Evitemos etiquetar o encasillar a las personas
“No sirves”. “Eres un vago”. “No llegarás a nada en la vida”.
Son muchos los alumnos que reciben, a lo largo de su recorrido escolar, frases de este tipo, hasta el punto de que se les etiqueta de fracasados, zánganos, irresponsables o espesos y terminan por actuar como esas etiquetas les dictan.
Está demostrado que los mensajes negativos no sólo no ayudan en el aprendizaje, sino que lo entorpecen; de igual manera que las etiquetas destructivas acaban minando la autoestima, cuando no creando un autoconcepto limitante. Un niño o adolescente que reiteradamente recibe frases limitantes será una persona limitada; si recibe mensajes frustrantes, no creerá en él; si se le recuerda que no es responsable, jamás adquirirá responsabilidades. Es obvio, pero no por ello una idea divulgada. Parece mentira que la Escuela (como institución) siga basándose en principios decimonónicos y no comprenda que sólo desde la empatía, la confianza, el vínculo y la gestión de las emociones se aprende y se crean personas capaces para la vida adulta.
Ya no es enseñar, es que cada alumno desarrolle aquello para lo que sirve.
Como escritor, a veces me etiquetan de autor de novela negra y me invitan a jornadas de novela negra; en otros casos dicen que soy escritor de novela histórica, y me invitan a foros de novela histórica. O bien me tildan de escritor de humor por mis primeros títulos, y me invitan a eventos de humor. Pero, sobre todo, me invitan a encuentros de autores de narrativa, que es ese cajón de sastre en el que se mete a los no etiquetables. Y es que como escritor, quizá lo que más me caracteriza es no tener etiqueta. O bien la capacidad de tener tantas etiquetas, que en realidad ninguna me define. Y lo asumo. Me divierte y me ayuda a crecer como artista.
Pues bien, como educador entiendo que cada alumno podría tener tantas etiquetas como quisiéramos. ¿Por qué solo una y además negativa? ¿O es que si se es vago ya no se es nada más? ¿Y por qué ser vago es un defecto? ¿Y si en lugar de vago lo que sucede es que no tiene ningún interés por lo que se le presenta? ¿Y si la vagancia es solo fruto de la falta de motivación? ¿No se puede ser vago y, a la vez, comunicativo o creativo o solidario o sensible…? Parece que no. Parece que si un alumno tiene la etiqueta de vago, ya solo será vago, y el Sistema se lo recordará una y otra vez.
Lo mismo sucede si alguien es “malo para las matemáticas”; se lo repetiremos hasta que acabe creyéndose que lo es, y que, por extensión, lo será para todo cuanto tenga más de tres cifras. O que es “charlatán”, como si serlo fuera una cualidad negativa. Lo mismo pasa con el consabido, “no puedes estarte quieto”.
Eso, por no hablar de que cuando decimos a un niño o a un adolescente (en general, a cualquier persona) que “es” tal o cual etiqueta, le estamos privando de la posibilidad de cambiar. No eres irresponsable; mejor decir “has cometido una irresponsabilidad”. No eres vago; mejor, “en esta ocasión, no has cumplido tu trabajo”. No eres egoísta, sino “tu acto no ha sido solidario”. Si decimos a alguien que “es”, lo estamos limitando. Si le repetimos a lo largo de su escolaridad miles de veces que “es” esto o lo otro, se lo acaba creyendo. ¡Qué importante es el lenguaje a la hora de educar!
Hace 23 años tuve un alumno del cual fui tutor. Un muchacho activo y despierto para la vida pero vago para los estudios, sencillamente porque no le atraían (algo lógico). El claustro consideraba que nunca llegaría a la universidad y que lo mejor sería, después de repetir su penúltimo curso, que hiciera alguna Formación Profesional para trabajar como fontanero en la empresa de su padre. Yo me resistí y le animé a intentar terminar una carrera; digamos que tuve una intuición. Aprobó el acceso universitario por los pelos, terminó su carrera, entró en un terreno en el que nadie le limitaba, ganó en autoestima, se licenció e hizo un máster. Hoy es asesor económico, trabaja en Bolsa y, por ende, es quien lleva la vida financiera del escritor Alvira.
Como él, aquel otro por quien nadie apostaba, con problemas familiares y de autoestima. Un prototipo de alumno sin horizonte. Su único gusto era el de estudiar inglés. Le apoyé incondicionalmente, en contra de la corriente dominante del profesorado. Fui un loco. Terminó Filología Inglesa y, aunque nunca ha ejercido, trabaja con un puesto de responsabilidad en la empresa de los cafés de máquina que anuncia Clooney. O como aquella a quienes llamaban “La Rubia” por serlo, pero recordándole que el tópico dice que no se puede ser rubia y lista. Yo me empeñé en llamarla por su nombre. ¡Ya está el poeta creyéndose el héroe del aula! Y soporté las burlas de mis compañeros de profesión cuando les decía que lo que le pasaba a aquella muchacha es que siempre le habían repetido que, por ser rubia, tenía una limitación en las entendederas. ¿Se puede ser más ridículo? Hoy está a punto de ser madre, es una ejemplar educadora de personas con discapacidades y una profesional a quien le confiaría un hijo mío.
¿Y qué decir de mis “joyitas”, ese grupo de alumnos y alumnas con problemas de adaptación al Sistema? No tienen graves desajustes ni carecen de lo necesario para abordar con éxito su escolaridad, salvo que, desde niños, han tenido etiquetas que los han limitado. ¡Ah, las etiquetas! ¡Ah, las palabras! Comparto con ellos varias horas a la semana, les acompaño; mi asignatura (Lengua) es un pretexto para sacarlos adelante, que no es otra cosa que el que crean en sí mismos.
¡Es tan larga la lista de personas que han pasado por mi aula y han demostrado, con los años, que las etiquetas de la Escuela eran solo eso, etiquetas! Aquella chica “cabeza loca”, hoy empresaria en México. Aquel muchacho “cortito, que no sabía ni dos más dos”, que regenta un taller mecánico al que llevo mi coche con total confianza. Aquella niña a quienes se empeñaban en limitar como si un TDAH fuera una minusvalía en lugar de una característica. O aquel muchacho “golfo” que hoy trabaja de enfermero en el ambulatorio donde me extraigo sangre para los análisis rutinarios.
¿Etiquetas? Sí, sí. Etiquetas, sí, pero buenas. Más vale un “juntos lo haremos” que un “nunca serás nada”. Mejor un “inténtalo” que un “no lo vas a entender”. Tengo un alumno a quien llamo “artista” para contrarrestar su etiqueta de “vago”; y es que lo es, es artista. Termino con él como ejemplo de lo importante que es que, de haber etiquetas, éstas han de aportar y no restar. ¡Ah, las palabras en educación!
Mikel Alvira
www.vivafifty.com