Familias de acogida, el cordón umbilical entre el pasado y el futuro

Los hogares alternativos son una oportunidad para los menores tutelados, que les permite crecer en el seno de una familia y evitar los centros residenciales

Existen padres y madres de ‘tripa’ y los hay de corazón. Con esa metáfora definen Guillermo y Emilia su experiencia como familia de acogimiento permanente. Laura y Patxi, por su parte, consideran sus acogimientos de urgencia como el eslabón de una cadena que en el futuro sustentará la vida de los menores que pasaron por su hogar. Diferentes visiones con una mirada común: ofrecer a los menores que han vivido una situación de desprotección grave una oportunidad para crecer en un hogar estable, cálido y normalizado en el que sentirse seguros y protegidos. Una posibilidad, en definitiva, de ayudarles a avanzar hacia un futuro mejor.

La Diputación Foral de Bizkaia implantó esta medida de protección en 1997 para las personas menores de edad que, por diversas circunstancias, no pueden vivir con sus padres y madres biológicos. En la actualidad, 308 menores residen en estos hogares alternativos: 168 en familias ajenas -como las de este reportaje-, y 140 en familias extensas, principalmente con sus tíos y abuelos de origen. «Esta medida temporal y revocable les ofrece una vinculación afectiva estrecha, un espacio de relación y de comunicación íntimo con familiares cercanos, modelos de parentalidad funcionales, de afecto, protección, coherencia en las respuestas a sus conductas… Es una oportunidad para un desarrollo pleno de su personalidad, conservando siempre la relación con su familia de origen», explica Isabel Cárdenas, trabajadora social de la sección de acogimiento familiar y adopciones del Servicio de Infancia de la Diputación.

¿Qué modalidades hay?

En los hogares de protección tutelados por el ente foral hay 809 menores, «de los que un gran porcentaje podría beneficiarse de un acogimiento, pero no tenemos suficientes familias», lamenta Cárdenas. La necesidad de ellas es permanente, por los menores que ya están y porque se desconoce cuándo llegará el siguiente. Existen cuatro modalidades de acogimiento: de urgencia, temporal, permanente y especializado.

De urgencia, para niños y niñas menores de 6 años que están a la espera de que se decida qué medida de protección familiar les corresponde. En este caso, el tiempo máximo de acogida son seis meses y se formalizan «inmediatamente», ya que existe «un servicio de guardia en el que a través de una llamada del hospital, de la policía o de los juzgados se puede detectar o identificar una situación de desprotección grave y hay que asumir una alternativa», señala Cárdenas. Por eso, las familias de urgencia precisan tener «especial disponibilidad».

El temporal está pensado para niños y niñas con posibilidad de reintegrarse en su familia biológica o que se encuentran a la espera de una medida de protección más estable, como el acogimiento permanente o la adopción. El tiempo máximo de estancia son dos años, aunque con excepciones: que se aconseje la prórroga por la previsible e inmediata reintegración familiar o la adopción de otra medida de protección definitiva.

La acogida permanente es para menores que ya han vivido dos años en acogimiento temporal y no pueden reintegrarse con su familia de origen. Es un acogimiento estable con previsión de más de dos años, pudiendo llegar a ser una medida definitiva.

Por último está el especializado, enfocado en menores con necesidades o situaciones especiales: «psicopatologías graves diagnosticadas; edades avanzadas -7 u 8 años-, con una mochila bastante cargada; grupos de hermanos; preadolescentes con trastornos de conducta y adaptación social que requieren intervención específica; o con discapacidades o dependencias graves», enumera Cárdenas. Personas, en definitiva, que requieren una atención «intensa y especializada», por lo que las familias voluntarias cuentan con formación específica (psicólogos, trabajadores sociales, pedagogos, educadores sociales…), mucha disponibilidad y experiencia laboral con menores de edad.

¿Seremos capaces?

Cuando una pareja se plantea ser familia de acogida, una de las principales dudas es si será capaz. «No se necesita nada especial, solo tener voluntad de querer hacerlo y una vida estable, sin muchas fuentes de estrés añadidas, que no atraviesen una etapa de crisis o duelo y que cuenten con un mínimo apoyo social», tranquiliza Cárdenas.

