Aquellas tristes niñas chinas

chineseUnos 18.000 menores han llegado a nuestro país desde que en 1995 el documental ‘Las habitaciones de la muerte’ destapara las crueles condiciones de vida en los orfanatos chinos. Las primeras pequeñas adoptadas por parejas españolas han alcanzado la mayoría de edad.

«Al ver el reportaje pensé: ‘Jo, yo estuve allí’. Mi madre me ha contado que estaba atada». Claudia Kum Míguez fue una de las primeras niñas chinas adoptadas en España

Aquel reportaje emitido en ‘Documentos TV’ el 19 de octubre de 1995 se llamaba ‘Las habitaciones de la muerte’. Tres reporteros de la cadena británica Channel Four se hicieron pasar por representantes de orfanatos europeos que querían conocer cómo funcionaban estas instituciones en China.

Tenían la sospecha de que estaban desbordadas como consecuencia de la política del ‘hijo único’, imperante en aquel país desde 1979. Esta medida de control de la natalidad se tradujo en una avalancha de abandonos, sobre todo niñas, porque allí por tradición es el varón quien hereda y se queda a cargo de los padres, mientras que las chicas, al casarse, pasan a formar parte de la familia del marido. De este modo, empezó a ser una práctica común interrumpir el embarazo si se esperaba una niña, o tenerla y abandonarla para poder ir a por el varón.

El documental mostró gracias a la cámara oculta una realidad muy dura, con centros saturados donde se hacinaban las pequeñas en pésimas condiciones. Muchas aparecían atadas a sillas con un agujero por donde las deposiciones caían a un orinal. La mayoría se balanceaba mecánicamente, adelante y atrás, sobre sus asientos. Algunas tenían llagas y costras en su piel, incluso gangrena.

El director de ‘Documentos TV’, Pedro Erquicia, recuerda al cabo de los años lo que sintió al verlo: «Escalofrío. Me produjo un shock en su primer visionado. Todavía no se me ha borrado de mi memoria la imagen final del reportaje. La imagen de Mei Ling poco antes de morir». Eso sucedió cuatro días después de la visita de los periodistas, porque a las niñas que estaban demasiado enfermas simplemente se las dejaba apagarse poco a poco.

Mucho se ha hablado de aquel documental que China trató de censurar, algo confirmado por el periodista español. Algunos padres adoptivos reprochan que exageró y generalizó la situación, aunque admiten que lo que allí se veía era real y que gracias a su emisión las cosas mejoraron en los orfanatos y aquellos bebés pudieron optar a una vida mejor. También lamentan que el reportaje contribuyera a demonizar a toda la sociedad china, que en realidad sufría en su propia carne la política del ‘hijo único’, tolerada por las potencias occidentales, asustadas entonces ante el imparable avance demográfico del país.

A lo largo de cuatro décadas se han practicado, según el Ministerio de Sanidad, 330 millones de interrupciones del embarazo y 196 millones de esterilizaciones en ambos sexos. Además, se han implantado 403 millones de dispositivos intrauterinos para impedir la fecundación… En 2013 ya había 35 millones más de hombres que de mujeres.

Problemas de raquitismo

Evidentemente, no fue Erquicia el único impactado. A partir de aquella emisión, cientos de parejas en todo el mundo dirigieron su mirada hacia China, aunque un puñado de padres ya había iniciado los trámites con ese país antes del reportaje. Desde 1995, han sido 18.000 los menores llegados a España procedentes del gigante asiático.

Una de las primeras en aterrizar, en este caso en Almería, fue Carmen Rumí. Era una de aquellas niñas atadas a la silla. Lo supo su madre, Aurora del Rosal, cuando se la entregaron, en 1998: la pequeña tenía veinte meses y marcas en muñecas y tobillos. Llevaba once años intentando convencer a su marido, José, pero a él le bastaba con las dos hijas biológicas que habían tenido juntos, María y Aurora. «Gracias a aquel documental, mi marido se decidió a adoptar». Aurora no lo ha podido ver entero. De hecho, ni siquiera lo hizo la noche de su estreno: «Pero al día siguiente lo comentó uno de mis alumnos», recuerda esta maestra. Después, ella y su esposo volverían dos veces más a China, a por Alicia, en 2000, y a por Ana, en 2003.

