Ejes para dar Vueltas: Maria José Cantero

María José Cantero es Profesora Titular del Departamento de Psicología Evolutiva y Educación en la Universidad de Valencia pero lo que me sedujo de ella fue su propuesta de unir intervención socio emocional y salud. Es decir, incorporar en el sistema de salud un protocolo de intervención  que sea garante de una vinculación madre-hijo segura de cara a potenciar un desarrollo emocional y físico sano.

Lo que he descubierto es que ese sueño (que ojala algún día sea realidad) es la punta de un icerberg, de un puzzle que conecta con cuestiones pediátricas, médicas, neurobiológicas, psicológicas, educativas,… Es una entrevista larga, pero cada palabra, cada frase, cada concepto lo merece.

¿Puede cambiar el tipo de apego que se tiene con una figura materna por ejemplo cuando nace otro hijo, cuando se adopta a un niño con muchas demandas…?

El apego es un vínculo afectivo  cuya calidad depende fundamentalmente del grado de sensibilidad del cuidador. Un cuidador sensible, accesible, disponible que responde a las necesidades del niño/a de una forma adecuada, consistente y adaptada a las características del menor promueve esa seguridad tan necesaria para el desarrollo infantil. Por el contrario, un cuidador insensible que no responde a las necesidades del niño/a o tiende a distorsionarlas interpretándolas en función de sus propias necesidades o deseos promueve en el niño/a un apego inseguro. Por tanto, si la calidad del apego, depende fundamentalmente de la experiencia de cuidado e interacción, siendo la sensibilidad materna la variable predictora fundamental, cambios en la experiencia de cuidado modificarían la calidad del apego del niño/a. En este sentido, el nacimiento de un nuevo hijo puede ser un estresor para la madre que le lleve a modificar el estilo de interacción con el hijo mayor. Si esos cambios se mantienen un tiempo lo suficientemente largo como para que el niño desconfirme sus expectativas anteriores respecto a la disponibilidad de su madre podríamos hablar de cambios en la calidad del apego infantil.

En resumen, cambios en las circunstancias de vida de la madre podrían  provocar cambios en la dinámica de relación madre-hijo y por tanto cambios en la calidad del apego que el niño tiene con su figura materna. Pero estos cambios pueden ser tanto en negativo, de apegos seguros a inseguros, como positivos, de apego inseguro a seguro. Por ejemplo, un niño inseguro puede evolucionar hacia un modelo más seguro si su madre atraviesa por un momento vital positivo que le lleva a ser más atenta y cariñosa con su hijo; y un niño seguro puede desarrollar inseguridad cuando su madre anteriormente sensible, accesible y disponible deja de serlo como consecuencia de una depresión postparto. Puesto que los tres primeros años de vida es el periodo donde se establece las primeras relaciones de apego sobre las cuales irán asentándose las posteriores experiencias relacionales, si el cambio en negativo se da durante estos primeros años, el sentimiento de seguridad del niño se verá afectado de un modo especialmente significativo.

Por último, y  respecto al niño adoptado, quiero incidir en que la clave de la calidad de los apegos que desarrolle en su nueva familia dependerá de la capacidad de adaptación de los padres adoptivos a las características, y especificidades de su nuevo hijo/a. En este sentido, un niño muy demandante, con temperamento difícil, o  con una historia de vida de desorganización puede considerarse un factor de riesgo de actuaciones parentales insensibles. Esto no quiere decir que el niño vaya a desarrollar apegos inseguros, todo dependerá de la capacidad del cuidador a la hora de responder sensiblemente a las necesidades de estos niños.

¿Por qué crees que hay una tendencia a repetir modelos de apego en vez de evitar hacer lo que me han hecho a mi?

Para entender dicha tendencia a repetir modelos y la naturaleza no consciente de estos procesos,  sería importante tener en cuenta los tres componentes del apego: 1) las conductas de apego (componente conductual) que son aquellas conductas que realizamos en el logro de proximidad, contacto y comunicación con nuestras figuras de apego, 2) los sentimientos asociados a la figura de apego, a uno mismo y a la propia relación (componente emocional) y 3) el modelo mental de relación (“working model”, componente cognitivo) que incluye recuerdos, el concepto de la figura de apego, el concepto de sí mismo, las expectativas sobre la relación, reglas para regular las conductas y los afectos, necesidades y metas relacionadas con el apego, estrategias y planes sobre cómo conseguir esas metas, etc. Vamos a centrarnos en  este último componente.

