La posibilidad de una nueva familia

Mientras se debate una nueva ley nacional de adopción en Argentina, cuatro adultos que fueron adoptados cuando eran niños cuentan, de primera mano cómo fue su experiencia.

Hace 26 años, Francisco era un bebe de 2 que estaba a la deriva, sin una madre que le brindase los cuidados necesarios cuando su destino se torció para darle otra oportunidad. Fefé -como lo llaman cariñosamente sus amigos y familiares- tuvo la suerte de encontrarse con Isabel, una madrina que se enamoró de él y lo adoptó como a su propio hijo. Y de su mano conoció a la familia Falcón, que lo cobijó desde el minuto uno como uno más de su clan.

Francisco, a su manera, también los eligió como su familia y sólo tiene palabras de agradecimiento y gestos de amor para con ellos. Eso se traslude en cómo él, que mide 1,90 centímetros, envuelve entre sus brazos a Isabel -su mamá del corazón, aunque él prefiera llamarla simplemente mamá- en los silencios que irrumpen con sonrisas.

Al hecho de que no existan cifras oficiales de cuántos chicos están en situación de adoptabilidad (sólo se sabe que 21.468 viven en institutos, hogares o se encuentran en familias sustitutas) se le suman numerosos cuestionamientos al actual sistema de adopción, como los largos tiempos de espera y la existencia de circuitos paralelos ilegales.

Hoy son 1117 las personas que buscan poder formar una nueva familia, únicamente anotadas en la ciudad de Buenos Aires, según el Registro Unico de Aspirantes a Guardas con Fines Adoptivos porteño. A este dato habría que sumarle el de los inscriptos en el resto de las provincias.

La historia tiene un principio triste. Una madre que se fue y un padre panadero que salía a trabajar a las 4 y no podía hacerse cargo de sus cuatro hijos, menos de un bebe.

Desde un primer momento, Isabel fue su madrina porque la abuela biológica de Fefé trabaja en su casa y la mantenía actualizada con los avances del bebe. Un día Isabel llamó para saber cómo estaba Fefé y recibió como respuesta: «Se enfermó, está con gripe». A lo que Isabel respondió: «Traémelo para casa que yo me lo quedo», con la intención de empezar los trámites de adopción.

«Yo estoy a favor de la adopción, pero esa es mi experiencia personal. Lo mío fue ciento por ciento positivo y estoy feliz por cómo se dieron las cosas. Adoptar para mí es el acto de amor más puro», dice este hombre alto y morocho que está cerca de recibirse de abogado en la UBA.

Lejos de sentir rencor hacia sus padres biológicos, cuando cumplió 18 años Fefé fue a visitar a su papá. «Fui a verlo porque sentía que le debía algo. Estoy muy orgulloso de él y le tengo mucho respeto, porque sé que hizo un sacrificio muy grande al desprenderse de mí pensando en mi bien», dice.

Los Falcón ya eran cinco hermanos que aprendieron a amarlo con la naturalidad que sólo el cariño y el tiempo concede.

«Lunar que tienes cielito lindo, junto a tu boca, no se lo des a nadie, cielito lindo.» Esto es lo que le cantaba Isabel a Fefé cuando era aún chiquito. Hoy Francisco es un adulto, desenvuelto, que vive solo, trabaja y sueña con tener su propia familia. Cuando ella no quiere que le saquen fotos él la reprende: «Mamá, si vos siempre estás linda». Es evidente que hay algo especial entre ellos. Y cómo no va a ser especial, si ellos dos se eligieron.

A otros padres adoptivos les recomienda que vivan este proceso con total sinceridad, como le pasó a él. «Mamá siempre me decía: Lo que quieras preguntarme, preguntame. No hay nada que esconder.»

Walter vive en el Bajo de San Isidro en una casa con jardín, donde desde la ventana puede ver jugando a su hija Emilia, de 2 años. Él fue adoptado cuando tenía 6 meses, y ahora que tiene 40 repitió su historia y adoptó a su hija, Emilia.

«La vida me dio revancha sin siquiera buscarla. En realidad con mi mujer tuvimos un hijo, y luego a pesar de la cantidad de tratamientos de fertilización que hicimos no pudimos darle un hermanito, y fue ahí cuando decidimos adoptar», dice Walter.

A pesar de la naturalidad con la que vivió su adopción, cuando cumplió 27 años Walter tuvo una gran crisis en su vida que lo llevó a preguntarle a su madre si tenía algún dato de su familia biológica.

Ella se levantó y sacó un papelito con el nombre de una mujer y un código postal. La dirección estaba a unas diez cuadras de su casa y descubrió, desilusionado, que se había convertido en una galería comercial. Sin embargo se acercó a un local y le preguntó a la cajera si conocía a una mujer con el nombre que estaba en el papelito.

La señora lo miró y le dijo: «¿Sabés qué? Te parecés muchísimo a mi hermano». La señora enseguida cayó en la cuenta de que la madre biológica de Walter trabajaba en 1978 en la casa de esta señora como cocinera cuando tuvo a Carlos y a Walter. A Carlos lo adoptó la misma familia donde ella trabajaba y a Walter, otra.

«Tardé un tiempo en decidirlo. Pero finalmente hice una cita para encontrarme con Carlos», dice Walter. En esa cita ambos descubrieron muchas similitudes entre ellos: los dos tenían una librería, eran hinchas de River y tenían el mismo auto: un Fiat 1. Además vivieron a doce cuadras durante diez años sin conocerse.