Una vez dado el paso de plantearse ser familia de acogida, el siguiente será asistir a una sesión informativa donde se explica en qué consiste. En caso de continuar interesados, se recibe una formación de cuatro sesiones en las que se profundiza en lo que implica el acogimiento, la realidad y dificultad del menor y su familia, las características del proceso de acogida y el seguimiento profesional. «En la última sesión participan familias en activo o con varios acogimientos que cuentan su experiencia personal. Es la parte más esperada», reconoce Cárdenas.

Porque saberse la teoría está muy bien, pero la práctica es otra historia. Por eso, a las personas voluntarias les piden que realicen un ejercicio de empatía. «Que se pongan en los zapatos del menor para que sientan lo que debe ser que te saquen de tu casa, que buena o mala, es el lugar donde estabas con tus padres, con tus personas de referencia y a las que quieres». Y de ese adiós, a un hola en un lugar desconocido. «Los primeros días son un poco complicados hasta que el niño más o menos se sitúa, entiende o acepta lo que ha pasado, que seguirá viendo a sus padres… Están un poco temerosos, es un proceso de observación mutua», repasa Cárdenas. Después, llega la segunda etapa, en la que «comienza a ver que esa nueva familia le cuida y se preocupa por él». «Durante el primer año florecen, entre profesionales solemos decir que les empieza a brillar el pelo, les cambia la expresión de la cara… Cuando ya tienen una seguridad mínima en esa familia, empiezan a aflorar sus angustias, sus traumas y hay que trabajarlo. Es una carrera de fondo en la que hay que acompañar al menor para que pueda resolver y reparar el daño que tiene», valora la técnico.

Guillermo y Emilia Una hija biológica y un niño en acogida permanente

Guillermo y Emilia, por ejemplo, conocieron a su primer chaval de acogida un mes antes de decretarse el confinamiento. Asistieron a la charla y luego al proceso de formación. «Hay mucho que informar, muchas dudas que despejar. Hay mucha niebla en la luz y que sean sesiones compartidas con otras familias favorece el intercambio y lo enriquece», admite él. Realizaron el proceso de acoplamiento del menor a la nueva familia y de desacoplamiento de la anterior, que permite que el menor se despida poco a poco y que coja confianza de manera paulatina con la nueva familia. «Está muy bien fundamentado y articulado por calendario, pero en nuestro caso no pudo cumplirse al 100%». ¿Por qué? Porque el coronavirus lo trastocó todo. «Vino a quedarse a dormir el 13 de marzo de 2020 y ya no se fue». «Nos prometíamos grandes excursiones por el monte, por la playa… somos unos aventureros, nos gusta estar fuera de casa. Y de repente se encontró con nosotros en casa. Las llamadas, el whatsapp, las videollamadas nos parecían algo supermoderno, pero para un crío de 3 años no», admite Guillermo. «El paso no fue fácil, hubo momentos de mucha intensidad emocional, pero así tuvimos que vivirlo», afirma.

A quien le vino de perlas fue a su hija biológica. «Es solo un poco mayor que él y encontró un compañero de faenas», recuerda. Les habían advertido de que Eneko -nombre ficticio- hablaba poco «y en realidad habla mucho, pero tiene su propio idioma y ella hacía de intérprete. Cuando le preguntabas si quería más puré, ella decía ‘¿pero no entiendes que te ha dicho esto, esto y esto…?’. Y el niño le miraba con una sonrisa angelical. Se vinieron muy bien mutuamente. A ella le enseñó muchas cosas sobre la responsabilidad». Aunque también tienen las típicas peleas de hermanos, todo hay que decirlo.

¿Qué ha supuesto esta experiencia para la familia? «Ha empezado un capítulo nuevo fundamental en nuestras vidas», resume Guillemo. A él, cuenta, le ha aportado «mucha experiencia y el don de la paciencia». De hecho no descarta el acogimiento de urgencia a futuro. Por eso invita a que más familias se animen a dar una vida a estos menores. «Vivirán experiencias intensas, fuertes, y algunas difíciles, pero las fáciles prevalecerán».