El modelo mental de relación es un conjunto de  representaciones mentales dinámicas que se resisten al cambio. Este modelo constituye un ensamblaje de recuerdos, pensamientos, reglas conscientes e inconscientes que organizan la información relevante para el apego.  Pero, ¿cómo se forma este modelo? Se forma a partir de intentos y resultados de estos intentos, por tanto los primeros modelos mentales respecto al apego  se formarán a partir de los resultados de los intentos del niño/a por conseguir proximidad con su cuidador. Por ejemplo, si la madre ha sido sensible a sus señales, el niño formará un modelo mental de ella como sensible y accesible, y de sí mismo, como competente a la hora de promover su respuesta, y consecuentemente, desarrollará un apego seguro hacia ella. Si por el contrario, la madre no ha respondido a sus señales o lo ha hecho de forma inadecuada (p.e. siendo inconsistente o controladora) el niño formará un modelo de su madre como incompetente a la hora de proporcionarle la respuesta deseada, y de sí mismo, como ineficaz a la hora de obtener su cooperación, y por tanto, desarrollará un apego inseguro. El modelo mental,  también afectará a los otros dos componentes del sistema de apego, es decir, determinará el tipo y la intensidad de las conductas de apego que el niño/a muestre y los sentimientos que la relación genere. Si el modelo mental es adecuado (la figura de apego es concebida como incondicional, disponible y eficaz y uno mismo como competente) el apego será seguro, las conductas de apego serán adaptadas y los sentimientos sobre la relación serán de seguridad y confianza. Por el contrario, si el modelo mental es inadecuado (p.e. el concepto de la figura de apego es de inaccesibilidad y escasa disponibilidad, y el concepto de sí mismo de incompetencia a la hora de promover la respuesta materna deseada), el apego será inseguro, las conductas de apego serán desadaptadas y los sentimientos sobre la relación serán, entre otros, de inseguridad, desconfianza y resentimiento.

Estos modelos mentales tempranos de relación acaban interiorizándose y se almacenan en nuestra memoria implícita (no consciente) y se convierten en la base que guía nuestras relaciones futuras. Aunque a menudo no somos conscientes de ello, las  representaciones que hemos ido construyendo definen nuestra manera de relacionarnos con los otros. Por ejemplo, una madre con un apego inseguro huidizo que tenga dificultades para intimar y expresar emociones también mostrará esas dificultades en la relación con su hijo. Esa frialdad emocional  puede llevarle a bloquear los intentos de búsqueda de proximidad de su hijo comportándose insensiblemente con él. Esta experiencia de indiferencia afectiva enseña al niño a reprimir sus conductas de apego (pedir cariño, cuidados…), generando como mecanismo de defensa las conductas de evitación conductual y emocional típicas de los niños huidizos. Por tanto, una madre con apego huidizo, se relaciona con su hijo acorde a este modelo y promueve en él un apego de la misma calidad. Es un proceso no consciente que explica no solo la continuidad de los estilos de apego a lo largo de la vida sino también la continuidad intergeneracional del apego.

De ahí la importancia en todo proceso terapéutico, de poder promover el acceso consciente a esta información no consciente; con el fin de generar cambios y progresos positivos en nuestra manera de sentirnos y relacionarnos con los que nos rodean y con nosotros mismos.

¿Qué le aporta a un niño vivir experiencias familiares de una familia de acogida frente a entrar en los sistema de protección de una institución?, ¿crees que las políticas sociales deberían de apostar por favorecer la acogida?

Es una pregunta muy interesante y voy a empezar a responder con otra pregunta ¿Qué necesita un niño desde un punto de vista afectivo? Un niño, una niña, mejor dicho, todos nosotros, necesitamos sentirnos queridos, comprendidos y escuchados. Necesitamos saber que contamos con personas de confianza a las que acudir en los momentos en los que nos sentimos mal, perdidos, desorientados e inseguros. Saber que contamos con estos referentes de seguridad nos ayuda a sobreponernos ante la adversidad. El vínculo de apego, en definitiva, da respuesta a esta  necesidad básica de protección y seguridad emocional que todos nosotros tenemos. Si es tan importante en un adulto, imaginémoslo para un menor.

