El sillón de pensar y el cuarto oscuro es lo mismo
Carlos González no necesita presentación, al menos para los miles de padres que han leído sus libros con la esperanza de hacer que la crianza de sus hijos sea aún más placentera. Es autor de títulos de culto como ‘Mi niño no me come’, ‘Bésame mucho’, ‘Entre tu pediatra y tú’ y ‘En defensa de las vacunas’.
¿Qué hace un pediatra hablando de los niños y la literatura?
No quise alargar demasiado el título pero sería en realidad la visión del niño en la literatura inglesa del siglo XIX. Es un tema que me interesa mucho porque esa literatura es maravillosa y porque me gusta mucho la manera que tienen de abordar la crianza y educación de los niños, así como la importancia que le conceden a sus sentimientos y acciones.
¿En qué tipo de libros se ha fijado?
En unos cuantos de Dickens, las hermanas Brontë, Jane Austen o George Elliot.
¿Qué ha encontrado?
De entrada he visto que le dan gran importancia a la infancia. Son libros en los que aparecen niños y que incluso cuando la historia que se cuenta es la de un adulto, comienza muchas veces en su primerísima infancia. Los autores eran muy conscientes de que para que el público entendiera cómo se comporta ese adulto, qué siente y piensa, hay que explicar su infancia.
Eran conscientes de que los adultos también han sido niños, cosa que parece olvidada hoy en día.
Es muy característico. Ahora hay muchos libros sobre cómo conseguir que un niño se duerma y también sobre cómo lograr que se duerma un adulto con insomnio. Cualquier libro que pretenda abordar el insomnio del adulto te hablará de si está preocupado, si está estresado o si puede oír música relajante. En cambio, en un libro sobre el presunto insomnio infantil no te hablan de todo eso, simplemente te dicen que los niños te están tomando el pelo, les importa un pepino si están estresados o no.
En ‘Tiempos difíciles’, de Dickens, se critica un sistema educativo basado en hechos y en el que se destierra la imaginación.
Y más que los hechos se critica la arrogancia con la que el maestro está intentando imponerlos. De ‘Tiempos difíciles’ me gusta el tema del perdón, que quizás es más evidente todavía en ‘La tienda de antigüedades’ y ‘La pequeña Dorrit’. En esas tres novelas salen niños que perdonan completamente a los adultos sin preguntarse nada. Hoy en día no se habla de otra cosa que de castigo y venganza, porque el castigo es venganza, no nos equivoquemos. Puedo disfrazarlo, pero el sillón de pensar y el cuarto oscuro es lo mismo.
Al castigo se le llama a veces poner límites.
Los límites son otra cosa y no necesitan en absoluto castigo. Por ejemplo, yo tengo un límite clarísimo en mi casa, que es que no se puede incendiarla. Lo he mantenido a rajatabla y ninguno de mis hijos la ha incendiado jamás, pero no he necesitado castigarlos para conseguirlo. Los niños todavía no saben que algunas cosas no se pueden hacer pero no hay que castigarles por ello, lo que hay que hacer es informarles. ¿Cómo puede ser que haga falta castigar a un niño?
Mucha educación y pedagogía, pero cuando llegan a la adolescencia los hijos que antes nos miraban con admiración ahora lo hacen con indiferencia.
Es normal y no tan grave como parece. Leyendo literatura antigua una cosa curiosa es que no suelo ver explícitamente planteado el tema de la adolescencia o la creencia de que es conflictiva. Yo diría que hemos agravado la adolescencia por nuestra falta de contacto con los hijos pequeños. La relación afectiva se basa en las horas de mutua compañía, no es cierto aquello del tiempo de calidad porque no se puede hacer en dos horas lo que se hace en ocho. Los niños ya de entrada pasan mucho tiempo en el colegio, muchos pasan aún más horas porque se quedan a comer y otros aún más porque realizan actividades extraescolares. Luego se les envía a colonias, que aquí en Cataluña se les ha llamado convivencias, como dando a entender que tienen que aprender a convivir unos con otros. ¡Pero si es que están siete horas al día juntos!, ¡si con quien no conviven es con sus padres! No podemos pretender que niños de ocho o doce años pasen meses, días y horas separados de sus padres y que luego de pronto a los quince años tengan con ellos una relación maravillosa.
Los padres también olvidamos que hemos sido adolescentes.
Es una cosa que hay que tener muy presente; se comprende que uno se haya olvidado de cuando era un bebé, pero no te puedes olvidar de cuando tenías quince años, te tienes que acordar de lo que hacías a esa edad y qué sentías. Cuando tu hijo se va de casa dando un portazo tú también has hecho eso, ¿y no te acuerdas de lo que sentías tú? ¿De verdad crees que tres sábados sin salir o echar un discurso van a servir para algo?
