¿Alguna vez encontraré a mi mamá?

En General Pico, La Pampa, 64 personas buscan su identidad de origen: no son hijos e hijas de desaparecidos pero de bebés un grupo de médicos y parteras los entregaron de manera ilegítima. La búsqueda empieza en soledad y luego se hace colectiva y llega a la justicia. Ángeles Alemandi ató los cabos de la historia en este texto finalista del concurso Crónica Patagónica, con Santiago Rey, María Moreno y Cristian Alarcón como jurados.

La puerta del consultorio se abrió y apareció en el centro de la escena el doctor Carlos Broggi. Alto, muy alto, el cabello grisáceo, la camisa bien planchada y arremangada, elegante, encantador.

Era la primera vez que Andrea Langhoff lo veía, pero hacía años esperaba este encuentro.

– Andreita, cuánto tiempo, al fin nos podemos ver.

La invitó a pasar. Sobre el escritorio ella puso su partida de nacimiento. Nació el 14 de septiembre de 1976 a las 00.30 en el Centro de Especialidades Médicas de General Pico, hija de un hombre y una mujer que resultaron no ser sus padres. Carlos Broggi había certificado la veracidad de esos hechos.

Él sonrió y apenas revisó el documento. En esa habitación que era como su templo, entre una camilla y una balanza para pesar bebés sobre la que había una sabanita para detener el frío del acero, la miró a los ojos y le dijo que era imposible su participación en un parto. Él era pediatra.

Andrea sintió que le reventaban las venas de la esperanza. Broggi aseguraba que su conducta era intachable, que cualquier vecino lo confirmaría, que había sido capaz de salir de su casa a las 2 de la mañana a ver a niños que volaban de fiebre, que no preguntaba si le podían pagar la consulta, que a veces regresaba con botellas de whisky que le obsequiaban en forma de pago.

Y mientras hablaba, Andrea le observaba las manos bien cuidadas que jugaban con una caja de cigarrillos Benson & Hedges y pensaba cómo lograría llegar a la verdad. Era un lunes de noviembre de 2004, aún no sabía que no estaba sola.

Hoy, en la localidad pampeana de General Pico, al menos 64 personas buscan su identidad de origen. Son hombres y mujeres que nacieron entre 1964 y 1983. Once de ellos se animaron a denunciar. Según el expediente de la causa que se encuentra en la Justicia Federal, se investigan delitos por sustracción de identidad al “haber inscripto como hijos naturales de determinadas personas a niños que eran hijos biológicos de otras, en algunos casos, desconociendo las madres biológicas que estaban con vida. Esto fue llevado a cabo por médicos, parteras, enfermeras, con la connivencia de personal de instituciones sanitarias y del Registro Civil”.

La Pampa tiene alrededor de 320 mil habitantes, repartidos en 58 municipios, 21 comisiones de fomento y un ente comunal. Pero el 50% de la población vive en Santa Rosa y General Pico.

Pico está ubicada al norte de la provincia. Le debe el nombre al General que gobernó esta región a fines del siglo XIX. Si bien en los últimos 40 años se ha duplicado en tamaño, conserva ese espíritu pueblerino, la tranquilidad al borde de la desesperación, un enjambre de historias que circulan de boca en boca.

Las calles son anchas y nombradas con números. Una galería de árboles recorre Avenida San Martín, a veces sopla un viento que complica pedalear en la bicicleta y hay murales que dicen: “si el río corre, no puede más que ir río abajo. El Atuel también es pampeano”. Tiene una Universidad Nacional, un aeropuerto y una Zona Franca; aunque la principal actividad económica sigue siendo la agropecuaria.

Los vecinos todavía sienten orgullo del Rojo que se consagró campeón de la Liga Nacional de Básquet hace dos décadas, y de ingresar en 2011 al Guinness World Record por cocinar el asado más grande del mundo.

Pero nadie se siente a gusto con que la ciudad haya empezado a ser noticia en 2017 por el caso de “robo de bebés”. No sólo era título de medios locales y provinciales, en junio de ese año C5N emitió un informe en el programa ADN Federal donde cubría las historias con videographs que aseguraban: “vendían bebés como si fueran perros”.

Foja cero

El consultorio de Broggi estaba ubicado al lado de la Iglesia. Le contó a Andrea que muchas veces se detuvo a dejarle monedas a un mendigo. Hasta que un día este hombre antes de tomar el dinero le apretó la mano.

