Retos y desafíos de la postadopción, 18 años después
Estos 18 años recorridos junto a las familias desde la consulta nos han hecho pensar y profundizar sobre diferentes aspectos de la realidad adoptiva.
Nos reafirmamos en que la adopción es una exitosa medida de protección que permite brindar a los chavales la posibilidad de experimentar el cuidado y la atención que brinda una familia cuando no han podido permanecer junto a la biológica. Una medida para atender las necesidades de los chicos y que no debe considerar nunca como interés prioritario el deseo de paternidad de los solicitantes.
Una medida que debe ser tomada, atendiendo al interés superior del menor, con la máxima transparencia durante todo el proceso: desde la declaración de adoptabilidad hasta la incorporación del menor a la nueva familia.
Medida que debe incluir, con respecto a los solicitantes: una adecuada valoración y una exhaustiva preparación de los mismos para asumir las particularidades y retos que esta manera de crear familias puede presentar, y con respecto a los menores: un control riguroso de las causas que motivan la renuncia o la retirada de tutela de la familia biológica, el ofrecimiento de programas de apoyo para que puedan recuperar sus capacidades parentales y, sólo si en estas circunstancias se planteara la imposibilidad del retorno a la familia de origen, la tramitación de la adoptabilidad del menor.
Lamentablemente, hemos conocido – y seguimos conociendo – historias contadas por los chavales que no coinciden con los datos que reflejan sus informes. También las denuncias de organismos internacionales y ONG´s que trabajan con la infancia en este sentido. La adopción internacional, en algunas ocasiones, se ha convertido en una fábrica de huérfanos… pero que sólo lo son en los papeles.
Más allá de las cuestiones legales que esto traiga aparejado, nuestra preocupación como psicólogos es la repercusión que estas contradicciones puedan presentar en la nueva vinculación familiar. ¿Por qué voy a necesitar yo una familia nueva si hasta hace unos días vivía con mi abuela y mis primos, o con mi padre y mis hermanos?. ¿Por qué una familia nueva si mis padres me enviaron a la gran cuidad para poder acceder a una educación mejor?
¿En qué lugar se incluyen los nuevos padres cuando esos espacios ya están ocupados por otros? Un difícil tema para resolver tanto para los chicos, como para sus familias de origen, como para las familias adoptantes.
Tal vez el mayor reto profesional ha sido aprender que cada adopción es una experiencia única e irrepetible.
Que no existen recetas mágicas. Que los protocolos y programas establecidos no nos sirven para comprender lo que cada una de las familias siente y padece.
Que cada familia adoptante es un mundo que hay que explorar y conocer para descifrar sus preocupaciones y angustias; su forma de interpretar los acontecimientos, y, desde allí, hacer conscientes los malestares que les aquejan y apoyarlos en la compleja tarea de criar, cuidar y educar a sus hijos.
Que cada hijo se ha incorporado a la familia acompañado de su historia vivida y que, por lo tanto, su incorporación a la nueva familia tendrá mucho que ver con las secuelas que la adversidad temprana haya podido dejar.
Secuelas que algunas veces serán leves y otras muy profundas, y que sólo con amor no se logran curan.
Cuando hablamos de experiencias adversas en la temprana infancia no sólo incluimos el abandono o la renuncia a continuar la vida junto a la familia biológica. También las negligencias, los malos tratos, la estimulación no adecuada, la fractura en los diferentes procesos de vinculación con todos los cuidadores que han formado parte de la vida de los chavales, todo cuenta.
Que la construcción de una familia es una labor donde participan todos sus integrantes y que la mochila de los chavales pesa tanto como la maleta que acompaña a los padres. Hacer el equipaje para que quepa lo de todos es una tarea compleja que requiere pensar sobre las expectativas, los modos de relación, las frustraciones, las tristezas y las alegrías de cada integrante.
Comprobamos que algunas familias siguen sintiendo temor a consultar y que muchas veces lo postergan porque aún piensan que la Administración puede interpretarlo como un fracaso de sus capacidades parentales y temen que se les pueda retirar la custodia de sus hijos.
