Un caso de adopción monoparental

Juan Sebastián De Zubiría rompió con el mito de que hay que casarse para poder adoptar, que los niños mayores son difíciles de acoger y que la educación actual es sinónimo de permisividad. Esta es la historia de un hombre soltero de 31 años que ha adoptado tres hijos y es mentor y padrino de otros tres.

Es, sin duda, una imagen fuera de lo común. Juan Sebastián De Zubiría, con su más de 1.80 de estatura y su pelo recogido en una cola de caballo, camina por un centro comercial cualquiera de la ciudad. A un lado van Juan Camilo, Ricardo y Laura. Sus hijos adoptados. Al otro, lo hacen Cristian, Daniel y Lady, los niños de los que es mentor y padrino. Y un poco más atrás está Samuel, de 18 años, amigo entrañable de Juan Sebastián y niñero oficial de toda la banda.

Hace mucho lo atropelló la visión de que iba a ser papá y de que su familia sería numerosa. La decisión, recuerda, no estaría supeditada al hecho de estar casado o tener una esposa. Así que se le adelantó al tiempo y a la fortuna y tomó las riendas de una paternidad voluntaria y deseada.

Sin embargo no ha descartado el matrimonio o los hijos propios; por el contrario, siguen estando presentes en su lista, no solo como deseo sino como ideal. Por eso cuando salta de la caja la pregunta básica que infiere el por qué adoptar en vez de concebir, Juan Sebastián asegura, enfático: «Yo estoy adoptando soltero pero el modelo óptimo de formación es complementario. El rol de mujer está más orientado al cuidado, a la protección; el de hombre, más a la exigencia, al cumplimiento de normas».

Y ríe al reconocer, que además y sin decirnos mentiras, no es fácil encontrar una pareja que hoy en día aspire a tener tantos hijos. Más cuando en Colombia los índices de hijos por mujer van a la baja (hoy se sitúan en 2,1 hijos por mujer) y los de divorcio al alza, con más del 50 por ciento de las parejas rotas antes de cumplir los tres primeros años de matrimonio.

Y con ese panorama enfrente y saltándose las estadísticas y los tabúes de una sociedad conservadora que, a pesar de todo, sitúa a Colombia como uno de los cinco países del mundo que permite la adopción de solteros, este hombre inteligente y aventurero se embarcó hace año y medio en el irreversible camino de ser papá.

Mis niños


Juan Camilo, Ricardo y Laura llegaron hace seis años al sistema de protección. Por su edad y por ser hermanos, hacían parte de los niños considerados en difícil condición de ser adoptados a pesar de que según cifras del ICBF en Colombia hay cerca de tres mil familias, tanto nacionales como extranjeras, en lista de espera para recibir a un niño de los cero a los siete años y más de nueve mil niños, niñas y adolescentes en lista de espera.

Quizás por esto mismo el proceso de adopción ha sido fluido y sin contratiempos y las trochas del camino han tenido que ver más con la adaptación de los unos a los otros que con los intrincados legales. Claro, hubo cambios en la vida―como siempre que llegan los hijos― y Juan Sebastián pasó de vivir con sus padres a comprar una casa grande para sus hijos; de andar en un carro pequeño a movilizarse en una camioneta escolar y de irse de rumba o de paseo los fines de semana a llevar los niños a clase de fútbol mientras él y las niñas toman clases de rumba.

¿Cómo son tus hijos?, le pregunto. «Juan Camilo es alegre, apasionado, entusiasta. Le encanta el fútbol, pinta muy bien aunque no es muy dedicado. Ya tiene novia y está encarretadísimo con ella», me cuenta. A Ricardo lo describe como a un niño juicioso, noble, dedicado al estudio y a las tareas. Y de Lala ―como le dice de cariño―, bueno, de Lala que es la única mujer y además la chiquita destaca su capacidad emocional y su temperamento fuerte, «todo el mundo se derrite con esa china».

Estando en un hogar de paso, Juan Camilo, Ricardo y Laura entraron a ser parte de Kidsave, una organización sin ánimo de lucro que desde oficinas en Rusia, Colombia y Estados Unidos, trabaja para que niños que están en orfanatos puedan crecer con el apoyo de una familia y desarrollar habilidades y competencias para la vida. Allí se encontraron con Juan Sebastián y empezaron este camino que hoy les ha cambiado su apellido de Parra a De Zubiría Rago.

