Trabajar nuestros sentimientos de vergüenza
Por si no fuera ya suficientemente complicado la crianza de una niña o niño con sufrimiento temprano (con sus dificultades de comportamiento, de relación con los iguales, sus discapacidades, su desconfianza permanente, su temor…) nosotros, sus padres y madres (adoptivos, acogedores o biológicos) tenemos un montón de emociones negativas producidas por esa crianza. Podemos tener desánimo, miedo, desesperanza, impotencia, tristeza, rabia, dolor…pero hay una emoción en la que me quiero centrar hoy, y es el sentimiento de la vergüenza.
La vergüenza se produce cuando la realidad que vivimos no coincide con el ideal que tenemos sobre ella. Cuando lo que somos o tenemos no coincide con lo que deberíamos ser o tener. En principio es una emoción sana y necesaria, pues nos ayuda a encajar en la sociedad y ser aceptados: Si siento vergüenza por algo que hago mal, la próxima vez lo intentaré hacer mejor. Pero no siempre es útil y beneficiosa, pues podemos estar avergonzados por cosas que no puedo cambiar…por ejemplo por lo que somos…y eso hace que suframos y que nos desvaloricemos. (La vergüenza es la emoción negativa del área de la autoestima. Igual que el orgullo es la positiva).
En la realidad adoptiva, hay muchas cosas que no coinciden con el ideal que teníamos o tenemos sobre lo que debería ser nuestra familia o nuestros hijos. (Aquí no puedo modificar la realidad para la próxima vez) y ahí aparece la vergüenza. A veces, no suele ser muy consciente, pero mi vergüenza se expresa en decisiones como la de no decir que nuestra familia esté formada por una adopción o un acogimiento; o simplemente evitar situaciones familiares o sociales, en general. O no querer hablar con otros padres adoptivos ni querer pertenecer a ninguna asociación de adopción o acogimiento.
El primer nivel de vergüenza
Este primer nivel de vergüenza es más por cuestiones inconscientes, relacionadas con la infertilidad o la imposibilidad del hijo biológico (de alguna manera expresa que el duelo por lo biológico no se ha terminado todavía), o por la exigencia que podemos sentir de hacerlo perfecto, ya que sentimos que se nos puede juzgar más fácilmente por nuestra actuación de padres o madres. O simplemente que ante la situación tan difícil que tenemos en casa, nos avergonzamos de nosotros mismos, por lo mal que hicimos para estar así. Como si hubiéramos fracasado como familia, o como padres, por “lo mal que está saliendo todo”. (Hay vergüenza por que el ideal que teníamos de familia no tiene nada que ver con esto y no hemos renunciado a ese ideal inconsciente)
Todavía es algo frecuente ver familias que no dicen que son adoptivas o acogedoras si no se nota mucho el origen distinto del hijo o hija. Pero la familia que oculta está condicionando en sus hijos una vergüenza forzada. Le da el mensaje de que: de eso no se habla…porque no se debe…luego no debe ser muy bueno, o es una familia de inferior calidad, o es un hijo de inferior calidad (“no es biológico”).
El segundo nivel de vergüenza
Y por otro lado tenemos un segundo nivel de vergüenza y se debe a la vergüenza por el comportamiento de nuestras criaturas, cuando se comportan mal en la escuela, cuando pegan, cuando cometen hurtos, cuando deterioran o dañan elementos comunes del lugar donde vivimos…cuando se meten en líos o delinquen.
¿Qué debemos hacer?
Por un lado, hay que afrontar la vergüenza con dignidad y honestidad, reconociendo y reparando en la medida de lo posible lo que nuestros hijos puedan hacer, y por otro lado aceptándoles plenamente, pues muchísimo de su comportamiento no se puede evitar en el momento presente. Tenemos que ser consecuentes con que podemos ayudarles a cambiar en cierta medida, pero no podemos evitar todo lo que hacen. Eso forma parte de lo que son y no podemos rechazarlo sin que se sientan rechazados y no queridos.