Pero para establecer un vinculo afectivo de estas características con una persona o personas en particular, necesitamos estabilidad, necesitamos tiempo de relación con esas personas que van a ser tan importantes para nosotros. Nadie nace apegado a nadie, y nadie se vincula en términos de apego de hoy para mañana. El niño/a necesita tiempo para aprender a confiar en la accesibilidad y disponibilidad del cuidador y a partir de ahí sentirse seguro respecto a él. Sin una experiencia de interacción continuada no es posible consolidar un vínculo de apego. Las políticas sociales deben apostar por dotar a los niños de entornos estables de cuidado que garanticen la consolidación de vínculos de apego seguros.

Imagino que el lector habrá podido deducir por mis palabras que a priori el entorno familiar respondería más adecuadamente a esta característica fundamental: ser un entorno estable de cuidado en el que el adulto  posibilite  el desarrollo de un apego seguro en el niño. Por todo ello, considero que sería fundamental que el acogimiento familiar fuera un objetivo prioritario dentro de las medidas de protección a adoptar. Especial atención, por tanto, a la selección de familias acogedoras en términos de evaluación de competencias parentales.

Asimismo, respecto a los Centros, destacaría la importante y efectiva labor que se puede realizar, en términos afectivos, cuantos éstos responden a las necesidades a las que hemos hecho referencia. Muestro mi gran respecto y valoración hacia los profesionales que trabajan en los Centros día a día  esforzándose y a veces logrando crear ese espacio de seguridad afectiva para los menores. Esto es especialmente posible cuando los centros de acogida son Centros de pocas plazas, con gran implicación de los profesionales, con ambiente familiar, etc. Considero que es responsabilidad de las políticas sociales, en relación a los Centros, el promover que éstos reúnan las características adecuadas para el cuidado de los menores en todas sus dimensiones, destacando el cuidado afectivo y relacional. Si no lo hacemos no estamos dando una verdadera respuesta institucional a las necesidades infantiles.

¿Cómo vive un niño un cambio de apego por ejemplo en acogimiento o adopción?

Todo proceso de desvinculación afectiva supone una protesta por la separación. Puede equipararse a un proceso de duelo. Tenemos que tener en cuenta a la hora de cambiar a un niño de entorno de cuidado el tiempo qué va a permanecer en el nuevo entorno. Las preguntas a plantearnos serían: ¿le estamos dando al niño/a la posibilidad de formación de nuevos apegos?, ¿le estamos dando un entorno estable de cuidado que le proporcione esa seguridad tan necesaria para un óptimo desarrollo?, y lo más importante a tener en cuenta ¿qué supone para un menor el hecho de pasar una y otra vez por procesos de desvinculación que no posibilitan tener referentes de seguridad estable?

En casos de internamiento institucional crees que se puede establecer un  apego con un educador? ¿cómo influyen en dicho modelo los turnos, vacaciones, bajas … de  éstos? Danos alguna línea de intervención

Para responder a esta pregunta me remito a mi respuesta anterior relacionada con el papel que cumplen las familias de acogida. Considero que un educador, por la naturaleza del contexto del que forma parte, presenta más dificultades para dar respuesta a lo que supone ser una figura de apego promotora de seguridad emocional en los niños. La figura de apego es aquella persona (o personas) en quien el niño confía y de quien tiene la seguridad de que estará disponible cuando la necesite, con independencia de turnos, vacaciones, bajas… Los educadores pueden llegar a ser referentes afectivos importantes de los niños con los que trabajan pero debemos tener en cuenta que ser figura de apego supone una dedicación de 24 horas al día, los 365 días del año.

Planteo una nueva pregunta: ¿Puede un adulto ser figura de apego de un niño sin estar vinculado afectivamente con él? La respuesta desde mi punto de vista es no, sobre todo, si hablamos de relaciones diádicas funcionales. El apego entre un niño y un adulto es una relación asimétrica y complementaria entre el vínculo del apego del niño y el sistema de cuidados y aceptación incondicional del adulto. El apego en la infancia no debe ser  reciproco, el niño tiene apego con el adulto que le cuida y responde a sus necesidades, pero ese adulto no debe tener un vínculo de apego con el niño al que cuida. ¿Por qué? Por que el niño/a no puede, ni debe nunca, ser  la base de seguridad de un adulto, por ejemplo su madre. La madre debe tener sus figuras de apego a las que recurrir cuando se sienta mal y el niño/a  no puede dar respuesta a la necesidad de seguridad emocional de su madre. Por supuesto que la madre está vinculada con su hijo pero en términos parento-filiales. El vínculo parento filial es un vínculo afectivo de naturaleza diferente al de apego pero tan intenso y significativo para la persona vinculada como éste.

