“Lo más difícil para un niño es convivir con la desesperanza de los adultos”

No quiere que suene a crítica descarnada “pero en España no se piensa en términos de salud mental, ni en las necesidades básicas del niño. Y ese vacío es el que ha provocado que decisiones importantes, como permitir la salida de menores a pasear, hayan quedado expuestas a rectificaciones y dudas”. La psiquiatra infantil Eulalia Anglada (Barcelona, 1985) no se anda por las ramas a la hora de valorar los primeros pasos en la relajación del confinamiento.

Su trabajo en la Fundación Orienta, una institución de apoyo psicológico que está resultando vital para la población más vulnerable del área barcelonesa del Baix Llobregat, le sirve para hablar de las vertientes más ásperas de esta crisis viral que parece interminable. “Convivir con la desesperanza de unos adultos que no entienden nada es lo más difícil para un niño”, afirma. Formada como psiquiatra infantil en Bélgica, comenzó a trabajar en 2017 en el hospital de día para adolescentes de Gavà mientras colaboraba, algo que sigue haciendo, en una investigación sobre el maltrato infantil de la Universidad de Barcelona. “El maltrato es una de las cosas que más preocupan en estos momentos”, dice en conversación telefónica antes de terminar confesando lo que de sus respuestas cabe deducir: “Los niños aprenden de los mayores cómo reconocer el peligro y cómo buscar seguridad”.

Cualquier crisis es estresante y, en algunos casos, también traumática. La diferencia es que la de ahora es inédita para ciudadanos y especialistas. ¿De qué manera puede afectar a la sociedad?

Dependerá de la persona. Va a castigar más al que peor lo tiene. Hay unos factores estresantes como el propio virus, el confinamiento y la situación laboral o familiar de cada uno que confrontamos con los recursos adaptativos que tenemos. Es decir, con nuestra capacidad de resiliencia, la genética individual, las relaciones de apego, el tejido social, la situación económica, etc. Cuantos menos de estos recursos existan, más riesgos habrá de sufrir una enfermedad mental. Y con los niños pasa exactamente lo mismo. Lo estamos viendo ahora.

Tras mes y medio de confinamiento total, los menores van a poder salir de casa. Pero mientras países como Austria y Suiza nunca lo prohibieron, en España ha sido objeto de rectificaciones y controversias. ¿Qué opina?

Es cierto que España no se puede comparar con Suiza o Austria en cuanto al impacto de la pandemia. Aquí es mucho más grave y todos estamos más asustados pero también es verdad que carecemos de una visión integrada de la salud mental, a diferencia de esos países. Ni siquiera existe la especialidad en psiquiatría infanto-juvenil, algo que dentro de la Unión Europea sólo sucede en Bulgaria. Y ese vacío provoca que decisiones de este calado estén expuestas a rectificaciones y dudas. Aquí no se piensa en términos de salud mental, ni en las necesidades básicas del niño para moverse, correr, airearse, incluso relajarse, él y sus familias. Tampoco existe un consenso en el comité de expertos. Los políticos tienen unos intereses, los pediatras otros distintos, los psicólogos otros y las familias otros. Se piensa sólo en los adultos y, además se hace con un cierto miedo, quizá por la presión que existe.

El confinamiento va a traer consecuencias. Es indudable. Y cuanto más se alargue, aún más porque el estrés será mayor. Como decía, el entorno del niño va a resultar fundamental

Para nadie, y menos para un niño, es igual estar confinado mes y medio en una casa de 30 metros cuadrados que hacerlo en otra con jardín.

