Adopción internacional en España: deconstrucción de un anacronismo
hermanas e incluso por el hecho de habernos integrado tan bien en esta sociedad. A lo largo de todos esos años mucha gente se atrevió a decirnos que deberíamos estar agradecidas a quien sea que esté en los cielos por no encontrarnos drogándonos o prostituyéndonos en la calle, siendo nuestros padres los primeros en poner esas ideas en nuestras mentes de niñas.
Estas palabras marcaron mi infancia, pero aun así sentía que algo fallaba. Jamás me sentí agradecida por las cosas que se supone que debía estar. Al contrario, seguí preguntándome por qué nos encontrábamos en un país que no era el nuestro, por qué éramos tratadas de forma tan diferente a otros niños o por qué no podíamos reclamar por nuestra madre (cosa que dejamos de hacer al darnos cuenta de los castigos que recibíamos). Esta constante lucha entre lo que se supone que debía sentir y lo que realmente sentía resultó ser la época de más odio y baja autoestima que he vivido. No podía seguir cargando con la ira y la soledad que implicaba la única realidad que conocíamos y que ellos nos habían contado: mi madre nos había abandonado porque no nos quería. Repetida cada palabra como si fuera un mantra, acepté esa idea para poder sobrevivir y ser aceptada. Consciente de a dónde había llegado, alcancé el punto de no
retorno cuando dejé el nido.
Mi vida estaba a punto de cambiar otra vez gracias a mi determinación por saber la verdad, por muy aterradora que pudiera ser. En 2015 me fui a vivir a Londres por un año, la primera experiencia de independencia que me permitió pensar acerca de mis orígenes y mi madre.
Cuando volví a España, mi país de adopción, decidí empezar este viaje junto a mi carrera profesional como abogada. Para poder entender que no me dejaba avanzar y por qué mis padres no querían hablar de adopción, empecé el máster en Derecho de Familia e Infancia en Barcelona. Devoré cada libro y artículo sobre adopción, regulación emocional, abandono, trauma, TDAH, trastornos en el apego y primeras familias que aterrizaba en mis manos. Me convertí en una esponja, absorbiendo cada pizca de conocimiento que pudiera ayudarme a entender por qué se estaba produciendo este intercambio de niños por todo el mundo. Nombré mi tesis “Adopción en España: evaluación y apoyo para evitar la ruptura”. Finalmente, una perspectiva crítica sobre adopción emergió para dar respuesta a todas las preguntas sobre mis padres y la forma en la que me habían educado.
Cuando llegamos a Madrid, España, después del largo viaje desde Colombia, me sentí maravillada por la gran ciudad, por nuestra nueva casa y por la amabilidad de aquellas personas. Lo que nunca me pude imaginar fue la soledad y la falta de aceptación que provenía de este hogar y de los que se supone que debían cuidar de nosotras. Lo que estoy a punto de contar no lo había compartido antes (aparte de mi familia elegida). Nuestros primeros diez años pueden resumirse en una palabra: aislamiento. En esa época solo conocimos el dolor físico y el emocional, tratadas como si fuéramos salvajes o de ‘la guerrilla’ (miembros de las FARC), insultos que solían usar con constantes amenazas de volver a ser abandonadas y recordándonos lo arrepentidos que se sentían por habernos adoptado. En el edificio entero se oían nuestros gritos y lloros. Se lo contamos a algún adulto pero decidieron mirar hacia otro lado. Este maltrato sobre nuestros cuerpos y mentes nos dejó con un trastorno en el apego, con un gran miedo al contacto físico y una tristeza tal que buscábamos muestras de cariño en cualquier parte. Solo pudimos comprender lo que nos había pasado siendo más mayores. Intentamos que reconocieran que nos habían maltratado y el trauma que eso había causado, y tratando de conocer por qué no pidieron ayuda o apoyo psicológico. Todavía lo intenté una última vez, después de que terminé mi tesis y la compartí con ellos para que pudieran entender sobre adopción internacional y los efectos de cortar los vínculos afectivos con la primera familia. Pero cada intento fue en vano. En ese momento pude vislumbrar las causas de su propia aflicción y sus traumas, como su duelo inconcluso por la infertilidad o la ausencia de cuidados y vínculos con sus propias familias. Siendo criados bajo circunstancias de violencia y privación, esa fue la única clase de afecto que podíamos conocer. Sin embargo, aunque era consciente de todo esto, no llegué a aceptar del todo la situación que teníamos entre manos y seguí tratando de arreglar mi familia, anhelando un vínculo que nunca había crecido.
