«Fallamos cuando se dice que con un alumno no hay nada que hacer»

Miguel Ángel Caballero Mariscal: Orientador, educador, crimonólogo… Trabaja en proyectos de inserción en zonas deprimidas de toda la provincia y con alumnos considerados en peligro, y también peligrosos

Violentos, gamberros, inadaptados, malos estudiantes, agresores, delincuentes, balas perdidas, ovejas negras, carne de cañón. En las aulas de los centros educativos de Granada hay alumnos que llevan una mochila que pesa como una condena. Atenderles resulta un desafío para los equipos educativos, para la Administración, para los compañeros, para los padres que no entienden por qué su hijo es así… Miguel Ángel Caballero Mariscal es desde hace dos cursos el coordinador del Área de Compensación de Desigualdades en Educación de la Delegación en Granada. Pedagogo, educador, orientador, criminólogo, doctor por la UGR, investigador del Departamento de Psicología Evolutiva de la Facultad de Ciencias de la Educación. Llega tarde a la entrevista. Uno de sus chicos de Almanjáyar ha tenido problemas. No entra en detalles de lo ocurrido.

-¿Qué es un dragón?

-Hay chavales cuyo nivel de conflictividad es el de cualquier chaval de un centro normalizado, y otros que tienen una agresividad interior muy fuerte, que te obligan a plantearte otra estrategia en la educación. Esos son los dragones. Son seres con mucha agresividad, con mucha potencialidad, y, al mismo tiempo, también con muchos valores. Y eso hay que descubrirlo. Eso es un arte.

-Y nadie quiere en su colegio o instituto un dragón. Ni los padres, ni los profesores…

-Depende. En un centro, digamos, normalizado, la mayoría son chavales que saben comportarse bien, que tienen una familia detrás que los respalda, con una serie de valores y de hábitos, lo normal es que uno de estos chavales desentone a lo bruto. A veces tenemos que dotar de estrategias y de recursos al profesorado para trabajar con esos chavales. Y también es verdad que no todos saben trabajar con ese tipo de alumnos. Hay que formar a esos profesores. Y la formación es muy peligrosa… no es leer un libro, no es tener nociones básica. Es poner el acento en un cambio de perspectiva de tu vida profesional. Saber que estos chavales son importantes, que pueden salir adelante y que hay que descubrir lo bueno que tiene cada uno. Nadie puede hablar de barro si no ha estado en contacto con el barro… y es muy difícil que determinados profesionales que nunca han tratado con este tipo de chicos sepan de qué estamos hablando. Pero todo se aprende en la vida.

-¿Y qué estrategias requiere el trabajo con estos alumnos?

-Se tiene que saber cómo llegar al tú a tú, lo que se llama terapia dialógica. Conocer cuál es su argot, cuál es su contexto, si es de una minoría, si ha cometido un delito, qué es un delito, qué medidas judiciales debe cumplir… cuál es su mochila, cuál es su realidad, cuáles son sus carencias. Y eso sólo se puede conocer si se patea la realidad, si estás en contacto con el chaval. No creo que eso venga en muchos libros, ni ningún gurú de la educación te puede decir cómo tocar la fibra sensible del chico, porque cada uno es un mundo. La formación requiere de tres elementos, autocontrol emocional, estructuración cognitiva y la resolución positiva de los conflictos. Y para eso el chaval tiene que quererse, tiene que conocer sus limitaciones, tiene que catalizar su agresividad y tiene que aprender a vivir en sociedad.

-Y el chico tiene que poner de su parte….

-Los protagonistas del cambio son los muchachos, eso está claro.

-¿Y si él no quiere?

-Esto es como cuando uno tiene un problema de drogadicción. Tú puedes dar todos los consejos, que hasta que el chaval no dice «es mi momento, quiero dejarlo», que es el punto de inflexión, lo único que puedes hacer es acompañarle, estar a su lado…

-¿Hay algún caso que haya que dar por perdido?

-Yo nunca doy por perdido a un chaval. Nunca. Y si algún profesional dice «no hay nada que hacer», los que fallamos en el arte de educar somos nosotros. Todos tienen algo positivo. En el lugar más recóndito de la cueva del dragón, seguro que hay algo positivo. Enseñar es una profesión, pero educar es un arte, el arte de esgrimir lo bueno que tiene un chaval. Y puedo asegurar que la mayoría de los chavales reacciona. Y los que no reaccionan, los casos que se dan por perdidos, ahí hay un nivel de prevención terciaria. A mí me han preguntado cuando iba a ver chavales a la cárcel «¿Qué vas a prevenir ya, Migue?». Que se suiciden, que destruyan su vida por completo… nunca es tarde, nunca es tarde.

-¿Cómo se interviene con estos alumnos?

-No es una conversación de una tutoría normalizada. No es «niño, haz una ficha y reflexiona». Tiene que ser una intervención muy incisiva, afectiva y de choque. El chaval tiene que romper y en ese momento se puede intervenir. Si hay un muro, un muro social, vital y afectivo, ¿cómo vas a intervenir? Tiene que liberar tensión, agresividad…

-¿Cómo?

-Diálogo continuo, preguntas sin respuestas, meter el dedo en la llaga, liberación del estrés a través del boxeo, del juego y las dinámicas de grupo…

-¿Y si la respuesta es no?

