El último reto de la adopción
En los últimos 15 años se han adoptado en España unos 40.000 niños de más de 35 nacionalidades. Cada uno tiene su vida; cada familia y cada niño son distintos; las circunstancias que han vivido, antes y después de llegar a España, difieren. Pero ahora que muchos de ellos llegan a la adolescencia y empiezan a mirar el mundo de otra manera, vale la pena conocer las vivencias que experimentan
Lucía, de 12 años, se revuelve contra sus padres cuando no la dejan conectarse a internet; pasa largos ratos peinándose… Llegó con un año a Barcelona, procedente de China. Sus padres, Chari y Jorge, recuerdan: “Parecía bien cuidada, sin carencias graves. Estaba muy vinculada a su cuidadora, pero luego se unió a nosotros con la misma fuerza y se ha ido abriendo a amigos de manera muy natural”.
Sin embargo, recientemente, Chari ha tenido que desplazarse muy a menudo a Madrid para ver a su madre, enferma. “Lucía lo está llevando mal, está muy enfadada y triste. Dice que me voy demasiado lejos. Yo creo que todavía tiene un miedo, una sospecha de abandono en lo más profundo”, reflexiona la madre. Alba, la hermana, de nueve años y también originaria de China, no lo vive tan intensamente.
Alguna vez, las chicas han entrado en algún bazar regentado por familias chinas, y Lucía se siente incómoda porque una vez la confundieron con una vendedora. Al preguntarle si se siente identificada cuando va a una tienda de este tipo o a un restaurante chino, dice que se siente “en medio”.
¿Hay características específicas por el hecho de ser adoptado que pueden incidir en la adolescencia? Algunas, sí, pero dicen los expertos que no tienen por qué ser determinantes si la adaptación se ha hecho bien y el niño ha podido construir un fuerte apego con su familia.
La psicóloga especializada en adolescencia y adopción Vinyet Mirabent, de la Fundación Vidal i Barraquer (una entidad dedicada a la salud mental y que cuenta con una unidad de asesoramiento y acompañamiento a padres adoptivos), explica: “Toda adolescencia es época de crisis y renovación, física y emocional. La del niño adoptado tiene un plus añadido, porque se remueven el ‘de dónde vengo’ y el ‘adónde voy’”.
Según esta psicóloga, que también colabora con el Institut Català de l’Acolliment i l’Adopció de la Generalitat de Catalunya, los adolescentes empiezan a plantearse cuestiones éticas y a captar en toda su dimensión el hecho de haber sido adoptados. “Se empiezan a preguntar –dice– por qué fueron dados en adopción, qué clase de personas eran sus padres biológicos, qué circunstancias vivieron o en qué se parecen a ellos. Han tenido una vivencia del abandono e internamente lo viven como ‘soy rechazable’”. “En estos casos hay un riesgo añadido porque generalmente han sufrido abandono y se lo hacen pagar a los padres adoptivos”, coincide la médica Victoria Fumadó, del hospital infantil barcelonés Sant Joan de Déu.
Marta y José María viven en Madrid y son padres de María, de 17 años, y Max, de 13, adoptados con 12 y ocho años, respectivamente, en Rusia. “Al llegar a la adolescencia –explican los padres–, María presentó los comportamientos típicos teniendo en cuenta su niñez diferente y dura. Era madura para la supervivencia e inmadura para la rutina normal de un crío, no tenía conciencia de los límites y daba palos de ciego. Max aterrizó completamente metido en sí mismo, sin saber qué significaba recibir y dar cariño”.
Los padres de María y Max añaden: “Les hemos dejado total libertad en cuanto a la posibilidad de interesarse por sus parientes. La niña tiene una hermana de madre en Rusia y la llama cuando le apetece. Sus padres murieron. Mantiene contacto con excompañeros de las familias de acogida rusas en las que vivió y habla ruso. En cambio, Max no ha querido saber nada de Rusia ni del idioma”. Cuando hacen balance se sienten satisfechos: “Hoy en día estamos bastante contentos: se van integrando y son muy cariñosos, y formamos una familia”.