Mientras me especializaba en derecho de familia e infancia y adopción empecé por descubrir la primera capa de este proceso: la búsqueda de mis orígenes y mi madre. Para conseguir este propósito el primer paso debía ser volver a educarme y deconstruir como había acabado tan lejos de mi primer hogar. Fui adoptada en España, donde la figura legal de la adopción estaba pensada para proteger a los niños que no tenían familia o cuando sus familiares no podían proveer por ellos, pero descubrí que esta institución en realidad había sido usada para preservar privilegios e intereses de sobra conocidos, heredados de las familias favorecidas gracias al colonialismo y el catolicismo. Las primeras señales de adopción fueron llevadas a cabo después de la Guerra Civil en 1936-1939, dejando al lado vencido sometido bajo una dictadura que gobernó el país hasta el año 1975. Por todos es conocida esta época como la de ‘l s bebés robados’. Las familias de la oposición fueron reducidas y castigadas por el gobierno, enviando mujeres y hombres a prisión y apropiándose de cada niño que podían para colocarlos en hogares que consideraban ‘apropiados’. Esta empresa fue posible gracias a la colaboración entre la
propia dictadura y la Iglesia Católica. El personal de los hospitales y las residencias de madres solteras (dirigidas por monjas) estaban conectados y fueron instruidos para que registraran y entregaran a los bebés, previo pago (por los curas del pueblo o del barrio). Esta inmensa red siguió funcionando hasta los 90: las asociaciones estiman que hasta 300.000 bebés fueron secuestrados entre 1940 y 1990 en España después de que se instruyera la primera causa en 2018. La mayoría de estos adultos y sus madres, que reclamaron sus derechos, no podrán saber la verdad dado que estos crímenes han prescrito y los presuntos responsables no están vivos o
no existe documentación para probarlos.
Desde este punto de vista y de la concepción generalizada de familia (una madre-un padre), y también por una moral restringida que incentiva el machismo y desvalora la maternidad por parte de madres solteras, la adopción ha sido y sigue siendo asimilada a la filiación biológica. He escuchado tantas veces esta frase de personas que se acercan a la adopción: ‘¿Por qué nosotros tenemos que conseguir un certificado de idoneidad para ser padres y una chica de 17 años no lo necesita para quedarse embarazada?’. Existe otra que me da urticaria: ‘¿Qué pasa si el niño te sale con problemas?’. Y la mina de oro: ‘¿No debería la adopción internacional ser sin restricciones? Esos niños deben ser salvados’. Estas declaraciones vienen de personas normales, educadas, con recursos económicos e incluso emocionales. A pesar de estas condiciones, hay mucho por enseñar y aprender sobre adopción y sobre las personas adoptadas. Nuestras voces deben ser oídas para no seguir siendo representadas como el ‘adoptado-niño’, concepción que impide nuestra identificación y el reconocimiento de la adopción como un cambio y una experiencia vital larga. Me gustaría poder abordar estas cuestiones y responder a cada una de
ellas:
1. En primer lugar, los privilegios de los países desarrollados y la pobreza o la falta de recursos de las primeras familias son la razón por la que alguien podría permitirse criar a un niño adoptado. Por lo tanto, si los países que han sido empobrecidos pudieran recibir esos fondos destinados a la adopción, estos niños podrían ser criados por sus propios padres y podrían permanecer de manera eficiente dentro de su entorno.
Además, cuando un niño nace de otros genitores el vínculo afectivo no nace de forma espontánea o bajo las mismas condiciones que un hijo biológico porque sus orígenes están establecidos. Debido a esto, los futuros adoptantes siempre necesitarán toda la formación posible sobre lo que significa crecer sin saber cuáles son nuestras raíces.
2. La adopción siempre conllevará un trauma, considerando la herida emocional que nos deja, causado por la privación de los cuidados primarios (afecto, protección y alimento) de nuestra madre y en ocasiones de los cuidadores de los orfanatos/instituciones u hogares de acogida. En esencia, el niño no es el problema sino el adulto que quiere adoptar pensando en sus propias necesidades cuando el propósito no es otro que procurar el desarrollo psicológico y emocional de quien ha sido separado de sus orígenes. Nosotros no tenemos que cumplir ningún fin, pero definitivamente no es el de ser adecuados para una familia adoptiva.