La organización trabaja solo con niños mayores a los que busca dar un referente afectivo y un modelo a seguir. A través de las figuras de promotor, mentor, acogedor y hogar amigo, cualquier familia puede acoger a un niño al que más que cosas materiales, le dará afecto y ejemplo. Como lo explica Martha Segura, directora ejecutiva de Kidsave, «se cambia el asistencialismo por un sentido mucho más proactivo, un referente afectivo que los ayude en su proceso de inclusión social».

Y con ella coincide Juan Sebastián, quien les impone a sus hijos un modelo de crianza estricto basado en límites y normas claras que los encause para tener los pies firmes cuando lleguen los bemoles del futuro. Explicando su metodología, dice: «El rol principal de un buen padre es formar a los pelados para la vida adulta y la vida adulta es muy exigente. Si uno no garantiza que ellos logren incorporar normas y figuras de autoridad, van a tener unas enormes dificultades para adaptarse a la vida».

Eso lo saben de sobra los niños, quienes poco a poco han dejado la rebeldía y se han adaptado a las normas de Juancho, como le dicen. Por ejemplo, en la casa se reparten las tareas y todos deben limpiar y cocinar. «Nos levantamos por ahí a las 7 a.m., meditamos 15 minutos, el que no medite se queda sin desayuno y el que se porte mal no juega Wii», explica Daniel.

Martha, quien conoce de cerca el caso de Juan Sebastián, recuerda una anécdota que podría ilustrar lo particular de este caso. «Yo lo invité a una reunión a Brasil para que contara su experiencia y allí me decían que si él era de alguna secta religiosa o de alguna cosa así porque no podían creer que un hombre tan joven fuera a dedicar su vida a ayudar a estos niños. Él es un ejemplo increíble».

Mi manera de educar


Ahora, si verlos caminando por un centro comercial llama la atención, imaginen encontrarlos sentados en cualquier restaurante con los ojos cerrados, en silencio, conscientes de su respiración y meditando antes de comer. Pues esa es la regla y quien no medita, no come.

La meditación, como forma de disciplina y de autodominio, es una de las piedras angulares de este proceso educativo. Es, además, el arma secreta de Juan Sebastián cuando la adrenalina está incontrolable. «Ellos y, en general los jóvenes de hoy en día, tienen un fuerte problema para controlar impulsos. Están muy inmersos en la tecnología, tienen muchos estímulos y les queda muy difícil autocontolarse. Por eso, cuando están muy necios los ponemos a meditar hasta dos horas».

Y los niños lo han ido aceptando poco a poco, no sin remilgos y quejas. Y si no, que lo diga Ricardo: «Lo más mamón es meditar, no me gusta porque 15 minutos es mucho con la espalda recta y uno se cansa».
Su modelo, tan exigente en apariencia, en realidad está concebido para ir flexibilizándose de a poco, a medida que los niños respondan. Busca sacarlos de las teorías psicológicas predominantes desde hace un par de décadas, que orientadas al no castigo y a una condescendencia desbordada terminaron por descarrilar la formación infantil. Juan Sebastián no es, ni será, uno de los padres repitentes del mantra proteccionista de dar a los hijos todo aquello de lo que ellos carecieron. Pausado, como habla, me asegura: «Más que solo el cumplimiento de normas lo que ellos necesitan es aprender a valorar la vida y a valorar las cosas. Uno de los grandes problemas de hoy es que los niños lo tienen todo sin gran esfuerzo». Estos niños lo saben y han aprendido a negociar horas de buen comportamiento por juegos de maquinitas o helados.

El hombre soltero que hace poco salía de fiesta y cambiaba de novias, ahora cuida gripas, quita piojos, ayuda con las tareas. El tamaño de su amor es el de la disciplina que imparte y que le hace asegurar, con conocimiento de causa, que hoy es la primera vez en toda la historia de la humanidad en la que más personas dejan este mundo por suicidio que por homicidio. «Y eso es porque los papás están haciendo un rol desastroso», puntualiza.

Este guion de película tampoco está exento de humor. ¿Qué es lo más gracioso de toda esta situación?, le pregunto. «Bueno ―se queda pensando―, «cuando voy a los centros comerciales todo el mundo nos mira raro, llego yo con esta patota de chinos y los celadores creen que somos una banda de atracadores o de carteristas». Y pensar que no son más ni menos que una familia.

Alejandra Grillo Calderón
Revista Credencial

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