Anhelo de consuelo

Abrázame, abrázame
Y arráncame el escalofrío
Abrázame, abrázame
Que me congela este vacío […]
Luis Eduardo Aute

Quienes sois fieles seguidores y amigos de Buenos tratos (somos ya legión, muchas gracias por vuestra fidelidad) sabéis que tengo por tradición escribir un post especial por Navidad. Vivimos una situación mundial dura, con varias guerras horribles causando muerte y devastación a miles de víctimas inocentes, entre ellas niños y niñas, que nos sume en una rabia y tristeza profundas y en un desesperante sentimiento de impotencia. Guerras (y sus refugiados sin identidad) que se suman al dolor de otros seres humanos que, sin recursos, en innumerables partes del mundo, sufren las consecuencias del empobrecimiento, el hambre, la soledad, la enfermedad, el abandono, la inmigración, las catástrofes naturales… ¿Pocos motivos para celebrar la Navidad? ¿O, al contrario, muchas razones para recordar y reivindicar su auténtico significado?

Quizá en estos tiempos post-pandémicos caracterizados por la preocupación social por la salud mental (los psicólogos y psiquiatras no paramos de trabajar y de atender personas con diferentes trastornos y crisis emocionales, lo cual nos alerta de que “algo está pasando”; aunque también existe una mayor sensibilidad y una cultura de autocuidado que antes no había), donde las cifras de suicidio crecen año a año (especialmente entre los adolescentes, una población vulnerable), parecen existir pocos motivos para la esperanza. A uno le sale clamar como Luis Eduardo Aute y pedir que le abracen. Porque sentimos miedo y nos congela el vacío de un mundo cada vez más deshumanizado.

A pesar de todo, soy optimista. Tengo una gran convicción y fe en las redes de apoyo mutuo, en que las personas podemos ser lo mejor para otras personas, si existe una educación que se base en el Paradigma de los buenos tratos a la infanca de Barudy y Dantagnan. (Barudy y Dantagnan, 2005). Sabemos que nuestra sociedad no es, muchas veces, productora de buenos tratos y que eso tiene grandes consecuencias en el desarrollo de nuestros niños y niñas. Toda el área del cerebro socioemocional donde se asienta la conducta antisocial y violenta es la misma en la que se desarrollan el afecto y la empatía por los demás. Autores como Moya, Barudy, Dantagnan, Baron-Cohen, Schore, Goleman, Benito… entre otros, lo explican desde el punto de vista científico. Bruce Perry (2017) lo dice claramente: no hay nada que más repare a nivel emocional cuando se ha vivido un trauma o se experimentan problemas emocionales que una “poderosa red de relaciones”. Por eso, los abrazos que Aute reclama son más que una metáfora.

Si los seres humanos conseguimos tejer redes de cuidado y sostenimiento afectivo entre nosotros, nuestra especie podrá sobrevivir y afrontar todos los desafíos que este planeta en el que vivimos nos lanza. Un planeta que tose porque está enfermo, pues también le hemos maltratado duramente. Sus “alteraciones emocionales” se observan en las “alteraciones climáticas”. Este año 2023 pasará a la historia como uno de los más calurosos hasta la fecha… No es buen síntoma.

La ola de sufrimiento mundial que nos asola desde hace muchos años (aunque en la sociedad occidental la pandemia de salud mental la estemos notando más ahora) sólo puede atenderse y sujetarse desde la solidaridad humana. Personas que calladamente («manada de hombres y mujeres buenos y buenas», como dice Jorge Barudy) se ocupan del bienestar, y de proveer buenos tratos a otros seres humanos, especialmente a los más vulnerables y vulnerados. Nuestra supervivencia está decididamente arraigada en «el poder del apego grupal», por lo que las palabras de Arturo Ezquerro (2023), psiquiatra y discípulo de nuestro querido John Bowlby, sobre la fuerza de los grupos, formales e informales, tienen mucho sentido para nosotros: «El apego de persona a grupo incluye algunas de las funciones que regulan el apego de persona a persona, por ejemplo, ambos tipos de vínculos incluyen la búsqueda de apoyo y de protección, así como el desarrollo de una capacidad de respuesta mutua y de cierto grado de intimidad emocional, que son procesos relacionales clave. Para comprender la naturaleza del apego grupal, es esencial identificar con qué se vinculan exactamente las personas cuando se relacionan, no sólo con los miembros o líderes del grupo sino, también, con el grupo en su conjunto como-un-todo».

