«La adopción termina cuando los hijos nos adoptan a los adultos»

Adriana Tucci, madre de tres hijos adolescentes y autora de «¡Son tres!», cuenta en primera persona las alegrías y los desafíos que implican la maternidad adoptiva de niños grandes

«Dicen que los chicos grandes traen cosas, mochilas, como si el resto de las personas no las trajéramos». Cuando Adriana Tucci sintió la urgencia de formar familia después los 40 y la adopción le apareció como «el modo más natural» de hacerlo, comenzó a transitar el camino que la llevó a Brenda, Agustina y Salvador, a los que conoció hace una década cuando estaban a punto de cumplir 8, 6 y 4 años. Hoy ya son adolescentes. «Mis hijos hicieron un trabajo titánico por adoptarme a mí, porque la adopción es un proceso que termina cuando nuestros hijos nos adoptan a nosotros los adultos», dice la mujer, que cuando inició los trámites ni siquiera sabía si le permitirían iniciar el camino siendo «una mujer sola», que dejó de lado la ingeniería civil y su trabajo en empresas tecnológicas para escribir en primera persona su propia experiencia en «¡Son tres! Una historia de amor adoptivo». El libro, que se presentó en abril en Rosario y la semana pasada en Funes, busca -como dice su propia autora- «desmitificar lo que significa la adopción y sobre todo cuando hablamos de los llamados niños grandes».

Una de las primeras cosas que Adriana señala que aprendió en el proceso que inició hace más de diez años -y en el que ahora acompaña a otras familias- es justamente que «esos largos tiempos de espera de las adopciones de los que muchas veces se habla no son tan así y que las familias que esperan tanto, lo hacen porque esperan adoptar niños recién nacidos o bebés. Aprendí que cuanto más disponibilidad adoptiva uno tenga, más corta es esa espera; si estás dispuesto a niños más grandes y a grupos de hermanos, es más corta; y si estás disponible para adolescentes, es mucho más corta aún».

En Santa Fe actualmente hay 29 chicos y chicas de entre 13 y 17 años que están a espera de familias: 20 de ellas son chicas, de las cuales 5son del sur provincial, y 9 son varones, de los cuales cuatro son del sur santafesino. «Es la denominada legalmente franja de adolescentes y que nos preocupan especialmente los que tienen 17 años y están próximos a cumplir su mayoría de edad», explicó la directora provincial del Registro Único de de Aspirantes con Fines Adoptivos (Ruaga), Magdalena Galli Fiant.

Para dar cuenta de las dificultades que significa encontrar familias para estos chicos y chicas, la funcionaria explicó que se trata de casos donde se están llevando adelante «búsquedas públicas excepcionales», lo que significa es que previamente «ya se agotaron todas las instancias de búsqueda dentro del sistema, tanto entre los inscriptos en el registro provincial como entre los registros del resto del país».

«Son muy pocos los inscriptos con disponibilidad adoptiva para mayores de 10 años y los que hay, ya fueron afectados a alguna situación», continuó Galli Fiant, quien dejó en claro que «no se trata de buscar un proyecto de empatía y colaboración para los chicos, buscamos para ellos familias, ya sean proyectos monoparentales o de parejas, pero que deseen formar familiar. No es ayudar, ni un proyecto de solidaridad, se trata de maternar y paternar, con todas las luces y sombras de cualquier vínculo materno y paterno».

Un punto en el que Tucci también hace hincapié cuando cuenta su historia, y que se suma a las voces públicas que se vienen alzando para desmitificar los conflictos con relación a la adopción de niñas y niñas que ya no tan chicos. Otro ejemplo de ese ejercicio es el que lleva adelante el colectivo #AdoptenNiñesGrandes, que comenzó a circular a traves de la red social Twitter, que cumplió un año en mayo pasado y que reúne a madres y madres también con mucho que decir sobre sus experiencias.

La historia en primera persona

¿Qué te llevó a escribir tu historia y la historia con tus hijos?

Escribirlo tiene que ver con hablar de adopción, con que se sepa. Sentí que contar la historia, las cosas de todos los días podía desmitificar mucho de la adopción y especialmente si hablamos de niños grandes. Mis hijos llegaron a dos semanas de cumplir 8, 6 y 4 años. Hay mucho mito con relación a la adoptación de niños grandes o grupos de hermanos. «Que traen su historia», «que traen mochilas», como si el resto de las personas no las trajéramos. Claro que traen cosas. Lo que tenemos que hacer es escucharnos y respetarnos. Hay que respetar esa historia y restituirle el derecho de vivir en familia. Contar nuestra historia es una forma de tener un registro familiar, pero fundamentalmente mostrar que en esta familia pasan cosas como en cualquier otra, que las madres adoptivas nos enfrentamos a nuestras mejores virtudes y nuestros peores defectos, como todas las madres y los padres.