-Usted con sus actos de amor ya tiene ganadas las puertas del cielo- le dijo.

Nunca más lo volvió a ver. Entendió que era una señal: estaba haciendo las cosas bien. Y como estaba dispuesto a seguir por ese camino le propuso a Andrea llevarla hasta el Hospital, sospechaba que si a ella la habían entregado, su madre debía ser una mujer humilde sin posibilidad de pagar un parto en el ámbito privado.

Andrea subió al auto del médico. Sintió el engaño, se preguntó qué estaba haciendo, cómo debía jugar ese juego. Se le entumecieron las piernas, algo le oprimía el pecho. De repente ya estaba caminando por los pasillos del hospital. Broggi se movía como si estuviese en su casa. Andrea sentía como pinchazos las miradas sobre ella.

Fueron a la sala de Enfermería. Broggi mandó a llamar a la mujer que estaba encargada del archivo y ésta le confirmó lo que Andrea ya había investigado: toda la documentación de los años que ella buscaba se habían perdido en una inundación. Broggi aseguró no ser parte del staff del Hospital en el 76. No recordaban nombres de otros profesionales que trabajasen en esa época, excepto uno, que vivía en Buenos Aires. No recordaban.

Efecto mariposa

Andrea Langhoff se crió en la ciudad de Glew. De niña creyó el cuento de que había nacido en Pico de casualidad, justo estaban visitando familiares. A los 5 empezó a intuir la mentira. Su padre de crianza era descendiente de alemanes, su madre de crianza blanquísima, rubia: ella tiene la tez trigueña, el pelo oscuro. Después se dio cuenta de que no había fotos del embarazo.

Una mañana a finales de agosto llegó un primo mayor de visita. Andrea se alegró, pensó que estaba ahí por ella, faltaba poco para su cumple, ya casi tenía 7 años. Después de cenar la mandaron a dormir y cerraron la puerta del living.

En puntas de pie llegó hasta la puerta, se arrodilló. Se atrincheró.

– Dale tío, andá a buscarlo, es un varón, así tenés la parejita.

– No me rompas los quinotos, no quiero otro.

– Pero viste con Andrea… nadie la reclamó.

No sabe cómo volvió a la cama. Pensó que no podía existir algo peor que descubrir de ese modo que era adoptada. Más adelante sabría que era una niña apropiada.

Con el paso de los años registra como flashes el impacto ante La noche de los lápices, las Abuelas de Plaza de Mayo buscando a sus nietos, la vez que se enteró de que algunos de sus primos también eran “adoptados”. Tenía 11 años cuando en una discusión doméstica vio que se venía una paliza y dijo:

-Vos no sos mi madre.

-Pero yo te crié.

A los 14 se fue de la casa, quedó embarazada. Un año después murió el padre. En algún momento por aquellos años la madre de crianza le contó todo lo que sabía a través del relato de otros: la mamá biológica era jovencita, morocha, de pelo largo, muy bonita, vivía en una villa de Pico, y era sana. También le dijo que, cuando la fueron a buscar, el padre de crianza llevaba un sobre con mucha plata.

En 1998 se hizo el test en el Banco Nacional de Datos Genéticos, que dio negativo. Intentó seguir con su vida. Se casó, tuvo más hijos.

Fue su marido, Jorge, el que un día tomó la decisión. La única pista que podían seguir era la de la partida de nacimiento. Consiguió el teléfono del consultorio de Broggi y llamó con una estrategia: fingió que Andrea necesitaba un trasplante hepático y pedía hablar urgente con el médico porque debían encontrar a la familia biológica.

En 2004 Andrea viajó por primera vez a Pico. Aquella vez no sólo se entrevistó con Broggi, también se contactó con la prensa local para divulgar su caso, empezó a hablar con vecinos, anotó cada dato como si fuese una pista clave, fue a los domicilios que iba apuntado, golpeó puertas, salió de ahí con otras referencias. En el Registro Civil descubrió e hizo copias de otras seis partidas de nacimiento certificadas por Broggi. Una tarde en la calle la frenó una mujer:

-Averiguá, hay muchísimos casos más.

Cuando sus padres de crianza murieron, a Gastón Sevillano una tía le contó la verdad: era un niño robado.

