en día con 209 familias de acogida y 266 niños protegidos. Aún quedan otros 36 que necesitan un hogar. Tanto la Diputación como los Ayuntamientos trabajan en coordinación con equipos técnicos para asesorar a las familias de acogida.

La profesionalización del acogimiento se encuentra muy avanzada en este territorio, donde 13 personas cobran unos 1.600 euros mensuales por dar un hogar a menores. Se pretende que uno de los miembros de estas familias tenga una cualificación especializada, una titulación vinculada a las Ciencias Humanas. En otra opción no se requiere una titulación, pero sí dedicación y formación para la acogida especial en casos de urgencia. El sueldo se eleva entonces a los 1.200 euros al mes.

Responsables de Beroa, la asociación de familias de acogida de Guipúzcoa, destacan que «el objetivo es que se vaya normalizando la idea de que haya niños que tienen dos madres, como ocurre con estos menores, que a veces resulta difícil de admitir. A los mismos niños les cuesta, porque creen que si quieren a la familia que les acoge están traicionando a sus familias de origen, pero entienden que es compatible tener una madre biológica a la quieren y unos padres que les cuidan».

Complejas relaciones con los padres biológicos

Javier Goñi preside Beroa, la asociación de familias de acogida de Guipúzcoa, una entidad que funciona desde 1999, y personalmente lleva 13 años dando ejemplo con tres niños acogidos en su familia.

Hace más de una década, Goñi y su esposa decidieron acoger a una niña de dos años cuya madre biológica sufría una minusvalía que le impedía hacerse cargo de la pequeña. Ya tenían seis hijos de anteriores matrimonios y quisieron aumentar la prole acogiendo hace seis años a dos hermanos que hoy tienen 8 y 10 años. «¿Qué mueve a una persona a acoger un niño?», se pregunta Goñi. «Las motivaciones son distintas a la adopción, donde miras más la necesidad de tener hijos. En la acogida te mueve la solidaridad, el ver que esos niños están retirados de la custodia de sus padres y que están en una institución mientras podrían estar en una familia, y te animas a dar el paso», indica.

Las relaciones con las familias biológicas suelen ser distantes e incluso tirantes en muchas ocasiones. A muchas parejas les cuesta asumir que sus hijos convivan con una familia ajena. «En nuestro caso nos vemos, nos saludamos cortesmente, pero tampoco tenemos mucho trato con ellos», explica Goñi.

El objetivo de la Diputación guipuzcoana es procurar que las familias biológicas se reestructuren para poder recuperar a sus hijos, pero el tiempo corre en contra. Los especialistas recomiendan que el retorno se realice en un plazo breve, aunque no está definido. «No pueden pasar muchos años y luego pedir que se devuelva el niño, porque suele ser complicado», señala el presidente de Beroa.

Otro caso complicado es el de las llamadas «madres abandónicas». Se trata de mujeres incapaces de relacionarse con sus hijos, a los que no pueden atender correctamente ni consiguen recuperar una vez pasan los años. «En muchos casos se trata de personas que han sido abandonadas en su infancia y reproducen modelos de conducta», asegura la asociación.

Goñi concluye a partir de su experiencia que a los menores acogidos les cuesta entender su situación. «Cuando hay roces idealizan a la familia biológica», dice. Y concluye: «Te echan en cara que su verdadera madre se comportaría de otra forma, pero con el tiempo se dan cuenta de que muchas veces se consienten cosas por no molestarse en poner normas y se dan cuenta de que, si les quieres, les tienes que poner limites. Así comprenden la incapacidad de sus popios padres de atenderles».

Isabel Landa

elpais.com

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