Una familia para un niño; no un niño para una familia
Las preferencias de los adoptantes hace que las posibilidades de que un niño encuentre una familia sea inversa y dramáticamente proporcional a su edad
Pocas son las adopciones que se realizan en España en las que se busca una familia para un niño en vez de un niño para una familia. Eso implica, por ejemplo, que los futuros padres sólo quieran hijos de corta edad, a ser posible de cero a tres años, y que no tengan ninguna necesidad especial, como un problema de salud. Incluso pueden pedir que no pertenezca a ninguna etnia.
Esos criterios completamente discriminatorios que en el año 2011 no se concebirían en otros ámbitos sociales se siguen aplicando en la selección no natural de la especie humana. Pero, poco a poco, y afortunadamente, la actitud de los futuribles padres está cambiando, si bien es cierto que en la mayoría de los casos sucede al amparo de otra medida legal diferente a la adopción: el acogimiento.
Con esos criterios discriminatorios muchos menores han sido criados sólo por la administración pública. Pero, ¿no es un fracaso de toda la sociedad que un niño crezca en un centro de acogida sin recibir nunca la atención y el amor de un hogar? En la misma declaración de las Naciones Unidas de 1959 se establecía que el niño tenía derecho «a crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material. La sociedad y las autoridades públicas tendrán la obligación de cuidar especialmente de los niños sin familia o sin medios de subsistencia». La Junta de Andalucía hace años que tiene claro que la mejor manera de crear ese «ambiente de seguridad moral y material» es buscarle una familia, aunque en el algunos casos sólo pueda ser de forma temporal.
Sólo en la provincia de Granada existen en la actualidad 360 niños en centros de acogida de la Junta de Andalucía. De esos, 32 tienen entre 0 y 6 años. «Yo no quiero que ninguno esté en un centro, pero especialmente los más pequeños», comenta la delegada, Magdalena Sánchez.
La Consejería de Igualdad, que tiene transferidas las competencias como en todas las comunidades autónomas, está impulsando desde hace años el acogimiento, la figura a la que se apuntan más familias y que se adapta bien a esta nueva mentalidad de ayuda desinteresada a la infancia.
En la lista se encuentran José Juan Gómez y Esperanza Navarro. El agente comercial granadino y su esposa llevan inscritos en este programa tres años, un tiempo en el que ya han pasado por su casa seis niños, cuatro de ellos bebes, uno de ellos de sólo seis días. «Llevábamos tiempo pensándolo pero también barajábamos la posibilidad de adoptar. Al final optamos por la acogida porque pensé que en vez de ayudar a uno podríamos ayudar a muchos», cuenta Esperanza, madre de tres hijos, de 24, 20 y 18 años. «Esperamos a que nuestros niños tuvieran la suficiente edad para que pudieran entenderlo. Nos hemos alegrado mucho porque la experiencia es muy gratificante para todos. Mis hijos han aprendido mucho porque se han dado cuenta que su entorno no es único, que hay otros pequeños con historias muy duras».
Pero todavía queda un largo trecho hasta la situación idílica de lograr una familia para cada menor. «Muchos de los niños que se encuentran en nuestros centros están ahí porque estamos estudiando su caso concreto», señala la delegada de Igualdad de Granada, quien explica que en algunos casos «los Equipos de Tratamiento Familiar (ETF) se encuentran trabajando con los padres para que superen sus deficiencias, porque algunos no tienen los conocimientos necesarios para ejercer este papel».
En otros casos, «se estudia si pasarán a estar en régimen preadoptivo o en acogimiento». «Yo no opino que el criterio de sangre tenga que primar sobre otros, pero sí que se pretende, en la medida de las posibilidades, que el menor esté con su familia. Si no con sus padres con algún pariente, en la mayoría de los casos abuelos, tíos o hermanos mayores», comenta la delegada tras subrayar que en primera instancia se busca siempre ese acogimiento de familia extensa, nombre técnico de un proceso que mantiene los vínculos biológicos del menor.
La siguiente cuestión que suele determinar si un niño pasa a ser adoptado o acogido suele ser la edad. Magdalena Sánchez expone la realidad sin paliativos: «A adopción van los niños de 0 a 9 años».
De esta manera, los niños con más de 9 años que proceden de entornos familiares desestructurados -un adjetivo que sirve de eufemismo para muchos dramas- se encuentran con muy pocas posibilidades de llegar a experimentar la seguridad y el cariño de unos padres pendientes del bienestar de sus hijos.