Volviendo a la pregunta que me planteáis, si ser una figura de apego de un niño supone, en la situación óptima, desarrollar un vínculo parento-filial con el menor, deberíamos pensar en las veces que es posible que, en el contexto de un Centro, el educador pueda vincularse afectivamente en estos términos con los niños con los que trabaja.

¿Una persona puede evolucionar en su modelo mental de apego? ¿Cómo?

Si, por supuesto. La correspondencia entre el apego en la infancia y el apego en etapas posteriores de la vida, depende mucho de la estabilidad e inestabilidad del entorno relacional. Los modelos mentales tienden a ser estables pero el cambio es posible. Los modelos mentales se construyen y consolidan durante un periodo de tiempo amplio y a lo largo de ese periodo en el que aún no se ha asentado definitivamente es más permeable a influencias diversas que lo pueden cambiar de positivo a negativo y viceversa.

No obstante, la estabilidad del modelo mental de apego  depende, entre otros factores, de la estabilidad del trato dentro de la relación, de la satisfacción o insatisfacción que proporciona la relación y de las expectativas respecto al otro. Pero una cosa es clara, la edad nos dota de la madurez y la experiencia para ayudarnos a considerar mayor variedad de alternativas a la hora de valorar e interpretar la actuación de nuestras figuras de apego. Un adecuado funcionamiento del modelo mental de apego requiere su actualización en base a las experiencias del presente.

Cuando hablas de la formación del apego referencias a la IN/SENSIBILIDAD PARENTAL ¿Qué es y cómo afecta al crecimiento?

Como ya he comentado, una variable explicativa fundamental de la calidad del apego es el grado de sensibilidad/insensibilidad del cuidador. La mayoría de los teóricos del apego están de acuerdo en que la calidad del apego es el resultado de las respuestas del cuidador ante las señales de búsqueda de proximidad y contacto del niño. Pero, ¿qué se entiende por sensibilidad parental? La sensibilidad hace referencia a la habilidad de los padres a la hora de percibir e interpretar adecuadamente los mensajes del niño y dar una respuesta apropiada y puntual a los mismos. Podemos definirla como «una percepción consistente de los mensajes del bebé, una interpretación precisa de estos mensajes y una respuesta contingente y apropiada a los mismos» Partiendo de la definición podemos señalar que toda actuación sensible atraviesa por 4 fases:

  • una percepción adecuada de la señal infantil,
  • una interpretación correcta de la señal,
  • la selección de la respuesta de cuidado apropiada
  • la realización efectiva de la misma.

A ello debemos añadir la coherencia. No podemos ser sensibles hoy e insensibles mañana.

Por tanto, el niño/a forma un modelo mental de relación a partir de la experiencia de interacción cotidiana con su cuidador y, más concretamente, a partir de las respuestas que obtiene cada vez que manifiesta una necesidad que requiere de la proximidad y contacto con el cuidador para su satisfacción. No obstante, los niños analizan la información relativa a las conductas de cuidado que reciben a partir de un número limitado de categorías que responden a las siguientes cuestiones “¿mi figura de apego es accesible y está disponible cuando la necesito?, ¿puedo confiar en ella?, ¿da respuesta a mis necesidades de una forma adecuada, rápida y consistente? Una respuesta afirmativa a estas cuestiones implicaría una experiencia positiva de cuidados caracterizada por la sensibilidad y se relacionaría con niños seguros y confiados. Una respuesta negativa, se relacionaría con un cuidado insensible, no adaptado a las necesidades del niño, lo que fomentaría inseguridad, desconfianza y resentimiento, en definitiva, niños inseguros e infelices

Realizaste una investigación para conocer la relación entre apego con la madre y salud durante los dos primeros años de vida. ¿Cuáles fueron los resultados?, ¿qué tipo de apego sería el más vulnerable a la enfermedad?

