Mujer ayuda a colombianos de padres suecos a encontrar a su familia
Desde el 2006, la bogotana Eugenia Castaño ayuda a quienes fueron adoptados por padres suecos.
En el techo de varios cuartos, en Suecia, está colgada la bandera de Colombia como un recordatorio permanente del sueño de varios suecos de corazón, pero con ‘empaque’ colombiano.
En el colegio se disfrazan de campesinos, como los muestra Internet cada vez que escriben en un buscador la palabra Colombia.
Nacieron acá, pero se fueron hace años al país nórdico y desde ese entonces «la sangre parece estarlos llamando».
Uno de ellos es Anders Svensson, un hombre que hace 12 años pisó por segunda vez Colombia, luego de haberse ido en brazos de sus padres adoptivos que le brindaron una vida en Europa.
Como varios en Suecia, donde se calcula que hay unos 10.000 adoptados colombianos, para Svensson la tierra natal se había convertido en una obsesión.
Una obstinación que terminó desenredando Eugenia Castaño, una bogotana que recibió a Svensson y que como cualquier anfitriona le mostró la ciudad, lo llevó a comer, a conocer y terminó por reunirlo con su familia natural.
«Cuando llegó en el 2000, Anders sonreía. No era solo la primera vez que veía tanta gente similar a él, sino que se sentía identificado, pues su vida transcurría entre gente de ojos y cabellos claros», cuenta Castaño, que lo conoció a través de su hermano que estudiaba en el país extranjero.
– ¿Usted de dónde es? – le dijo Svensson en un perfecto sueco al hermano de Castaño cuando se vieron por primera vez en la universidad.
– De Colombia- respondió.
– Lo sabía, usted va a ser la persona que me va a llevar allá- le
pidió el joven que en ese entonces tenía 24 años y estudiaba periodismo.
A los 30 años, Svensson y Castaño emprendieron una búsqueda en la que la hoja de ruta no era más que la solicitud de adopción y los papeles del lugar donde fue dejado por sus papás naturales. Meses después, en Chocontá (Cundinamarca) Svensson encontró a la familia de su papá, que había muerto años antes.
Volver a sus raíces fue tan fuerte para Svensson que no solo continuó visitando Colombia, sino que cambió su nombre al que aparecía en su partida de bautismo: Emilio Cuesta.
Su historia causó tanto impacto en su país adoptivo, que unos estudiantes de cine rodaron el documental ‘La sangre llama’, que lo compró la televisión sueca y ganó varios premios.
Con la emisión de la historia, a partir del 2007 a Eugenia Castaño le empezó también a llegar una avalancha de correos de suecos con alma colombiana que querían contactar a sus progenitores.
Una descarga emocional
De ese tiempo para acá, Castaño pasa su tiempo libre buscando documentos en casas de adopción, llamando a números de teléfono y hurgando direcciones que muchas veces ya ni siquiera existen.
«Son personas que siempre han tenido ese vacío en sus vidas y que buscan encontrar esa pieza del rompecabezas que les hace falta», expresó Castaño, que no cobra por ayudarles y que dice que cada encuentro ha sido una descarga emocional muy grande.
En su lista figuran 15 reencuentros, y aunque reconoce que se involucra demasiado y puede terminar afectada, siempre que alguien le escribe dice: «¿por qué dejarlo?».
Entre varios suecos, Eugenia es llamada ‘el ángel de los adoptados’, no solo porque ha logrado ubicar varias familias, sino por hacerles entender qué habría sido de ellos si su vida se hubiera quedado en Colombia.
Varias de las personas que la han contactado aún no han querido buscar a sus familias, pero parece tranquilizarlos tener contacto con su tierra a través de Eugenia. «El ‘boom’ de adopción se dio en Suecia en los años 70, cuando empezaron a acoger niños de estos países para sentirse colaboradores con el mundo pobre», señaló Eugenia, la perfecta confidente para madres que han preferido mantener contacto con sus hijos por correo, para no alterar sus vidas.
El año pasado, Eugenia pasó semanas en Cali, buscando a la familia de Paola, una mujer que también fue adoptada siendo muy pequeña. Su felicidad fue completa cuando encontró a sus parientes en el Pacífico y por primera vez, en la tierra chocoana, no se sentía «un extraterrestre». Era la respuesta a la pregunta que intentaban contestar desde pequeños cuando la gente les decía que de dónde eran y ellos solo respondían: «Por qué lo pregunta si yo soy sueco».
Lina Sánchez Alvarado
EL TIEMPO