Encuentro con la generación perdida de los Donantes de Esperma
Muchas conversaciones con madres solas por donación de gametos y con adoptantes convencidos de que a sus hijos e hijas no les interesa demasiado su origen, me han hecho llegar a dos conclusiones: la primera, que cuando en casa se habla abiertamente de los orígenes (las familias biológicas, el país de nacimiento, los donantes), las criaturas hablan de ello, preguntan y demandan más información (o se duelen por no poder conseguirla); y la segunda, que intentar preservarles de la posibilidad de conocer en esta época de análisis de ADN y redes sociales es como intentar poner puertas al campo.
En esta línea, me ha parecido interesantísimo este artículo (Finding the Lost Generation of Sperm Donors
Ashley Fetter), que comparto aquí en traducción casera.
El pasado enero, en una zona de oficinas en Phoenix, Arizona, dos mujeres con barbillas y sonrisas parecidas se encontraron por primera vez. Se reconocieron la una a la otra y se abrazaron inmediatamente: “Cuando empezamos a hablar, era como hablar con alguien a quien conocía desde hacía mucho”, recuerda Courtney McKinney, una mujer de 28 años que creció con una madre soltera en Sacramento, California.
La serie de acontecimientos que llevaron a McKinney hasta Alexandra Sánchez – que también tiene 28 años y creció en Colorado y Arizona con una madre cuya compañera de vida era ambiguamente conocida como una “tía” – empezó décadas atrás, antes de que ambas mujeres nacieran. Tanto McKinney como Sanchez supieron en su adolescencia que habían sido concebidas a través de donación de esperma, pero ninguna de las dos sabía quién era su padre. La madre de Sánchez es hispana, la de McKinney es negra, y ambas siempre pensaron que se parecían a ellas. Este día de enero, se encontraron para hacerse un test de ADN que más tarde confirmaría lo que habían intuido solo con verse.
Personas como McKinney y Sanchez que fueron concebidas a través de donación de esperma, alcanzaron la mayoría de edad en un momento curioso. Nacidas casi tres décadas atrás, son miembros de una generación intermedia: las criaturas concebidas con gametos de donante que nacieron antes que ellas tienden a no saber de sus padres o de ningún “hermano de donante”. Y mientras los donantes de los 80 y los 90 mayoritariamente planearon permanecer en el anonimato, en el tiempo pasado desde que McKinney y Sanchez nacieron, el crecimiento de los tests de ADN han hecho este anonimato más incierto. Mientras, la práctica de la industria y el consenso de los psicólogos están alejándose de las donaciones anónimas, así que la época en la que el anonimato era lo previsto parece haber terminado.
McKinney, Sanchez y decenas de miles de otros están en un grupo distinto: más jóvenes que los que nunca conocieron a sus donantes (o ni siquiera supieron que los tenían), pero mayores que aquellos cuyos donantes entienden que algún día pueden tener noticias de su descendencia. Las revelaciones y relaciones que resultan de descubrir esto cuando son adultos – con donantes, con medio hermanos – pueden cambiar lo que creen de ellos mismos, y en algunos sentidos, quiénes son.
Para McKinney, las preguntas sobre su historia empezaron en la adolescencia, después de conocer su origen. “Recuerdo llorar cuando lo supe”, dice McKinney. “No estaba nada feliz. Recuerdo decir “me siento como un experimento científico. Ni siquiera fui concebida gracias al amor entre dos personas”. Pronto, sin embargo, empezó a especular sobre la otra mitad de su línea genética. ¿Qué aspecto tendría su donante? ¿Se parecería su personalidad a la de ella?