Si, en el año 2008, la Consellería de Sanidad y la Consellería de Educación de la Generalitat Valenciana me financiaron un proyecto de investigación titulado “Influencia de la competencia parental y el apego infantil en la salud durante los dos primeros años de vida”. Un proyecto del que estoy muy satisfecha. Aprovecho para agradecer  la gran ayuda y colaboración que recibí por parte del Servicio de Salud Infantil y de la Mujer de la Dirección General de Salud Pública de la Conselleria de Sanitat, muy especialmente, a Ana Fullana. En este proyecto colaboraron 11 pediatras de cuatro centros de atención primaria de la ciudad de Valencia quienes reclutaron a las familias participantes.

Por un lado, los resultados confirmaron la relación entre estrés materno y competencia materna. El estrés percibido por la madre en la tarea de crianza se relacionó negativamente con su percepción de competencia respecto a su hijo/a, resultado acorde con la literatura sobre el tema. A mayor estrés en la tarea de crianza menor competencia percibida en la relación con su hijo/a.  Además se confirmó la relación entre apego y salud física. En concreto, y en respuesta a vuestra  última pregunta, los niños inseguros demandaron mayor asistencia pediátrica que los niños seguros. Además, se obtuvo  un predominio de la patologia respiratoria en el  caso de los niños inseguros resistentes ambivalentes (tipo C). La investigación reciente en neurociencia confirma la relación entre apego seguro y salud física a traves de su influencia en los sistemas reguladores fisiológicos. Nuestros datos indicaron que dentro de la inseguridad (subtipos A y C), es el subtipo resistente ambivalente  (tipo C) el más vulnerable a la enfermedad, especialmente en lo relativo a patologias respiratorias del tracto inferior (neumonia, bronquitis, bronquiolitis, asma….). El apego desorganizado no fue considerado en este estudio al no disponer de suficiente muestra.  Se hace necesario profundizar en estos hallazgos de cara a establecer conclusiones más precisas.

 ¿Qué conclusiones prácticas se van a derivar o deberían derivarse de ese estudio?

En la actualidad, trabajar en pro de la promoción del bienestar infantil exige ser consciente de la estrecha relación entre variables psicológicas y neurológicas durante los primeros meses de vida, y sus repercusiones a nivel de funcionamiento físico y psicológico posterior. Los avances en neurociencia señalan que un cuidado adaptado a las necesidades del bebé es condición necesaria para una correcta maduración del hemisferio derecho del niño/a encargado del procesamiento de la información socioemocional y corporal, las funciones de manejo del estrés y la autorregulación emocional. Este nuevo contexto de complementariedad multidisciplinar hace necesario el diseño de actuaciones relacionadas con el fomento de competencia y sensibilidad parental que incidan en el desarrollo de vínculos de apego seguros en la primera infancia como prerrequisito de una regulación afectiva óptima en el futuro.

Este estudio aportó un pequeño grano de arena en este tema y ayudó a poner de manifiesto  la necesidad de ampliación de los Programas de Promoción de Salud Infantil. Quizá soy una idealista, pero creo firmemente que  debemos  incorporar en la práctica los últimos avances médicos y psicológicos y modificar el concepto tradicional de salud de nuestro sistema sanitario. Considero que el sistema de salud debe contemplar medidas encaminadas al fomento del correcto desarrollo socioafectivo de los menores ampliando con ello las actuaciones en materia de salud. En el marco de un modelo de Bienestar Infantil, el diseño de actuaciones dirigidas al fomento de apegos seguros infantiles complementaría las actuaciones pediátricas. Pensemos pues en esta posibilidad, y en cómo incorporar en atención primaria de salud un asesoramiento psicologico promotor de actuaciones parentales competentes.

Os confieso mi gran sueño: que se introdujeran actuaciones protocolizadas para fomentar apegos seguros en primera infancia en los Programas Publicos de Supervisión de la Salud Infantil.

¿Qué aspectos debería recoger en este sentido un programa de preservación familiar? 