Por eso, creo que solo cabe hablar de Navidad si existe ese espíritu transformador que movilice a las personas a fomentar vínculos que buscan el apoyo y la protección, pues los cuidados son la base de una sociedad avanzada y sensible. Toda la exuberancia que la Navidad puede conllevar tiene sentido si ese espíritu nos impregna y se alarga todo el año.

Este año el mensaje de Navidad que quiero transmitir se basa en poner en valor este sistema de cuidados y afecto que los seres humanos, cuando somos auténticamente humanos, somos capaces de proveernos. A los niños, adolescentes y ancianos sobre todo, que son los que más los necesitan. Y esto lo hacen miles de personas callada, silenciosa, bondadosa y afectuosamente. Y llevan un anhelo de esperanza y consuelo a miles de personas cada día. Es el abrazo de Luis Eduardo Aute, un algo así como «estoy contigo». Es un mensaje de Esperanza, que es intrínseco a la Navidad, pues es el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el sol que renace invencible. El solsticio de invierno que los cristianos asociaron con el Nacimiento de Jesús (Luz) y su victoria sobre la muerte (Tinieblas). La victoria de los buenos tratos (Luz) sobre los malos tratos (Tinieblas), que es con lo que soñamos todos y todas los y las que hacemos buenos tratos.

Cada año aludo a un símbolo que refleje las ideas que quiero compartiros. En las nochebuenas anteriores he hablado de la empatía, de las novelas dickensianas, de “Los Miserables”, de Frank Cappra, de Benjamina de Burgos… Este año mi mente ha hecho una asociación con la canción de Navidad más famosa del mundo: “Noche de Paz”. ¿Por qué? Porque se compuso en una época posterior a las guerras napoleónicas y todo Europa ansiaba la paz (tiempo después, hoy las guerras devastan muchas zonas del mundo y todos ansiamos la paz). Y porque es un canto a la esperanza y un arquetipo del consuelo que necesitamos los seres humanos. Y porque nació en una Noche muy especial, de una manera callada y silenciosa, humilde y pobre, sin pretensiones. Los grandes hitos de la humanidad, las cosas más sublimes, lo son porque surgieron en mitad de la adversidad y de una manera sencilla, sin coheterías.

¿Conocéis el nacimiento de la canción de Navidad Noche de Paz? Os lo cuento. Es que es como un cuento…

Cuando el 24 de diciembre de 1818, en una pequeña iglesia de la localidad de Oberndorf, cerca de Salzburgo, fue cantada por primera vez por su letrista, Joseph Mohr (1792-1848), coadjutor de Salzburgo, y su compositor Franz Xaver Gruber (1786-1863), maestro y organista natural de la Alta Austria, nadie imaginaba que iba a convertirse en la canción de Navidad más famosa del planeta.

La génesis de la obra empieza humilde, cuando el joven cura Mohr idea un poema de seis estrofas (hoy suelen cantarse tres) en 1816, llamado “El año sin verano”, debido a un severo frío anómalo que destruyó cosechas y propagó el hambre. Los científicos lo atribuyen a una caída de la actividad solar sumada al oscurecimiento del cielo por millones de toneladas de polvo, cenizas y dióxido de azufre arrojadas a la atmósfera en fuertes erupciones volcánicas en 1815 en Indonesia. Las causas del desastre climático, uno de los peores de la historia moderna, eran desconocidas para la gente de entonces, y en Europa central agravó la inseguridad sociopolítica y las penurias que ya habían dejado las guerras napoleónicas (1792-1815).