Hay un nombre para este sentimiento – esta curiosidad, esta sensación de que te falta una pieza, esta ansiedad de que algún aspecto latente de ti mismo pueda aparecer algún día y no haya una raíz donde rastrearlo. En 1964, los psicólogos Erich Wellisch y H.J. Sants, que estudiaron y trataron adoptados con problemas, comprendieron que la falta de conocimiento de la herencia genética induce un estado que calificaron como “desconcierto genealógico”. Wellisch y Sants argumentaban que no conocer los ancestros podría impedir desarrollar una imagen mental clara del propio cuerpo, algo que consideraban necesario para desarrollar un sentido de la identidad. También creían que el “desconcierto genealógico” podía atrofiar el desarrollo de los sentimientos de pertenencia.
Los adoptados son, claro, distintos de las criaturas concebidas a través de gametos de donante; para empezar, los adoptados a menudo tienen que lidiar con sentimientos de rechazo de sus padres biológicos, mientras que los niños concebidos con donante saben que sus misma existencia nace del profundo deseo de parentalidad de al menos uno de sus padres. Pero la idea entonces era (y hasta el punto, sigue siendo) que ambas situaciones hacen a las criaturas preguntarse sobre su familia de una manera similar.
La donación de esperma – un hombre que aporta su esperma para concebir una criatura que para todos los efectos pertenece a padres a distintos a él – ha existido durante siglos. Uno de los primeros casos registrados de donación de esperma en el mundo occidental fue en 1884, cuando un doctor en Filadelfia inseminó a una mujer con semen donado por su estudiante en prácticas “más atractivo”. La práctica ganó popularidad durante los años del Baby Boom después de la II Guerra Mundial, aunque a menudo se mantuvo en secreto para las criaturas y el mundo “tanto para proteger al hombre del estigma de la infertilidad como para proteger a la criatura del estigma de la ilegitimidad”, según un artículo de 2008 en la revista “The New Atlantis”. En general, el secreto fue la norma hasta el cambio de milenio.
Cuando Wellisch y Sants estaban haciendo su investigación, las donaciones de esperma se destinaban abrumadoramente a parejas heterosexuales, y la práctica se volvió más habitual en los años 70; se estimó en 1979 que entre 6.000 y 10.000 criaturas nacían cada año en Estados Unidos vía donación de esperma. Por entonces, “muchos médicos no se habrían ni siquiera planteado inseminar a ninguna mujer que no estuviera casada”, dice Scott Brown, el director de Servicios al Cliente y Comunicación de Cryobank, en Los Angeles, California, que posibilitó la concepción de Courtney McKinney. “La mayoría de gente no pensaba contar a sus hijos que habían sido concebidos con esperma de donante”.
Las directrices para la donación de esperma y otros métodos de reproducción asistida durante la mayoría del siglo XX reflejaban esta actitud, priorizando la confidencialidad de padres y donantes por encima del deseo de las criaturas de saber. Una encuesta ampliamente citada entre “médicos que podrían practicar la inseminación con esperma de donante” reveló que solo el 30% de 471 mantenía registros permanentes de los donantes, y más de 4 de cada 5 encuestados se oponían a cualquier legislación que les obligara a conservar estos registros – su preocupación por proteger la privacidad de los donantes y el riesgo de cualquier confusión estaban por encima de los derechos y responsabilidades. El mismo estudio revelaba que, en contra de lo que sucede hoy, los receptores de esperma raramente tenían parte en la elección del donante. Casi todos los médicos encuestados en aquella época escogían los emparejamientos, generalmente seleccionando a los donantes de grupos de médicos, graduados o estudiantes que habían cobrado por sus muestras de semen.
La situación de la donación de esperma es hoy en día muy diferente. “Hablamos de una industria que va dirigida en un 75 u 80% a parejas de mujeres o madres solteras por elección a través de la donación de esperma”, dice Brown. “Las criaturas son muy conscientes de cómo han sido concebidas. Incluso muchas parejas heterosexuales comparten con sus hijos que han sido concebidos con gametos de donante, como las familias adoptivas explican a los niños que son adoptados desde muy pronto”. (Aunque las estadísticas son difíciles de encontrar, en 2010, un estudio estimó que entre 30.000 y 60.000 criaturas son concebidas cada año en los Estados Unidos a través de donación de esperma, de unos 4 millones de nacimientos. Hacia el año 2000, por otra parte, unos 136.000 niños – de todas las edades – eran adoptados en los Estados Unidos).