¿Cómo fue y como es tu vínculo con la maternidad a la que llegaste después de los 40?

Había estado de novia y en pareja, me había imaginado con hijos, pero nunca había tenido el deseo urgente de ser madre. A los 46 me pregunté si iba a seguir esperando y fue todo junto. Quizá esa idea estaría madurando en algún lugar y me descubrí con el deseo profundo e intenso. La posibilidad de adopción apareció como la más natural, aunque sé que hay otros métodos. Y lo que más me hizo madurar la idea de la adopción fue cuando en una de las primeras charlas informativas de una asociación hablaron de la cantidad de chicos más grandes y grupos de hermanos que había, esperando tener familias. Usaron la frase: «Hoy en los hogares de niños están muy bien, van a escuela, van a fútbol, tienen de todo: ropa y abrigo, pero no tiene padres». Y eso fue lo que me hizo pensar que quería ahijar a esos niños y descarté la idea de un bebé y me postulé para adoptar hasta 2 hermanos de hasta 5 años.

¿Cómo atravesaste el proceso?

En el camino, cada una de las preguntas que te hacen en los formularios y registros son intensas, te enfrentan nuevamente al deseo y sobre todo a qué estás dispuesto. Por eso hablamos de disponibilidad adoptiva. Es un proceso que te invita a mirarte muy profundamente y yo lo hice sin sentirme juzgada por el afuera, intentando responder sinceramente a cuestiones concretas a las que estaba dispuesta a enfrentarme: estado de salud de los niños, edades, cantidad de hermanos. Y toda respuesta que uno dé en ese momento es válida, porque estás frente aun compromiso importante, que es el mismo que tomás cuando decidís quedar embarazada. A mí me llamaron y dijeron que eran tres en lugar de dos, y bueno, si hubiera estado embarazada y me hubieran dicho que eran trillizos no iba a devolver uno. También desde el inicio la maternidad es imprevisión total y uno tiene que estar dispuesta.

¿Qué mitos de la adopción desandaste en este camino de diez años?

Una de las primeras cosas que aprendí es que adoptar no es tan así que adoptar lleva «tiempo y espera». Aprendí que esas familias que esperan tanto es porque esperan un bebé y que cuando más disponibilidad adoptiva tengas, más corta es la espera; si estás dispuesto a niños más grandes y a grupos de hermanos, y si estás disponible para adolescentes, es mucho más corta aún. Supe que una persona sola puede adoptar sin estar en pareja, que fue una de las primeras preguntas que hice porque ahora hay mucha información disponible, pero hace 12 años cuando empecé el proceso no había tanta y tan a la mano. Aprendí sobre eso que los niños más grandes «pueden ser más conflictivos porque traen más historias», que cada uno trae su historia y que hay que respetarla. Mis hijos hicieron un trabajo titánico de adoptarme a mí, porque como dice otra madre adoptiva, el proceso de la adopción se termina recién cuando nuestros hijos nos adoptan a nosotros los adultos.

¿Cuáles fueron los principales desafíos y complejidades que enfrentaste?

Principalmente, dar lugar a todo lo que mis hijos no sabían. Si volviera a hace diez años, no daría nada por sentado en las cosas más cotidianas, porque mis hijos venían de otra geografía y de otras costumbres. Una anécdota que cuento en el libro y que lo ejemplifica es que ellos llegaron a Buenos Aires en verano, cuando empezó el frío de otoño, un día le doy a mi hija mayor una campera y me responde que ya tenía puesto un buzo. Le explico que es una campera, para estar afuera; me contesta que va a tener calor. Tuvimos una pequeña riña y después de muchos días entendí que mi hija venía de Orán, una ciudad donde hace 50 grados en verano y 20 en invierno y que, probablemente, nunca había usado campera en su vida. Como eso, montones de cosas que no me daba cuenta o que no me tomaba el tiempo de decir esto es así, sino que las daba por sabidas. Esto puede parecer banal, pero sucedía con las cosas más sencillas y hasta con las más complejas.

¿Cuándo sentiste que ellos te adoptaron como madre?

Salvo los primeros meses donde nos estuvimos conociendo, mis hijos son muy cariñosos y se entregaron de entrada y sé que no en todos los casos es así. Pero así y todo, como familia y como en todas las familias, seguimos todos los días trabajando nuestros vínculos. Son muy especiales mis hijos, muy sabios y muy profundos, y eso permitió que fuera muy rápido. Pero claro que tuve incomodidades en el proceso, cosas de su historia previa que relataban y el desafío que yo tenía por delante para no juzgar eso que contaban. Y ni que decir ahora ya soy madre de adolescentes, donde la incomodidad es cosa de todos los días, en cada uno de ellos con sus particularidades. Casi que estoy incómoda todo el tiempo.

Eugenia Langone
www.lacapital.com.ar

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