«Comprendí lo que era un hogar»

Esta joven, ahora mayor de edad, participó en el programa de acogimiento gestionado por Cruz Roja. Entró con 13 años y muchos miedos y salió con 18 años siendo una persona «totalmente distinta».

Cuando llegó a su casa de acogida, tenía miedo «a todo». «No podía salir sola de casa, me ponía malísima, no podía quedarme sola, no podía ducharme con la puerta cerrada… Tenía miedo, pero miedo de todo», asegura esta joven, que prefiere no revelar su nombre.

Entonces tenía 13 años, y muchas ganas de sentirse parte de un hogar. «Necesitaba preocupación, que alguien me dijese ‘qué tal en tu día en el colegio’, que tuviese interés por cómo había ido mi día. Necesitaba estabilidad, quedarme en el mismo colegio varios años», explica. Los inicios con su madre de acogida no fueron fáciles: «Al principio fue duro, es normal, llegas a un mundo nuevo que no conoces. Yo tenía relación con mis hermanos biológicos, no sabía como gestionarlo. Pero iba con actitud de ser como una esponja, de absorberlo todo». A medida que la fase de adaptación pasó, los cambios iban llegando: «Cuando me matriculó en el colegio pensé que nunca jamás iba a aprobar alguna asignatura… Y al final, con esfuerzo, clases particulares y muchísimo cariño, fui capaz».

Respecto a sus miedos iniciales, la madre de acogida le ayudó a superarlos: «Yo salía a la calle porque me decía que así iba a perder el miedo, y ella venía detrás de mí, sin que yo me diese cuenta, llorando. Fue capaz de quitarme mis miedos con cariño». Acabó sintiéndose en su casa: «Gracias a ella comprendí lo que era un hogar. Antes, para mí una casa eran cuatro muros y un techo, y ahora es otra cosa muy distinta».

Después de cumplir la mayoría de edad, el lazo entre ambas no se perdió: «No hemos perdido la relación, para mí ella es mi madre. A efectos prácticos, es mi familia a día de hoy». Ahora mismo vive sola en otra ciudad, después de estudiar una carrera. «Si no me hubiesen acogido, tengo claro que no estaría haciendo esto, ni mucho menos», reconoce. Por eso, la joven no duda en animar a los ourensanos a formar parte del programa: «Es un proceso muy duro, es cierto, pero también muy bonito y enriquecedor a la vez».

A través de su experiencia se da cuenta de la importancia de encontrar un hogar en el que crecer, y recuerda al resto de menores que viven una situación similar a la suya: «No tienen oportunidades y, aún por encima, se les confunde con delincuentes juveniles, aunque en realidad lo único que les pasa es que tienen una familia que no es la ideal». Aunque entiende que lo normal es «sentir miedo» ante lo desconocido -como ella antes de entrar en la familia-, asegura que es muy gratificante para ambas partes vivir juntas el proceso de aprendizaje. «Los jóvenes van a valorar muchísimas cosas de esa familia que los acoge: el apoyo, la confianza, el cariño… El 90% de sus problemas se solucionan con educación, con poner límites desde el principio», explica.

Xiana Cid
www.laregion.es

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