En la actualidad, el menor tiene visitas de cadencia quincenal con su madre biológica. «Con su ama de la tripa. Nosotros somos del corazón -describe-. Esos encuentros son ansiados, esperados y siempre celebrados. Da gusto verles juntos porque ella es supermaja, está claro de dónde ha sacado el niño su encanto. Se quieren mogollón y los encuentros le sientan muy bien. Cuando por diversos motivos se espacian, a él se le nota un poco más revuelto porque la echa de menos», detalla. Y aunque sepa que algún día Eneko podría volar del nido, «es una aventura que no cambiaría». «El cariño está ahí y, si los pajaritos tienen que volar, que vuelen. Estaré aquí cogiendo lombrices por si regresan», dice. «Será una buena noticia para él, para su familia biológica y para nosotros porque es una responsabilidad y confío en que todo vaya muy bien. De la misma manera que cuando tus hijos biológicos crecen y se van a estudiar fuera o se independizan, lo pasamos mal, pero es así, son hijos y vuelan. Están hechos para eso».

Laura y Patxi Dos hijos biológicos y cuatro acogimientos de urgencia

La pareja formada por Laura y Patxi, con dos hijos biológicos, ha realizado ya cuatro acogimientos de urgencia, todos de una duración menor de 6 meses. Saben que, salvo en los periodos que se establecen de descanso entre acogidas, en cualquier momento les puede sonar el teléfono y necesitarán tener la cuna o los juguetes preparados. Fue una vecina del pueblo quien les habló del programa y decidieron informarse. «No te cuentan lo bonito, sino la realidad, las mochilas de los niños, que es lo que te puede echar para atrás. Te dan un periodo de reflexión y después se realiza la valoración. Las preguntas no asustan, son temas normales: cómo es tu familia, tu entorno…», explica Laura. El acompañamiento por parte del equipo de profesionales, además, es constante.

En su caso, la pareja optó por el acogimiento de urgencia, aunque cuando sus hijos biológicos crezcan, no descartan la permanente. El primer bebé llegó «con 15 días, directamente del hospital; el segundo con año y medio; el tercero con un mes y 9 días desde el hospital, fue un gran prematuro y estuvo en la UCI ingresado; y el cuarto con cinco meses y medio», repasa la vizcaína. «La sensación que tienes de poder ayudar es maravillosa. Piensas que has formado parte de su vida y eso es muy bonito», valora.

No le importa que, al ser tan pequeños, quizá no les recuerden cuando crezcan. Aunque por el momento mantienen relación con todos. Uno regresó con la familia extensa, otro fue adoptado y dos se reunificaron con la familia biológica. «Con el primero lo pasamos fatal, nos marcó a todos. Cuando se marchan estás triste y contenta a la vez porque empiezan su nueva vida y tú has sido el enlace con esa nueva vida. Nosotros hemos sido una mano amiga que hemos ayudado en un momento determinado», compara.

Sus hijos tienen claro también que la estancia será transitoria. «Todos forman parte de sus vidas y ven que donde se van serán felices y que tendrán una vida normal. Para ellos estas experiencias también son bonitas», aprecia. De hecho, «el pequeño lo cuenta en el colegio como algo normal. Con el último contó que se iba y la andereño le preguntó cómo lo llevaba y su respuesta fue ‘Bien, porque va a ir a su casa y estará bien», recuerda. «Lo tienen interiorizado y les hace valorar lo que tienen y entender que hay niños con muchas necesidades y que podemos ayudarles», reflexiona.

¿Qué miedos tuvieron al principio? «Mi marido insistía en si estaba segura de dar el paso porque soy muy llorona y sensible y me iba a encariñar y a pasarlo mal cuando se fueran. Y sí, con el primero lo pasé fatal, pero con los siguientes sabes que les has ayudado. A veces te avisan con poca antelación, y los primeros días tienes el subidón de la emoción, pero luego quieres que se vayan pronto porque donde tienen que estar, por mis casos, es con su familia, no conmigo. Así que según vienen ya nos preparamos para la despedida y, mientras están, les hacemos partícipes de nuestra vida. Solo somos un eslabón de la cadena que después sustentará su vida, un cordón umbilical que les une a su pasado y a su futuro. Ellos no tienen la culpa de nada y tienes derecho a ser felices».

María Ruano
www.elcorreo.com

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