Las parteras del horror. Vendían bebés y sus víctimas hoy luchan por conocer la verdad

¿Cuándo naciste? La pregunta, de simplísima respuesta para la mayoría de las personas, dispara la primera de las incomodidades.

“No sé”, responden los integrantes de un grupo unido por una tragedia en común. Fueron apropiados al nacer, casi seguro vendidos a padres adoptivos que los anotaron como propios en partidas de nacimiento falsas.

Pero esos mismos documentos que ocultan la información que los desvela -dónde y cuándo nacieron, quién es su madre, por qué los abandonó- también revelan un dato que les permitió unirse y empezar a desenredar la trama detrás de su sustitución de identidad. Los nombres de las dos parteras que figuran en sus documentos -Gregoria Agra de Pasini y Francisca Ofelia Pintos Lemos- fueron la clave para comenzar a desentrañar los detalles de una red de trata de niños que funcionó por lo menos entre 1956 y 1980 y cuyo epicentro fue un departamento en Jufré 140, en el barrio porteño de Villa Crespo.

Un grupo de aquellos niños, hoy adultos, cuya apropiación fue negociada por estas dos parteras ya fallecidas se unió para tratar de averiguar el origen de su historia. Ya son más de 40 y tienen una página en Facebook, gestionan con éxito escaso ante las autoridades y están en contacto permanente. La última reunión, ya durante la cuarentena impuesta por el coronavirus, fue por Zoom.

Su drama no es original. La propia naturaleza del delito impide que se conozcan cuántos casos similares hay, pero las organizaciones calculan que en la Argentina hay tres millones de personas que no conocen su verdadera identidad. En muchos de los casos, para no tener que someterse al largo proceso de la adopción legal, sus padres de crianza los compraron a intermediarios que fraguaron documentos para que figuraran ellos como padres biológicos. Además de ser un delito, la maniobra fomenta redes de trata y angustia en las víctimas, los niños apropiados.

“La carencia de certezas sobre quiénes fueron nuestros padres genera un daño enorme”, señala Sonia Almada, psicoanalista y directora de Aralma, una organización que lucha contra la violencia infantil y adolescente. “Cuando la información sobre nuestro origen es clausurada, sepultada o escondida se genera un vacío existencial enorme”, dice Almada, que atendió pacientes que sufrían esta ausencia incluso sin saber que habían sido apropiados al nacer. Su organización está preparando una serie documental sobre el tema. Se llamará ¿Mamá?

En el país hay infinidad de grupos de gente que busca su identidad. Aralma tiene registrados 59. Pero muy pocos llegaron a descubrir tanto como el que se nuclea alrededor de su origen común en Agra de Pasini y Pintos Lemos, las dos parteras.

Todo arrancó con el empuje de Mónica Sznaidman, una mujer de 53 años que desde muy chica supo que era adoptada. “Cuando me enojaba me iba a la puerta de la casa con mi muñeca y decía que salía a buscar a mi verdadera mamá”, recuerda hoy.

Como se orinaba en la cama, a los seis años la llevaron a un psicólogo que le recomendó a sus padres contarle la verdad. La sentaron en un sillón de su casa de Lanús y le explicaron que había “viajado a este mundo en la panza de otra mamá” y que ellos la habían adoptado de recién nacida. Su padre, “un señor duro, pero sensible” lloraba. Tenía miedo de que Mónica lo rechazara.

Con el tiempo fue preguntando y obtuvo más detalles. Su madre biológica, le dijeron, era una chica pobre del interior que trabajaba de empleada doméstica y la entregó. Un tío -que obtuvo de su vecina el dato de que había una recién nacida disponible- la fue a buscar a una dirección en Capital Federal. Más tarde Mónica supo que la información sobre su madre era falsa. La de su tío y la vecina, en cambio, era cierta.

Mónica siempre intuyó que sus padres de crianza ocultaban algo y cuando murieron buscó su partida y fue a la dirección que figuraba como el lugar donde decía que había nacido. Pero en Jufré 140 piso 2, departamento 9 no había ni una clínica, ni un sanatorio. Era un típico edificio de departamentos de Villa Crespo. Repleta de sospechas, le tocó el timbre a la vecina de su tío que, según la historia familiar, había servido de nexo para su adopción.

Coca Lambrini, así se llama la vecina, en un principio fue amable y comprensiva. Le contó que había trabajado en el consultorio de Pintos Lemos, la partera que figura en el acta de Mónica, y que allí se hacían abortos clandestinos. También le dijo que Pintos Lemos había estado presa. Pese que quedaron en volver a juntarse, Lambrini nunca más le atendió el teléfono. Carente de otro camino para seguir investigando, Mónica subió su historia a Facebook. Incluyó la supuesta dirección de nacimiento y el nombre de la partera.