Qué duda cabe. El entorno es uno de los recursos adaptativos fundamentales que tenemos las personas. Las condiciones de vida, la situación económica. No es lo mismo vivir en una casa pequeña sin casi ventilación a hacerlo en otra con balcón o jardín. Si los recursos fallan, porque no existen o no son los idóneos, el estrés se vuelve mucho más intenso. Tenemos casos de jóvenes con trastorno de conducta, discapacidad y trastorno del espectro autista viviendo en lugares donde no tienen posibilidad para desconectar. ¿Qué sucede con ellos? Pues que sus crisis se amplifican y a nosotros sólo nos queda el recurso de la medicación para calmarlos. Para ellos, salir a pasear significa recuperar una mini rutina, el primer paso para que empiecen a entender que poco a poco volvemos a la normalidad.

¿Es complicado explicar a un niño o una niña autista por qué no puede salir a la calle?

Hay que partir de la base de que los niños autistas son los que menos toleran las hospitalizaciones y más dificultades tienen para comprender una situación anómala. Por eso al principio de la pandemia tenía mucho miedo. Pero en algunos casos no ha quedado otra opción que acudir a los hospitales. Por eso subrayo que salir a pasear previene complicaciones a estos chicos.

¿Cuánto tiempo es capaz de soportar una niña o un adolescente una situación así?

El confinamiento va a traer consecuencias. Es indudable. Y cuanto más se alargue, aún más porque el estrés será mayor. Como decía, el entorno del niño va a resultar fundamental. Aquellos que antes de las restricciones ya mostraban buenas capacidades de adaptación no sufrirán muchos problemas para habituarse a la salida. Es probable que sufran períodos regresivos de insomnio, ansiedad y estrés pero confío plenamente en sus facultades de resiliencia y en las de sus familias, que aquí van a jugar un papel importantísimo. Sin embargo hay otros niños, los que ya presentaban factores de vulnerabilidad antes de la pandemia, a los que el confinamiento ha agravado su situación. Estos chicos están perdiendo su tejido social de referencia, porque no van a la escuela o al centro de día donde socializan, y el entorno familiar tampoco les favorece. Son los casos más expuestos al maltrato. Por lo tanto, sabemos quiénes son y sabemos dónde están los que necesitan más protección.

¿Qué efectos puede tener en un menor convivir tantos días bajo el mismo techo con un maltratador?

Es de las cosas que más preocupan en estos momentos porque es muy probable que estén aumentando. En una situación de estrés como la que hoy vivimos, hay padres con pocos recursos que pueden reaccionar de manera violenta ante el lloro de un bebé o una crisis de ansiedad de su hijo. Y el efecto es increíblemente nocivo. Ya sabemos que el maltrato es un factor de riesgo directo con el trastorno mental y esa es la razón que nos ha llevado a organizarnos de manera muy coordinada para detectar los casos de mayor vulnerabilidad. Sin embargo, el aislamiento social que vivimos nos impide contar con el factor esencial en esta problemática: los testimonios en primera persona. Que un o una adolescente te cuente que le están pegando o que están abusando de ella sólo es posible si logras desarrollar una relación de vínculo y de confianza dentro de un espacio donde él o ella se sienta segura, algo que no tenemos ahora pero que deberemos afrontar cuando volvamos a la normalidad. También sabemos que están produciéndose tentativas de suicidio que no están siendo atendidas en los hospitales. Ese es otro problema muy preocupante.

Algunos informes indican que se ha duplicado el número de suicidios de menores en los últimos tres años respecto a los registrados entre 2008 y 2012. ¿Qué esperan que suceda ahora?

No sé lo que ocurría en 2012 porque regresé de Bélgica en 2017 pero sí se aprecian cambios a nivel de estructura familiar. Ahora ya no son tan verticales como antes y esto provoca modificaciones en las patologías relacionales. La gran mayoría de las tentativas de suicidio se producen en familias más horizontales. Suelen ser pacientes a los que les cuesta mucho gestionar sus emociones, que consumen muchos recursos públicos para acceder a tratamientos específicos que les ayude a mejorar su disregulación emocional. Es prematuro hablar del impacto de tantos días de aislamiento en estas personas. No sabemos si se ha reducido el número porque están en casa y no sabemos si los que se han producido no se han reportado. Tenemos que esperar.