Le dio nombre, dirección y teléfono de la madre biológica. Gastón no se animó a llamar. Creció en un hogar donde siempre le hicieron sentir que no pertenecía a la familia ni tenía el mismo valor que los demás: en las fiestas, mientras sus primos abrían cajas enormes de regalos, él recibía chucherías. Y peor aún, le fijaron la idea de que la mujer que lo había parido era joven, pobre y lo había entregado porque no lo quería.

¿Y si era cierto?

Su ex esposa no dudó. Marcó el número, dijo lo que había que decir, cortó y lo convenció para ir a conocer a esa mujer.

En la ruta, camino a Santa Rosa, los pensamientos iban más rápido que la marca del velocímetro. Tenía miedo de ser negado por segunda vez, de ser un guacho más de la llanura pampeana.

Según la partida nació en General Pico el 7 de abril de 1977 a las 16, en la Calle 22 N° 41, el domicilio de la partera Marta Irrazabal de Lang, la misma que certifica el documento.

A la mamá le dijeron que el 7 de abril de 1977 dio a luz a un niño sin vida. 41 años después Gastón era un zombie que se levantaba del mundo de los muertos. Gastón era su bebé Ismael Alfredo. Al parir tenía 17 años, pasó dos semanas en estado comatoso, y cuando despertó le dieron la noticia. Jamás vio el cuerpo, no le entregaron un cajón, en ese entonces era más sagrada la palabra del médico. Ella dice que su hijo nació en la Clínica Pico, otro dato que no coincide con la partida de nacimiento.

El ADN que se hicieron confirmó el parentesco en un 99.9%.

Gastón tiene los ojos verdes, el cabello castaño, una sonrisa a medio camino, entre tímida y retraída, es comisionista. La estructura de su vida se desmoronó y rearmó en tiempo récord. Ganó verdad, perdió toda la fe en la humanidad. Tras resolver su caso empezó a investigar qué manos tenían los dioses que escribieron su historia.

Así conoció a Andrea. Y después a Lorena Millán, a Silvana Suarez. Hoy los cuatro sostienen el espacio Busco madre biológica La Pampa. Es una página de Facebook que tiene más de 10 mil seguidores y con pretensiones de constituirse como asociación civil. Con métodos artesanales se las ingenian para tener una base de datos, cruzar información, buscar personas a través de las redes sociales, acompañar en las esperas o salir de rastrillaje a tocar timbres en domicilios donde pueden encontrar respuestas.

La hermana mayor

Lorena Millán se quedó tildada. Quizá se puso pálida, tal vez se le nubló la vista, algo extraño vieron en sus ojos. Un hermano se acercó a preguntarle si se sentía bien. Estaban en la fiesta del cumpleaños de 15 de una de sus sobrinas. Ella le sonrió, lo abrazó. Estaba en shock:

-Disfrutando lo que nunca me dejaron disfrutar.

Porque Lorena creyó que era hija única hasta los 43 años.

Se enteró a los 18 que quienes la habían criado no eran sus padres biológicos, aunque su partida de nacimiento, certificada por Francisco Irrazabal, decía que sí lo eran. Recién ahí entendió frases del estilo “si hubiera sabido que me salías así, te habría dejado en el tacho de basura en el que te encontré”.

Cada vez que intentó rastrear su identidad, obtuvo un “para qué querés saber”, o “no seas mal agradecida”. Cuando sus padres de crianza murieron una tía le confesó que a su madre biológica la había traído de La Maruja una tal Rosa Rivero al Hospital Dr. Centeno de Pico. No supo qué hacer con eso.

Dos años atrás estaba en la gomería donde trabaja su marido hojeando el diario cuando se topó con una nota: “Andrea Langhoff, mano a mano con La Reforma”. La leyó completa, como quien contiene la respiración bajo el agua y trata de aguantar un poco más. Después se puso a gritar.

-¡No soy la única, no soy la única!

El 9 mayo de 2017 Lorena se animó a publicar su historia en las redes. Al otro día recibió un mensaje privado: una joven de La Maruja le decía que podían ser hermanas. Los datos, la fecha, el nombre de Rosa Rivero, todo coincidía, y su madre siempre hablaba de una hija que le habían sacado porque nació muerta. Ella siempre dudó: había sido su primer parto, tenía 12 años.

