Indefensión aprendida: el aprendizaje de la desesperanza

La indefensión aprendida es lo contrario a la resiliencia, o lo que ocurre cuando la resiliencia de una persona toca su fin.

La indefensión aprendida es un estado psicológico que se produce cuando los acontecimientos a los que nos vemos expuestos se vuelven incontrolables o así se perciben. La persona con indefensión aprendida cree que no puede hacer nada para salir de una situación injusta o desagradable. Es la explicación de porqué la gente se rinde, deja de luchar o pierde la esperanza.

El niño que sufre acoso escolar y recibe insultos en silencio; la mujer maltratada que pierde la fuerza para abandonar a su pareja; la persona con depresión que ya no puede levantarse de la cama. Estos casos tiene un denominador común: la persona ha estado tanto tiempo sometida al dolor y al sufrimiento sin oportunidades de escapar, que ya no se defiende. Ha aprendido que no puede hacer nada.

Podemos aprender a sentirnos indefensos en cualquier momento de la vida, si las circunstancias son demasiado difíciles y nuestros recursos se agotan. Pero la mayoría de las veces, la indefensión o impotencia es una predisposición que viene determinada por las experiencias de la infancia. Del mismo modo que las bases de la resiliencia se desarrollan durante los primeros años de vida, los de la indefensión también.

¿Cómo surge la teoría de la indefensión aprendida?

La teoría de la indefensión aprendida fue desarrollada por un psicólogo llamado Martin Seligman. Aunque se limita a los aspectos cognitivos y deja fuera los emocionales, considero que es un modelo explicativo útil y de fácil comprensión, aunque limitado.

Seligman, (en unos experimentos muy poco éticos, por cierto), se propuso demostrar cómo se podía desarrollar el sentimiento de indefensión, aplicando descargas eléctricas a unos perritos; los de un grupo, tenían la oportunidad de escapar activando un sencillo mecanismo; los del otro, no. Tras varios ensayos, los perros del segundo grupo, dejaban de luchar; incluso cuando lo único que tenían que hacer era saltar una pequeña valla, se quedaban paralizados recibiendo descargas, echados en el suelo gimiendo. Ya no eran capaces de ver la oportunidad, por fácil que fuera. Habían aprendido a sentirse indefensos. Se vio que con los seres humanos sucedía lo mismo.

Se llevaron a cabo varios ensayos en los que se sometía a las personas a ruidos desagradables y problemas irresolubles; los de un grupo podían escapar, y los del otro no. En todos los casos, por norma general, las personas que habían sido sometidas a la situación incontrolable comenzaban a actuar de manera pasiva, perdían la motivación; aparecían sentimientos de incompetencia, frustración e incluso depresión; de hecho, su rendimiento posterior se veía disminuido.

Indefensión aprendida vs resiliencia

Parece que lo que lleva a una persona a desarrollar la indefensión aprendida es haber atravesado una historia de fracasos en el manejo de situaciones vitales, la percepción de incontrolabilidad de la situación o de la falta de recursos para afrontar sus problemas.

Pero las cosas no son tan sencillas, puesto que hay personas que perseveran más que otras, que no se rinden; incluso en los experimentos de Seligman, hubo personas (y animales), que siguieron luchando hasta el final. Una de cada tres personas a las que se trataba de inculcar indefensión, no sucumbían. También vieron que alrededor del 10% de las personas que participaron, se rendían casi de inmediato y abandonaban. La clave de esto es esa gran capacidad denominada resiliencia.

Para Seligman, la clave para desarrollar indefensión aprendida estaba en las explicaciones que las personas se daban sobre lo sucedido, la forma en que interpretaban lo que les sucedía y dónde situaban el locus de control. La tendencia cognitiva de las personas con indefensión consistiría en atribuir causas internas (todo es por mi culpa, soy un inútil), estables (haga lo que haga, no sirve) y generalizadas (siempre me pasa lo mismo) sobre los sucesos negativos de sus vidas. Por tanto, ¿para qué intentarlo?

Desde mi punto de vista, lo que les sucede a las personas desesperanzadas es que han agotado sus recursos de resiliencia; o quizás tenían unas malas bases para la misma, por carencias vividas durante la infancia.

Uno de los principales factores de resiliencia es la capacidad de construir un relato aceptable, que de algún significado positivo o esperanzador a lo que nos sucede; es decir, lo contrario a las atribuciones negativas de las que hablaba Seligman.

Las personas con indenfensión aprendida tienen una autoestima baja. Suelen lanzarse una serie de mensajes muy negativos, su autocrítica es destructiva y tóxica. Han aprendido a autolimitarse y descalificarse. Sienten que no pueden afrontar situaciones complicadas. Desconfían del mundo y de si mismos. Sienten que después de la tormenta nunca llega la calma, que llueve eternamente.

El maltratador en un experto a la hora de inducir el sentimiento de indefensión, haciendo creer a su víctima que es culpable de su desgracia, pero que cualquier esfuerzo por evitar el daño no servirá de nada. En numerosos casos de maltrato o acoso, observamos cómo la víctima se culpa de su situación. Y es que la indefensión aprendida es algo que te pueden inducir.

El gran error de Seligman fue no prestar más atención a las emociones. Uno de los principales factores de resiliencia es la capacidad para gestionar las emociones, para comprenderlas, para pensar en ellas y manejarlas con éxito. Si las emociones nos desbordan, el razonamiento se apaga y no podremos hacer interpretaciones útiles sobre lo que nos sucede.

Indefensión aprendida e infancia: las raíces de la desesperanza

Parece evidente que la resiliencia determinará que caigamos o no caigamos en este sentimiento de indefensión; o que nos resistamos más al mismo. Y esto debe hacernos volver la mirada a la infancia, el momento clave para el desarrollo de tantas capacidades.

Seligman hacía referencia a la “inmunización” en sus experimentos con animales: si los perritos aprendían desde muy pequeños que sus actos servían siempre de algo, se inmunizaban contra la indefensión aprendida en el futuro; estos perritos se sentían tan seguros que incluso ayudaban a los indefensos a salir de las estancias con descargas.

Los niños comienzan muy pronto a relacionarse con su entorno, van explorando, aprendiendo mediante ensayo y error a superar los retos con los que se encuentran. Algunos padres irán ayudando a sus hijos a comprender que sus respuestas son útiles para controlar su mundo desde que nacen, les animarán a intentar hacer las cosas por si mismos y les acompañarán en sus errores; otros les harán creer que de nada sirve lo que hagan, no responderán a sus necesidades, no les dejarán decidir, ni equivocarse. Los primeros instauran resiliencia; los segundos, indefensión.

Aunque no fue idea de Seligman meterse en estos temas, en el fondo su teoría concuerda con la teoría del apego. Un bebé que es sostenido emocionalmente cuando llora, al que se consuela y devuelve un reflejo manejable de su emoción, aprende que sus acciones tienen resultado. Un bebé al que se abandona en su dolor se siente literalmente indefenso. Los niños necesitan saber que tiene cierta capacidad de control sobre el mundo que les rodea, así crecen sintiéndose seguros, queridos y válidos. Si no, aprenderán a sentirse indefensos ante las adversidades. De nuevo, las emociones están en la base de todo lo que somos; y siempre emoción y pensamiento deben ir de la mano.

Helena Arias Vidaurre
http://adopcionpuntodeencuentro.com

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