Adopción: del tabú hacia la charla
En la mitad del siglo pasado la mayoría de las familias no les decían a sus hijos que eran adoptados, pero hoy ese paradigma cambió.
“Mi mamá no es mi mamá”. Con ese pensamiento se despertó a los 24 años Julio César Ruiz, después de haber dormido 48 horas tras una operación de amígdalas y varias dosis de anestesia. Se levantó y le fue a preguntar a su mamá, que le respondió: “No te voy a decir nunca quién es, me voy a llevar ese secreto a la tumba”. Hoy Julio tiene 62, vive en Tucumán, tiene siete hijos y es el presidente de la Fundación Adoptar.
“Fue dolorosísimo, un antes y un después en mi vida. Es dramático porque uno se desestructura, pierde la identidad, se rompe el tejido afectivo, todo lo que se viene construyendo. El niño adoptivo tiene una historia anterior que le pertenece a él y hay que respetarla. Y a partir de ahí decirle ‘yo te amo, te elijo, te necesito’”. Para Julio, sus padres no le habían contado acerca de su origen por miedo a que su madre biológica lo reclamara. En ese momento, afirma, no había cursos, ni instrucción o Internet: “Fue un error tonto el de mis viejos, pero yo lo comprendo”, reflexiona.
Hoy en día la adopción es un tema que, en muchas familias, dejó de ser tabú y se habla abiertamente. Karina D. -no revela su apellido para proteger la identidad del menor- es docente y psicóloga, y hace casi un año y medio que junto a su pareja adoptó a su hijo, de uno y cinco meses. Después de diez años de intentar naturalmente tener un hijo, y también con tratamiento, tomaron esa decisión. “Es muy chiquito pero ya le voy diciendo que desde que llegó a nuestras vidas estamos muy felices. Alrededor de los cuatro años los chicos empiezan a preguntar, por ejemplo cuando ven a otras mujeres embarazadas, si ellos estuvieron en la panza. Entonces la idea es en ese momento contarle la verdad, que no estuvo en mi panza, y explicarle el tema de la adopción”.
Para el psiquiatra Carlos Emilio Antar, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), hubo tres momentos diferentes respecto de cuándo y cómo hablar de la adopción con los hijos. En el primero, cercano a 1940-1950, explica, estaba extendida la idea de no decirle a los chicos que eran adoptados porque se pensaba que eso los iba a hacer sufrir. “Esto tuvo que ver con una época que coincidía con un criterio general de que ciertas cosas no se supieran, para que eso no produjera un trauma. Esto se daba no sólo con la adopción, sino también con enfermedades u operaciones”, afirma el especialista.
Pero con los años, y hasta llegar a la actualidad, esa situación cambió, en la mayoría de los casos: “El criterio es que las personas deben saber, que se pongan en contacto con la situación”. Igualmente, señala que hay algunas familias que aún hoy prefieren no decirles a sus hijos que son adoptados. Para Antar ahora se está yendo hacia otro momento en el que el criterio siempre es decir la verdad, pero evaluando cuándo, en qué momento y de qué manera. En este sentido, la psicóloga María Inés Pastore, de la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia (ASAPPIA), afirma: “Encontramos dos extremos. Algunos papás que no pueden parar de hablar del tema, por eso hay que tener mucho cuidado con el tiempo y con la forma, y otros que se resisten mucho a dialogarlo”.
Otro de los tabúes que a lo largo del tiempo se fueron visibilizando, es el de los embarazos no deseados, por diversas razones, tras el que luego se decide dar en adopción al chico. Antar dice que esto fue cambiando y que tiene que ver con la mirada de la sociedad: “Muchas veces se dijo que detrás de una adopción hay un abandono. Yo creo que no es una universalidad. No creo que la entrega de un chico sea siempre un abandono. A veces es al revés, es una persona que por proteger a una criatura lo entrega a alguien que puede estar en mejores condiciones que la madre que ha concebido a ese hijo. Eso sí ha cambiado”.
Si bien los casos de Karina y de Julio se contraponen en cuanto a cómo encarar la adopción, el sentimiento de ellos es similar. En uno como madre, en el otro como hijo. Ella dice: “Es mi hijo con todas las letras. El amor que uno siente es muy fuerte. Nunca pensé que iba a ser tan grande lo que me iba a pasar”. Julio cuenta: “Tengo 62 años de adoptado y mi vieja es mi vieja. El amor de mi vida, la que me enseñó cómo son las mujeres, a rezar, a sumar, compartió su patrimonio conmigo. Yo no necesito decirle ‘mamá del corazón’. Solamente ‘mamá’ es suficiente”.
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