Cada vez se pone más el foco en cómo afecta a las criaturas ser producto de una donación. En un estudio del 2011, los psicólogos descubrieron que no hay diferencias en el bienestar psicológico de la calidad de la cualidad de la relación madre-hijo de criaturas de 7 años a los que se había contado sus orígenes con gametos de donante y criaturas que habían sido concebidas naturalmente; los investigadores solo encontraron un vínculo ligeramente más frágil entre criaturas de 7 años que habían sido concebidas con gametos donados pero no eran conscientes de ello.
Dicho esto, un estudio de 2010 que comparaba niños concebidos con donante, niños adoptados y niños concebidos de forma natural, hecho por un think tank llamado Commission on Parenthood’s Future, encontró algunas evidencias de que la descendencia de donantes tenían más probabilidades de luchar con adicciones, delincuencia, depresión u otras enfermedades mentales que los niños adoptados y biológicos, y que la descendencia de donante tenían el doble de probabilidades que los niños criados por ambos padres biológicos de tener problemas con la ley y con abuso de sustancias (es importante, en todo caso, señalar que el estudio no hace distinción entre los niños concebidos con donante que crecieron conociendo sus orígenes los que descubrieron inesperadamente que sus padres habían estado ocultándoles la verdad).
La cosa es que los datos no son concluyentes, y en última instancia no dejan claro que el anonimato sea preferible. Y a falta de un argumento de peso contra el descubrimiento, la curiosidad ganará.
En efecto, hay una curiosidad extendida entre los descendientes de donante de esperma sobre su procedencia. Un estudio del 2011 en la revista Human Reproduction concluyó que el 82% de los niños concebidos con donante tenían la esperanza de poder contactar algún día con su donante, la mayoría porque tenían curiosidad sobre su apariencia física. Un estudio similar de 2010 reveló que el 92% de los concebidos por donante encuestados estaban buscando activamente a su donante, sus hermanos de donante , o ambos.
Mientras muchos expertos concuerdan en que los descendientes de donante suelen preferir saber quién son sus donantes, muchos padres que han hecho uso de la donación de esperma se enfadan ante la idea de que un donante hasta el momento anónimo pudiera aparecer en la vida de sus hijos, y algunos donantes también preferirían no ser contactados. Pero como argumenta Susan Crockin, abogada y profesora adjunta en Georgetown Law, es razonable que una criatura diga “si para ti como padre o madre fue tan importante al escoger el donante tener en cuenta ciertas características, ¿cómo puedes no comprender que es importante para mí saber de dónde vengo?”
Esta mirada, compartida por Crockin y otras personas, ha inspirado en los últimos años las políticas que administran la donación de esperma (igual que la adopción), tendiendo cada vez más a la apertura. Hoy, a los padres de todo el mundo se les recomienda tajantemente que informen a sus hijos de sus orígenes tan pronto como se pueda. En los 90 y 2000, en gran parte debido a la mayor aceptación entre las parejas de lesbianas y madres solteras (cuyos hijos concebidos con donante pueden sumar dos y dos y preguntarse qué parte adicional ayudó a crearlos), muchos países, incluidos Suecia, el Reino Unidos y Alemania, promulgaron legislaciones para ilegalizar las donaciones en las que el nombre del donante no pueda ser desvelado bajo ninguna circunstancia (la donación de óvulos también también se ampara en gran medida bajo el ámbito de esta legislación, aunque vale la pena señalar que el proceso es mucho más exigente para la donante, lo que significa que los óvulos donados son más baratos que los espermatozoides donados).