Tal y como comenté en la respuesta referida a “la repetición de modelos”, el adulto cuidador posee un modelo mental de relación que de un modo no consciente define su manera de sentirse y relacionarse con los que le rodean y con él mismo. Este modelo influye en la forma en que interactúa con su hijo y responde a sus necesidades afectivas, y  obviamente, en la calidad del vínculo parento-filial que establece con él. Si se apuesta por llevar a cabo un programa de intervención,  y entendiendo que hablamos de una situación de riesgo de desprotección moderada, haría referencia a los siguientes elementos que consideraría fundamentales en dicha actuación:

  • Primero, debemos englobar el proceso de intervención en el marco psico-socio-educativo.
  • Segundo, sería conveniente realizar un apoyo psicológico y social, individual y familiar, coordinando las actuaciones con el resto de recursos implicados (escuela, servicios sociales, centro de salud, etc) y,
  • Tercero, sería fundamental promover un trabajo psicoterapéutico con los progenitores, que permitiera su acceso consciente a su propio modelo mental de relación, explorando su propio tipo de apego, su historia de vida y sus propias competencias parentales.

Sólo de este modo se podrían fomentar cambios significativos y duraderos en el tiempo, en lo que se refiere a su vinculación e interacción con los menores implicados.

Está claro que el vínculo de apego es una necesidad también en la vida adulta pero ¿cumple las mismas funciones que en la infancia?

Por supuesto, la función del apego, es decir, el aporte de seguridad y protección, permanece constante a lo largo de la vida aunque los mecanismos para llevar a cabo esta función varíen y se desarrollen con la madurez. Como ya he señalado antes, tanto un niño como un adulto, necesitan establecer y mantener vínculos de apego con otros. Todo ser humano necesita saber que puede (y efectivamente poder) recurrir a otro para encontrar apoyo y consuelo, sintiendo seguridad y alivio emocional al hacerlo. Tanto las relaciones afectivas infantiles como las posteriores son variantes de un mismo proceso subyacente, cuya función básica es cubrir las necesidades emocionales y de vinculación que tiene el ser humano. El deseo de proximidad y contacto privilegiado con la figura de apego, el sentimiento de bienestar y seguridad asociado a su presencia, el refugio emocional que nos proporciona y el sentimiento de abandono y la consiguiente protesta asociada a su pérdida, permanecen constantes a lo largo de la vida.

A pesar de estas similitudes, no es menos cierto que los contenidos del modelo mental, los sentimientos y las conductas de apego no son los mismos en todas las etapas de la vida ya que los cambios en las capacidades mentales, los recursos para comunicarse a que tiene acceso un adulto y los aprendizajes realizados a lo largo de la vida, hacen que en esta edad, la proximidad, la protesta por la ausencia, el uso del otro como base de seguridad y el propio concepto de disponibilidad y presencia del otro sean distintos.

Además, un último comentario, el niño depende del adulto cuidador para definir y desarrollar el modelo mental de relación del que hemos hablado anteriormente. La figura de apego del niño tiene la enorme responsabilidad de influir significativamente en la construcción del modelo mental inicial que definirá en el niño su manera de sentirse y relacionarse con los que le rodean y con él mismo. Por el contrario, la figura de apego de un adulto, puede confirmar o desconfirmar las expectativas del otro en función de su modelo mental de relación ya definido. Los niños no pueden elegir a sus figuras de apego, nosotros los adultos sí.

¿Cómo se realizaría una transferencia gradual de los comportamientos de apego de los padres, los amigos y la pareja romántica?

Se han propuesto modelos explicativos del progresivo desplazamiento de los apegos principales de las figuras parentales a los iguales y a la pareja a partir de los resultados obtenidos en investigaciones sobre el curso evolutivo de las figuras de apego. En estos estudios se analizaron los cuatro componentes básicos del apego (búsqueda de proximidad, refugio emocional, base de seguridad y protesta por la separación) y se comprobó una trasferencia escalonada de los padres a los iguales. Esta transferencia empieza a finales de la niñez con el componente de proximidad, seguido en la temprana adolescencia por el de refugio emocional, y concluye al final de la adolescencia o al inicio de la edad adulta con el de base de seguridad y protesta por la separación.