Que mi vergüenza no se transforme en desvalorización de mi hijo o hija, y en un sentimiento de temor, en ellos, a ser rechazado y abandonado (que abunda en la mente de nuestras criaturas) Pero si me avergüenzo, me desvalorizo, y esa desvalorización se la acabo haciendo pagar a mi hijo, desvalorizándole yo, a él/ella. O exigiéndole mucho, o controlando en exceso, o culpando, o castigando.
Por eso tenemos que trabajarnos la vergüenza. Pues está en juego nuestra autoestima y la de nuestros hijos o hijas. De entrada, tomando conciencia de ella (en esos momentos que ocultamos la realidad de nuestros hijos, o en los momentos que nos ponen la cara colorada). Y viendo los pensamientos que nos provoca: si nos lleva a rechazar a nuestros hijos, si pensamos rápidamente en el castigo, si lo denigramos o rebajamos ante sí mismos o ante los otros.
No podemos estar en el campo opuesto de nuestros hijos, sino que tenemos que jugar del mismo lado. Y nuestros hijos e hijas son hipersensibles para darse cuenta cuando los dejamos tirados frente a la sociedad y el rechazo de los otros. Tenemos que hacerles sentir que apostamos por ellos y que les vamos a defender siempre. Aunque lo que hayan hecho sea muy grave. Tenemos que ser totalmente parciales y estar siempre de su lado. Y no darles la razón ciegamente a los profesores, a los tutores, a los otros niños, a sus padres, sin escucharlos a ellos previamente. Pues les avergonzamos, y les alejamos. Tenemos que impedir la ruptura del vínculo con ellos al comprenderles y validar sus comportamientos (aunque sean socialmente reprobables). El riesgo es cavar una fosa enorme entre ellos y nosotros.
Normalmente su autoestima está bajísima. Y si les rebajamos aún más, no podemos pensar que les estamos ayudando a crecer, a ser resilientes o a que nos quieran más. Sino que les hacemos sentir más solos, más desconfiados y más enfadados con el mundo y con nosotros. Por eso es tan importante separar el mal comportamiento de nuestra valoración de ellos como personas e hijos. Y en vez de castigarles, sin más, es mejor, pasado el momento álgido del asunto, comentar lo que ha pasado en términos de intentar comprenderlo o al menos validarlo (Un ejemplo de validación, es decir: Probablemente te dio miedo pedirme el dinero y por eso preferiste cogerlo. La próxima vez intenta pedírmelo, que verás como no pasa nada) Voy a proponer algunos ejercicios para contrarrestar la vergüenza y reconocerla. Y trabajar el orgullo por nuestros hijos y por nuestras familias.
Trabajo práctico:
“Me encanta cuando te has levantado hoy sin protestar”
¡Cuánto disfruto cuando me abrazas como antes y te quieres quedar un ratito conmigo!
“Has sido capaz de aprobar dos asignaturas más que el trimestre pasado, ¡estoy super-orgulloso!”.
“Te he visto lo bien que has tratado a esa niña cuando se cayó”.
Tener en cuenta que somos los grandes proveedores de autoestima de nuestros hijos e hijas. Cuanto más les aceptemos, les valoremos en cosas concretas, y les hagamos sentir que estamos orgullosos de ellos mejor. (Pero de verdad, no de boquilla) Por eso tiene sentido pensar en lo bueno que tienen y creerlo.
Por eso abrazar diciendo “te quiero muchísimo”, o mandar un mensaje con un “me siento orgullosa de lo bien que te has portado hoy”, o “le he dicho a la abuela lo contenta que estoy de que seas mi hija” o “te miro y no puedo dejar de pensar lo que me alegro que seas mi hija”.
Me parece muy importante decirles “te miro y…,” “te veo y…”, “pienso en ti”, “estás en mi corazón”, “estás siempre en mi mente”, pues recalca eL vínculo y la importancia que ellos tienen para nosotros, como algo inseparable para nuestra vida.
Salir del armario y mostrarse orgullosos de nuestras formas de familias. Decirlo con alegría y orgullo, o con dolor y orgullo. Pero sentir y hacer sentir que es la manera perfecta que hemos encontrado para dar una familia a nuestros hijos e hijas y de tener nosotros una familia. Aunque se nos hace difícil.
José Ignacio Díaz Carvajal
Médico psicoterapeuta
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