Tengo derecho a una familia
Pocas actitudes humanas son más nobles que la adopción. Sin embargo, los adoptantes prefieren bebés y son muy pocos los casos de adopción de niños que tengan más de 5 años.
La mayoría de las parejas que quieren adoptar sueña con un bebé; con un niño que no haya pasado por otras manos; un bebé al que se lo pueda moldear a gusto. Sin embargo, la realidad –infinidad de razones lo confirman– suele ser muy diferente.
Los expertos en adopción sostienen que los adoptantes tienen que haber elaborado previamente la dificultad o la infertilidad; tienen que haber elaborado el duelo del bebé propio. Es así para que puedan conectarse con ese niño que va a ocupar el lugar de hijo en el deseo, y que no va a reemplazar al hijo biológico; se le tiene que dar el lugar de hijo que viene por la vía de la adopción.
Cuando se adopta un niño, se lo adopta con su historia; esa historia le pertenece y no puede ser negada.
La confirmación de los números.
Las cifras son más que elocuentes: de 3.276 inscriptos en el Registro Único de Adopciones de Córdoba (RUA), el 85 por ciento lo hizo en el subregistro 1, que va de 0 a 1 año. La mayoría de las personas quieren adoptar bebés.
Si se compara este porcentaje con el del subregistro 4, que es de chicos de 5 a 10 años, vemos que el porcentaje cae a 9,5 por ciento.
¿Cuáles son las razones de este fenómeno? Hay causas de distinta índole.
“Se hace más complicado con los niños de 2 años o más porque existe ese mito de quererlos prácticamente sin que hayan pasado por otras manos”, asegura el juez de Menores de Córdoba Jorge Luis Carranza.
Patricia García, psicóloga y psicopedagoga, jefa del Servicio de Adopción del Poder Judicial, expresa: “Que el 85 por ciento se inscriba para adoptar bebés es una gran preocupación para nosotros, porque consideramos que todos los chicos tienen derecho a una familia, no sólo los de 0 a 1 año sino también niñitos mayores que obviamente tienen historias distintas; historias de abusos, de maltrato, de abandono. Es fundamental resaltar lo importante que es para estos niños tener una familia”.
Otro dato que se desprende de estas cifras es la cantidad de parejas que espera poder adoptar si se compara con los niños que son adoptados.
“En 2009, hubo 235 niños en guarda con fines de adopción; 150, fueron con adopción plena, y 16, con adopción simple”, informa la jefa del Servicio de Adopciones.
Aquí se observa que la diferencia entre la suma de los 150 más los 16, hasta llegar a los 235, es de 69 niños. Éstas son cesiones directas, es decir que no son de personas que se anotaron en el RUA. Las criaturas van a parar a familias adoptivas por medio de la cesión directa acordada anticipadamente. Es decir, es un arreglo entre la embarazada y los adoptantes. Se gestiona legalmente la guarda civil en los Tribunales de Familia.
Ante nuestra solicitud, Patricia García también nos informó sobre las adopciones hasta principios de noviembre de 2010: “De 172 niños en guarda con fines de adopción, hubo seis con adopción simple y 82 con adopción plena. Las cifras que les doy pertenecen a toda la provincia de Córdoba”.
También en este caso se advierte que hay una gran diferencia en números, y es que hubo 84 que fueron adopciones por cesión directa.
Es importante aclarar que en la adopción plena se cortan los lazos de sangre; mientras que en la adopción simple, el niño puede llevar el apellido de la progenitora y del adoptante.
El último recurso.
Los datos que nos aportan Carranza y García nos sumergen en un tema por demás sensible y espinoso: ¿qué sucede con los niños que han tenido que ser separados de sus familias de origen?
Los que tienen más de 5 años son alojados en institutos; los menores de esa edad son dados en custodia a familias en el marco de planes que instrumenta el Estado.
