El argumento de la adopción

Fue una realidad social prácticamente ignorada en la ficción, pero las historias de padres e hijos adoptados emergen cada vez con más fuerza como tema literario gracias a –como señala la autora– su carácter intrínsecamente novelesco.

Hay prototipos eternos en el imaginario colectivo: El avaro, el traidor, la mujer fatal, los amigos. Son algunos ejemplos, como nos lo confirma cualquier diccionario de personajes y argumentos de la literatura universal. Pero también hay otros que surgen con los tiempos, que nacen –y a veces mueren– en un lugar y una época. Fue el caso del pícaro en el Siglo de Oro español, o de las prostitutas y mineros que sacó a escena el naturalismo decimonónico. Es, con todo, bastante raro que un argumento nuevo, sin precedentes –o casi–, aparezca y se desarrolle con claridad, destacando inequívocamente en la intrincada selva de la bibliografía. Y esto es lo que está sucediendo ante nuestros ojos con un tema prácticamente inédito hasta finales del siglo XX: la adopción.

Las relaciones familiares son, como es lógico, una constante en la ficción de cualquier época. Pero sorprende el desequilibrio en su representación. Padre e hijo, hermanos varones, padre e hija, madre e hijo, son los grandes protagonistas. Hermanas y madres e hijas, en cambio, han estado casi ausentes de la literatura (con alguna excepción, como la tragedia griega) hasta que en el siglo XX empieza a haber, en gran número y no como rara excepción, escritoras. Con este reequilibrio, el panorama de la literatura sobre temas familiares parecía ya completo. Hasta que una nueva realidad social, la adopción, ha generado un tema que, aunque ya se trataba en algunos clásicos (de Edipo a Cumbres borrascosas), sólo ahora se convierte en una verdadera corriente.

La evolución, si la observamos en la bibliografía española, es transparente. Empieza en los años 50, con ensayos sobre el aspecto jurídico, en particular la herencia y la nacionalidad de los hijos adoptivos. Y a finales de siglo, de pronto, se produce un boom, un aluvión de libros de todo tipo: más testimonios, guías prácticas, consejos psicológicos, ayuda pedagógica, jurisprudencia, cuentos para niños. Y la actitud dominante está muy clara. Es la que expresa en 1990 la novelista italiana Natalia Ginzburg en un curioso librito titulado Serena Cruz o la verdadera justicia. Comentando un caso real, el de una niña filipina que las autoridades retiraron a sus padres adoptivos italianos por haber mentido en cuanto a su filiación, Ginzburg se rebela contra quienes “desconfían de la generosidad y temen los impulsos emotivos, el corazón y las lágrimas”. En el imaginario colectivo de finales del siglo XX, el niño desamparado del Tercer Mundo y la pareja occidental son los protagonistas de una obra cuyo argumento es simple: el amor todo lo puede. Así parecen certificarlo dos obras como Carta al meu fill adoptat de Pilar Rahola y La filla del Ganges de Asha Miró. Dos puntos de vista, el de una madre adoptiva y el de una hija adoptada, que coinciden en el canto a la adopción como una historia de buenos sentimientos que conduce forzosamente a un final feliz.

La década transcurrida desde entonces apunta claramente una doble tendencia: títulos o subtítulos con términos como “retos”, “desafíos”, “fracaso” que ponen en guardia contra la idealización de la entusiasta década de los 90. La segunda tendencia es el paso del ensayo a la creación literaria. Por fin, la adopción emerge como tema puramente literario. La han abordado en los últimos años un puñado de autores, autoras, más bien.

Con Sangre inocente (1980), P.D. James fue la primera, y la que da una visión más negra del asunto: al cumplir dieciocho años una joven adoptada decide buscar a sus padres biológicos; los encuentra. Y descubre que son una pareja de violadores y asesinos. La colisión de estos personajes, además del padre de la niña violada y asesinada, que busca venganza, convierten el sueño, común a muchos adoptados, de unos verdaderos padres maravillosos, en pesadilla. Igualmente perturbador, por otros motivos, es Huérfanos de sangre (2010), en el que el reportero gráfico francés Patrick Bard denuncia, en forma novelada, las mafias de adopción y tráfico de niños en Guatemala.

En Al pie de la escalera (2009), de la estadounidense Lorrie Moore, la protagonista trabaja como niñera para una pareja que está a punto de adoptar a una niña mulata (como en la vida real lo hizo Lorrie Moore –un niño, en su caso), y observa, de muy cerca pero desde fuera, todo el proceso, incluida su ambigüedad moral: esos padres generosos, pero también narcisistas, que se ven a sí mismos poco menos que como héroes.

El lenguaje de las flores (2011), de Vanessa Diffenbaugh, tiene por protagonista a una niña turbulenta que pasa de una familia adoptiva a otra; es una novela convincente y bien documentada, que se ha convertido rápidamente en best-seller . Lo mismo puede decirse de La hija del monzón (2011), de Shilpi Somaya Gowda, un relato honesto, ameno, de interés más periodístico que literario, sobre las niñas abandonadas en la India y su vida subsiguiente al ser adoptadas por parejas occidentales.

En El alfabeto de los pájaros (2011), de la española Nuria Barrios, una niña china adoptada por españoles inventa un cuento para entender su historia; es un hermoso texto, fantasioso y poético, con ecos de Alicia en el país de las maravillas. Muy distintas son las obras de Benjamín Prado y Clara Sánchez: no tratan de adopciones legales sino de robo o tráfico de bebés. En 2002, Prado vio un reportaje de TV3 sobre hijos de presas republicanas que les fueron arrebatados para entregarlos a familias respetables; de ahí salió Mala gente que camina (2006), cuyo tema no es tanto lo que les sucedió a esos niños como un fresco (y un duro juicio) del franquismo y sus intelectuales. La última novela de Clara Sánchez, Entra en mi vida (2012), presenta a dos adolescentes madrileñas. Una, hija de un taxista y una vendedora de cosméticos, sospecha que la primera hija de sus padres, supuestamente muerta al nacer, fue en realidad comprada por una familia rica; la busca, la encuentra y le revela la verdad.

En todo caso, esto no es más que el principio. Por su frecuencia, pero también o sobre todo por su carácter intrínsecamente novelesco (con secretos, sorpresas, emociones profundas, identidades dudosas, conflictos de lealtades), la adopción está destinada a convertirse en un gran tema literario. Laura Freixas © La Vanguardia, 2012. www.revistaenie.clarin.com

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