Chiquipum, chiquipum

Dave Ziegler es un autor del que he aprendido muchísimo y sin el que hoy no entendería muchas de las cosas que me suceden en el día a día en el acompañamiento terapéutico a niños, niñas y adolescentes que han sido abusados, abandonados o expuestos a negligencia parental. Tengo que agradecer una vez más a María Vergara que lo pusiera en mi camino.

Este autor nos habla en su libro “Traumatic Experience and the Brain” de cómo los chicos y las chicas traumatizadas perciben a los adultos, en especial a aquellos que queremos acompañar en su periplo vital. Para empezar, éste nos habla de que el primer paso para comprender el comportamiento de los chicos y chicas traumatizadas es considerar las percepciones que éstos hacen de sí mismos y de los demás, así como su conexión con el entorno. Esta situación es muy compleja porque el trauma es la gente que les rodea y si de verdad queremos influir en los comportamientos de estos niños y niñas primero deberemos entender su proceso de pensamiento y luego intervenir de manera ajustada a ese funcionamiento mental. El comportamiento de estos chicos es diferente porque su cerebro es diferente, ya que ha sufrido en mayor o menor medida una afectación considerable. De esta manera, si bien un niño o niña disfruta conectando con iguales o con adultos, los que han sufrido abusos o abandono generalmente evitan, temen y se alejan de los demás. Nunca están seguros de que la amenaza haya pasado para siempre o incluso la perciben directamente a través de las relaciones.

Así, nuestra presencia desencadenará en el niño, niña o adolescente la activación de un sistema de relación muy diferente al que estamos acostumbrados en contextos normo saludables y tendremos que ser muy sensibles a esta forma de entender las relaciones. Es por eso que hoy os quiero hablar de una clasificación que el autor nos propone en torno a esa manera de percibirnos. Cuatro categorías en las que SOLO UNA es válida para tener una relación que pueda posibilitar el cambio y la reparación.

La primera es Amenaza para la seguridad. Estar en esta casilla significa que lo que hacemos o lo que somos genera un impacto de amenaza en el chico o la chica que le va a disparar su sistema de alerta y miedo y va a operar en consecuencia. Todos y todas sabemos que cuando nos sentimos amenazados o huimos, o agredimos o nos congelamos. Así pues, su percepción se basa en la premisa de que nuestra presencia atenta contra su seguridad y sin quererlo estamos dañando más. Es una categoría de la que hay que salir lo antes posible ya que nuestro objetivo es justo el contrario. Insisto como en los anteriores posts, que la relación no es lo que sucede sino la percepción subjetiva que el OTRO tiene de la relación y aunque nosotros y nosotras pensemos que todo lo estamos haciendo para ayudarle puede que estemos deteriorando más al chico o a la chica.

De Amanda os hablé en el post de “Como una Kawasaki en un cuadro del Greco”. «Es una preadolescente de 12 años que se incomoda mucho cuando me ve. No en plan gritos, ni sale corriendo como si hubiera visto una viuda negra, pero todo su cuerpo entra en posición defensiva y se va a haciendo una bola con sus hombros y brazos protegiéndose el pecho. Si entro en la habitación y le toco es como cuando a un caracol le tocas un cuerno, se mete para dentro y por supuesto no quiere jugar, ni hacer los deberes ni mantener una conversación conmigo. Un claro ejemplo de cómo se puede ser una amenaza a la seguridad.»

He visto a educadores y educadoras y otros profesionales generadores de miedo por su violencia estructural, verbal e incluso física. Eso es amenazante y más en chicos y chicas traumatizadas. Profesores que humillan, que juegan con la ironía, una manera muy sibilina de maltrato. Profesionales que ignoran y se aprovechan de su posición para someter, forzar u obligar. Sin embargo, en esta categoría, nuestra mera presencia puede ser una gatillador del miedo por una conexión invisible con la memoria implícita que le conecta con un o varios episodios de su vida que le disparan. Es lo que se conoce como labilidad emocional, y que viene a ser la activación interna de un episodio traumático a través de la asociación con un contexto exterior. Esa conexión enciende todas las alarmas y el niño, niña o adolescente en un modo de protegerse enciende su sistema de alerta. Lo habéis visto muchas veces cuando sin saber muy bien por qué alguien al que acompañas pierde el control y se desregula notablemente sin una causa aparente.

