Entiendo a mis padres; la culpa fue solo mía

La adolescencia de muchos niños adoptados amenaza con convertirse en «una bomba de relojería». Laura ha tenido que salir de casa para poder retomar la relación con su familia

Laura se aferra a su cojín verde, a su fiel compañero, mientras los recuerdos y un futuro aún incierto se amontonan en su cabeza. Siempre lo tiene a mano para propinarle un abrazo gigante, para calentarse con él las mejillas cuando la melancolía llega sin avisar, que suele ser muy a menudo. Echa de menos a sus padres. Los mismos que le regalaron ese cojín, en el que Laura puede leer, día sí y día también, un mensaje: «mamá, te quiero mucho». Los mismos que decidieron hace un mes que Laura tenía que salir de casa camino de un centro de ayuda. ¿El motivo? Desconfianza, discusiones, mentiras y graves problemas de conducta que derivaron en algún que otro robo. Las adversidades nunca llegan solas y durante un tiempo la familia parecía gafada. Sus padres se vieron desbordados, agotados y buscaron ayuda.

Laura vive en Bilbao, tiene 18 años -aunque parece más cría- y unos ojos inmensos. Ahora forma parte del proyecto ‘Casas en Red’, que la asociación Agintzari desarrolla en el País Vasco desde hace varios años para intentar reparar las grietas que surgen entre padres e hijos, entre los que, según Alberto Rodríguez, director de Acogimiento y Adopción de la institución, «siempre queda un vínculo, por pequeño que sea». En el piso del barrio de Deusto que comparte con otros dos jóvenes como ella, Laura recuerda con amargura el día que tuvo que hacer las maletas. «La culpa fue solo mía. Mis padres habían sufrido mucho por unos problemas familiares y yo no les apoyé», se arrepiente.

Laura habla a ratos con una madurez pasmosa, sin tapujos. Y repasa la lista que se ha elaborado para cumplir punto por punto: «Aún estoy muy verde para poder volver con ellos. Necesito saber aceptar las normas, ser más responsable, controlar mis emociones… Y también tener cierto orden en mis cosas y ser puntual».

Una lección de responsabilidad aprendida en tiempo récord, porque hasta hace solo unos meses todo eran fiestas con los amigos.

En el piso de Agintzari, Laura aprende a ser independiente. Y, sobre todo, a saber valorar «lo que mis padres han hecho siempre por mí. Ahora me doy cuenta». Especialmente, cuando se despierta «enferma» por la noche y no puede recurrir al cariño de su madre. Desde los 4 años -edad a la que fue adoptada- hasta los 14, cuenta los malos momentos con sus padres con los dedos de una mano. «Supe pronto que era adoptada, pero eso nunca ha influido». Todo empezó a cambiar cuando la adolescencia llamó a la puerta. Los problemas en casa empezaron a acumularse. Algo común en muchas familias con niños biológicos en plena ‘edad del pavo’, pero especialmente peligroso en aquellas que cuentan con hijos adoptados, destacan los expertos.

La «tormenta» que viene

Temen que el ‘boom’ que se produjo a mediados de la década pasada se vuelva en su contra y las familias se encuentren «con una bomba de relojería en poco tiempo», vaticina Javier Álvarez-Ossorio, de la Federación de Asociaciones de Padres Adoptivos. «Creo que no somos conscientes de la magnitud del problema y deberíamos estar preparados para la tormenta». Los estudios aseguran que las rupturas se producen de forma inmediata, cuando no se logra el necesario vínculo emocional entre padres e hijos, o en la adolescencia, como lo demuestra la experiencia de países con mayor tradición, como Holanda. Esa inevitable puerta que atravesarán muchos de los niños adoptados en los últimos años.

Los plazos para llegar a esa fase crítica de la adopción se están acortando. La tendencia a buscar críos de dos o tres años «ya es residual», porque cada vez es más difícil conseguirlos. Se impone un perfil de niños mayores y con un importante abanico de conflictos en su biografía. Más madera y menos capacidad de reacción en las familias para esas situaciones que acaban agudizándose con la edad, cuando los chavales buscan cierta independencia, se hacen preguntas, quieren soltar lastre y disfrutar de su propia vida.

Tras un mes fuera de casa, Laura sabe qué camino tomar en su propia encrucijada. Añora a sus padres mucho más que durante su primer campamento, donde no había ningún cojín verde al que abrazar.

www.lavozdigital.es

Los comentarios están cerrados.