Hay muchas variables que cuentan en la evolución de un niño, según explica la doctora Victoria Fumadó: el país de origen y sus condiciones sociales y sanitarias; si el niño estuvo con una familia de acogida o en un orfanato; las condiciones del orfanato; la edad a la que fue adoptado; la procedencia de los padres; el tipo de embarazo y el posible abuso materno de tóxicos; la posible negligencia física o emocional… Por las unidades de medicina internacional y de adopción del hospital Sant Joan de Déu, de las que es responsable, han pasado más de 8.000 niños adoptados. “A veces se dan trastornos de aprendizaje, o de habla, o problemas más graves de comportamiento, se orienta a los padres y se derivan al especialista correspondiente. Pero la mayoría de los niños no tienen problemas importantes”, asegura Fumadó.
En cuanto a las patologías que se puede encontrar, Mirabent explica: “Se pueden dar problemas de relación padres-hijos, problemas de conducta, trastornos de ansiedad y depresivos asociados o no a déficit de atención e hiperactividad, baja autoestima y problemas de rendimiento escolar, sobre todo en niños que llegaron a partir de los tres o cuatro años y han tenido que hacer un esfuerzo muy rápido e intenso para adaptarse”.
Roser se fue a Nepal a adoptar a la pequeña Jana, que entonces tenía dos años, y una vez allí se enteró de que tenía una hermana, Mina, tres años mayor. Se volvió a Castellar del Vallès (Barcelona) con las dos. Ahora tienen 14 y 17 años. Al llegar a España, Roser les buscó un profesor de nepalí: “No quisieron saber nada y no le prestaban atención”. Roser escribió un libro sobre su experiencia, Diario de una doble adopción, pero las chicas todavía no han sido capaces
de leerlo.
En el aspecto fisiológico, son un ejemplo de pubertad precoz. “A los ocho años empezaron a desarrollarse. El endocrinólogo les dio un tratamiento hormonal para retrasarles la menstruación”, cuenta su madre. Hay diversos estudios que muestran que en el primer año en que un niño adoptado vive en su nuevo país y con su nueva familia alcanza una estabilidad emocional, física y nutricional, y atrapa a los de su edad –recupera el retraso respecto a su edad biológica con el que suelen llegar estos niños–. Es un gran salto evolutivo que provoca también muchos cambios hormonales. En el grupo de niñas adoptadas después de los cuatro años es más frecuente la pubertad precoz que en las que llegaron siendo bebés, según estos estudios, y la causa podría ser esa “cascada hormonal”, explica la doctora Fumadó.
Las dos hermanas nacidas en Nepal, cuenta la madre, “se pelean, pero también se ayudan y se quieren mucho”. “En relación conmigo –añade–, hay que tener en cuenta que somos familia monoparental y todavía es más difícil, pues sólo tienen la figura materna. A veces tenemos nuestras discrepancias, pero no son unas niñas excesivamente problemáticas. Sin embargo, cuando les advierto, por ejemplo, que deben tener cuidado, a su edad, no sólo por el hecho de ser mujer, sino por ser de otra etnia, hacen oídos sordos. Y se han encontrado alguna vez con que se han reído de ellas o les han dicho alguna impertinencia”.
La psicóloga Vinyet Mirabent apunta que, desgraciadamente, cuando el niño adoptado es de otra etnia, se suelen unir los prejuicios y el racismo. “Viven –afirma– en una cultura occidental, pero su aspecto físico los asimila a culturas extranjeras, y todavía hay mucha estigmatización. Un niño negro cogido de la mano de su padre blanco es simpático; a un adolescente negro con su grupo de amigos de aquí, la policía puede pararle más fácilmente que a sus amigos, o es más probable que no lo dejen entrar en una discoteca, y eso lo están viviendo ahora muchos chavales. O hay niñas que preguntan a su madre: ‘Yo, en África, ¿sería guapa?’”.
Alejandro tiene 13 años y en sus estudios ha influido mucho su nivel de autoestima. Llegó con un año y tres meses a Madrid desde Siberia. Sus padres, Almudena y Manuel, recuerdan: “El niño era despierto y comunicativo. Entre 3.º y 4.º de primaria tuvo dos tutoras que le dieron tanta seguridad en sí mismo que el niño creció por dentro y por fuera, y empezó a despuntar en las notas. Llegó 5.º, con la primera separación de su grupo y de su profesora del alma, y dio un paso atrás, llegaron las inseguridades, pero esta vez estaba más fuerte y lo afrontó mejor”.
Carmen Giró
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