Empezó a recibir fotos de esa familia, le daba miedo mirarlas, se veía parecida con todo el mundo. Entonces reenviaba las imágenes a sus hijas o al grupo de Whatsapp que habían armado con otros buscadores. Y sí, era igual a ellos.

De estar sola pasó a tener 14 hermanos y 30 sobrinos.

Aún no se hizo el análisis genético, hay un problema: “es muy caro”. Según laboratorios privados consultados en La Pampa, el valor de un ADN ronda los 200 dólares. Otra opción es el test Family Tree: un laboratorio de EEUU dedicado a la genealogía genética conecta a quienes mandan sus muestras con familiares que ya deben estar registrados en la misma base. La ong santafesina Nuestra Primera Página ofrece acceder al kit por $5.990 y comprarlo por Mercado Libre. Juan Pablo Villaverde, miembro de esta asociación, dice que más de mil argentinos ya integran esta base de datos.

-Lo de Andrea es ADN por portación de rostro –dice Silvana- es idéntica a su madre.

Lo inentendible

Silvana Suárez tiene 39 años, el cabello oscuro, suelto, lacio, le brillan los aros perlita, le hacen juego con la chalina blanca que lleva puesta. De las 11 denuncias radicadas en la Fiscalía Federal de Santa Rosa, ella es la única que ejerce ese derecho como hermana.

Reconoce que recién se subió a este tren cuando la atravesó la experiencia de la maternidad. Hay algo ahí, en cuando una se vuelve madre, que es crucial.

A Silvana la hizo reaccionar la vivencia de tener hijos.

Y de perderlos.

Su primera hija murió con dos días de vida. Luego tuvo un varón, que hoy tiene 17 años. En el tercer embarazo perdió a su bebé una semana antes de la fecha del parto. Después de esto algo le quedó en claro:

-Nunca voy a entender lo que hizo mi mamá.

Desde chica escuchó en su casa aquella historia: la madre había entregado a la niña al nacer. Nunca quiso tocar el fondo de ese pasado, hasta que la profundidad se hizo literal: un sobrinito de 2 años se cayó a una pileta y casi se ahogó. El susto funcionó como resorte, esa misma noche del accidente decidió buscar a su hermana.

Qué era la vida sino.

Silvana no sabía por dónde empezar así que le preguntó a Google, llegó hasta el grupo ¿Dónde estás? y después encontró una publicación de Andrea donde hablaba de su caso. Era la 1 de la madrugada de un domingo cuando le envió un mensaje privado pidiéndole ayuda, contándole los datos que tenía. En horas se enteraría de que su hermana Yanina vivía en Pigüé y también la estaba buscando. Si bien Yanina tenía una partida de nacimiento como hija legítima de sus padres de crianza, en su certificado de nacimiento original figuraban los datos de la madre biológica.

-No sabés lo que me lloré ese día.

“Me” lloré, dice y es como la pileta que se vacía, donde ya no hay riesgo de que nadie se ahogue.

En abril de 2016 ella y un hermano viajaron a conocerla y en mayo Yanina festejaría con la familia biológica de Pico el primer cumpleaños. Fue extraño, al conocerla su madre se mantuvo en esa postura fría que siempre asumió, “no se le movió ni un pelo”.

Hoy, según confirman fuentes judiciales, la madre de Silvana es la única madre biológica imputada en la causa.

Rastrillaje

Andrea no podía bajar de la camioneta Berlingo de Gastón. Habían pasado 13 años de la visita al Hospital Centeno con Broggi, pero su cuerpo reaccionaba igual: las piernas entumecidas, esa falta de aire que obliga respirar profundo ante el pánico de quedar sin oxígeno. Estaban estacionados frente a la quinta del médico.

Era junio de 2017, pasadas las 5 de la tarde.

Cuando Carlos Broggi salió a recibirlos ya no era el hombre elegante y seguro que ella recordaba. Estaba avejentado, el cuerpo tomado por los años, como “achicadito”, le temblaban las manos.

Ella también era otra. No quedaba nada de la joven que se sentía culpable de molestar a otros con sus preguntas, ahora estaba a pocas materias de recibirse de abogada y tenía una investigación increíble de lo que antes había sido una sospecha y ahora era una realidad espeluznante.