3. Por último pero no por ello menos importante, la adopción internacional es una compra velada, además de corrupta, y por supuesto nosotros no necesitamos ser rescatados de nuestros propios países. Nuestras familias pueden no tener demasiados recursos o pasar una crisis temporal, pero ello no implica que estas circunstancias puedan ser aprovechadas por las familias más privilegiadas. Es de sobra conocido este círculo vicioso, en el que un niño puede ser retirado por las autoridades o secuestrado por organizaciones. Existen historias de familias que han sido amenazadas o coaccionadas con dinero para conseguir que cedieran a sus hijos para poder alimentar al resto de la familia. Insisto, esos recursos podrían ser exactamente la ayuda que necesitan, pero el complejo de salvador blanco y la deuda del colonialismo encuentran como conseguir sus objetivos. Es una carga que nuestros países siguen sufriendo. Igualmente, la adopción internacional genera una aflicción y un trauma que simplemente son transportados a otro lugar y cuyas manifestaciones no son aceptadas porque siempre
se han negado en nuestros países de adopción porque ‘debemos estar eternamente agradecidos por haber sido salvados’.
En España, y en otros países, puede suceder que las personas que se acercan a la adopción para formar una familia lo hagan desde esta perspectiva, no siendo conscientes y/o sin tener interés en deconstruir sus propios deseos y sus consecuencias. Sí, aquí hablamos de adopción, salen noticias sobre adopción en la tele, existen asociaciones de familias adoptivas y de personas adoptadas, pero esto sigue sin ser suficiente. Lo que verdaderamente necesita la adopción es un pensamiento crítico, uno que no siga ignorando el hecho de que esta figura no protege a los niños ni los salva. Especialmente la adopción plena, que se ha convertido en el contrato más obsoleto que existe. Porque sí, es un contrato, uno en el que se firma y se paga para poder dar
los apellidos a un niño y tener unos derechos sobre esa persona para que pueda ser criada en otro país. Dicho esto, ¿POR QUÉ DEBEMOS PERDER A NUESTRA PRIMERA FAMILIA PARA SER PROTEGIDOS O CRIADOS POR OTROS? ¿POR QUÉ EL VÍNCULO AFECTIVO DEBE SER CORTADO DE RAÍZ? ¿CUÁL ES EL MIEDO QUE IMPIDE QUE ESTEMOS EN CONTACTO CON NUESTRA FAMILIA DE ORIGEN? La adopción internacional ha sido un éxito precisamente por esto: personas que tienen miedo de perder a alguien que no es de su sangre. ¡Qué idea tan anticuada!, de vuelta a la asimilación de la adopción como si fuera la biológica. El vínculo afectivo no puede crecer si nuestras raíces y nuestro pasado son rechazados. Existe incluso un tipo de películas en el género de terror que habla de este miedo, cuyo argumento es el de niños adoptados que se rebelan contra su familia adoptiva o el regreso de la madre biológica para reclamar a los suyos. Miedo y rechazo no pueden ser el origen de ninguna familia. Esta es la razón por la que mi tesis no fue del todo apreciada entonces, porque abordé un tema muy importante y señalé un miedo con el que nacemos todos: el de no ser aceptados. Esta ruptura limpia está más que desfasada y debe desaparecer de nuestros entornos. La sociedad puede no estar preparada para abolir esta institución debido a problemas económicos, de fertilidad y también de salud mental, pero las personas adoptadas no debemos ser las que padezcamos las consecuencias de las elecciones de otros. La adopción debe nacer de la estabilidad y la aceptación de nuestros propios límites ya que de otra manera generaciones enteras sufrirán innecesariamente, debiendo amoldarse a las
necesidades o deseos de otros y cuya solución no es nuestra responsabilidad.
Ahora que he encontrado a mi familia y entiendo como he llegado aquí, puedo empezar mi proceso de sanación, que no tiene por qué ser estático, sino moviéndome a través del dolor y de todo tipo de miedos. La siguiente capa, como si fuera una cebolla, con la que intento vivir y que al principio me negué a admitir, es que no existe el vínculo afectivo o una noción de familia dentro de nuestra adopción. En algún momento tuve que atravesar el dolor que conlleva darse cuenta de esto, pero finalmente aceptarlo me desbloqueó. En palabras de la propia Lynelle Long, mi contrato con ellos se había terminado, yo no les debo nada y ellos no me deben nada a mí.