-En educación hay que aprender un poco del género femenino sobre el tema de la seducción. El género masculino tiene muchos defectos, uno de ellos es pensar que decir «aquí estoy, vamos a hablar» tiene eficacia. Y no es así. Hay que ganarse al chaval afectivamente, que se acerque a ti y entonces poner el punto sobre las íes. Eso significa que vas al grupo, te ganas a los chavales. Hace falta carisma, es verdad, pero también humor, pasión por tu trabajo, cercanía… y una vez que vas ganándote al chaval, a lo mejor éste quiere compartir contigo cosas. Y ese momento pueden empezar la intervención individual.

-La cuestión entonces es impresionarle…

-Es ir allí y ganártelo. Al educador le falta ser educador educado. Cuando un educador llega normalmente está en una posición superior. A veces, la delgada línea roja que separa al educador del alumno hay que franquearla, sin olvidar quién eres tú. No le puedes decir «oye, ven. Estas son mis aficiones. Me gusta el Dúo Dinámico». Él te puede decir «me gusta Eminem». ¿Y quién es Eminem, o el hip hop?. O grafitear… Tienes que conocer su mundo. Nadie ama lo que no conoce. ¿Si no conoces su mundo, cómo te lo vas a ganar?

-Y si ese mundo se basa en la violencia, agredir a otros chicos, actos delictivos…

-A lo mejor no me gusta Eminem, pero lo conozco. No soy consumidor de drogas, pero conozco las que hay. Conocer no significa asumir. Para tener una fotografía del chaval tengo que saber si consume porros, qué opina de la relación con una mujer, qué hace, qué no hace… Si no lo haces así, estás interviniendo sobre una imagen estereotipada.

-Es lo habitual en los medios de comunicación cuando se habla de estos menores… un tanto por ciento consume, otro tanto por ciento bebe…

-Metemos en un saco perfiles, y al hacerlo les etiquetamos como chavales violentos, agresivos… Al final se establecen unos parámetros que descafeínan la esencia de las personas. Cada chaval es un mundo. Hay que conocer su contexto para poder intervenir, si no, estamos parcheando. Durante mucho tiempo he estado en Centroamérica trabajando con los chicos de las maras, de bandas juveniles. Y conocer esa realidad me ha hecho comprender que son dragones, que claro que te pueden escupir fuego, pero también la sociedad les ha hecho así. Hay chavales con 15 años que me dicen «Migue, nunca me han contado un cuento». Y parece una nimiedad, pero es vital. Significa que nadie se ha sentado un rato con él a contarle una historia que le haga soñar. Un ejemplo: Alfonso, un chaval aparentemente apático, que en el instituto la liaba. Se había muerto su padre y no había pasado su duelo. A través de terapia con boxeo, dando golpes, empezó a llorar y a gritar «¿dónde está mi padre?, ¿por qué me ha dejado sólo?, ¿no ves que sólo soy un niño?». Un tío grande como un castillo… Al final, depende de hasta dónde estemos dispuestos a implicarnos.

-Pero esto hay que llevarlo a la práctica…

-La Delegación ha hecho una apuesta no sólo de potenciar la intervención directa con las familias, sino de empoderar al profesorado que en centros de especial dificultad o de compensatoria sí quieren trabajar con estos chavales, y les falta formación específica o recordar por qué se hicieron docentes. Hay profesores que se vuelven a ilusionar, y que necesitan que alguien les acompañe. Eso es fundamental. Lógicamente en todos los sitios se cuecen habas, y en todas las profesiones hay gente que es más proactiva y gente en la que tienes que hacer un ejercicio de concienciación. Pero creo que tenemos buenos profesionales.

-¿Y qué hacemos con los padres? Con aquellos que no quieren que sus hijos vayan a centros de compensatoria…

-La delincuencia no sólo se da en el mundo marginal. Hay mucho barniz. Y a los padres que dicen «este niño da problemas, hay que echarlo», con esos hay que hablar seriamente. El mundo es como es. Sus hijos se van a encontrar con todo tipo de personas en el mundo adulto.

-Pero imagínese que ese hijo llega un día a casa después de recibir una paliza en el colegio…

-No digo que se permitan esas cosas en los centros. Pero hay muchas medidas para intervenir antes de la expulsión. Antes hay que agotar todos los caminos y es algo en lo que se está cambiando. Puede que el centro educativo sea el único sitio en el que se apueste por ese chaval. El enfoque que se da a la compensatoria es optimista, de apuesta por este tipo de alumnos, y por sus familias. Todos nos ponemos las pilas. Y en eso vamos caminando.

-La coletilla de compensatoria supone un lastre para algunos centros educativos… Hay quien no quiere que sus hijos vayan a un colegio de este tipo.

-Pero es una realidad. La compensación no es sólo para chavales con deprivación social o sin recursos, también hay chicos normalizados con familias estructuradas. Si tu programa en el centro es bueno, unos y otros conviven y son capaces de hacer cosas por los demás. Uno de los aspectos de nuestro programa es que los chicos hagan de educadores de otros y así se benefician todos. Depende de cómo se trabaje en el centro. Quién iba a imaginar que Cartuja evolucionara como lo ha hecho para que el centro sea visto con normalidad. Detrás de eso hay mucho trabajo. Normalizar el centro es fundamental, y es un tema de concienciación social, de formación y que, oye, también hay que apretar. Los inspectores también están ahí.

-Y también hay centros en los que los padres quieren que dejen de ser de compensatoria…

-El programa se revisa, y se ve si ese centro tiene que ser de compensatoria o no. Pero no nos podemos mover por lo que digan los padres. Estamos en una sociedad en la que cuando un padre dice algo, nos tenemos que cuadrar… a veces lo que piden es sensato, y otras no lo es. Hay que hacer una reflexión entre todos, no sólo los padres, para ver si un centro sigue siendo de compensatoria o no.

A. Asensio
www.granadahoy.com

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