En el Reino Unidos, en 2005 la ley posibilitó a todos los británicos concebidos por donante el derecho a solicitar y recibir información no identificativa como la altura, el peso, el color del pelo o los ojos, el país de nacimiento y el año, la etnia, el estado civil y parental en el momento de la donación, cualquier cosa relevante en la historia médica o personal y cualquier información adicional que el donante hubiera querido aportar, como el trabajo, la religión, los intereses y las razones para donar. Información identificativa como el nombre completo y la última dirección conocida puede ser requerida por las autoridades cuando una persona llega a los 18; los donantes pueden incluso escribir un mensaje de buena voluntad para su futura descendencia al que se puede acceder cuando cumplen 16, una vez se compruebe que no contiene información identificativa. En cambio, otros países, como España, solo permiten la donación de esperma anónima; en estos lugares, los donantes conocidos son ilegales y los equipos médicos escogen a los donantes anónimos en base al tipo de sangre y las rasgos fenotípicos de la madre o padres en ciernes.
En los Estados Unidos, la donación de esperma está muy poco regulada, y las leyes que la regulan varían en cada estado – en 2011, Washington se convirtió en el primer estado en promulgar una legislación que convertía la donación en “abierta” por defecto, que requiere que los donantes especifiquen la demanda de anonimato si así lo desean (Washington es el único estado con esta ley).
A falta de una marco legal integral, muchos bancos de esperma imponen sus propias normas y regulaciones. Muchos, como el Fairfax Cryobank (que tiene 7 localizaciones a lo largo de Estados Unidos), ofrece múltiples niveles de privacidad a los donantes. Esto incluye desde “Identidad abierta”, en la que el donante y la receptora se ponen de acuerdo antes de la inseminación en que el banco facilitará los detalles identificativos del donante a los hijos si estos lo solicitan después de los 18. También incluye la opción “anónima”, que promete mantener el nombre del donante y su información de contacto privada pero permite a las familias receptoras conocer alguna información personal y médica no identificativa, como la etnia, las características físicas y un historial médico familiar actualizado.
Otros, sin embargo, como el California Cryobank, donde trabaja Scott Brown, tienen políticas que alejan la posibilidad de que un donante permanezca en la sombra y desconocido para siempre. Durante el tiempo en el que ha funcionado CCB, ha garantizado que si alguien contacta con el banco después de los 18 años, reclamando localizar al donante, ellos se pondrán en contacto con el donante. Y si ambas partes están de acuerdo, el banco mismo facilitará comunicación anónima entre ambas partes hasta que decidan identificarse y comunicarse libremente o una de las partes decida cortar la comunicación. El año pasado, sin embargo, el CCB puso en marcha una política según la cual todos los donantes nuevos deben acceder a facilitar a los descendientes acceso al nombre de donante, la localidad donde se hizo la donación, la última dirección y el correo electrónico, cuando cumplan los 18.
“Los psicólogos pronto estarán de acuerdo en que es lo mejor”, dice Brown. “E intentamos proveer este nivel de contacto lo mejor que podemos”. Es el cambio más importante respecto a cómo se hacían las cosas en los 70 cuando, dice Brown”, “no se había pensado mucho en las ramificaciones a largo plazo de estas cosas”.
Para Alexandra Sanchez, encontrar a Courtney McKinney fue una bonita sorpresa. Sanchez hacía poco que había empezado a tener curiosidad sobre la otra mitad de su familia biológica: ni ella ni su marido habían conocido a sus padres, y cuando la pareja empezó a hablar de tener familia, se preguntó si sus futuros hijos saldrían a personas que nadie en su familia conocía.
Para McKinney, en cambio, encontrarse con Sanchez fue un descubrimiento largamente deseado. Cuando McKinney tenía 16 años, su madre le puso un vídeo casero, grabado poco antes de su nacimiento, que había guardado para ella. En el vídeo, su madre le explicaba – a la cámara, a su futura hija – que había sido concebida por donación de esperma. Así McKinney descubrió que no era de hecho el resultado de un corto romance entre su madre y una figura brumosa llamada “Charles” (que resultó ser una ficción), sino el producto de una transacción entre su madre y el hombre que había escogido en un catálogo.