Carmen tiene hoy 18 años y cursa Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Málaga, aunque hubiera preferido hacer Biología o Criminología, pero no le daba la nota. En un futuro, le gustaría trabajar en algún país asiático, seguramente Corea. Ahora está aprendiendo chino; su madre intentó buscarle un profesor, pero hace dos décadas resultaba casi imposible. Tampoco ha visto ‘Las habitaciones de la muerte’, pero se acuerda de las dos veces que viajó a China con sus padres para buscar a sus hermanas. Como ella, muchas de aquellas primeras niñas que provocaban codazos y cuchicheos al verlas pasar han alcanzado la mayoría de edad. Ver hoy a un crío de rasgos orientales u otro color de piel es habitual, pero entonces generaba curiosidad, también indiscreción.

«Me siento española, como si hubiera nacido aquí, pero sé que desde fuera me ven distinta. En el colegio, de pequeña, yo iba a mi bola, pero alguno se metía conmigo. Te llamaban china, aunque no me ha quedado trauma. Quizá alguna vez, de adolescente, deseé no tener estos rasgos, porque soy muy tímida y me da cosa destacar, que la gente me mire. También recuerdo que mi madre me contó muy pronto de dónde venía y que hubo una época en la que le preguntaba por mi madre biológica, quería conocerla, pero ya pasó».

Cuando Carmen llegó a Almería pesaba siete kilos con veinte meses, estaba sin tono muscular y tenía un 87% de raquitismo, pero para ella todo acabó bien. Muchos de estos padres no guardan recelo ni rencor contra el país que les dio a sus hijas. Aurora del Rosal considera que no hay que culpabilizar a las personas, sino a la política del ‘hijo único’: «Yo estaba en un bazar en Madrid y había un chino que al verme pasar con Carmen me dijo: ‘Niña china, ¿la has cogido de los chinos malos?’ Y yo le dije: ‘chinos no malos, jefes chinos malos’. Perdí una amistad muy cercana que también había adoptado allí porque no hacía más que insultarles, y eso no beneficiaba a nuestras hijas. Allí faltaban medios, se puede llegar a entender lo de las habitaciones de la muerte si piensas que cuando los recursos son mínimos se destinan a los niños que sí van a sobrevivir. Podía haber 300 pequeños para cuatro cuidadores».

Ocho años de espera

Es la opinión de una mujer que cuando llegó al orfanato para recoger a su hija la encontró con marcas de ataduras. Mientras atravesaba el patio le salían al paso niñas de 12 y 13 años que querían irse con ella. Solo podía darles galletas. «Vi a Carmen por primera vez junto a su cuidadora a través de una ventana y eso que solo tenía una pequeña foto en blanco y negro, pero la reconocí. Me cuesta trabajo contarlo porque me emociono. Entonces me miró con aquellos ojos tan redondos que luego se han ido rasgando… Cuando me acerqué me caí de rodillas, cogí su cara, la besé, la achuché, ella se asustó un poco porque ver a una mujer tan rara, tan pelirroja y con el pelo rizado… La cuidadora repetía ‘máma’, dicho así, porque ‘mamá’ significa caballo. En ese momento entró mi marido, que se había distraído siguiendo al grupo, y se le cayeron unos lagrimones…».