Mohr, nacido en la pobreza como hijo ilegítimo en Salzburgo, la ciudad natal del legendario Mozart, pudo hacer carrera gracias a la ayuda de un vicario que descubrió su talento y lo promovió. Aparentemente, fue Mohr quien le pidió a Gruber, un maestro de escuela y organista, componer una melodía para su poema, y los dos entonaron juntos la canción en la Misa de Gallo de 1818 en Oberndorf, acompañados por una guitarra. Tal noche como la de hoy estos dos grandes hombres hicieron sonar tan bellos acordes y cantaron tan bella letra. Parece ser que unos ratoncillos habían roído el fuelle del órgano de la iglesia y tuvieron que crear una canción de Navidad para ser interpretada a guitarra. ¿Gracias a estos roedores tenemos el villancico más bonito del mundo?

Poco después los caminos de los dos amigos se separaron, sin imaginar la gigantesca expansión de la audiencia que iba a tener su obra conjunta gracias, sobre todo, a familias tirolesas de vendedores ambulantes que la integraron en el repertorio de canciones que ofrecían en ferias y actuaciones por Europa.

Para Tina Breckwoldt, autora del libro “Ein Lied mit Geschichte” (“Una canción con historia”), el poema “tocó un nervio” altamente sensible en la Europa de entonces: “Todos deseaban la paz”. ¡Yo creo que todos deseamos la paz ahora también!

Además, “Mohr, que había nacido y crecido en medio de la guerra”, expresa en tres de las estrofas, las menos cantadas hoy, «el ideal de la unión de los pueblos», explicó en el 2018 (bicentenario de la creación del villancico) a Wanda Rudich de la Agencia EFE, la experta, responsable de Dramaturgia del célebre coro infantil Niños Cantores de Viena. “Noche de Paz” es mucho más que una canción de Navidad», afirma.

El villancico entusiasmó así en Leipzig (Alemania), San Petersburgo, París, Londres o Nueva York y además fue impreso en numerosos cancioneros y los misioneros cristianos lo dieron a conocer en todos los continentes.

El 24 de diciembre de 1914 la entonaron cientos de miles de soldados de diversas naciones en su idioma natal, desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en unas horas de tregua apodadas «milagro de hermandad». Ojalá esta canción fuera capaz de parar las guerras que hoy asolan el mundo…

Años más tarde, en 1941, mientras la dictadura nazi intentaba imponer una versión de propaganda, cambió la letra por «…todo duerme… Adolf Hitler vela por el destino de Alemania».

El presidente de EE.UU., Franklin D. Roosevelt, y el primer ministro británico, Winston Churchill, la cantaban en la Casa Blanca.

Bing Crosby, Simon y Garfunkel, Johnny Cash, Justin Bieber, Sinéad O’Connor… son solo algunas de las estrellas de la música popular que han presentado versiones propias del villancico.

Nació una fría Nochebuena en los Alpes austríacos, recorrió el mundo conquistando generación tras generación, interrumpió batallas, fue manipulado por los nazis y adaptado a diversos estilos: el villancico “Noche de Paz, Noche de Amor” cumple 205 años. Nadie se libra a veces de los malos tratos y el villancico fue vilipendiado y ensuciado por los nazis. Pero el poder resiliente de este es transformador y nada pudo con él. Se abrió camino para llegar con su mensaje profundo de

ESPERANZA
CONSUELO
PAZ

Recuerdo haberla cantado innumerables veces a lo largo de mi vida, como muchos de vosotros, seguro. Y si no lo habéis hecho nunca, no desaprovechéis hoy la oportunidad. Un año, que lo tengo grabado en mi memoria, siendo estudiante de psicología, en nuestra tradición de cuadrilla, antes de la cena de Nochebuena por los bares del barrio, lo cantamos uniéndonos a varias personas integrantes de un coro con quienes nos encontramos.

Doscientos cinco años después, cientos de millones de personas, una vez más, cantaremos esta canción esta noche en más de 300 idiomas y dialectos en todo el mundo. Sentiremos nostalgia y lloraremos, pediremos los abrazos que nos consuelan mientras nos arrullamos entre su melodía increíblemente sencilla y bella, y nos emocionaremos recordando a todos los que nos precedieron y amamos, porque influenciaron nuestra identidad y contribuyeron poderosamente en ser quienes somos, mientras anhelamos la paz.

Noche de paz es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, himno universal de la paz, bien cultural internacional y legado musical. Austria recordó en el 2018 el 200 aniversario de su creación.

José Luis Gonzalo Marrodán
www.buenostratos.com

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