McKinney quería conocer al hombre del catálogo, así que cuando tenía 19 años, pidió información al California Cryobank. Una empleada llamó a su donante, pero no hubo suerte. “La empleada me dijo que él se quedó en shock, pero que tenía familia. Nunca se lo había contado a su esposa”, dijo McKinney, “así que no quería ningún contacto”.
Lo volvió a intentar a los 22, después de graduarse en Yale. “Fue como, igual le preocupa si soy lista. Igual esto le hará cambiar de idea”. No fue así. Lo volvió a intentar a los 26, “para ver si podía conseguir información médica”. Esta vez, pudo conseguir 4 páginas con descripciones físicas y algo de historia médica – “el color de los ojos y pelo de los abuelos, de qué habían muerto, y de qué habían muerto sus padres”.
Comprensiblemente, McKinney quería más. Así, más de una década después de descubrir de donde salía, se dirigió a un recurso que había empezado a ser popular en los 2000 entre los adoptados y los hijos de donante: las empresas de genealogía online. McKinney se apuntó a MyHeritage, 23andMe y Ancestry (una compañía que ha hecho un anuncio en el que ella sale) y en noviembre del año pasado, coincidió con Sanchez en MyHeritage.
Estas empresas hacen que encuentros como el de Sanchez y McKinney sean cada vez más habituales. Como han señalado psicólogos como Andrea Braverman, de la Thomas Jefferson University, es una victoria para la apertura, pero la facilidad y conveniencia con la que los humanos pueden encontrar ahora otros humanos con los que comparten ADN son una amenaza a las frágiles barreras que los donantes y los bancos de esperma acordaron décadas atrás para mantener la confidencialidad.
“Creo que el anonimato es un mito”, dice la abogada de familia Crockin, “y se lo he estado diciendo a mis clientes durante casi 10 años”. Gracias a la proliferación de los tests genéticos, que notifican a los usuarios cuando una persona genéticamente relacionada entra en la base de datos, estoy totalmente segura” (A pesar de esto, Sanchez y McKinney no han identificado a su donante).
Lo que aumenta la probabilidad de que las identidades de los donantes finalmente se revelen, es que no es necesario que su propio ADN forme parte de las bases de datos para que los descendientes los encuentren. A mitad de los 2000, un adolescente pudo rastrear con éxito su donante hasta el momento anónimo usando una web de genealogía para determinar el último nombre que estaba conectado con la Y de su propio cromosoma. Y, más recientemente, las autoridades en California identificaron a un presunto asesino en serio introduciendo ADN de la escena del crimen en bases de datos online, a pesar de que la base de datos solo tenía información sobre familiares del hombre.
La dificultad de preservar el anonimato es una realidad que los bancos de esperma deberán confrontar. Scott Brown dice que estos días, el CCB se enorgullece de ser directo con los donantes. “Consideramos el anonimato del donante es un acuerdo legal entre nosotros y los donantes. No vamos a desvelar sus identidades o información de contacto a nadie, sean los descendientes (mientras son menores), los medios o los clientes”, dice, “pero esto no quiere decir que los clientes o la descendencia no puedan descubrirlo por ellos mismos”.
Incluso la promesa de un modelo de donación de esperma más abierto, no es suficiente para algunos. Un especialista en fertilidad recientemente sugirió a Alexandra Sanchez y su marido que, después de experimentar algunas dificultades para concebir, podrían considerar la donación de esperma.
“Fue algo que rechazamos tajantemente”, dice, y ella y su marido prefirieron intentar una Fecundación in Vitro. Dice que no podría resistir mirar a sus futuros hijos sabiendo que siempre tendrán curiosidad, como ella dice, “por cómo es la otra mitad”.
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