De profesión, familia
Doce guipuzcoanos reciben un salario por acoger en sus casas a menores tutelados. Uno de ellos cuida, de forma provisional, al bebé que hace una semana fue abandonado en San Sebastián.
Hace justo una semana, José Campoo entró en la iglesia de los Carmelitas de Donostia para pedir dinero. Pero en vez de euros se encontró con una bolsa marrón abandonada en un banco. Dentro, un bebé de apenas cinco días que le miró a los ojos. Cuenta José que, en ese momento, la borrachera se le pasó de golpe. Con la ayuda de otro indigente, Carmelo, y de un vigilante de Euskotren, Iker Vélez de Burgo, arroparon al niño hasta que fue trasladado al hospital. Tenía buen aspecto. Estaba sano. A lo largo de esta semana, José, Carmelo e Iker no han parado de conceder entrevistas. Pero ellos no son los únicos protagonistas de esta historia. Desde el jueves el bebé, cuya tutela está en manos de la Diputación, vive con una familia de acogimiento profesional. Aunque permanezcan en el anonimato, ellos son los otros protagonistas.
En la actualidad, en Gipuzkoa hay 21 niños en 12 familias de acogida profesional. «Nosotros no hablamos de familia, sino de personas. Al final es una persona la que se hace cargo de ese menor, aunque es cierto que presta e implica a su núcleo familiar», matiza Javier Martínez, director del programa foral que fue adjudicado a la asociación Arce-Unsac en 2007. Entonces nació esta novedosa modalidad que venía a responder a las necesidades de un colectivo de menores bajo tutela foral, separados por distintos motivos de sus familias, y que no encajaban en el acogimiento voluntario. «Son chavales que han vivido unas circunstancias especiales. También hay menores con discapacidad, aunque la mayoría tienen dificultades psíquicas y psiquiátricas», explica Martínez. También hay bebés, como el abandonado en los Carmelitas, que requieren cuidados constantes y que son acogidos de forma provisional.
Hasta hace cinco años, estos menores estaban limitados a vivir en pisos forales, donde permanecen bien cuidados pero se echa de menos el calor de un hogar. La institución foral decidió que merecían una oportunidad, un espacio donde sentirse queridos y aceptados. Sentirse reconocidos. Como los demás.
«Así se planteó el desafío de buscar a profesionales capacitados, con experiencia, que estén dispuestos y sean capaces de aceptar en sus propios domicilios a personas con unas determinadas características que, en principio, las hacen difícilmente acogibles por personas voluntarias», explica Martínez. Y el reto, inmenso en sus inicios, está dando buenos resultados.
Idoia, Maite y Mónica dan fe de ello. Las tres son acogedores profesionales, un trabajo que tiene sus momentos difíciles pero que, a la vez, es muy gratificante, «porque ves cómo los chavales van mejorando». Como el resto de los acogedores profesionales, reciben un sueldo. Vienen a cobrar lo que gana un educador en un centro residencial. El programa obliga a tener dos plazas por acogedor, «un requisito que criba a muchos aspirantes». Si acogen a un menor cobran el 100% del sueldo. Con el segundo, se añade un 25%, «pero no reciben dos salarios».
Mucha implicación social
La remuneración económica está pues lejos de ser el acicate para estos acogedores, que muestran un gran altruismo, implicación social y una actitud muy positiva. «Son profesionales que trabajan en su casa, que ponen a disposición del programa su propia familia y su hogar. Trabajan las 24 horas los 365 días del año, y si se van de vacaciones el chaval va con ellos», recuerda Marisa Aguirre, psicóloga del programa.
No es tan raro que algunas personas se acerquen a Arce-Unsac diciendo que tienen «mucho cariño que dar». «Se tiene la sensación de que con que el niño desayune, vaya al colegio, haga los deberes y esté un rato en el parque ya está. Pero si un niño necesita bastante más cosas, imagínate los orientados a este programa…», dice Martínez.
