¿Por qué no me quiso? La verdad detrás de cada historia de adopción

Parece increíble cómo ha volado el tiempo. A veces tengo la sensación de que siempre vivimos el mismo momento, como en aquella película de Bill Murray. Y otras, cuando al abrazar a mi pequeño tengo ya que ponerme de puntillas, me parece que alguien se ha llevado sin permiso los últimos diez años.

Pero la realidad se impone. Mis niños ya, empiezan a dejar de serlo. El mayor, sumergido de lleno en la adolescencia, navega por ese proceloso mar de inquietudes y desasosiegos que nos llevan y nos traen a todos como los cayados de las playas en plena marea. La pequeña, con su cuerpecillo de sirena, su elegante manera de sentarse distraidamente a mirar sus series favoritas comenzando a ver el mundo desde otra perspectiva, haciéndose preguntas, reconociéndose y reconociéndonos una vez más. Y nosotros, que a veces nos miramos, cuando nos queda tiempo, y nos sorprendemos de vernos con esas canas nuevas, esas arrugas que antes no eran nuestras.

¿Cuántas vueltas hemos dado ya en esta noria adoptiva que nos hace pasar una y otra vez por los mismos lugares? Creo que en esta atracción estaremos subidos para siempre. Pero como dicen por estos lugares…»tú compraste esta cuchara…¡Ahora come con ella!». El sarna con gusto no pica de toda la vida, vamos.

Es normal. Ya lo esperábamos. Es más, ya lo sabíamos. La condición adoptiva no se pasa con el tiempo. Y ella va preguntándose cada día cosas nuevas. Fijándose en aspectos del tema que nunca había tenido en cuenta. Cayendo paulatinamente en la verdad escondida detrás de todos nuestros intentos de normalizar el tema: el abandono. El irremediable, demoledor, desolador abandono que lo puso todo en marcha. Y comienza a hacerse la gran e inevitable pregunta: ¿Porqué?

Y ahí, todos nuestros recursos mascados y preparados con tanto cuidado esperando y temiendo este momento se revelan ineficaces, insuficientes, insignificantes intentos de tapar una herida que nada puede hacer desaparecer como a nosotros nos gustaría: por arte de magia. O mejor dicho, por arte de amor.

Nada de mentiras, nada de cuentos inventados para hacer más cómoda la realidad, porque poco a poco la verdad desnuda se presentará en toda su crudeza delante de nuestros hijos e hijas. Otro dolor que no les podemos evitar. Cada pregunta tendrá su respuesta. Sin prisas, sin datos que no vienen a cuenta con su edad, sin adelantarnos a su proceso mental. Suena tan sencillo: solo contestar lo que ellos van queriendo saber.

Pero no es fácil, ya lo sabéis. Cuando tu hijo te pregunta porqué su madre biológica no le quiso y se te rompe el corazón viendo sus ojos asustados y tristes…querrías tener una respuesta dulce. Un motivo que ayudase a entender. Que le hiciera libre del peso de esa duda. Que le permitiese seguir adelante con una historia clara que procesar, que contar cuando lo necesite. Pero no la tienes. Lo pienso en cada cumpleaños, cada vez que veo el amor infinito que su abuela tiene por ella, el cariño con que toda la familia la envuelve cuando está con ellos y no puedo dejar de preguntarme cómo te arrancas del corazón algo así. Como vas a vivir sin pensar en ella. Seguro que no se puede. Y me gustaría decirle eso a mi hija. Que seguro que en algún lugar alguien piensa en ella con cariño. Pero no lo hago. Y me trago mi mentira piadosa para que entre nosotras no haya nada falso u oculto. Para que crezca con verdad y fortaleza. Para que un día pueda mirar hacia atrás sin sentir que creció engañada. Para no ser parte de esa herida.

Mamá ¿tú crees que me echará de menos? Ay hija mía. Quisiera inventar para ti una hermosa historia con la que soñar. Pero inventar para ti un recuerdo etéreo de amor lejano y perfecto sería una trampa en la que tarde o temprano caeríamos las dos.

Y después, cuando te has saciado y rumias tu pena personal e intransferible, solo me queda tratar de acompañarte hasta ese lugar en el que nuestro amor te aleja de la soledad y te arropa como una mantita en la que envolverte para sentirte de nuevo en casa.

Aunque a veces, solo a veces, creo que nunca seré para ti todo eso que tú necesitas. Porque no pude parirte, como tú quieres. Porque no hay fotos tuyas cuando aún eras una ranita rojilla y casi ciega de recién nacida. Porque no tomaste pecho, por más que lo has deseado. Porque aquellos primeros llantos no te los pude consolar.

Pero la vida es así. Ni justa, ni ecuánime, ni piadosa, ni compasiva. La vida es vértigo y emoción, un camino lleno de obstáculos que sortear o superar. Una batalla con intervalos de paz para algunos; un paseo con momentos inciertos, para otros. Nadie elige. Nadie puede escapar de su devenir.

¿Y cómo vivir entonces cuando las heridas no curan y duelen permanentemente?

Isabel Allende lo decía sabiamente en Paula: Cuando te acostumbras a vivir con la tristeza la vida vuelve de nuevo a girar sobre su eje, como siempre, enredándonos en quehaceres y preocupaciones más livianos.

Tú hija, aprenderás también a vivir con tu condición. Con el dolor, o la ausencia de él, que tu corazón te permita. Como yo, como todos.

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