Menores tutelados, el miedo a cumplir 18

adolescentestuteladosLa administración los ampara y protege hasta que cumplen la mayoría de edad, entonces tienen que dejar su residencia y muchos no hallan más opción que la calle

Otman no pudo evitar cumplir los 18. Lo hubiese hecho de haber sido capaz, pero fue imposible detener el paso de los meses en el calendario. Cuando se acercó la fecha el miedo lo atenazó. Después de vivir dos años en un centro de acogida, este joven marroquí que cruzó a España en los bajos de un camión y que conoció lo más duro de la calle en su adolescencia no quería volver a ella, solo y desamparado. Pero tuvo «suerte», reconoce. Había una plaza libre de las 16 con las que cuenta Málaga en los pisos de autonomía, un recurso que los prepara para la vida adulta durante, como máximo, 18 meses más. Pero son muchos los que no tienen esa posibilidad y pasan de la tutela de la Administración al sinhogarismo.

Aquellos que fueron retirados de su familia por maltrato, por pobreza extrema, por cumplimiento de condena de sus progenitores, los extranjeros que llegaron solos a España para buscar de forma prematura una salida laboral, recibieron el amparo y la protección de la administración. Tuvieron un techo, comida en la mesa, ropa y fueron matriculados en centros escolares. Educadores y trabajadores sociales escucharon sus problemas y los guiaron por el buen camino. Sin embargo, con su mayoría de edad, como si todo estuviese resuelto y pudieran emanciparse, se les saca del sistema. Tienen que acudir a Puerta Única para pedir una cama en el albergue municipal o en San Juan de Dios.

«Los chicos con 18 años y más los que están en centros de protección no están preparados para salir», considera Hana Elrharnati, técnico de proyectos de la Asociación Marroquí para la Integración de los Inmigrantes. «Los autóctonos se ven forzados a volver con la familia, aunque no sea lo más adecuado ya que fueron retirados de ese entorno cuando eran menores, es una contradicción y un trabajo de años perdido», explica Elrharnati. Pero más difícil lo tienen aún los menores extranjeros no acompañados, sin nadie en el país.

«La mayoría son marroquíes que vienen de una situación de sinhogarismo en Marruecos, que tienen padres en la cárcel, son huérfanos o viven en situación de extrema pobreza, por la legislación española no pueden devolverlos si no se garantiza una situación estable con sus familias y se quedan en centros de protección, pero están en la calle cuando cumplen los 18», señala Elrharnati. En la Asociación Marroquí llevan desde septiembre con el programa Acompáñame y tienen 58 chicos -entre ellos sólo tres o cuatro mujeres- a los que ayudan a superar este tránsito.

«Somos su referente en ese momento, nos trasladan sus preocupaciones, nos piden ayuda, están asustados, no saben qué hacer, llegan llorando», relata la técnico de proyectos de la entidad y agrega que «incluso nos piden que les guardemos sus documentos, las pocas cosas de valor que tienen porque no saben donde van a dormir esa noche». Con ellos acuden a Puerta Única y les buscan todos los recursos posibles. «No hay un servicio específico para estos jóvenes, pasan a ser adultos y su historia de vida se olvida, se borra que estuvieron tutelados, se vuelven invisibles», añade Hana Elrharnati.

Santiago Gallardo es el orientador de un piso de autonomía, creado en 2004. En él vive Otman Khaldouny y su compañero Omar Alami Saidi. En él pueden estar un año con una prórroga de seis meses más. «Está claro que este recurso es insuficiente en cuanto a número de plazas, temporalidad y apoyo institucionales que se les dan», considera Gallardo. «Están en el extremo de la exclusión, no tiene absolutamente a nadie, tiene ganas de estudiar, de trabajar pero no encuentran los apoyos para poder conseguirlo», agrega este orientador que trabaja con ellos una autonomía «para la que no están preparados», dice. «No saben solicitar una beca, ni matricularse en un centro escolar, ni iniciar cualquier trámite», agrega Gallardo.

Los jóvenes extranjeros, cuando cumplen 18, obtienen un permiso de residencia temporal. También perciben un escueto pago único por el tiempo en el que han estado tutelados. Pero no tienen permiso de trabajo. Para acceder a él tienen que conseguir un contrato de un año a jornada completa, requisito que complica mucho la situación y que trae de cabeza a Otman y a Omar. También le preocupa mucho a Mouhcine Chahboun, que después de vivir en San Juan de Dios durante 4 meses pudo conseguir una plaza en un piso para personas en exclusión de la ONG Málaga Acoge. «Yo soy jardinero, llevo tiempo estudiando, hice unas prácticas y mi jefe me iba a contratar pero cuando vio que no tenía permiso de trabajo no pudo», confiesa con tristeza. «No tienen en cuenta lo que vas a sufrir después , quién va a contratar a alguien sin papeles», se pregunta este joven.

Otra opción a la que recurre un buen número de menores es seguir estudiando y solicitar plaza en las residencias escolares de los IES Universidad Laboral y Rosaleda. Pero los fines de semana y los periodos no lectivos tienen que abandonar el centro y volver a Puerta Única y dormir en el albergue. «No hay nada institucional que pueda cubrir estas necesidades, muchos están estudiando, demuestran un esfuerzo y no obtienen la contraparte», estima el orientador.

«Ahora mismo no encuentran trabajo, hace cuatro ó cinco años se encontraba un empleo para el 80% de los chicos, pero el proceso es complejo y las empresas no se implican y lo más que consiguen es un contrato de formación», dice Santiago Gallardo. Otman se sacó el Graduado en Secundaria, hizo cursos de mozo de almacén, de jardinería y reponedor. No sabe qué hará cuando termine su estancia en el piso de autonomía y se niega a volver a Marruecos «sin nada». Aunque él no quiera eso, comprende a los chicos «que venden droga o roban porque no encuentran otra forma de ganar dinero».

Omar también llegó en los bajos de un camión con 16 años convencido de que aún había trabajo en España y que ganaría para enviar a su familia y mejorar la situación de su casa, en la que son siete hermanos. Pasó dos meses en las calles de Melilla. «Lo pasé muy mal, hay muchos chicos, muchas cosas malas, tuve que comer de la basura», relata. Mouhcine llegó aún más joven. Con 13 años se sintió una carga para sus padres y pensó «que aquí iba a estar mejor», relata. Sus amigos del barrio le prestaron dinero para el autobús hasta Nador y pasó ocho meses en Melilla antes de poder cruzar. En cinco años tan sólo ha vuelto a visitar a su familia una vez, con los 500 euros que recibió de la Junta por haber estado tutelado desde los 13. «Vives en un centro como si fuese tu familia y a los 18… A la calle y búscate la vida», reitera.

La prostitución masculina, la venta de drogas, el chatarreo son salidas rápidas ante la falta de recursos. Son niños obligados a madurar cuando las situaciones son totalmente adversas, cuando se les ponen demasiados obstáculos en su camino.

Cristina Fernández
www.malagahoy.es

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