Dos cajas llenas de papeles apiladas en un rincón de su casa, una carpeta donde archiva partidas de nacimiento, cinco cuadernos oficio con todo los apuntes de estos años, un diario de ruta del primer viaje a Pico, más de ocho grabaciones convertidas a archivos mp3, y decenas de horas invertidas en charlas con personas que están en esta búsqueda (pero que prefieren no hacer públicos sus casos por las consecuencias legales que les puede traer aparejadas a sus padres de crianza), le permiten decir:

– Son más de 110 casos de personas que quieren saber su identidad, pero yo tengo 64 comprobados y en mis manos están esas partidas de nacimiento, con los datos de quienes han sido los parteros o los médicos o los lugares donde nacieron.

La planilla de Excel donde Andrea Langhoff sistematiza la información da escalofríos. Cada casillero es una cuna vacía. Entre los nombres de las personas que jugaron a ser Dios con la identidad de aquellos bebés, la columna de Carlos Broggi es la que más casos suma: 17.

Aquella tarde de junio de 2017, al verla, Broggi le dijo:

-Perdón hijita, cuánto daño nos hemos hecho.

Los hizo pasar al quincho de la casa. Andrea recuerda una mesa larga con bancos, la parrilla, y al fondo un mueble lleno de papeles. De allí Carlos Broggi sacó su título, dijo que lo había descolgado, y necesitaba que ella viera su firma y reconociera su letra. Las partidas de nacimiento se completan de acuerdo a la información de los certificados que emiten los profesionales que presenciaron los partos. En la partida no está la firma del médico, sino la del Jefe del Registro Civil. La firma y el sello de los profesionales está en el certificado, documento que no tienen los jóvenes que buscan su identidad cuando en lugar de tramitarse una adopción legal fueron apropiados. Broggi negó hasta último momento estar relacionado con el caso de Andrea. Especulaba con la idea de que algún día ella encontrara su certificado y comprobara que le habían falsificado su firma.

Hablaba, hablaba, hablaba. Broggi iba y venía con los recuerdos. Les contó, dice Andrea, que cuando alguien se acercaba a preguntarle algo, él respondía la verdad y muchas veces lo invitaba a subir al auto, lo llevaba hasta el domicilio de la familia biológica, le señalaba la puerta y le aseguraba: cuando quieras venir, ahí está tu mamá. Decía que quería ayudar, se comparaba con el doctor Favaloro por las injusticias que había sufrido. Insistía con que todo lo que había hecho en su vida eran actos de amor. Le aseguró a Andrea que hablaría con los padrinos de su bautismo, una pareja que había sido amiga de él y que ella sospechaba que también le ocultaban algo. Hasta sugirió hacer una marcha por la identidad en la que él los acompañaría. En un momento se abrió la puerta.

-¿Qué hace esta mujer acá? Mi marido ya te dijo que no tiene nada que ver- era la esposa de Broggi.

– No, no –la frenó él- ellos tienen derecho a venir todas las veces que quieran.

Eran casi las 10 de la noche cuando se levantaron para irse. Andreíta y Gastoncito, como los nombraba Broggi, esta vez creyeron que podían confiar en él.

La pesadilla

Andrea iba en un colectivo con cinco compañeros del colegio. El chofer se perdió y cuando se detuvieron estaban en un pueblo fantasma, en el medio del campo. A lo lejos se levantaba un edificio blanco, enorme, y decidieron buscar un teléfono. Cuando ingresaron al lugar se separaron. Los pasillos se abrían como un laberinto. Era una clínica. Andrea caminó hasta encontrar un tacho de basura sucio con sangre, a pesar del espanto le fue imposible contenerse y levantó la tapa para ver qué había. Eran fetos. Gritó como loca. Delante de ella se abrió una puerta vaivén, vio en un quirófano a una mujer que tenía los pies en los estribos, se quejaba, sufría. El cabello oscuro le tapaba la cara. Un médico grandote la retaba, le decía que no era para tanto. Entonces nacía el bebé, él lo envolvía en un mantita y se lo llevaba. Después ya estaba de nuevo en el campo, corría, sus compañeros también. Creían que alguien los perseguía.

Ese sueño de hace más de 25 años siempre atormentó a Andrea.

Ahora abre grande los ojos cuando habla, sus cejas se contorsionan indignadas y hay un lenguaje paralelo en el movimiento de sus manos, sus pulseras tintinean.