Leer esas palabras e identificarme con ellas es el comienzo de un período crucial en mi vida. Recomiendo de verdad iniciar en algún momento la búsqueda de nuestros orígenes, solo nuevos conocimientos sobre nosotros mismos pueden ser liberados, y también perder el miedo a compartir nuestra historia, no negándonos a nosotros mismos o nuestras heridas. Son un recuerdo de que todavía estamos aquí y podemos sanar juntos. Esta es la mía:
Tengo 32 años y fui adoptada a los 7 junto a mis hermanitas (de 5 y 3) por padres españoles en Colombia en 1995. Nuestra madre tenía 20 años cuando mi padre murió en 1993 a manos de una organización de narcotraficantes/paramilitares. Este evento cambió el resto de nuestras vidas. En este tiempo he ido atravesando las distintas etapas del duelo, negación y odio, y ahora creo que me encuentro en la fase de negociación de la pérdida de mi familia, de mi madre y de esta vida tan diferente que hubiera podido tener si las cosas hubieran sido distintas. Debido a esta violencia, los hombres de la familia de mi padre fueron aniquilados en caso de una posible venganza, y mi madre perdió todo contacto con la familia de él. En consecuencia, ella no podía cuidarnos a la vez que tenía que trabajar para proveer por nosotras. Entonces el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) fue notificado de esta situación e intervino. Ella no tenía
apoyo económico ni emocional (al menos nadie se molestó por investigar el paradero del resto de nuestra familia), por lo que tuvo que tomar una decisión con las manos atadas.
Dos años después fuimos trasladadas a Madrid, España. Nuestros padres eran muy anticuados en su forma de educar y además carecían de inteligencia emocional. Realmente nunca llegaron a empatizar con nosotras ni a aceptar nuestro pasado y nuestro origen. Como resultado no podíamos hablar de adopción ni de cualquier tema relacionado con ello. Hasta que me fui de casa no pude pensar en mi madre o mi otra familia. Era muy doloroso y lo único que quería era ser aceptada sea como fuere. Nunca me sentí unida a ellos, pero acogieron a tres niñas y nunca conocimos lo que es estar separadas. En 2016 decidí que ya no podía más, así que empecé a
recorrer este camino tan tenebroso. Mis hermanas nunca se sintieron preparadas para recorrerlo conmigo pero, a pesar de todo, siempre estuvieron a mi lado. Como a ellas les gusta decir: esto parece una telenovela. Finalmente conseguí llevar a cabo mi investigación y me convertí en mi propio detective privado. Solo necesitaba nuestro expediente de adopción para conseguir su número de identificación personal (DNI o CC), y con un poco de ayuda de contactos en Colombia logré encontrarla en 2018. Al principio no estaba preparada para hacer contacto, pero superé ese temor gracias a que entre las tres le escribimos una carta postal. Y luego, en diciembre de 2020 encontré a la familia de mi padre en Facebook. Cuando mi madre me contaba sobre ellos siempre me faltaba el nombre de una tía para hacer el enlace entre todos esos parientes. Al final esto resultó ser la clave para desbloquear lo que tanto deseaba: viajar a Colombia y conocer de verdad a mi propia familia. Ya estaba lista para el siguiente paso.
Ahora me doy cuenta, sobre todo leyendo acerca de las vivencias de otros adoptados, lo afortunada que soy pero por mis propias razones. Soy consciente de las consecuencias de la adopción, del trauma y de las heridas emocionales, de las cicatrices que deja y con las que tenemos que aprender a vivir; la deconstrucción de mis orígenes y de mi propia personalidad, de mis carencias y defensas. Esta evolución me ha enseñado algo que nunca creí posible: aprender a aceptarme y aceptar a los demás. He tenido conmigo siempre a mis hermanas, y en
este momento están aprendiendo acerca de este crecimiento con la mente abierta, siendo conscientes de que no es fácil o que no están preparadas para pasar por todas las fases, pero dispuestas a escuchar y caminar conmigo hasta donde puedan. Reconocer que el entendimiento con nuestros padres no es posible ha sido duro, pero hemos conseguido volver a tener cierto control sobre nuestras vidas y nuestras elecciones. Así que solo me queda prepararme para este viaje física y emocionalmente. Actualmente estoy leyendo “Historia concisa de Colombia” para empezar a conocer nuestro país al que por tantos años ignoré. De hecho, gracias a mi madre, he descubierto que en realidad nací en Muzo, Boyacá.
Andrea Pelaez Castro
Andrea ha escrito una tesis de final de Master en Derecho de Familia e Infancia que investiga las adopciones en España con un enfoque en cómo prevenir la ruptura de la adopción. La puedes seguir en su blog Adoption Deconstruction.
https://intercountryadopteevoices.com