Es importante tener en cuenta que en la adolescencia o la vida adulta,  desde que conoces a una persona hasta que ésta pasa a formar parte de tu privilegiado grupo de figuras de apego, desplazando incluso de la jerarquía de apegos a las figuras parentales, se necesita un amplio tiempo de relación. En este sentido, se ha señalado que en las relaciones de pareja se requieren, al menos dos años, para poder hablar de un vínculo de apego recíproco que incluya los cuatro componentes del apego. Cuando va progresando la relación, primero se busca la proximidad con la persona vinculada; segundo, se busca su consejo o se comparten inquietudes o preocupaciones; tercero, la separación produce cierta ansiedad o malestar; y por último, lo que definiría  que la vinculación es de apego, es el hecho de que ante una percepción de amenaza, de peligro, de riesgo o un sentimiento de malestar, la proximidad física o psicológica con esta persona permite recuperar la seguridad perdida. En este momento podemos hablar ya de un apego definido hacia ella donde confluyen los 4 componentes del apego: búsqueda de proximidad, refugio emocional, protesta por la separación y, por supuesto, el componente distintivo del vínculo de apego, la base de seguridad.

En muchas ocasiones hemos confundido el patrón de apego desorganizado y el de apego reactivo ¿qué diferencias hay entre ambos?

Hablar de apego desorganizado implica que el menor tiene una figura de apego definida que es extremadamente insensible en su trato con él. El contexto relacional que rodea al niño/a es altamente disfuncional. Estamos hablando del extremo de insensibilidad parental. Este patrón de apego ha aparecido tanto en muestras de alto, como de bajo riesgo. No obstante, es mucho más frecuente en las primeras que en las segundas. La alta presencia de este patrón de apego en muestras de niños pertenecientes a familias con problemáticas diversas, ha sugerido que el desarrollo de este patrón es promovido por circunstancias familiares extremas: maltrato, trastorno mental en el cuidador, depresión, adicciones, traumas paternos no resueltos, etc.

Las investigaciones relativas a la ontogenia del apego desorganizado han enfatizado el papel que juega el miedo en la conducta desorganizado/desorientada infantil. La alta proporción de niños desorganizados en las muestras de niños maltratados en numerosas investigaciones pone de manifiesto este hecho. El miedo es una experiencia común en los niños maltratados donde la activación simultánea del sistema de apego y del sistema de miedo produce un fuerte conflicto entre aproximarse al cuidador para ser consolado o alejarse de él por razones de seguridad. No obstante, se hace necesario precisar que aunque la incidencia de apego desorganizado sea muy alta entre los niños maltratados, esto no significa que la detección de un apego desorganizado implique necesariamente un maltrato infantil. De hecho, estudios realizados con familias normales, han sugerido el papel de los traumas paternos no resueltos en el desarrollo de este patrón de apego. La investigación de  Main y Hesse en los años 90 puso de manifiesto que la falta de resolución del duelo por el fallecimiento de una figura de apego durante la infancia de los padres, y no el fallecimiento en sí mismo, es el factor asociado con la desorganización infantil. Estos autores sugieren que una madre que sufre un duelo no resuelto puede sentir miedo ante situaciones que aparentemente no lo provocan, y como resultado, mostrar ansiedad. Esta ansiedad o conducta de miedo derivada de fuentes internas, le lleva a alarmar de forma impredecible a su hijo, originando la presencia de conductas desorganizadas.

En resumen, un niño con apego inseguro desorganizado sí ha establecido un vínculo de apego con un cuidador, sí hay una figura de apego pero la relación con ella está perturbada y la desorganización conductual es hacia ella. Destacamos algunos aspectos del comportamiento de un menor con patrón de apego desorganizado. Por un lado, prima el intento de tener cierto control sobre el ambiente. Esta necesidad de control se manifiesta a través de comportamientos violentos, pero también de cuidado y complacencia hacia los otros, con el fin de no perderlos. Por otro lado, suelen tener dificultades para concentrarse lo que les lleva a tener dificultades académicas, e incluso, fracaso escolar.

Cuando hablamos del trastorno de apego reactivo, aunque todavía no se conocen con seguridad sus causas, se infiere que el contexto que ha rodeado al menor se define por la ruptura  y las pérdidas en un periodo crítico, los primeros años de vida. El niño con trastorno reactivo de apego no tiene una figura de apego y sus alteraciones conductuales no van dirigidas a alguien en particular sino que se manifiestan de forma general. Estamos hablando de niños que no han tenido la posibilidad de consolidar un vínculo de apego. No hay una figura de apego a diferencia de lo que ocurre en el apego desorganizado.