De ahí que los requisitos para ser acogedor profesional sean exigentes. Haca falta ser licenciado o diplomado en el área de las ciencias sociales (psicólogos, educadores…). También se valora la experiencia laboral, si se ha cursado algún posgrado, … El proceso se inicia con una charla informativa sobre lo que es el programa, se ofrece una pequeña formación, se realiza una visita a domicilio para corroborar si se dan las condiciones adecuadas y también se consulta a la familia del futuro acogedor. «Nos encontramos con comprensión y apoyo a la persona que se presenta como candidata, pero también ha habido hijos que nos han dicho claramente que no apoyaban la propuesta de su madre. Y en ese caso no se puede llevar a cabo el acogimiento», cuenta la psicóloga.
Una vez valorado el caso y propuesto el emparejamiento más idóneo entre acogedor y menor, se pone en marcha el periodo de acoplamiento, de adaptación, en el que hay varios encuentros para que se vayan conociendo. Esta fase dura de media unos dos meses. Todo el proceso es supervisado por la Diputación, que al final delega la guarda en el acogedor.
Este tipo de adaptación no existe en los casos de mayor premura, como el del recién nacido hallado en la iglesia donostiarra. Los acogimiento de urgencia se dan sobre todo con bebés, durante el tiempo en el que se valoran las opciones más idóneas, que pueden ir desde el reagrupamiento familiar, incluso con la familia extensa (abuelos, tíos, …), hasta una adopción, pasando por el acogimiento voluntario.
En el caso de los permanentes, a veces se plantea una revisión de la situación en 3 ó 4 años; otras duran hasta la mayoría de edad. Cada caso es distinto. Y depende mucho de la familia biológica y de sus circunstancias, que pueden variar con el tiempo. Una orden foral suele regular el contacto con la familia biológica, si es que la hay, y también las características de los encuentros. «Normalmente todos tienen bastante contacto», cuenta Martínez. Lo que no es tan habitual es que la familia biológica y la acogedora se relacionen, al menos al principio, aunque según pasa el tiempo y las circunstancias de cada caso se suelen acabar conociendo.
Para entonces, ya se han diluido los reproches iniciales. No es raro que la familia biológica considere que la de acogida intenta suplantarles, «y que los menores escuchen mensajes como ‘esa no es tu madre, tu madre soy yo’» durante las visitas. «Con el tiempo, una intervención adecuada y la buena voluntad de todos la situación se encauza, sobre todo cuando ven que los niños están bien cuidados y atendidos», explica Aguirre.
Para transitar por ese camino hacia la aceptación, el respeto y el reconocimiento, los acogedores profesionales cuentan con asesoramiento y formación, que les ayudan a superar los obstáculos. Todas las semanas se realiza una reunión del equipo y periódicamente presentan informes que son analizados en la Diputación. Porque ellos también tienen que dar cuenta de su trabajo; son familias de profesión.
LAS CLAVES
¿Qué es?
Se trata de una medida legal que otorga a una persona la guarda de un menor tutelado, en este caso por la Diputación, que ha sido separado de su familia biológica.
Requisitos
El acogedor tiene que tener una titulación relacionada con las Ciencias Humanas (Psicología, Pedagogía, …). Se valorará la experiencia previa en ese ámbito. Dispondrá de una vivienda adecuada para acoger a menores, será un profesional que se dedicará en exclusiva al cuidado del menor y los miembros de la familia que convivan con él o ella deben estar de acuerdo con el acogimiento.
Aceptación
El programa se dirige a menores con dificultades que no encajan en el acogimiento voluntario.
«Trabajan las 24 horas los 365 días y, si la familia se va de vacaciones, el chaval se va con ellos»
Es preciso que acepten al menor con su historia, su familia y su forma de ser, y que sean capaces de trabajar en equipo con otros profesionales y recibir formación y asesoramiento profesional durante todo el proceso, para ir superando las dificultades que se puedan ir presentando.
Remuneración
Suelen recibir un salario similar al de los profesionales que trabajan en los equipos educativos de los pisos de acogida.
Proceso
El equipo profesional valora la capacidad del candidato, que participa en talleres formativos. Una vez que se asigna un acogedor al menor, se inicia el proceso de acoplamiento, por el que se incorpora a su nuevo hogar de forma progresiva. Si esta etapa funciona, la guarda se delega en el acogedor.
Más información
Llamar al 943466116 o escribir a [email protected].
Ane Urdangarin
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