Cuando la Navidad no se vive en familia

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Según datos de la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar (Aseaf), en España solo el 15% de los 22.000 menores que viven separados de sus familias y son atendidos por los servicios de protección de las Administraciones, lo hacen acogidos en otro núcleo familiar, mientras que el 10% lo hace en hogares o pisos tutelados, y el 75% restante, en centros residenciales, “la opción menos recomendable” según establece la nueva Ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia aprobada en julio de 2015.

Una realidad que se hace aún más difícil de sobrellevar en unas fechas tan familiares como las navideñas.

En palabras de Maite Montes, coordinadora de centros de la Dirección General de la Familia y el Menor de la Comunidad de Madrid, no existe un número exacto de menores que pasarán sus navidades en un centro de acogida ya que conviven muchas realidades distintas y complejas que “se van viendo en función de las posibilidades y las valoraciones” de los Servicios Sociales y la Comisión de Tutela del Menor.

Están por un lado los niños que se encuentran en proceso de reincorporación familiar y que, en función de la fase en la que se encuentren, “tienen salidas todas las vacaciones, solo los días señalados con pernocta o solo los días señalados sin pernoctas”. Por otro lado, los niños sin alternativa familiar, para los que en algunos casos, los voluntarios que a lo largo del año realizan distintas actividades con ellos, convertidos en “referentes afectivos”, piden salidas para días señalados. Y luego los niños que han participado en el programa Vacaciones en Familia en la época estival y que, “habiendo vivido una experiencia positiva, mantienen el contacto con las familias, que les invitan en algún momento de las vacaciones de Navidad a compartir con ellos estos momentos”.

Navidades ‘en familia’

Solo el 15% de los niños que por distintas circunstancias tienen que vivir separados de sus padres o de su familia biológica, viven su día a día en una familia de acogida. Para José Antonio Martínez, presidente de la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar (Aseaf), esta medida de protección es también “una respuesta solidaria de una familia a otra familia, mediante la cual las familias acogedoras son complementarias al cuidado de su hijo durante el tiempo que sea preciso”.

Los niños que son acogidos, según Martínez, viven la Navidad “de igual modo que viven un fin de semana, unas vacaciones de verano, un cumpleaños o una fiesta por un acontecimiento familiar”. Es decir, afrontan el día a día integrados en la familia acogedora, “en la que van a establecerse unos vínculos y van a experimentar modelos de familia que pueden trasladar a otros ambientes cuando lleguen a la edad adulta”.

El presidente de Aseaf destaca la “enorme capacidad” de adaptación y resilencia de los menores, “te asombra”, y explica que en muchos casos estos chicos se enfrentan a la “dualidad” de tener dos familias: “por un lado echan de menos a sus propios padres, desean volver con ellos pero por otro lado con la familia acogedora se sienten aliviados, más seguros… Es decir, se están enfrentando a un conflicto de lealtades”. Son niños que experimentan una “situación traumática” tras la separación de sus padres y unas “dificultades emocionales” debidas a la situación previa, añade Martínez, que destaca “importante papel” que juega la familia acogedora en el acompañamiento: “Somos los principales responsables de ayudar a reparar las inseguridades, daños y temores que muchos de estos menores tienen y que provienen de las experiencias de negligencia y/o maltrato que motivaron la salida del entorno de su familia biológica.

Y, ¿qué lleva a una familia a convertirse en una familia de acogida? Para el responsable de Aseaf son “muchos” los motivos, “desde la solidaridad hasta el amor y el cariño que se da a los niños”. No obstante, reivindica que solo desde la comprensión, el amor o la buena voluntad “no basta para realizar un acogimiento familiar, sino que hace falta apoyo técnico y recursos desde las distintas administraciones”.

Vivir las navidades en un centro de acogida

En el extremo opuesto se encuentran los niños que viven las navidades en un centro de acogida. En ellos, según Maite Montes, se realizan cenas y comidas especiales, se prepara un montaje para Reyes y se programan distintas actividades para hacer más llevaderas las vacaciones navideñas. Pero eso no evita que los niños añoren el sentimiento familiar de pertenencia: “Para ellos es una época dura porque es en estas semanas donde más sienten sus verdadera realidad y la dureza de ésta. Pero también, por el contrario, para algunos niños es la primera navidad que viven tranquilos y con seguridad, disfrutando de todo lo que estas fiestas navideñas puede ofrecer a un niño”. En un centro de acogida, claro.

Sabe de esta realidad Cristina (que nos ha pedido no dar su nombre real). Apunto de llegar ahora la treintena, entró en un centro de acogida con solo tres años y no lo abandonó hasta casi cumplir los nueve, cuando fue adoptada. Ahora cuenta su cruda historia en su blog ‘Las alas de Nabi’, la vida de una niña (y la de sus dos hermanos) marcada por una madre biológica “drogadicta, prostituta, que nos maltrataba, nos dejaba pasar hambre, nos ponía a mendigar y nos prostituía a mi hermana y a mí”.

Cristina recuerda la Navidad en el centro de acogida, durante los ‘90, como una época “triste, fría y solitaria”, con demasiado tiempo para “pensar mucho” en los motivos por los que no eran como los demás niños: “Yo recuerdo llorar mucho en esa época. Mi madre no era ninguna santa, todo lo contrario, pero era la familia que tenía y ni en Navidad estaba conmigo”. Asegura que era consciente de la dureza de su caso en concreto, pero añade que en esas fechas “lo veía algo más al ver que los demás marchaban con la familia”. Y ella no.

Recientemente, en un post publicado en su blog y titulado ‘Navidad, triste Navidad’, profundizaba con más detalle en sus recuerdos: “Éramos muy pocos los que quedábamos allí en las cenas y comidas importantes de las fiestas, y aunque sí es cierto que las monjas trataban de hacer algo más parecido a una cena familiar, con alguna comida un poco más especial en el gran comedor que había, éste estaba demasiado vació como para no recordar que los que estábamos allí éramos los que no nos encontrábamos con nuestras familias, los olvidados”. Ahora, ya como madre, afirma que no le gusta la Navidad, pero que la vive por sus hijos. “Me hace recordar más de lo que me gustaría, pero todos los años hago el paripé y espero a que pasen los días”. Igual que esperaba a que pasasen en el centro de acogida.

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