Las dudas de los padres adoptantes
Durante los años en los que se aguarda por ese hijo, surgen preguntas sobre cómo será la integración familiar. La inexistencia de cifras oficiales unificadas complica saber la demora del proceso.
En 1999, una nota del diario La Nación sostenía que el promedio de espera de una pareja de padres adoptantes para que se les otorgara la tenencia de un chico era de unos dos años. Casi 15 años después, ese escenario no ha mejorado: según la psicóloga especializada en Familia y Adopción Leonor Wainer, que preside la asociación civil Anidar, esa espera puede llevar unos tres, cuatro o cinco años, aunque claro, siempre depende del caso.
Hay un dato que alarma: sobre las adopciones que se realizan en la Argentina, no hay estadísticas nacionales oficiales. Y desde el Ministerio de Justicia de la Nación, del que depende la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, no han contestado al pedido de cifras oficiales que realizó Clarín. Esto impide conocer públicamente cuántos chicos esperan ser adoptados mientras sus vidas transcurren en algún instituto de menores, y cuántos padres adoptantes están también en esa espera, así como la demora en las resoluciones judiciales.
Para Wainer, el problema no termina ahí: “El registro único no es tan único ya que hay provincias que no se han adherido –se refiere a Formosa, Catamarca, Santiago del Estero, Córdoba y San Luis- por lo que su información tampoco reflejaría la situación nacional, en el caso de que hubiera estadísticas oficiales y todavía no las va a haber, eso es una falta”, explica, y agrega que ese registro “debería ser más ágil, pero hay que darle tiempo”. Según Wainer, cuando cada jurisdicción provincial manejaba sus adopciones, había un trabajo “más artesanal”: “Es difícil elegir padres a través de la lectura de datos electrónicos, ya que se está trabajando con personas”, sostiene.
Que la espera se prolongue tiene múltiples consecuencias. En Anidar, detalla Wainer, hay un grupo de padres adoptantes en espera que se reúne una vez por mes con el apoyo de una psicóloga y una trabajadora social: “Se intenta informar y acompañar en el tránsito que esta familia que quiere adoptar tiene que vivir, para construir la familia que viene. Esto requiere cierta preparación ya que hay que elaborar el duelo por la paternidad y la maternidad biológica, y prepararse para ahijar a un chico que, como cualquier hijo, es un extraño al principio, pero en estos casos, tal vez tienen un tiempo de vida que no han compartido con sus futuros padres”, explica la especialista, que asegura que la principal es inquietud de esos padres es si los llamarán algún día para darles la gran noticia.
En general, a la asociación civil se acercan parejas heterosexuales, aunque también acuden madres solteras dispuestas a armar una familia monoparental, y en el último tiempo asistió una pareja homosexual. La sanción del matrimonio igualitario convirtió a la aceptación social de la adopción por parte de estas familias en la próxima conquista a lograr. Pero surgen preguntas también una vez que el nuevo hijo se incorpora al grupo familiar: “Se pasa de las dudas generales a las particulares de cada caso, y se piensa en cómo y cuándo contarles que han sido adoptados, y en cómo integrar la historia que ese chico ya trae con la de la familia”, sostiene Wainer, que agrega que también es importante trabajar con los chicos cuando son preadolescentes o adolescentes para que elaboren su identidad adecuadamente.
La espera de las decisiones judiciales no sólo inquieta a los padres, sino que los chicos que, mientras tanto, permanecen institucionalizados, transcurren a veces años perdiendo la posibilidad de ser hijos durante su infancia, una experiencia de gran importancia.
La Fundación Adoptar, con sede en Tucumán, ha sostenido a través de su coordinador, Julio César Ruiz, que sólo el 25 por ciento de las adopciones que se hacen, se concretan por la vía legal, mientras que el 75 por ciento restante se vincula al tráfico de bebés, lo que constituiría una mayoría tan abrumadora como alarmante. Tal vez la unificación de cifras a lo largo y a lo ancho del país podría funcionar como un mecanismo de control para que entonces las esperas de un lado como del otro se reduzcan, y haya más encuentros entre padres e hijos que se desean.
Julieta Roffo
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