Padres biológicos: la búsqueda sin fin de los hijos adoptados

Marcia Engel, impulsada por su propia historia y antecedentes médicos, vino de Holanda con un propósito: entregar al menos 100 kits para recoger muestras de ADN y tratar de contactar a personas adoptadas, como ella, con sus familias biológicas. Marcia Engel fue adoptada por una pareja de holandeses. Encontró a su madre biológica en 2006.

Cuando Victoria Vengoechea cumplió 12 años, se convirtió en insulinodependiente. Para ese año ya se había enterado de que había nacido en Bogotá, de que sus padres la habían conocido cuando tenía cuatro días de nacida y que la llevaron a vivir a Barranquilla el 19 de enero de 1978. Desde ese momento, dice, el miedo sobre la forma como evolucionaría su diabetes se apoderó de ella. Hoy, a los 38 años, todavía no encuentra respuestas.

En 1982 su familia se fue a vivir a Bogotá, y cuando ella cumplió 17 años, empezó a buscar a su madre biológica. En parte para encontrar respuestas sobre su enfermedad, y en parte para encontrar respuestas sobre sí misma. Dice que la primera vez que fue con su mamá adoptiva a la Casa de la Madre y el Niño, la respuesta que le dio la directora fue un reclamo: “Que por qué estaba buscando a mi mamá biológica, que ningún niño la buscaba. Yo le dije que por mis problemas de salud”.

Sostiene que, contrario a lo que le dijeron esa vez, son muchos los adoptados que buscan su origen. De hecho, en Facebook, grupos como Busco a mi Mamá Biológica tienen 1.200 seguidores. Marcia Engel, adoptada por una pareja holandesa, supo que había sido adoptada a los 11 años. “Entendí por qué mi piel era de un color distinto al de mis papás. Un día, en medio de una discusión por este tema, le grité a mi mamá adoptiva que la odiaba. Ella me dijo que si eso era cierto no había lugar para mí en esa casa. Diez minutos más tarde estaba parada en la puerta. Ya no era más mi hogar”, relata Engel.

La historia que le contaron a Engel era que la habían dejado en un orfanato. Que nadie sabía el nombre de su madre ni de su padre. Más tarde comprobaría que eso no era cierto. “Primero quería tener mis papeles de adopción, mis papás me dijeron que ellos no los tenían, y me tocó ir a los servicios sociales de Holanda, donde me los dieron. Así supe en qué orfanato nací. Intenté ponerme en contacto con ellos, pero jamás respondieron. Al final era para mí una situación de vida o muerte. ¿Qué me queda en el mundo si no sé de dónde vengo?”, dice.

Un asunto de salud, también en este caso, la llevó a un punto de no retorno con la llegada de su primer hijo. “Nació y al poco tiempo se enfermó terriblemente. La gente empezó a cuestionarme qué le había hecho a mi hijo, qué había hecho antes, si eran drogas o alcohol. Pasó un año y medio antes de que se dieran cuenta de que era una falla renal, que más tarde supe era hereditaria. Además, empecé a ver cosas en él que no veía en mí y me preguntaba de quién los había sacado. Esto fue en 1999. Y encontré a mi familia en 2006”, relata.

Su historia tiene puntos en común con la de Victoria Vengoechea. Para ambas, encontrar los documentos legales que acreditaran la legitimidad de su adopción se convirtió en una tarea que parecía sobrepasarlas. En el caso de Engel, después de pagar US$100, en cuestión de cuatro meses una agencia de adopción encontró a esos padres que estaba buscando hacía seis años; los US$100, aporte de una amiga, fueron claves para que ella lograra su cometido. Por eso ahora se esfuerza en conseguir recursos para que otras personas puedan enviar sus muestras de ADN a un gran banco genético que se encuentra en Estados Unidos.

“En la agencia (casa de adopción) me entregaron unos papeles muy distintos a los que habían recibido mis papás en Holanda, que decían que no sabían de dónde venía yo ni dónde había nacido. Pero en los que me entregaron dice que hicieron un anuncio en el periódico para ver si alguien aparecía. Estaba todo: mi nombre real, Marta Patricia Ramírez, que está buscando a su mamá, Marta Liliana Ramírez. Ellos sabían desde el principio quién era mi mamá”, cuenta Engel, quien fundó una organización llamada Plan Ángel para ayudar a otros en su búsqueda. Hasta ahora, 40 hijos se han reunido con sus madres biológicas. Creo que es muy importante que las familias biológicas tengan una voz”, dice Engel.

Victoria Vengoechea hace parte de las 120 personas adoptadas que se han acercado a Plan Ángel para encontrar a su madre biológica. En dos décadas de búsqueda, en los cuales le han diagnosticado otras dos enfermedades (una de ellas, la homocisteinemia, es genética), solo ha encontrado un nombre: Nilsa Quesada. Esa mujer, según el cárdex o tarjeta amarilla que contiene los datos de su adopción, sería su madre.

Sin embargo, ella sospecha sobre la veracidad de esa información, pues dice que se ha entrevistado con todas las mujeres del país que llevan ese nombre y ninguna resultó siendo su madre. Agrega que en la carpeta de documentos que ha conseguido a punta de derechos de petición no aparece el documento en el que su madre autorizó su adopción. “No hay cédula, no hay nada que me diga que efectivamente ese era su nombre”, dice.

Como le pasó a Marcia Engel, su urgencia por conocer el pasado se ha intensificado con la llegada de su primer hijo. En junio pasado le dijeron que estaba embarazada. La alegría llegó hermanada con el miedo. “Por mi condición, mi embarazo está en riesgo todos los días. Yo quisiera poder preguntarle a mi mamá cosas sobre mi gestación, sobre mi parto. Pero no puedo. A mí me quitaron ese derecho y todavía no me lo devuelven”, dice Vengoechea, quien asegura que ahora la pelea por su pasado es algo que la trasciende.

María Paula Rubiano
www.elespectador.com

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