¿Cómo deben afrontar los padres este tipo de casos?

Tienen que trasladarles seguridad. Convivir con la desesperanza de unos adultos que no entienden nada es lo más difícil para un niño. Tan mala es la idea de omitir el problema como inventarse un mundo paralelo o vivirlo con una intensidad extrema que sólo transmite miedo y sobreprotección. Si ya sabemos que las medidas para evitar el contagio son la distancia social y la higiene, yo recomendaría a los padres que trabajen con sus hijos esos conceptos. Con paciencia y creatividad. Y que lo hagan con absoluta confianza.

Para muchos jóvenes, esta pandemia ha significado un cambio brusco en su modo de vida, en su manera de relacionarse. En realidad, nadie estaba preparado. ¿Puede dejar algún tipo de secuela?

Los niños aprenden de los mayores cómo reconocer el peligro y cómo buscar seguridad. Esto es un hecho científico. Y lo hacen copiando a sus figuras de apego, lo que sus padres dicen o hacen en momentos de estrés. Si perciben el drama, por la pérdida de un familiar directo o del empleo de sus padres, probablemente les quedarán recuerdos traumáticos porque el duelo es muy duro de llevar en estas circunstancias. Todo dependerá del ambiente de seguridad que vayan respirando en el entorno familiar.

Si ya sabemos que las medidas para evitar el contagio son la distancia social y la higiene, yo recomendaría a los padres que trabajen con sus hijos esos conceptos. Con paciencia y creatividad.

Se ha interrumpido su educación, las relaciones intrafamiliares se han intensificado y llevan semanas encerrados. ¿Cómo les está afectando?

Algunos pacientes y algunas familias han encontrado fuerzas y recursos en sí mismos que desconocían. Recuerdo casos de una conflictividad familiar brutal que ahora han logrado reducir las discusiones. Pero también hay situaciones muy vulnerables, por ejemplo, casos de autismo o de trastornos de conducta alimentaria que antes del confinamiento tenían un apoyo psicosocial importante, donde los padres carecen de estrategias y están desbordados. Estamos viendo situaciones muy complejas y de difícil manejo.

¿Qué le parece que ninguno de los miembros que componen el Consejo del Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil en España, que ya trabaja en un diagnóstico sobre el impacto de la pandemia, sea especialista en salud mental?

De verdad que es inconcebible. El niño es un ser biopsicosocial. Quiero decir con esto que además de expertos en economía y otras áreas del ámbito social y médico, también deberían estar presentes especialistas en conocimientos psicoterapéuticos relacionales y genéticos para poder estudiar este problema desde todos los puntos de vista y no perdernos información imprescindible. Me encantaría que la gente entendiera la importancia que tiene invertir más en salud mental y en investigación. Es que traería beneficios en todos los sentidos. Sin embargo, me sorprende el miedo que existe en España a la psiquiatría infantil.

En 2018, el Ministerio de sanidad paralizó, en contra de las recomendaciones de la OMS y de la voluntad de la propia Unión Europea, la creación de la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil. ¿Cuál fue el motivo?

Sinceramente, ninguno de los psiquiatras infantiles lo sabemos bien. Hay asociaciones como AEPNyA (Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente) que lleva años luchando por el reconocimiento y siguen sin comprenderlo. Desde 2014, las sucesivas administraciones de sanidad, de diferente signo político, han prometido estudiarlo pero no lo han hecho y continúa paralizado.

¿Tiene esperanza que de esta profunda crisis surja algo positivo?

A mí me encanta pensar que sí. Espero que potenciemos nuestra sensibilidad hacia los problemas de salud mental porque, como ahora estamos viendo, nos pueden afectar a cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra vida. Es algo mucho más cercano de lo que pensamos. Cuanto más resiliente sea una sociedad, con más fuerza se enfrentará a las dificultades colectivas.

Gorka Castillo
https://ctxt.es

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