Por lo pronto, la mayoría de las familias que participan en el programas de acogida muestran ya ese cambio de mentalidad. La consejera de Igualdad, Micaela Navarro, afirmaba esta semana que «no hay un perfil tipo», aunque «normalmente son familias con hijos biológicos y entre 25 y 45 años de edad», un prototipo en el que encajan Esperanza Navarro y Pepe Gómez.
La Junta de Andalucía también ha puesto en marcha un programa de ayudas económicas para favorecer la acogida, pero muchos hogares no las reciben «y acogen al menor de forma totalmente altruista», como recalca Micaela Navarro. En concreto, las ayudas son: 301 euros al mes por el primero, 241 por el segundo menor y 18 euros cuando hay un tercero.
Este segundo tipo de modelo de acogimiento de familias sin relación biológica con el niño, que sí mantiene los vínculos con sus progenitores naturales, se puede clasificar a su vez en: simple, cuando se prevé que el menor vuelva con la familia biológica a corto plazo, como mucho en dos años. Y permanente, cuando es aconsejable una integración más duradera en el nuevo hogar, que puede hacerse cargo del niño hasta los 18 años.
Esa es la edad legal, pero en muchos casos, los lazos establecidos hacen que la estancia se prolonguen cumplida la mayoría de edad.
Otra modalidad de acogimiento es el profesionalizado, con menores de cualquier edad con problemas de salud que requieran el cuidado de una persona con conocimientos en biosanitaria. En este caso la remuneración al responsable asciende a 783 euros al mes.
El último tipo es el acogimiento de urgencia, dirigido expresamente a niños con menos de siete años. En este caso, las familias tienen que estar pendientes las 24 horas porque nunca se sabe cuando va surgir un niño que necesite una familia de transición. En estos casos, la remuneración es de 482 euros al mes.
En cuanto a la adopción, como lo habitual es que en España se considerase como una alternativa a la esterilidad los posibles padres no quieren perderse las sensaciones de los primeros años o meses. Tras un periodo de intentos y un largo rosario de tratamientos para la infertilidad, «la familia cuando llega a adoptar quiere el hijo ya», dice la delegada de Igualdad y Bienestar Social, quien achaca la angustia de los futuros progenitores ante el proceso de valoración a esa ansiedad previa, agudizada por el retraso en la edad de tener hijos. «El proceso en adopciones internacionales dura 6 mese y en nacionales dos años porque en España hay menos niños y sólo realizan los trámites los funcionarios, mientras que en el extranjero también lo realizan entidades colaboradoras», comenta.
Ya no es posible, pero cuando María del Carmen Vargas y su marido, Miguel Ángel Muñoz, adoptaron a su primer hijo todavía se podían hacer estos trámites a través de un abogado particular por lo que asegura que fue «todo muy rápido». Hace ya de eso siete años, pero la principal particularidad de su caso es que ellos podían tener hijos biológicos y que, si bien los valoraron para adoptar un niño de entre 0 y 2 años, en Rusia decidieron que no les importaba la edad. «Mi marido es psicólogo y había participado en procesos de valoración de otras familia. Nosotros siempre lo tuvimos claro», afirma María del Carmen.
En ese primer viaje adoptaron a Iván, que contaba con 9 años por aquel entonces y ahora tiene ya 16. En un segundo viaje, a la primera de sus hijas, de cinco años y medio. «Iván nos ayudó mucho porque como hablaba ruso fue un gran apoyo para que su hermana estuviera tranquila».
Ahora ya son familia numerosa, porque a Iván y Carmen después se sumó Daría, también rusa pero como tenía sólo 11 meses cuando fue adoptada es la única que no ha conservado la lengua. «Los tres se han adaptado perfectamente», añade Esperanza.
Desde su experiencia como madre adoptiva de una niña de 11 meses y de un niño de 9 años se sorprende que se rechacen adopciones a menores por la edad alegando que con su experiencia vital previa pueden generar más conflictos.
«Tú, cuando te planteas tener uno biológico, no piensas en los problemas que pueda tener. Un niño adoptado es un como cualquier otro, la única diferencia con su hermana es que cuando Iván llegó era capaz de expresar sentimientos que un bebe no puede transmitir. A los 15 días ya sabía español y nos decía lo feliz que estaba, la alegría que le daba conocer la playa… No sólo resulta muy gratificante sino que incluso te enseña él a ti valorar cosas a las que no les habías dado importancia». Unas lecciones que han aprendido sus padres y que puede conocer otros futuribles progenitores que le den una oportunidad a otros niños de esa o más edad.
Belén Rico
granadahoy.com