Las tramas de adopciones ilegales ‘exportaban’ bebés al extranjero
Las redes de adopciones irregulares que operaron hasta 1987 actuaban sobre todo en España, pero también lo hicieron fuera. Diversos testimonios e investigaciones indican que extendían sus tentáculos a otros países
Los bebés se compraban, se vendían… y se exportaban. La investigación llevada a cabo por EL PAÍS ha permitido descubrir que la fama de las monjas y médicos que integraban las tramas de robo, venta y adopciones irregulares de niños atrajo a España a matrimonios de otros países (EE UU, México, Guatemala, Venezuela…) que no podían tener hijos. Así lo hicieron Roswitha Huber, natural de Hollabrunn (Austria) y Roland Edward Ryder, de Seymore, Texas (EE UU). El hijo al que recogieron en la clínica San Ramón de Málaga, Randy, lleva 10 años buscando a su madre biológica. Esta es su historia.
«Nací el 8 de junio de 1971 en el sanatorio San Ramón de Málaga. En 1998 mi padre me dijo que habían pagado 5.000 dólares por mí y que habían seleccionado ‘al mejor niño de todos los que había», relata Randy Ryder desde Austin (Tejas), donde vive en la actualidad.
Toda la documentación oficial de Randy asegura que es hijo biológico de Randolph-Edward Ryder y Roswitha Huber. Pero Randy sabe que no es así. Que eso es falso. Roswitha no podía tener hijos. Nunca estuvo embarazada.
«Mi madre adoptiva era alcohólica. Recuerdo que cuando era pequeño, solía deprimirse y beber. Cuando estaba ebria me decía que me había cogido de una mujer en España llamada Inés Holm. Otras veces me decía que mi madre vivía en España, pero que había nacido en Sudáfrica… Nunca le hice mucho caso, porque cuando yo le preguntaba a mi padre [adoptivo] él solía decirme que no la creyera, que se volvía loca cuando bebía. Incluso ella me lo negaba después, cuando estaba sobria…».
Randy prosigue: «En 1998, cuando fui a ver a mi familia materna a Austria para que conociera a mi hijo, mi abuela me soltó: ‘Tú no eres de mi sangre. Eres adoptado’. Llamé inmediatamente a mi madre y discutimos durante horas hasta que al final me confesó que yo no era su hijo. Después llamé a mi padre, entonces ya llevaban 25 años divorciados, y él me confesó: ‘Randy, seleccionamos al mejor de todos los niños que había’. Mi padre también me contó que él no había participado mucho en el proceso de adopción, solo a la hora de pagar, y que incluso sabía cómo era mi padre biológico porque le dijeron que era un extranjero que trabajaba en un bar de Málaga y fue a ver cómo era físicamente».
No era su hijo, pero Roland Ryder y Roswitha Huber lo inscribieron como tal. Randy Ryder es un niño apropiado. Su madre biológica no figura para nada en toda su documentación oficial. «Según los datos obrantes en este Registro Civil, Randolph-Edward Ryder Huber no ha sido nunca adoptado y su madre biológica sería la que figura en la inscripción de nacimiento, doña Roswitha Huber, como así consta igualmente en el parte del facultativo que asistió al nacimiento, el doctor don Manuel Muñoz Nieto», se lee en un oficio que la juez María Dolores Moreno envió en 1999 al Consulado General de España en Houston respondiendo a la solicitud de Ryder.
El doctor Muñoz Nieto aún ejerce en Málaga. «Yo no hice el seguimiento del embarazo de esa mujer. Me llamaron del sanatorio porque su médico no podía atender el parto. Y fui. No ir hubiera sido denegación de auxilio», explicó ayer a EL PAÍS. «No hablé con ella. Cuando llegué, el anestesista la durmió enseguida. ¿Que por qué puse aquel nombre en el parte? Porque fue el que me dijeron que pusiera en el sanatorio, el que figuraba en su ficha de ingreso. Yo no vi ningún pasaporte. Podía ser extranjera o no. Todo esto ocurrió hace 40 años, no recuerdo cómo era». El doctor Muñoz firmó el parte facultativo tres días después del parto.
Randy va a presentar una denuncia en la Fiscalía de Málaga para intentar averiguar la verdad. Sus padres adoptivos, que en su día no quisieron darle más información, ya han muerto.
«Creo que para ellos era una cuestión de orgullo. Nunca tuvimos una buena relación», admite Randy. «Nos quedamos a vivir en Las Palmas por el trabajo de mi padre, que trabajaba en la industria petrolífera en África, hasta diciembre de 1971. En ese año nos mudamos a Malta. Dos años después, en 1973, mis padres se divorciaron y yo me fui a vivir con mi madre a Viena. Como mi madre bebía mucho, los servicios sociales me llevaron a una casa de acogida cuando tenía 11 años. Intentaron entregarme en adopción otra vez, pero mi padre vino a rescatarme».
Randy asegura que no ha podido olvidar el nombre de Inés Holm, aunque sabe que quizás es una invención de su madre adoptiva. «Tengo miles de preguntas: Si mis padres adoptivos llegaron a conocer a mi madre, quién se quedó aquellos 5.000 dólares… Me pregunto si yo también soy una vida robada».
NATALIA JUNQUERA / JESÚS DUVA
El País