Admite que teniendo la verdad al alcance se le hizo más fácil. «Hay una sensación de paz y alivio en los adoptados cuando nos cuentan qué es lo que pasó antes. El miedo más grande de uno es el de no encontrar respuestas», dice él.

Y hace énfasis en una cosa: «Los padres no tienen que tener miedo, yo les aseguro que sus hijos adoptivos los van a querer como nadie».

La historia de Humberto de Marco, de 66 años, tiene marcas de maltrato por parte de su madre biológica que todavía no puede borrar. Lo abandonaron cuando era recién un bebe y lo adoptó otra mujer soltera que se hacía llamar su madrina. «Era otra época. Era más difícil que ahora», dice él con voz apesadumbrada.

El fantasma de la falta de identidad se hizo presente desde pequeño y todavía lo persigue hasta hoy. «Cuando fui a buscar mi partida de nacimiento me di cuenta de que habían tres papeles. En el primero mi madre me había anotado como NN, luego como Humberto Castilla, con el apellido de mi madre, y luego con el apellido de Marco, que era su pareja de ese momento.» Al ver esto sintió que le partieron su identidad en tres pedacitos. «Años más tarde mi mamá biológica quiso tener contacto conmigo, pero yo no quise», dice él.

Sin embargo reconoce que cuando decidió adoptar como padre soltero a su hijo Leandro hubo un giro en su vida. «La paternidad me cambio la vida. Me siento muy feliz con mi hijo», dice Humberto, a la vez que cuenta que para Leandro es muy importante llevar su apellido, de Marco.

«Las situaciones difíciles te hacen más fuerte», resume Yesica Fontana Puebla, de 18 años, que fue adoptada cuando tenía 10, junto a su hermana de sangre Abigaíl, un año menor.

Prefiere no hablar de los años en los que estuvo en un instituto ya que no los recuerda como tiempos felices: «Es muy triste, y más mientras vas creciendo porque sos más consciente de que estás solo. Yo me acuerdo que en los actos escolares, nunca podía encontrar a mis padres entre el público».

Yesica desconoce los motivos por los cuales la abandonaron y ésa es una cuenta pendiente: «Me gustaría saber cómo está mi mamá de sangre, pero solamente para saber cómo está y para preguntarle por qué; sin embargo, le perdonaría todo», dice ella.

Gracias al acompañamiento de la organización Prohijar conoció a sus padres adoptivos, de a poco fue perdiendo la desconfianza y el miedo a un segundo abandono, para luego aprender a amarlos.

Yesica admite que no tiene vergüenza de que la gente sepa que ella es adoptada, pero lo que le da bronca son sus amigos que se quedaron en el instituto y no tuvieron la misma suerte que ella.

Testimonios de vida que muestran que la adopción es una de las alternativas para formar una familia y curar viejas cicatrices.

En busca del proyecto ideal para el niño

Actualmente hay varios proyectos de ley que esperan reformular la ley nacional N° 24779 de adopción. Las propuestas presentadas intentan reducir los tiempos en que los jueces dictaminen el estado de adoptabilidad del niño, entre otros temas. Consultada sobre qué cambios introducirían a estos proyectos, Sandra Juárez, de la Fundación Prohijar, sostuvo que rechaza los proyectos que apoyan a ultranza el vínculo biológico así como aquellos que buscan agilizar los tiempos en beneficio de los padres adoptivos. Resalta que lo importante es poner en el centro al niño y sus necesidades, y recomienda primero «agotar todas las medidas de protección del Estado para garantizar la posibilidad del niño con la familia biológica», pero una vez que esto no es posible «acortar al máximo los tiempos legales para que los niños puedan ser incorporados a una familia adoptiva».

En el mismo sentido, Graciela Lipski, de la Fundación Adoptare, recomienda «acortar al máximo los plazos de los niños en las instituciones» ya que después se vuelve muy difícil su adopción.

Por su parte, Leonor Wainer, presidenta de Anidar, recomienda mantener las guardas judiciales, reclama mayor formación profesional para la gente que trabaja en hogares de tránsito, mayor comunicación entre juzgados y servicios locales y, por último, tener en cuenta la labor de las ONG para lograr un trabajo más personalizado y menos burocrático.

Yendo a la trama más preocupante de la adopción, todos los referentes encuestados alertaron sobre la necesidad de un mayor control de lo que sucede de forma ilegal por fuera del sistema.

Cuando la dulce espera supera los 9 meses

Beatriz Orlowski de Amadeo, presidenta del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la ciudad de Buenos Aires, desmiente el mito de que haya una gran cantidad de niños para adoptar. «Que existan menores de edad sin tutela de adultos o trabajando en la calle no significa necesariamente que estén en estado de adoptabilidad», puntualiza Orlowski. Además agrega que generalmente las parejas adoptantes están impacientes y ansiosas ya que por lo general llevan varios años de tratamientos de fertilización frustrados.

Desde el Registro Unico de Aspirantes a Guardas con Fines Adoptivos de la ciudad (Ruaga) comunican que lograron reducir de 1 año a 6 meses el período de postulación de los aspirantes. «El tiempo de espera promedio es de dos años, aunque los plazos pueden extenderse ya que esto depende en última instancia del Poder Judicial», dice Orlowski.Además, desde 2008 a 2011 aumentaron la cantidad de padres postulantes en el registro.

Misiones se unió recientemente al Registro Unico de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos de la dirección nacional y ya son 13 provincias las que adhieren. A pesar de que los referentes de ONG celebran la unificación de datos digitales de estas provincias, creen que el nuevo registro es rígido y obstruye un conocimiento más cercano y personalizado de los postulantes.

Teodelina Basavilbaso

LA NACION

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