En un extremo podemos encontrar a un niño introvertido, cerrado y autodestructivo que no es capaz de funcionar en las relaciones sociales (tipo inhibido) y en el otro extremo de la escala un niño muy extrovertido, impulsivo/agresivo sin preferencia especial por un cuidador en particular (tipo desinhibido). El problema principal es que el niño está incapacitado para desarrollar relaciones mutuas con los otros de forma cariñosa y atenta. De ahí la importancia de dotar a los menores de entornos de cuidado estables que les permita vincularse a cuidadores específicos y satisfacer así la necesidad básica de seguridad emocional a la que da respuesta el vínculo de apego.

Tanto en el apego desorganizado como en el trastorno reactivo de apego el problema nunca es el niño/a sino el entorno anómalo de cuidado o la ausencia de cuidado estable.  Estas dos situaciones  provocan su comportamiento disfuncional.

Como dijo Arquímedes: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. A esta frase, y en este contexto, yo añadiría: “Permitamos que los niños desarrollen relaciones seguras como punto de partida de una vida llena de posibilidades”.

En el trabajo con las figuras parentales es necesario evaluar sus estilos de apego. ¿Puedes recomendarnos algún instrumento que nos aporte información y nos oriente a la intervención?

Hay varios cuestionarios para evaluar el apego adulto adaptados a nuestro contexto. Yo destacaría dos:

  • la adaptación realizada por Itziar Alonso-Arbiol y colaboradores del “Experiences in Close Relationships” (ECR, Brennan, Clark y Shaver, 1998). El articulo de referencia que os invito a leer es “A Spanish version of the Experiences in Close Relationships (ECR) adult attachment questionnaire” publicado en la revista Personal Relationships, en el año 2007.
  • En segundo lugar, os recomiendo el Cuestionario de Apego Adulto (CAA) que desarrollé junto a mi compañera Remedios Melero.

Tras analizar los cuestionarios existentes, consideramos de utilidad clínica elaborar un instrumento adaptado a las peculiaridades afectivas de nuestra población. El resultado fue el “Cuestionario de Apego Adulto” compuesto por 40 ítems que se agrupan en 4 escalas. La primera escala, “Baja autoestima, necesidad de aprobación y miedo al rechazo” evalúa necesidad de aprobación, autoconcepto negativo, preocupación por las relaciones, dependencia, miedo al rechazo y problemas de inhibición conductual y emocional. La segunda escala, “Resolución hostil de conflicto, rencor y posesividad”, evalúa ira hacia los demás, resentimiento, facilidad a la hora de enfadarse, posesividad y celos. La tercera escala, “Expresividad emocional y comodidad con la intimidad”, evalúa sociabilidad, facilidad para expresar emociones y confianza en los demás a la hora de expresar y solucionar los problemas interpersonales. Por último, la escala “Autosuficiencia emocional e incomodidad con la intimidad”, valora la priorización de la autonomía frente al establecimiento de lazos afectivos, la evitación del compromiso emocional y la sobrevaloración de la independencia personal. Estas 4 escalas representan dimensiones donde los sujetos se sitúan en un continuo.

Además de la evaluación dimensional, nuestro cuestionario permite obtener un diagnóstico por categorías de apego. En el “Cuestionario de Apego Adulto”, la persona segura se caracteriza por ser sociable, con facilidad para expresar sentimientos y con estrategias de resolución de conflicto bilateral. La persona preocupada tiene baja autoestima, alta necesidad de aprobación, miedo al rechazo, expresividad emocional y comodidad con las relaciones. La persona alejada prioriza su autosuficiencia al establecimiento de lazos afectivos; rehúye el compromiso emocional pero no presenta problemas de autoestima. La persona temerosa hostil se caracteriza por enfado, hostilidad, rencor, posesividad, baja autoestima, necesidad de aprobación, miedo al rechazo y autosuficiencia emocional. Es, por tanto, una persona que combina aspectos típicos de los estilos alejado y preocupado.

El resultado de este trabajo fue publicado en la revista Clínica y Salud. La referencia es: Melero, R., Cantero, M.J. (2008). Los estilos de apego en población española: un cuestionario de evaluación del apego adulto. Clínica y Salud, 19, 83- 100.

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