Cuesta hacer comprender a las familias que sus hijos no necesitan un taller de reparaciones al que llevarlos todas las semanas para que se los devuelvan “reparados” un tiempo después.
Restañar las heridas es un trabajo conjunto en el que participan los hijos, los padres, los profesionales de la salud física y psíquica que les acompañamos, la escuela, la sociedad,.
También es un reto afrontar las dificultades en la salud de los chavales. Nos encontramos con un sobrediagnóstico de TDH, muy por encima del ya alarmante número que se presenta en la infancia no adoptiva y, en nuestra experiencia, a la hora de evaluar sólo se suele contemplar la sintomatología (movidos, desatentos, disruptivos) sin reflexionar sobre las causas emocionales que también influyen en muchos chavales que presentan trastornos vinculares.
Que otros diagnósticos también correlacionan con un mundo emocional convulso producto de la adversidad temprana como los retrasos madurativos importantes, los trastornos generalizados del desarrollo, el síndrome de Asperger o los trastornos del espectro alcohólico fetal.
Y que la mayoría de las familias no se encontraban preparadas para asumir estas situaciones, así como tampoco muchos profesionales y han recorrido interminables y angustiosos caminos para conseguir las ayudas que sus hijos necesitaban.
También es un reto el tema de la adopción en el ámbito académico.
Las escuelas, institutos, maestros, profesores y orientadores no están formados en adopción.
Y nos ha tocado colaborar en su formación, trabajar con los colegios y, en algunas ocasiones, desesperar cuando nuestros chavales son rotulados sólo por sus logros escolares, o cuando sus conductas no son las que se esperan. Y, sobre todo, desmontar las etiquetas, que en ocasiones pesan como losas, de rebeldes, vagos, inadaptados o potenciales delincuentes.
Los chicos sufren. Se sienten diferentes… y los hacen sentir diferentes.
Les agobia escuchar hablar de ellos como la china de… , el negro de…Se cansan de que les toquen los rizos, que les pregunten si destiñen, les angustia que los otros pongan en duda que esos cara pálidas que les esperan a la salida todos los días sean sus verdaderos padres.
Como su gestión del mundo emocional en ocasiones es dificultosa les cuesta hacer y conservar amigos. Y se sienten discriminados cuando, por sus arrebatos en clase, no se los invita a jugar a casa de sus amigos o cuando se los excluye de los cumpleaños por temor a sus conductas. O, cuando ya más mayores, estando en el parque con sus colegas, al único que siempre la policía le pide que se identifique es a él.
La exclusión, la discriminación y el racismo están más presentes en nuestra sociedad de lo que queremos creer. Hay que comprometerse como familias en el cambio y brindar herramientas a los hijos para defenderse de los ataques.
Nuestra apuesta siempre ha sido trabajar codo con codo con las familias y las escuelas porque confiamos en las capacidades de los chavales si se les brindan los apoyos necesarios, pero también porque la información que la escuela devuelve sobre los hijos funciona como un termostato del clima familiar, con graves repercusiones en los vínculos.
A los padres muchas veces se los hace responsables de los fracasos y las conductas de sus hijos (falta de normas, poca exigencia, escaso esfuerzo), y se les exige que presionen más para alcanzar los objetivos curriculares. Y los padres se desesperan con esta imagen que reciben de sus hijos. Los maestros, desconocen las interminables horas dedicadas a hacer los deberes, las rabietas y las broncas que la frustración produce cada día.
Se sienten examinados como padres, cada suspenso o expulsión de sus hijos es vivido como un suspenso en sus capacidades parentales.
Y el colegio se termina convirtiendo en el eje de la familia, las expectativas de todos se ven frustradas y el clima familiar se convierte en una permanente montaña rusa que se alegra o deprime en función de lo que nos informe el colegio.
Y aparecen en el horizonte los colegios internos, para intentar que otros hagan carrera de los chicos, sin contemplar las consecuencias vinculares que esta decisión trae aparejada.
