Familias que cambian vidas

familias acogedoras«Os voy a hablar de las familias de acogida. Yo vivo en una». Begoña, entonces 16 años, dejó boquiabiertos a sus compañeros del ‘insti’ cuando les relató su vida en una charla que tenían que dar en clase como parte de un trabajo.

Su cuadrilla del colegio Amara Berri de Donostia sabía de su realidad, la de la menor con dos familias: la que le brinda un hogar y con la que convive en el día a día, y la biológica, que por distintos motivos no puede hacerse cargo de ella y a la que sigue visitando periódicamente. Había otros escolares que no tenían ni idea de esa situación.

«Y si algo he aprendido en todos estos años es a explicarme. Les conté mi vida, mi situación. La gente se quedó flipando».

La de Begoña es la vida de una niña de Eibar que vivió parte de su infancia en pisos residenciales, bajo tutela foral. A los 7 años convivió con gente de su edad, pero a los 8 le cambiaron a otro piso en el que había chavales de hasta 18 años. Demasiada diferencia. «Me trataban como a un juguete, me vacilaban». Los pisos, reconoce, no están mal. «Los educadores trabajan bien, pero por mucho que sean cercanos no son como los padres. Y por muy amigo que te hagas de los chavales, no son como tus hermanos. Aquello no es una familia. Allí no tienes referentes».

Los suyos se llaman Izaskun y Luismi. Ugarte y Bayón, respectivamente, aunque los apellidos del DNI de Begoña sean otros. Otro motivo que obliga a dar explicaciones. Le abrieron la puerta de su casa cuando tenía 9 años, después de animarse tras leer dos reportajes sobre familias de acogida en este periódico. «Podemos hacer algo», pensó esta pareja que ya había criado a dos hijos biológicos, que entonces tenían 21 y 18 años. Se pusieron en contacto con la Cruz Roja, que entonces se encargaba de estos procesos, «y nos contaron cómo va todo con pelos y señales». Lo bueno y lo malo, que también lo hay. «Lo bueno es traer un menor a casa, qué guay, vamos a cuidarle y a quererle… Pero ese menor viene con una mochila de vivencias que hay que ir trabajando y soltando». No es fácil.

Durante casi un año, los Ugarte-Bayón estuvieron en contacto con profesionales de la instituciones y haciendo ese aprendizaje de las familias acogedoras, actualmente 260 en Gipuzkoa y con 325 menores a su cargo. Desde que la Diputación puso en marcha esta modalidad de protección a la infancia, en 1985, cerca de 700 familias se han hecho cargo de menores.

Los nervios del primer día

El primer encuentro entre Begoña y su nueva familia tuvo lugar en el piso residencial. «Era su terreno y la supervisora estaba presente. Tocamos el timbre y oímos como gritaba: ‘¡Qué vergüenza, no quiero abrir!», recuerda con una sonrisa Izaskun. Ahora Begoña reconoce que estaba «muy nerviosa». Como para no estarlo. En esos encuentros semanales, que se fueron alargando e intensificando y en el que conoció a sus hermanos Asier y Amaia, que estuvieron de acuerdo con el acogimiento, comenzó a tejerse una relación ahora más que sólida. Con Izaskun había ‘feeling’, «conectamos mucho» desde el inicio. «Con Luismi me costó más», confiesa.

La víspera de una Nochebuena Begoña se mudó a su nuevo hogar. No todo fueron risas. «El principio fue muy difícil. Nosotros tenemos nuestras expectativas, pero ella trae las suyas. Y ahí hay un choque», reconoce Izaskun. Había cuestiones básicas, como las normas o límites familiares, el funcionamiento de una casa, que a Begoña le costaban. Tenía también sus motivos: «En un piso, quieras que no, te haces como más egoísta. Vas a lo tuyo, porque la gente tampoco se preocupa por ti. Vives como solo. Pero vas a una familia y el choque está ahí: tienes que aprender a no ser egoísta, a seguir unas normas, a compartir; a estar en familia». Algo que, desgraciadamente, algunos niños desconocen. «Una familia acogedora te da una segunda oportunidad», reconoce Begoña. Ella la tuvo.

«Vino con muchos miedos», rememora Izaskun. Por la noche, por ejemplo, había que dejar la luz encendida. «Tuvimos que quitar todas las muñecas de la habitación porque sus rostros le asustaban». No había cuento que le hiciese dormir. «Mi marido le contaba uno tras otro…». Y lo que costaba. «Pero poco a poco fue superando esos miedos».