En muchas oportunidades la realidad nos demuestra que lo que dice la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño está muy lejos de la realidad: “… el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de una familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión”.
“La institucionalización debe ser el último recurso al que se debe apelar, y tendría que durar el menor tiempo posible. Se realiza, en pocas palabras, para que al niño no lo maten o no lo sigan violando”, afirma el juez de Menores Carranza.
No pocos son los que sostienen que una de las trabas para la adopción es la legislación sobre patria potestad. Ante esta situación el juez Carranza explica: “Si bien se mantiene la patria potestad mientras los progenitores visiten al niño dos veces al año, hay que considerar cada caso en particular. Ésta no es una condición sine qua non. El juez debe tener en cuenta si el niño está dañado por la falta de contacto y también contemplar los motivos que han llevado a los padres a no tener contacto con él, que pueden ser, por ejemplo, cuestiones de pobreza. O evaluar si verdaderamente existe desinterés”.
Y enfatiza: “En estas situaciones no se debe caer en una cuestión dogmática, hay que observar cada situación, porque no hay que perder de vista el interés superior del niño. El juez está habilitado frente a determinados casos a declarar el estado de desamparo y preadoptabilidad, y esto es lo que va a permitir, luego de esa resolución, que el matrimonio al que sea entregado en guarda el niño pueda solicitar la adopción. El desamparo y preadoptabilidad habilita al juez de Familia, en este caso, a poder realizar la adopción y no citarlo al padre. Hilando fino, hay un vacío legal, lo que tendría que hacerse es que una vez declarado el desamparo familiar, se remita al asesor de Familia para que pida la privación de la patria potestad. Esto es lo que no se hace nunca, se manda directamente a la gente que vaya con la guarda preadoptiva e inician la adopción”.
De acuerdo con la interpretación de Carranza, lo de las dos visitas al año no puede inhibir la resolución de una situación. Porque la misma norma del Código Civil dice: “Cuando existan esas dos visitas dos veces al año”, pero después afirma: “Cuando el desamparo surja como evidente, manifiesto y continuo, el juez debe declarar el desamparo”.
El juez de Menores agrega: “Además, no es lo mismo para un niño de 3 años ver a sus padres dos o tres veces, que un bebé no sea visitado o lo sea dos veces al año. Porque la necesidad de inmediatez que existe en un bebé es indudable”.
La revinculación.
Desde diciembre de 2007, existe un programa impulsado por la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia que trabaja con familias transitorias.
Consultada Raquel Krawchik, quien está a cargo de la secretaría, explicó: “Lo que nosotros estamos discutiendo y tratando de llegar a que se entienda es que hay que trabajar para la revinculación familiar. En el imaginario popular, está bastante arraigado esto de que les hacemos un favor a los chicos si se crían en una familia que no sea pobre. Cuántas veces escuchamos decir: ‘Mirá qué suerte que tuvo ese chico con la familia en que está’. Nosotros hemos tenido una fuerte experiencia en la revinculación con familias de origen.
Llevamos unos 600 chicos revinculados, con seguimiento de las familias. Ante una situación de abandono y de ausencia de familiares y ante una soledad absoluta del niño, claro que es una suerte que lo reciba una familia que lo quiera”.
Respecto de los bebés, Krawchik afirma: “La primera decisión que tomé personalmente fue cerrar institutos que tengan bebés. No se puede tener bebés institucionalizados. Es impensable, iatrogénico, malsano, que niños de menos de 5 años estén en un instituto, porque no se les genera un comportamiento de apego”.
En el mismo sentido, el juez Carranza considera: “Lo ideal son las familias transitorias, como el Programa Familias para Familias. Eso permite a los jueces que, mientras resolvemos la situación jurídica del niño, este se encuentre en un ámbito que no sea un instituto”.
¿Qué pasa cuando se crean lazos afectivos entre el niño y esa familia?