¿Cuál es la alternativa a los tres sábados sin salir?
El cariño, el respeto, el preocuparse por los demás, lo mismo que haríamos con los adultos. Cuando tú ves a un amigo malhumorado no piensas que le tienes que reñir sino que le debe estar pasando algo.
¿A qué se debe la falta de contacto con los niños?
Hemos organizado un sistema económico que separa mucho a los hijos de los padres. Hasta hace no tanto tiempo los adultos eran artesanos o labradores y trabajaban al lado de su casa. Los niños estaban en el taller de carpintería, junto al telar o llevando a su padre al campo el agua y el bocadillo, pero ahora un niño no puede entrar en la fábrica o en la oficina. Por eso se hizo necesario crear instituciones donde los tengamos vigilados mientras nosotros trabajamos.
¿Estamos creando una generación de niños solos?
Yo creo que sí. Son cosas que no son agradables de oír, pero en Alemania solo va a la guardería un 6% de los niños y aquí estamos cerca del 80%. Yo escucho a madres que no trabajan pero que me dicen que están pensando en llevar a su hijo a la guardería porque les han dicho que de lo contrario el niño no hablará, no espabilará, no caminará. Madres que no trabajan dejan al niño en el comedor porque les han dicho que si no el niño no aprenderá a comer. Hemos llegado en España a una mentalidad en la que parece que fuera de la guardería no existe nada, y fuera de la guardería existe la familia.
¿Tiene algo que ver en esto la palabra socialización, muy repetida en el mundo educativo?
A la socialización se le ha dado una interpretación poco adecuada. Socialización significa entrar en la sociedad y relacionarse con ella, pero lo que se está haciendo con los pequeños es apartarlos de la sociedad. ¿Con quién se va a socializar un niño de año y medio en una guardería? ¿Qué va a aprender con otros diez niños de año y medio que apenas hablan y no les interesa relacionarse unos con otros? Un chaval que se queda en su casa está con adultos, parientes, ve vecinos o acompaña a sus padres a comprar el pan; eso sí que es socialización.
Ya no se ve en las calles a grupos de chavales de diferentes edades.
Cada vez hay menos oportunidades porque a los niños se les clasifica por edades.
Suena a cadena de producción.
Lo mismo ocurre con los mayores. Hace pocas semanas he visto una información que decía que en una residencia de ancianos las cuidadoras se habían encontrado con que no tenían con quién dejar a los niños y habían decidido llevarlos al trabajo. La noticia era lo bien que se lo estaban pasando los ancianos y los niños. Unos viejos contando cuentos y otros jugando al dominó con los chiquillos. Lo triste es que eso solo ocurra por circunstancias ajenas a nuestra voluntad.
¿Somos una generación de padres con complejo de culpa por la soledad de nuestros hijos?
Hay casos en que los padres, como en el fondo sienten que no han pasado el suficiente tiempo con sus hijos, lo intentan compensar comprándoles montones de juguetes, y eso contribuye al mito del malcriamiento porque luego coges en brazos a tu hijo y te dicen que lo estás malcriando. Pero una cosa es cogerte en brazos y jugar contigo y otra darte dinero y juguetes porque no te he cogido en brazos. Aparte de que puede haber casos concretos de culpabilidad, más que nada lo que hay es desconcierto, simple y llanamente padres que no han pasado suficiente tiempo con sus hijos como para sentirse seguros de su actitud como padres.
Para los padres separados que ven a sus hijos cada dos semanas este desconcierto será doble.
Quizá el mito del tiempo de calidad contribuye a que muchos de estos padres tengan a sus hijos atosigados; a lo mejor tu hijo lo único que quiere es jugar con los bloques de construcción mientras tú estás sentado tranquilamente leyendo el periódico, y si necesita algo ya te lo dirá. Algunos padres creen que su obligación es estar todo el rato encima de los niños, haciendo cosas y disimulando.
Se convierten en un parque de atracciones.
Es verdad, es el padre monitor de tiempo libre.
Que intenta que sus hijos no se aburran para ser un buen padre.
No dejamos aburrirse a los niños.
Aburrirse a veces está bien.
Recuerdo los aburrimientos épicos de mi infancia y lo pasaba pipa, nadie te molestaba, podías estar pensando en tus cosas, podías imaginar. Yo he llegado a la literatura inglesa del siglo XIX gracias a que me aburría tanto que acabé cogiendo los libros de mi padre.
JAVIER GUILLENEA