Todos deseamos lo mejor para nuestros hijos, y es lógico que así sea. Y tratamos de brindarles las mayores oportunidades para que se desarrollen y encuentren su lugar en el mundo. Pero cuando los resultados académicos se transforman en la mayor preocupación familiar se pierde de vista el principal motivo de la adopción: brindar una familia a quien no la tenía. No han venido a nuestras vidas sólo para ser los estudiantes que nos gustaría que fuesen. Han venido a crear vínculos sólidos y seguros con la nueva familia, el mayor pilar que podemos ofrecerles como padres.
Y a esto se suman las conductas difíciles que se viven en el día a día familiar, esas que generan que los chavales se disparen en milésimas de segundo frente a situaciones que no parecen ser objetivamente tan extremas, esas que terminan con más broncas, enfados, castigos, prohibiciones y que producen una gran desazón por la imposibilidad de comprenderlas.
Esas conductas se vivencian como ataques personales, ataques a la capacidad educativa de los padres. Dificultades todas que resienten la vinculación en la familia y también repercuten en la vida social y familiar.
Quien se anima a quedar con los abuelos o con los amigos a comer si por una nimiedad corremos el riesgo de tener un gran altercado a los ojos del gran público.
Y se presentan pocas ocasiones de hablar con los otros sobre los hijos, parece que no hubiera éxitos a celebrar…cuando los chavales han hecho inmensos esfuerzos por tratar de integrar sus experiencias de antes con las de ahora.
Han ido creciendo y atraviesan la adolescencia, esa etapa compleja de dejar de ser niños para salir al mundo adulto, con un plus de complejidad por su propia historia que hay que terminar de colocar.
No siempre han podido completar con éxito los estudios obligatorios y hemos tenido que encontrar para ellos otras salidas profesionales para que puedan acceder al mundo del trabajo.
Un mundo que exige cumplir con las normas, los horarios y asumir responsabilidades para las que algunas veces no se encuentran aún preparados.
Sueñan con ser mayores y gozar de sus derechos…pero a veces, el mundo emocional no cumple los mismos años que el DNI.
El agotamiento emocional que estas vivencias causan lleva a algunas familias al borde de tirar la toalla… a que se produzca la tan temida ruptura familiar.
Y las familias intentan encontrar soluciones y consultan con un sinfín de profesionales y prueban esta y aquella terapia, este tratamiento y aquel método.
Es increíble la cantidad de propuestas que pueden ofrecerse al colectivo de familias adoptivas. Muchas de ellas muy válidas… para otras circunstancias, otras patologías y que prometen hacer desaparecer los síntomas.
Profesionales muy cualificados en lo suyo, pero que carecen, en muchas ocasiones, de formación específica en adopción.
La adopción supone aceptar el gran reto de convivir con lo desconocido.
No podremos saber las experiencias y circunstancias que han generado las dificultades actuales.
No se trata de hacer desaparecer síntomas… porque el malestar volverá en otros nuevos. Se trata de comprender el malestar que producen en el niño y en su familia para poder hacerlo consciente y, desde allí, promover el cambio.
La tarea es desentrañar los motivos que llevan a usar esos recursos en la nueva realidad cuando ya no resultan adecuados, dar herramientas a padres e hijos para comprenderlos y ayudar a preservar los vínculos y prevenir los fracasos.
Estos 18 años nos reafirman en nuestra propuesta para las familias adoptivas: formación y acompañamiento por parte de profesionales especializados.
Formación específica para este modelo familiar acorde a cada etapa evolutiva de los hijos.
Y acompañamiento profesional especializado, cercano y accesible.
En resumen, estar disponibles para las familias y trabajar junto a ellas en la prevención de graves conflictos que pudieran poner en riesgo la continuidad familiar.
Lila Parrondo
Psicóloga
Directora Adoptantis
Participación en la Jornada XVIII Aniversario Adoptantis
«Retos y desafíos de la postadopción, 18 años después»
Madrid Noviembre 2018