Carranza explica: “Hay que concientizar, porque no es fácil ser una familia transitoria, ya que es pedirle a alguien que le dé cariño pero, al mismo tiempo, que no se encariñe demasiado. Por eso mismo tenemos que resolver la situación ni muy temprano ni muy tarde. Por un lado, hay que ver qué pasó con los padres de esa criatura, pero no podemos demorar demasiado para que luego el niño no registre una nueva pérdida. También hay que tener en cuenta que las familias deben estar preparadas porque después, cuando se entrega el niño, lo viven como un duelo muy grande. Es un tema muy, muy delicado”.
En coincidencia con este concepto, Krawchik considera: “No me gusta la familia de acogimiento por mucho tiempo, porque el chico genera un vínculo. Ya perdió a sus papás y después sufriría otro abandono… Hay que trabajar fuertemente para que no suceda eso”.
La secretaria de Niñez, Adolescencia y Familia quiso aclarar: “Nosotros no tenemos competencia en temas de adopción, pero habría que realizar campañas para que se entienda qué significa adoptar a un niño. En el 99 por ciento de los casos es una pareja que no puede engendrar biológicamente y tiene fuertes expectativas de paternidad. Entonces, siempre la mirada está puesta en el deseo del adulto. De ahí que la tendencia a buscar bebés es un poco cumplir con la fantasía de hacer de cuenta que es de uno. Es comprensible, pero también modificable con psicoeducación, con información, con trabajo social”.
Expectativas vs. realidad.
No tendrían que existir los institutos; ningún niño merece crecer fuera de una familia”, asegura el presidente de la institución sin fines de lucro Fundación Sierra Dorada, Julio Laciar.
Esta fundación realiza acompañamientos que resultan en la adopción de adolescentes. Consultadas la psicóloga María Soledad Romero y la trabajadora social Celina Olaz, integrantes del equipo psicosocial de Sierra Dorada, nos informaron: “Hemos acompañado pocos casos de bebés, por una decisión que fue tomada al hacer una lectura de la realidad sobre una población que no era tenida en cuenta: los niños mayores discriminados por su edad”.
Tanto Romero como Olaz sostienen que las experiencias de familias que han restituido a los niños (o sea que han fracasado en la situación de preadoptabilidad y que han devuelto las criaturas al instituto) se explican por las expectativas de dichas familias que, obviamente, no tenían nada que ver con la realidad del niño.
“Cuando investigamos los motivos por los que habían sido restituidos había diferentes razones, como, por ejemplo, que las criaturas hacían crisis o que, respecto al estudio, esperaban un escolar casi perfecto. Pero básicamente porque no coincidían con las expectativas de la familia.
Es que son niños con historia de vida compleja, no sufren patologías graves, pero han sufrido maltrato, abandono. Los adoptantes que pueden sobreponerse a esas crisis son los que ponen el cuerpo y el alma, son los que buscan ayuda. Algunas familias se consideran omnipotentes… y de la omnipotencia pasan a la impotencia”, agregan estas profesionales.
¿Cómo se revierten, o cómo se evitan, estas situaciones?
“Los fracasos se deben a la falta de información y de preparación. Hay prejuicios respecto de estos chicos que son carecientes. Lo que hacemos en los talleres de Sierra Dorada es trabajar para desmitificar, para desarmar esas representaciones que son tan comunes en la sociedad. Se puede, pero con esfuerzo; con el acompañamiento de las familias; no es posible llegar a buen puerto sin el seguimiento de cada caso. Y esto es lo que en muchísimas oportunidades no se hace: acompañamiento y seguimiento; de ahí, los fracasos”.
En síntesis, la figura de la adopción no se creó para solucionar problemas de infertilidad o de otra índole que sufre una pareja o una persona sola, sino para dar solución, protección y calidad de vida a niños desamparados por su familia o que malviven en los institutos. Todos y cada uno de ellos merecen y necesitan una familia.
Ana Mariani
La voz