Mireia era una adolescente con la que trabajé dos años muy intensamente y de la que guardo un recuerdo maravilloso. Me fue muy fácil acompañarla aunque su día a día fuera terrorífico. Siempre sonreía, disfrutamos juntos y teníamos mucha complicidad. Sin embargo, en ciertas ocasiones en las que me ponía vehemente con ella ella se disparaba y perdía el control de manera asombrosa. Con el tiempo identifique el gatillador.

Mi dedo. Sí, mi dedo. Tengo la manía de sacar el dedo índice en esas ocasiones y como si de una pistola se tratara Mireia cambiaba de cara y de personalidad. Tuvimos que trabajarlo y desde el humor conseguimos integrarlo, de tal manera que los dos, sin saber de dónde venía esa reacción, podríamos bromear que una situación tenía la gravedad para poder sacar el dedo.

La segunda categoría es la que sí o sí debe definir nuestra relación con la persona a la que acompañamos. Amenaza Interpersonal. Alguno o alguna estará pensando lo que pensé yo. ¿Amenaza? Sí, pero a su sistema de trabajo interno, no a su seguridad. La historia de vida de los chicos y chicas les ha ido forjando una estructura de su mundo interno para poder sobrevivir generando modelos de pensamiento adaptativos que les ha permitido sobrevivir. Sin embargo, esos modelos no lo son en un contexto normotípico y generan malestar en las personas y consecuentemente en ellos mismos. Conocí el concepto de Ajuste creativo gracias a Lola Pavón. Alguien va transformando su dolor en algo asumible y por eso se comporta agrediendo, evadiéndose, haciéndose el chistoso full time… Así pues, cuando llega un educador, una madre de acogida, o una psicóloga sabia, bondadosa, firme y fuerte, lo viven como una amenaza contra su estructura mental y la quieren controlar, dominar y manipular. Pero no pueden. Porque agitan el árbol y casi no se mueve. Son secuoyas y no tienen prisa. Pero son muchos años de contextos tóxicos y lo van a seguir intentando, porque al final otros adultos les han abandonado, les han fallado o les han doblado. Este profesional es como el encantador de perros; su presencia ya genera seguridad y confiabilidad. No hace falta estar cachas, ni tener una presencia dura, ni nada por el estilo, es una cuestión de cómo se ESTÁ, y cómo se INSISTE. La presencia sostenida de una figura de este estilo tan amable como firme, tan segura como sabia, va a favorecer la construcción de nuevas rutas neuronales que doten al chico o a la chica de nuevas posibilidades de relación.

Nairobi es mi personaje preferido de la casa de papel. Su historia de vida la define y te diré de ella que es como una cerilla al lado de un bidón de gasolina. Una joven con una dura infancia que tuvo que ganarse la vida realizando falsificaciones. Embarazada y abandonada por un novio que tuvo en la

adolescencia, no vio otra opción que el delito para salir adelante. Su faceta «creativa» le vino muy bien y pronto era una cotizada falsificadora de todo tipo de cosas, siempre que tuvieran valor material. Tras pasar por prisión, perdió la custodia del pequeño y eso la mató emocionalmente. Sin embargo, un día en su vida se encuentra con el profesor. Un personaje de la serie que ni es excesivamente guapo, ni hábil en las relaciones, ni fuerte, pero sí lo suficientemente sabio y amable en su mirada. Cada vez que escucho “Girasoles” de Rozalén, me acuerdo de él, porque tiene en los ojos girasoles y cuando te mira eres la estrella que más brilla… Eso le ocurre a Nairobi, que la transforma. Saca lo mejor de ella, sus recursos internos como son la lealtad, la compasión, la constancia, la solidaridad, el compromiso y mil maravillas más, de un continente donde sólo se veían drogas, delincuencia, incompetencia marental, impulsividad, inconstancia, etc. Esa es la magia del profesor, la mente en la mente, mirar, escuchar y hacer sentir a la persona que tiene delante, que tiene un mundo de posibilidades a pesar de que al principio era una amenaza interpersonal para ella. En los momentos de duda, de desesperación y de fractura sigue siendo la secuoya que Nairobi necesita.

Sé que quedan otras dos categorías, pero eso será en otro post, mientras tanto… «chiquipum chiquipum»

Asociación Educativa Dando Vueltas/Biraka
https://dandovueltassobrevueltas.blogspot.com/

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