De acuerdo a su investigación se estima que muchos de los bebés recién nacidos que fueron entregados eran hijos e hijas de mujeres con un perfil parecido: jóvenes, incluso niñas, pobres, en algunos casos analfabetas, muchas traídas de localidades vecinas, de pueblos de hacheros como La Maruja, donde estaban de tránsito. Todas ellas sin ningún poder de decisión sobre sus propios cuerpos.

Algunos testimonios cuentan que las parteras tenían casas donde recibían a esas jóvenes en sus primeros meses de embarazo, allí las ocultaban y asistían hasta el momento del parto, para luego cada quien seguir con su vida como si no hubiese pasado nada. Por ejemplo, en su declaración, Carlos Alberto Taboada, otro de los piquenses que se presentó en la Justicia, ante la pregunta de si pagaron precio o remuneración por él, respondió: “según tengo entendido no, pero se hicieron cargo de los gastos y honorarios del parto”. Luego dirá en la entrevista que dará a Telefé que “recuerda que su madre le llevaba plata a Marta Irrazabal (la partera que certifica su nacimiento), para la mantención de la chica”.

También hubo casos de familias que pretendían ocultar situaciones de abuso o evitar la vergüenza social de tener una hija adolescente embarazada. Eran los abuelos o abuelas las que acordaban la entrega de sus nietos.

W. quiere resguardar su nombre. Fue violada por su padre y quedó embarazada de él a los 15 años. Le dijeron que lo tendría, pero que ese bebé sería anotado como su hermano. Ella se negó. Dos meses antes del parto su familia dejó el campo donde vivía para instalarse en Pico. El día que se descompuso: el 7 de junio de 1977, un pediatra muy conocido la buscó en su Falcon verde para llevarla a la Clínica Argentina. No sabe si a su bebé lo vendieron o lo regalaron, sabe que no perdona. Tras el parto apenas lo vio, tenía mucho cabello. No se lo dejaron tocar. Una enfermera se lo llevó.

Al otro día le dieron el alta. En su casa jamás se habló del tema.

Hoy W tiene el dato de quién podría ser su hijo, pero la madre de crianza lo niega. Y ella, que ha criado como hija a una sobrina, de algún modo puede ponerse en su lugar. Entonces no quiere dar ningún paso. Tampoco hizo la denuncia. Sólo espera que el tiempo, al menos el tiempo, le de una mano. Alguien que una vez esté de su lado: “ojalá pueda verlo antes de morirme”.

A veces a esas madres biológicas se les dijo que sus bebés habían nacido muertos. Lo relata la madre de Lorena Millán en una entrevista televisiva, después de 43 años, al reencontrarse con su hija. La periodista le preguntó qué le dijeron después del parto:

– Que había fallecido, y después nada más, porque yo ahí se ve que me desmayé, no sé… cuando me desperté ya no…

– ¿Y viviste con eso?

– Toda la vida.

Una vez, detrás de una pista, Andrea Langhoff llevó un grabador con casette metido en la cartera y registró una charla con una ex empleada del Registro Civil que le confirmó que entregaban bebés, pero que no había dinero de por medio, como si eso los salvase un poco. También escuchó otros relatos de buscadores que se criaron con una recomendación por parte de sus padres de crianza:

-Vos tenés que ser alguien en la vida porque me costaste un tractor.

Los niños y niñas eran entregados o vendidos a familias que no siempre eran de Pico. Los primeros casos que aparecieron en la prensa local fueron los de Brenda Taboada y Daniel Cahaldo, bonaerenses que llegaron intentando encontrar sus orígenes. Luego se sumó el de Andrea, de Glew. En el informe periodístico producido por Telefé se dejó en claro que en aquella época llamaba la atención que muchas parejas viajaban desde distintos puntos del país por unos días: “llegaban dos, se iban tres”.

Andrea Langhoff no volvió a tener aquella pesadilla, pero la mujer sin rostro de pelo negro sigue presentándose en sus sueños.

