De puto milagro
Dice Giovanni Franzzetto en su libro “Cómo sentimos” que hay algunas emociones que nos persiguen, mientras que otras nos evitan. Son emociones que en muchas ocasiones nos remueven, nos zarandean y nos dejan dolidos. A pesar de que sabes de dónde vienen e intentas racionalizar la situación no hay manera. En mi caso creo que esas emociones son rabia y muchas veces tristeza. Estoy convencido de que es fruto de mis cuarenta y dos castañas, de que soy padre y a su vez, de que me he enredado en un sin fin de historias donde el denominador común es la infancia terrible que han tenido.
Son niños y adolescentes (e incluso adultos) que ya desde el embarazo han sufrido deprivación y que ésta se ha extendido por su infancia temprana, media, adolescencia… Son el reflejo de una parentalidad incompetente y unas necesidades no atendidas ni cuidadas. Alcohol, drogas, agresiones, falta de seguimiento, gritos, abusos, falta de rutinas, vinculaciones rotas y abandónicas, horas llorando en hamacas y cunas, y así miles y miles de situaciones traumáticas que desgarran el corazón a cualquiera.
Sin embargo, ahí los tienes, de carne y hueso, de mil colores y formas y a su vez con mil maneras de sobrevivir. Porque sí, lo que hacen es sobrevivir y se les nota a la legua. ¿Cómo no se les va a notar si una de las Necesidades con mayúsculas que es contar con un cuidador estable y sensible que nos ayude a desplegar todo nuestro potencial nunca ha estado presente?
Nos regulamos a nivel fisiológico y psicológico gracias a los cuidados de nuestros padres y cuidadores. Del tema psicológico somos cada vez más conscientes (apego, límites, inteligencia emocional, sociabilidad…) y hemos aprendido mucho en estas últimas décadas, pero nos quedamos de piedra cuando vemos la cantidad de estudios que vinculan la calidez y calidad de la crianza y salud física. De esta manera por ejemplo, aprendemos a modular el dolor, la presión arterial, el sistema de recompensa, el sistema inmunitario y cómo no, todo un desarrollo neurobiológico sano. Un desarrollo que si no se realiza de manera adecuada tiene un impacto devastador a nivel de competencias, habilidades y funcionamiento. Rosa Fernández en su libro “Entre hipocampos y neurogénesis” afirma que el maltrato infantil es la principal causa evitable de enfermedades mentales graves, tales como la depresión, esquizofrenia y desórdenes de diferente naturaleza. Si bien teníamos cierta intuición y constatación en algunos casos de esas situaciones, en las pasadas jornadas organizadas por José Luis Gonzalo, Rafael Benito nos presentó un diagrama que recopilaba todas la evidencias científicas en las que aparecen las enfermedades físicas causadas por el maltrato. Se te queda la cara como el cuadro de Edvard Munch El grito
Enfermedades cardiovasculares, dermatológicas, neurológicas, endocrinas, respiratorias… que casi son el recopilatorio de todas las enfermedades habidas y por haber. Y a estas hay que añadir todas las alteraciones cognitivas y de funcionamiento fruto del exceso de estrés y de la falta de estimulación. Así pues, nos encontramos con niños que tienen dolores, picores, que enferman enseguida, que oyendo bien y viendo bien no pueden procesar adecuadamente esos estímulos y en algún lugar de su cabecita se pierde la información. Seguramente todas esas experiencias influyen en la madurez del sistema nervioso central. Algunos no pueden estar sentados de forma correcta o todo lo viven como una amenaza.
Están vivos de misericordia y nos cuesta entenderlo. Es como una catástrofe de la naturaleza, donde un huracán, terremoto o diluvios asolan la tierra dejando cientos de personas muertas en un país por no hablar de los damnificados. Los medios de comunicación se vuelcan durante dos semanas, pero luego se nos olvida. Es más, muchas veces la situación es si cabe aún peor con el paso del tiempo pero ya no hay cámaras ni prensa. Que se lo digan a la gente de Haití. Es una de las peores enfermedades del siglo XXI: el olvido. Pues eso mismo ocurre con nuestros niños y adolescentes cuando queremos trasladar sus dificultades, los retos a los que tienen que enfrentarse estos niños o la pelea que tienen con su día a día, a ciertos profesionales que trabajan con ellos: que se les olvida enseguida. Vuelven de nuevo con el mismo discurso de que los chavales no quieren trabajar, que se les olvida todo, que no paran de molestar o que no hacen nada.
Pero más frustrante es cuando intentas explicar el impacto que su historia de vida ha tenido en sus capacidades y cómo éstas exigen de una sensibilidad y abordaje especial y te miran como las vacas al tren. Porque puedes hablar de una lesión coclear que genera una hipoacusia y entonces todo el mundo te entiende y se vuelca en el caso, pero hablar de problemas en la memoria y en el área lingüística por deprivación temprana y malos tratos es hablar del sexo de los ángeles en algunos colegios.
Mikel era un niño de 10 años que las liaba bien pardas. Se descompensaba y se alteraba de tal manera que lo mismo pegaba, rompía, chillaba, que insultaba. Cuando recuperaba el control no se acordaba de nada o era incapaz de relatar lo que había sucedido. Esto irritaba a todo el que intentaba hablar con él y os puedo asegurar sin ser un neurobiólogo que no podía hacerlo. Yo le he visto tirar una piedra a otro amigo y decir que no lo ha hecho. Es más, su frustración era doble por no poder controlarse y luego por no poder recordar. Con el tiempo y el trabajo de sus padres y apoyos consiguió reparar ese déficit y era capaz de realizar una narrativa de un episodio con gran carga emocional. Mikel chupó pasillo como nadie lo sabe.
A lo largo de la historia nunca hemos sabido tanto a nivel científico y técnico de educación, psicología y demás disciplinas y seguimos olvidando. Nos conmueven las historias, pero las olvidamos. Yo sigo en mi pelea interna, luchando contra mis emociones, porque me cuesta todavía entender cómo hay niños que consiguen sobrevivir. Bueno sí, de puto milagro.
Iñigo Martínez de Mandojana
Psicopedagogo, educador social y formador
www.biraka.org
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