Carta a la progenitora

Señora:

Durante muchos años tener en mis manos un nombre sin rostro, le dio título de fantasma en mi vida. Y durante años viví rodeada de un séquito de fantasmas, (a que apareciera, a que la elijan, a que la extrañen, a que la quieran más que a mí…) y esos espectros a veces la vestían de Cenicienta y otras de bruja malvada. Siempre creí que los fantasmas por el solo hecho de serlo, asustan, dan miedo, crean dudas e incertidumbres.

Poco sé de usted… es un gran signo de pregunta en mi vida. Tuvo a mis hijos en su vientre 9 meses y no los pudo ahijar. Vulneró muchas veces sus derechos y eso me produce un gran dolor. Sin embargo, siempre creí que no podía juzgarla, la verdad es, que lo que hacía era cumplir el mandato de buena cristiana que no debe hacer juicio de valor sobre la vida de los otros.

Nacimos, crecimos y vivimos en tiempos y situaciones distintas, y eso me da la certeza de que no tuvimos las mismas posibilidades. Siempre busqué excusas para su situación, al desatender a mis hijos. Hubo días que era su juventud, otras su enfermedad psiquiátrica, otras la falta de amor y cuidado que suponía había vivido en su infancia y juventud. Por años supuse que tenía sus razones, densas como la niebla en invierno, que habían ocupado su ser y rezaba todos los días por usted. En otros momentos, los resultados de esa juventud, de esa enfermedad, de esa vida dura y álgida que imaginaba había vivido, poco me importaban ante el dolor y el sufrimiento por el que habían pasado mis hijos.

Siempre me jacté de lo que antes le mencioné: nunca juzgarla, pero, debo reconocer que hubo tiempos de sentimientos más lacerantes y mezquinos. Pasaba de ser ‘la pobrecita’ que no tuvo oportunidades de una buena vida a la desgraciada que dañó, física, moral, emocional y espiritualmente a mis hijos.

El barco de mi vida viraba constantemente. De agradecer, desde el corazón, que le haya podido dar inicio a sus vidas, pasaba a sentir desprecio por quien había llevado oscuridad a los primeros años de su infancia, por quien los había puesto en riesgo y desamparo. Y eso no me hacía bien. No me servía, no sumaba nada bueno a mi vida. Con esas emociones no hubiera podido hablar nunca, con serenidad y apertura a mis hijos de usted.

Hubo un tiempo en que los chicos quisieron saber su nombre. Uno de los cuatro también nos preguntó en algunas ocasiones por qué estaba lastimado, por qué vivió desde bebé en un hogar. Y con diez años, una noche, nos dio ejemplos concretos que mostraban que la pobreza o la indigencia no eran justificativo válido para desamparar a un niño.

Llegaron los cuatro con una espesa historia sobre sus espaldas, en la que usted era la actriz principal y nosotros ni siquiera figurábamos como actores de reparto. Sin embargo, nos tuvimos que hacer cargo, asumimos esa historia como propia y la compartimos por amor a nuestros hijos.

Muchas veces se sentó a nuestra mesa y fue protagonista de algunas charlas, cortas pero profundas, llenas de largos silencios, donde uno de ellos recordaba situaciones vividas, algunas displacenteras y otras no, sólo formaban parte de la cotidianeidad.

Los que escuchaban a veces hacían preguntas, hasta que el dueño de los recuerdos decidía que “no recordaba más”. Leí a Eduardo Galeano diciendo que recordar es volver a pasar por el corazón. Imagino yo que tal vez, su corazón ya no quería sostener esos recuerdos. Debo reconocer que muchos de los grandes dolores han ido sanando gracias al tiempo, el amor, la terapia y su capacidad de resiliencia. Y no andan llorando por los rincones o con graves problemas de conducta ni de personalidad, como el imaginario colectivo muchas veces supone, por lo que hace tanto tiempo vivieron.

En algunas ocasiones hablar de usted con familiares y amigos se torna complejo. Casi todos la sitúan en el lugar de la arpía que no pudo criar a sus diez hijos. La colocan en el lugar de la desgraciada madre negligente que maltrató y descuidó a los chicos. Y cuando digo esto hablo de ese imaginario social que engloba a todas las madres de origen en un estereotipo que no siempre corresponde a la realidad.

Fue después de hacer carne esto, que pude ir sacando uno a uno sus fantasmas de mi vida y realmente dejé de enjuiciarla.

Contra viento y marea, contra familiares y amigos, contra la misma conciencia colectiva pude desestigmatizarla, desculpabilizarla y favorecer así, también, la construcción de nuestra familia.

Los chicos han crecido, ya son mayores de edad y casi no hablan de Ud. Siempre tratamos de que no la juzguen. Creemos que no les hace bien crecer en el odio y el resentimiento. No sé si la piensan alguna vez, eso forma parte de su mayor y profunda intimidad. Ellos conocen su nombre y apellido, la ciudad donde vivían y el hospital donde nacieron. Tres de ellos no tienen registro de su persona, uno sí y es el más vulnerable, el más frágil de todos. Los cuatro son seres hermosos, realmente hermosos, con valores, con esperanza y llenos de vida.

Sólo espero que a medida que vayan creciendo no sientan que no sienten nada. Nada más triste, menos edificante que la indiferencia… en definitiva, usted también forma parte de sus historias.

Pilar Arias Iglesias para Ser Familia por Adopción
https://serfamiliaporadopcion.org

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