Buscadores

No hay datos oficiales que confirmen cuántos argentinos buscan su identidad biológica. Soledad Gesteira, doctora, magister y profesora en Antropología Social de la UBA, investiga temas relacionados a la búsqueda de la identidad de origen. En una entrevista reciente que dio por Radio Universidad Rosario contó que trabajó 10 años en Abuelas de Plaza de Mayo y que allí empezó a advertir que eran muchísimas las personas que se acercaban y se iban con un resultado negativo. Hasta ese momento ella no había pensado en ellos por fuera de los 500 nietos que intentaban hallar las Abuelas, pero claramente era una problemática extendida.

Si hablamos de apropiación no existen los trámites de una adopción legal, donde hay un expediente que es posible consultar. Estos buscadores, que no son hijos de desaparecidos, tienen partidas de nacimiento legales, pero ilegítimas. La experiencia de Abuelas, explicaba la antropóloga, allanó el camino de trabajo para la formación de ONGs. Así, a partir de 2002 se constituyeron ¿Quiénes somos?, Raíz Natal, Fundación Identidad, Nuestra primera página, entre otras.

– Si lo pensamos en término de una genealogía activista, Abuelas lanza una pregunta a la sociedad: ¿quién sos? Eso desborda. Otras personas retoman ese discurso, lo resignifican y generan su propia demanda al Estado Argentino que es el ejercicio pleno del derecho a la identidad- dice Gesteira en la radio.

¿Qué pregunta deberían hacerse los piquenses? Quizá esta: SI NACISTE EN GENERAL PICO ENTRE 1963 Y 1980 Y TENÉS DUDAS SOBRE TU IDENTIDAD PORQUE LAS PERSONAS QUE APARECEN EN TU PARTIDA DE NACIMIENTO NO SON TUS PADRES BIOLÓGICOS, PODRÍAS SER UN NIÑO APROPIADO. Pero nos falta el final, no existe para estos casos un “CONSULTÁ ACÁ”.

Pueblo chico

En la puerta del Centro de Especialidades Médicas de Pico, la periodista Gisela Busaniche entrevistó al Dr. Osvaldo Medus, ginecólogo y obstetra. En el informe ¿Quién Soy? emitido por Telefé a fines de 2017, quedó registrado este diálogo:

-¿Entonces Usted dice que puede ser que se haya hecho un certificado de nacimiento falso?

– Puede ser, pero yo no lo he visto. (…)

– Y la adopción ilegal, en ese momento, ¿por qué Usted dice que era normal?

– No era normal, yo lo que te quiero decir era que el contexto era totalmente distinto, el contexto de esa época era distinto.

– Y hacer una adopción podía ser un acto de amor…

– Sí, sí que podía ser, porque las madres traían a sus hijas para que tuvieran familia y la mayoría de ellas se las llevaban después a las hijas y dejaban a los chicos en los hospitales.

Ese mismo año ocho personas hicieron denuncias en los Tribunales de Pico, pero el nombre del Dr. Medús aún no aparecía en ninguna. Andrea Langhoff no pudo denunciar porque su causa contra Broggi del año 2006 ya había sido desestimada, entonces se sumó como testigo. El fiscal Agüero, por las características de los delitos a investigar, luego derivó la causa a la Fiscalía Federal.

El año pasado Juan Mauro Alduncin leyó en Maracó Digital una nota titulada “Comenzaron indagatorias de acusados por apropiaciones de niños”.

Cuando Juan se enteró de que era “adoptado” ya vivía en Buenos Aires, estudiaba gastronomía. Se lo dijo un amigo, no en modo confesión, sino dando por obvio el tema, como si todos lo supiesen menos él. Alicia, la madre de crianza, se lo confirmó: era un hijo del corazón, un hijo deseado. Le contó que ella no podía quedar embarazada entonces un médico, que era muy amigo de la familia, le prometió que cuando se presentase una mujer con características similares a ella y no quisiera a su bebé, él se los entregaría. Al principio Juan sintió agradecimiento, la suerte de haber tenido una familia que lo quisiera, y no preguntó más. Luego no hubo : la madre enfermó y murió en cuestión de meses. Nueve años después, y de nuevo como en un loop macabro, Juan descubrió que su fecha real de nacimiento no coincidía con la que figuraba en su partida, y que su partida estaba duplicada. Desde entonces la duda es un abismo al que no puede evitar asomarse.

Juan regresó a su pueblo chico. Fue a hablar con la esposa de aquel médico, a quien él quería como una tía, íntima amiga de Alicia, y encontró como respuesta un:

– Mejor no preguntes.