Más les costó que cambiara de conjugación verbal y que empezara a hablar en primera persona del plural. «Preguntaba: ‘¿me dejas tus tijeras? ¿Tenéis celo?’ Me llevaba los demonios. Siempre le insistía en que dijera ‘tenemos’. Esto es una familia y todo es de todos. Aquí también se discute y se riñe, pero compartiendo. Todos vamos a una». Es lo que las familias de acogida ofrecen, otra versión de hogar con sus momentos de alegría y en la que también hay conflictos, «pero eso no significa una ruptura ni un abandono. Si hace falta te riño, pero a pesar de todo estamos y estaremos ahí. Se trata de darles a estos niños una segunda opción para que salgan de la espiral de conflictividad en la que han estado inmersos».

Una oportunidad «que te cambia la vida», reconoce Begoña. Y con la que, al principio, no las llevas todas contigo. Así que hay que poner a prueba esa nueva realidad, echando, por ejemplo, un pulso adrede. Begoña reconoce que cuando se enfada tensionaba la cuerda. «Pensaba: ‘si me porto mal, estos me echan’. ¿Cómo una familia que no te conoce te puede querer?».

Con la familia biológica

Mientras tanto, Begoña ha seguido manteniendo contacto con su familia biológica. Es algo que Izaskun siempre ha tenido clarísimo: «Esto no es una adopción, acoges a un niño pero en definitiva estás medio acogiendo a la familia biológica. Son sus orígenes. Una de las maneras por las que pueden ir soltando todas esas vivencias que acarrean es mantener la relación con su familia». Izaskun, por ejemplo, «se ha llevado muy bien con mi padre. Ella me decía ‘no te enfades con él, que es tu padre y luego te vas a arrepentir’. Siempre me han recordado eso en casa, que tengo a mis padres y que nunca van a intentar suplantarlos», cuenta Begoña, quien además de con su aita se lleva especialmente bien con una hermana, que vive en otra comunidad, y también trata con sus abuelos maternos. Tras varios años sin verla, el verano pasado se reunió con su madre.

Ahora Begoña tiene 19 años. Tanto ella como su familia acogedora decidieron que tras la mayoría de edad querían seguir conviviendo, porque para algo son una familia. Estudia Trabajo Social, para ser como aquella profesional que le acompañaba en las visitas con sus padres y de la que se hizo amiga. «Me ayudó muchísimo. He visto de cerca lo que sufre la gente y quiero ayudar. Suelo decir que no hace falta ir a África a acoger un niño, porque aquí hay niños que necesitan ayuda».

Begoña, que también se ha sacado el título de monitora que llevará en breve a la práctica, rechaza también la etiqueta de ‘raros’ o ‘conflictivos’ que se les cuelga desde el desconocimiento: «Me molesta mucho, somos gente normal que hemos tenidos problemas. No es fácil».

¿Qué es el acogimiento familiar?

Es una medida legal que otorga a una familia la guarda de una persona menor de edad que ha sido separada de su familia de origen. Lo más importante es que la quieran. Pero, además, el acogimiento conlleva la obligación de cuidarla, alimentarla y educarla por un tiempo, complementando a la familia de origen, mientras ésta no pueda atenderla. El programa de familias de acogida les ofrece la oportunidad de contar con el afecto y el apoyo de una familia.

Características. 

Las dos principales son la temporalidad, ya que el objetivo final es la vuelta de la persona menor a su hogar una vez superadas las dificultades de su familia, y el contacto con la familia natural a través de las visitas. La Diputación Foral es la entidad encargada de la protección de menores, es ésta quien, de acuerdo con el Juzgado, regulará las visitas teniendo en cuenta el beneficio del niño o niña.

Familias acogedoras. 

Existen muchos tipos de niños y niñas, por ello, son necesarios muchos tipos de familias. No existe un perfil predefinido para que las familias pueden ser acogedoras, pero sí deben cumplir determinados requisitos: toda la familia debe estar de acuerdo con la decisión; deben tener claro que su deseo es acoger, no adoptar; deben estar dispuestas a aceptar al niño, niña o joven con su historia, sus costumbres, su familia y su forma de ser; deben tener la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios que puedan producirse en la situación del menor y deben prestarse a recibir información y asesoramiento profesional, durante todo el proceso y duración del acogimiento.

Apoyo profesional. 

La Diputación garantiza una ayuda profesional permanente para la resolución de los conflictos que se presenten en los diferentes ámbitos de las vidas del niño o niña, incluidas las visitas con su familia. Cada familia cuenta con una persona técnica de referencia.

Ane Urdangarin
www.diariovasco.com

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