Desde que las familias tramitaban en aquellos tiempos la adopción hasta que recogían a sus niñas pasaban de uno a dos años. Luego bajaron las esperas. En 2005, con el máximo de adopciones (2.753), el trámite se resolvía en seis meses, pero las cosas cambiaron. En 2013, solo vinieron 396 críos. Según Fina Miró, responsable de la Asociación de Familias Adoptantes en China (Afac), las esperas llegan hoy a los ocho años: «La última fecha asignada son los expedientes del 25 de diciembre de 2006, por lo que en España deben quedar 3.000 familias en espera y desespera, aunque el número de renuncias aumenta día a día. Existe la vía del Pasaje Verde, adoptar a niños con necesidades especiales, para lo cual no todo el mundo está preparado. Si haces un ofrecimiento de la patología que estás dispuesto a asumir (necesidad especial es también un niño sano desde los 8 años), la espera puede ser un año». ¿Por qué esos plazos tan dilatados? El Gobierno esgrime que como la economía ha mejorado, se abandonan menos niños y los que hay se adoptan allí. Sin embargo, algunos padres creen que para mantener la imagen de gran potencia no pueden avergonzarse de un problema que no saben solucionar.

Rosa María Soto también tenía un hijo, Abel, de 6 años, cuando asistió, sentada en el sofá con su marido, Avelino Míguez, a aquella emisión de ‘Documentos TV’: «Eso fue el sábado, pues el lunes estábamos cogiendo el avión para China. Vendimos el coche para pagar el viaje, y nos fuimos pensando que era llegar y volvernos con la niña. Claro, por la inexperiencia y la ignorancia tuvimos que venirnos y regresar al cabo de un año a por Claudia Kum». La primera niña china en llegar a Galicia, a Orense. La recogieron en el orfanato: «Aquello era aún más impactante que lo que habíamos visto en la tele. No hice entonces muchos comentarios porque quería olvidarme; no hago nunca hincapié en ello ni reprocho nada a esa gente, es su vida, no quiero hacer nada grave de todo esto. Gracias a ellos tengo a mi hija». Claudia Kum también ha acabado viendo el reportaje de Channel Four: «Me dio mucha pena. Decía: ‘Jo, yo estuve allí’. Mi madre me contó que nos tenían con las manos atadas. No me gustaría volver». Cuando se le pregunta si se ha sentido rechazada en España, únicamente recuerda aquel día que un chico de Primaria le soltó durante un partido de baloncesto: «Abre los ojos, que no encestas». «Era pequeña y me molestó». Claudia acabó Hostelería y trabaja en la cafetería con su madre, a la que está muy ligada, tanto como a su hermano, Abel, quien llegó a tatuarse su nombre. «A veces pienso en cosas como de dónde vengo. Y si entra en la cafetería una niña china me digo que es igualita a mí».

Tirada en una cuneta

Era el verano de 1997. «Me llegó una foto en blanco y negro y allí se distinguía solo una mancha oscura, pero yo veía perfectamente a Ainhoa bajo su gorrete de lana. Reconocía la naricilla, el gesto del entrecejo…», cuenta la vitoriana Maite Ibarrola, que habla como cualquier madre cuando contempla la ecografía del hijo que está por llegar. Su marido, Luis Izaga, desvela que antes habían sufrido «muchos años de médicos, de fecundaciones in vitro… Era una montaña rusa. Así que nos decidimos. Queríamos adoptar en África, pero aquel documental fue el empujón necesario y empezamos por China». Más tarde viajarían a Costa de Marfil para volver con su hijo Alejandro.

Prosigue la madre, Maite: «A Ainhoa la encontró una señora abandonada en una cuneta de Lingshan, a 500 kilómetros de Pekín, y la llevó al orfanato de Longyou. Nos la dieron en Hangzhou, en la calle; llegó un coche con las lunas tintadas y salió con su cuidadora. La cogí y empezamos a llorar. Yo estaba todo el rato hablándole a la oreja, con cariño, no sabía ella lo que era escuchar ese tono de voz, y se durmió. Al despertar, ya no me soltó. Aquello fueron unas vacaciones, la niña comía y dormía bien».