Buscó a otra amiga de su madre:

-Te dieron todo, no mires para atrás, hacé tu vida.

Él también se hizo el análisis en el BNDG, sin coincidencias. Participó del programa televisivo Los unos y los otros que conducía Andrea Politti. Luego de contar su historia una chica lo contactó diciéndole que lo veía muy parecido a sus primos, que su tía había tenido un embarazo que había ocultado, que él podía pertenecer a su familia; se hicieron un ADN, también dio negativo.

Recién cuando leyó la nota en Maracó Digital empezó a entender el marco de ilegalidad y a pensar en su madre biológica, en este mecanismo de la entrega, en la violencia de género a la que seguro estuvo expuesta. Inmediatamente programó un viaje a Santa Rosa y sumó su denuncia a la causa.

Este año abrió un perfil de Facebook llamado Esperanza pampeana y empezó a publicar:

“NACÍ EL 5 DE MARZO DE 1979 EN GRAL. PICO, LA PAMPA, EN LA CLÍNICA ARGENTINA. Ese día, a la tardecita y a los pocos minutos de nacer, ya estaba en los brazos de mis padres adoptivos. Por referencias o comentarios, sé que mis padres o madre biológica pueden estar relacionados a Quemú Quemú o La Maruja. El Dr Medús (quién firmó mi partida de nacimiento), no sabe quién fue, y el médico que hizo de nexo ya falleció. Solo me queda recurrir a la solidaridad de quién sepa algo para llegar a algún dato. Gracias!”

Medús. El mismo Medús que dijo no haber visto certificados falsos.

El texto escrito el 7 de febrero de 2019 fue compartido 1285 veces. Tiene una foto de su infancia: el cabello oscuro, los ojos enormes y achinados, la sonrisa que brilla en dos dientes blancos.

Acción u omisión

Veinte días después de recibir en su casa a Andrea y Gastón, Broggi se pegó un tiro.

La mañana del domingo 13 de agosto de 2017, en un camino de tierra, a las afueras de Pico, cuando un vecino salió de su chacra, vio un Citroen en la banquina, aún con la primera marcha puesta. En el suelo una escopeta, sangre. Adentro el médico aún estaba con vida, se había disparado con una escopeta calibre 16 debajo de la tetilla izquierda. Murió minutos después.

Dejó una esquela -que pasó a manos de Criminalística- donde había escrito que no sabía quién era la madre de Andrea Langhoff.

La noticia del suicidio, publicada ese día en Maracó Digital, tuvo 50 comentarios. La mayoría de los piquenses lo recordaron como “gran profesional”, “una vida de trabajo y entrega”, “ser humano hermoso”, “un ejemplo”. Una usuaria llamada Nélida comentó otra cosa: “Se llevó el secreto a su tumba”.

Carlos Broggi no estaba imputado en la causa. De los 14 que sí, de acuerdo a datos de Fiscalía, sólo uno dio su versión de los hechos y fue sobreseído. El resto hizo uso de su derecho a negarse a declarar. En cinco casos alegaron no poder viajar hasta Santa Rosa por problemas de salud, algunos de ellos con edades que superan los 90 años: a tres se le tomó declaración por videoconferencia, dos solicitaron evaluación para que el Tribunal de Pico considere si estaban aptos para indagatoria.

En una publicación en Facebook los miembros de Busco madre biológica le escriben a todos los piquenses, casi un ruego para que no callen más si saben algo, para que cambien la historia, para que entiendan que ellos son la única llave para llegar a la verdad. En el medio del texto una frase brilla, púrpura y pastosa: “Realicen, ahora sí, un acto de amor”.

Aquel domingo de agosto, a 635 km de Pico, la hija de Andrea Langhoff sonreía con un sobre en la mano, a punto de meterlo a la urna. Era la primera vez que votaba, elegía a senadores y diputados en las PASO y su madre quería tener el recuerdo, así que sacó el teléfono del bolso para sacarle una foto. Su smartphone ardía de notificaciones y llamadas perdidas.

Cuando leyó los mensajes, el cuerpo se le volvió gelatina, no sabía cómo mantenerse en pie. Sintió que tenía de nuevo 7 años y estaba detrás de aquella puerta, sintió que jamás iba a saber la verdad:

-Que nunca voy a encontrar a mi mamá.

Ángeles Alemandi

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