Al mismo tiempo, pero en Mendoza, Mónica Balmaceda, de 47 años, estaba en un proceso similar. Había sido apropiada y su partida de nacimiento también tenía el nombre de Pintos Lemos y la dirección de Jufré. Una búsqueda en Facebook las puso en contacto y comenzaron a compartir información. Pintos Lemos era amiga de la familia de Mónica Balmaceda y así pudieron averiguar que había nacido en Mendoza y emigrado de muy joven a Buenos Aires. También consiguieron un par de fotos viejas.

A Mónica no le cerraba el relato sobre su adopción que le contaron de chica y la partida de nacimiento la ayudó a reconstruir su historia

A estos dos casos con la misma forma de operar, pronto se sumó un tercero. Ricardo Blanco tiene 53 años y se crió en Longchamps. Sus supuestos padres nunca le dieron indicios, pero siempre tuvo la sensación no sólo de ser adoptado. También estaba convencido de que tenía un hermano mellizo. “Era algo interior, no sé cómo explicarlo”, dice.

La confirmación surgió a los 21 años en La Colorada, un boliche de Adrogué. En medio de la noche se cruzó con alguien que era igual a él -“como si me hubieran puesto un espejo enfrente”- pero lo perdió en la multitud. A las 5 de la mañana, de vuelta en su casa, despertó a sus padres y los encaró. Sorprendidos, terminaron confesando que ni él ni su hermana menor eran sus hijos biológicos. También le confirmaron su intuición: tenía un hermano mellizo. La puesta en escena de la mentira había incluido una mudanza a Avellaneda siete meses antes de la llegada de Ricardo. Fue la manera de disimular la ausencia de embarazo.

Siguieron varios años de discusiones. Ricardo les pedía más detalles, pero no aparecían. El padre de crianza parecía dispuesto a darle datos, pero su madre, de carácter fuerte, se lo impedía. Cada tanto volvía a tener epifanías de su hermano. Como cuando una secretaria le anunció que se acababan de cruzar en la rotonda de Burzaco, o la vez que el hermano de un amigo le recriminó no haberlo saludado en Adrogué, o esa otra oportunidad en que un compañero de fútbol le dijo haberlo visto en una confitería de Costa del Este. Ricardo nunca estuvo en esos lugares e intuye que a quien vieron fue a ese mellizo del que lo separaron al nacer.

Carente de respuestas, se presentó en un programa de televisión, contó su historia y dio la dirección que figura en su partida: Jufré 140. Las dos Mónicas se enteraron y lo sumaron al grupo. Los relatos de los tres eran muy similares, pero tenían una diferencia: la partera de Ricardo era otra, Gregoria Agra de Pasini. El descubrimiento les permitió entender que la red era más grande y que las dos parteras trabajaban en sociedad y utilizaban varias direcciones para anotar a los niños que entregaban.

De a poco, utilizando Facebook y las redes sociales para juntar información y visibilizar su historia con la esperanza de que aparecieran otros casos similares, el grupo se amplió hasta lograr los más de 40 integrantes que tiene hoy. Fueron descubriendo prácticas repetidas, que marcaban la existencia de una red organizada. Las partidas de todos ellos tenían a alguna de las dos parteras y sus direcciones. También figuraban sus padres de crianza anotados como biológicos. Las historias que les habían inventado a aquellos que les contaron que eran adoptados parecían guionadas: una joven empleada doméstica del interior los había entregado porque no podía mantenerlos. A algunos que insistieron, sus padres les admitieron haber pagado. Los valores diferían en cada historia. “El precio de un departamento”, le dijeron a uno. “Lo necesario para la internación de la madre”, le explicaron a otro.

Los que siguieron averiguando se toparon con datos más siniestros, como el de los abortos clandestinos.

Claudia Sepúlveda, otra de las integrantes del grupo, averiguó que Agra de Pasini era amiga de la dueña de un prostíbulo en Mataderos y que de ahí venían algunas de las mujeres embarazadas. Se lo contó su prima en el velorio de su padre de crianza.

Claudia tiene 54 años y una voz grave por años de cigarrillo. Se crió en Merlo y tuvo una infancia triste. Recién a los 20 le admitieron que sus padres no eran los biológicos. Su partera fue Agra de Pasini y acaba de pagar $5800 para hacerse un ADN e incorporar esa información a un gran banco de datos privado. Tiene la esperanza de encontrar a su madre. “No sé cual sería mi reacción si la encuentro -dice-. Le daría el abrazo que siempre soñé. Después no sé cómo seguiría. Por ahí me quedo dura.”