El año pasado, coincidiendo con la mayoría de edad de Ainhoa y sus 25 años de casados, viajaron a China. Visitaron el pueblo de origen de su niña, donde les recibieron con precaución: días antes habían estado unos americanos y de una de las casas salió una mujer gritando que aquella era su hija. No querían otro espectáculo. También volvieron al orfanato. «Fue el peor momento –admite Ainhoa–, muy duro. Había pocos niños y psicológicamente no estaban bien… Del reportaje he visto trozos, daba pena ver a aquellas pequeñas». Ahora estudia el grado superior de Hostelería, borda los chipirones en su tinta y quiere aprender cocina asiática.

Después de emitirse ‘Las habitaciones de la muerte’, se presentaron 500 solicitudes de adopción solo en España. Muchos padres se organizaron más tarde en la Asociación Nacional en Defensa del Niño (Andeni), que, como Afac, sigue ayudando a otros en este largo camino. Cuando Belén Pérez recibió en Gijón la confirmación de que María Yun Yan estaba lista para la entrega, sintió «una extraña mezcla de alegría y miedo a no ser buena madre». «Y tardamos tres años en ir a buscarla. En medio de ese tiempo vimos el documental, horroroso, imaginábamos que nuestra hija estaba así. China cerró las adopciones, dijo que todo era mentira y buscamos firmas para presionar. Hubo un parón de meses y por eso tardamos tanto. Pasamos tres años ‘embarazados’». Llegó al gigante asiático con su marido, Maximino Menéndez, y recogieron a María, 19 meses, 6 kilos. Casi no caminaba. «Estaba sin estimular. Y a mí no me quería, solo al padre, estuvo una semana colgada de su cuello. Lo pasé mal, pero sabía que había tenido a una mujer de cuidadora y no debió ser feliz. A la semana todo iba bien».

María tiene 19 años, estudia segundo de Bachiller y quiere ser veterinaria:«Tenemos muchos animales, yegua, gallinas, perros, gatos, hámster… Tendría más, pero no me dejan». Sus aficiones parecen devolverla a sus orígenes asiáticos: practica taekwondo y le gusta el K-Pop (género musical de Corea del Sur que mezcla dance, hip hop, rap, rock…). «Estoy aprendiendo coreano. Me gustaría ir a Corea y a Japón. Bueno… y a China». Desvela su madre que María nunca quiso regresar al país donde nació: «Ella decía: ‘Podéis ir vosotros y traerme fotos’. Ahora, al menos, comenta: ‘Si hay que ir, vale. Pero a verlo, ¿eh?’. María no conoce el documental, pero el psicólogo nos dijo que lo que pasó está ahí. Aunque diga que no se acuerda de nada».

Desde China hasta España

El ‘hijo único’
’Las habitaciones de la muerte’, emitido hace 20 años, provocó una avalancha de solidaridad mundial. En 1979, China proclamó la política del ‘hijo único’ para aliviar la pobreza y controlar el crecimiento de la población. De no haberla aplicado, hoy tendría unos 1.800 millones de habitantes, frente a los 1.340 actuales. Actualmente hay unos 34 millones de hombres más que de mujeres. Es un problema importante porque la mayoría jamás encontrará pareja, lo que da alas a las mafias que comercian con mujeres para el lucrativo negocio de la prostitución . Además, la ley del ‘hijo único’ ha acelerado el ritmo al que envejece la población.

18.000

menores chinos, la mayoría niñas, han sido adoptados en nuestro país desde que llegó la primera en 1995. España es el segundo país en el ránking, después de EE UU (64.000). En el año 2000 llegaron a España 475, que se dispararon hasta los 2.754 en 2005. Luego han bajado hasta los 396 de 2013.

Los orfanatos actuales

Han mejorado, pero siguen necesitando ayuda. La Asociación de Familias Adoptantes en China (Afac) recauda fondos para financiar tratamientos a niños enfermos.

Isabel Ibáñez

www.ideal.es

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