Mónica Sznaidman encontró a Ricardo Verry, hijo de Pintos Lemos, lo visitó en su casa de La Tablada y recabó más información. El hombre le dijo que su madre no vendía los recién nacidos, que los protegía. La que los vendía, señaló, era Agra de Pasini. También le confirmó que ellos vivían en el departamento de Jufré 140 y que cada tanto le tenía que dejar el cuarto a alguna de las embarazadas que atendía su madre. “Hablaba como si los niños fuesen cachorritos de perros callejeros”, recuerda Mónica. Según ella, el hombre carecía de la inteligencia para comprender la gravedad de lo que sucedía en su casa.

Pese a que lo intentaron, recibieron muy poca ayuda oficial. La Argentina tiene una gran tradición en restitución de identidades por el trabajo hecho desde Abuelas de Plaza de Mayo y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) con los niños apropiados durante la dictadura militar. Al momento, 130 ya han recuperado su verdadera identidad. Varios de los integrantes del grupo se acercaron a la Conadi, pero allí sólo toman las muestras de ADN de los que pueden estar relacionados con la represión durante el gobierno militar. Incluso en esos casos, el cruce de datos se limita al banco de familiares de desaparecidos. Hubo uno de los integrantes del grupo, sin embargo, que obtuvo un resultado de la gestión en Abuelas.

Jorge Elkin tiene 44 años. Nació el 16 de enero de 1976, o por lo menos eso dice su partida de nacimiento, firmada por Pintos Lemos. Sus padres siempre le dijeron que era hijo natural y hasta le inventaron que se llamaba Jorge porque la madre le rezaba a una estampita de San Jorge cuando el parto se complicó. Pero a él algo no le cerraba de su historia y cuando murieron se puso a averiguar.

Revisó la agenda de su madre y encontró el contacto de su padrino. Apenas googleó su nombre -Ángel José Gómez Pola- confirmó sus temores. Es un coronel condenado por crímenes de lesa humanidad en la dictadura. Jorge recordó que su madre lo visitaba en el Edificio Libertador, sede del ministerio de Defensa, y sospechó que podía ser hijo de desaparecidos. Se hizo el ADN y primero lo llamaron para decirle que no coincidía con ninguna de sus búsquedas, pero luego lo volvieron a contactar con otra noticia: tenía un hermano mellizo.

Mientras volvía en el tren repleto a su casa en Tres de Febrero, aún consternado por la noticia, recibió un llamado de su hermano, anotado como Ricardo David Luján. Al tiempo lo visitó en Rosario y comenzaron a reconstruir su historia. A Ricardo sí le habían dicho la verdad y diez años antes se había hecho el examen de ADN en Abuelas de Plaza de Mayo. Aún no sabían quiénes eran sus padres, pero habían encontrado a su hermano mellizo, del que ignoraban su existencia. “Con David nos estamos conociendo”, se ríe Ricardo.

Un funcionario sí recibió y trató de ayudar a las víctimas. Mercedes Yañez, directora de la oficina de Derechos Humanos del Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires, se comprometió con el tema desde el inicio de su gestión. La oficina fue creada en 1998 con el objetivo de brindar información a aquellos que habían sido dados en adopción de manera legal, pero Yañez, que está en el cargo desde ese año, pronto se dio cuenta de que su trabajo sería otro. “Por cada consulta de una persona con los papeles en orden recibía tres donde era evidente que había un delito de sustitución de identidad”, dice.

Con largas entrevistas a las víctimas e investigaciones en los archivos de los hospitales, Yañez desarrolló un método para tratar de desentrañar la red de mentiras detrás de cada una de las apropiaciones. Son procesos dolorosos, admite. “Las víctimas se sienten estafadas. Están paradas en una tarima, que es su identidad, y de repente se las mueven. Se contaminan todas las áreas de su vida”, indica. Por experiencia, desaconseja las denuncias en la Justicia: “es una agonía y no llegan a ningún lado”. También es crítica del sistema de adopción legal de la Argentina. Dice que el trámite, repleto de obstáculos, puede durar hasta ocho años.

Su propia historia la acerca al drama. Uno de sus hermanos fue secuestrado y desaparecido en 1975. Tenía una hija de seis días, su sobrina, que fue criada por sus padres y anotada como propia por sugerencia de un juez. Pese a esta historia, y al trabajo de búsqueda que realiza, no se lleva bien con Abuelas de Plaza de Mayo, ni con la Conadi. No está de acuerdo con que restrinjan la búsqueda sólo a hijos de desaparecidos y reclama que haya un banco de ADN nacional y habilitado para todas las sustituciones. Tiene 66 años y está al borde de la jubilación, pero sigue conmoviéndose ante cada nueva historia.

Mientras esperan alguna noticia que ilumine la oscuridad alrededor de su nacimiento, el grupo de Mónica y los 40 funciona como espacio de contención. Sus miembros más activos están en contacto permanente. Comparten datos y mensajes de aliento. Unidos en su origen por dos parteras y un par de direcciones, su vínculo ya logró trascender aquel siniestro origen.

Nicolás Cassese
www.lanacion.com.ar

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