Infancia e hiperactividad, inquietud, ¿divino tesoro?

Los chicos son medicados, pero ¿qué pasa en el entorno?
Los padres se quejan de que sus hijos son hiperactivos y muchos médicos los medican como solución mágica.

hiperactividad

Quién inquieta a quién: los niños a los adultos o los adultos a los niños? La nueva preocupación de esta vertiginosa época es apuntar a la hiperactividad de los más chicos. Pero resulta curioso que los padres de esos chicos «demasiados» movedizos vivan justamente como si las hormigas o un conjunto de abejas feroces los estuviesen persiguiendo. Sin parar. Sin tiempo para comer. Con pocas horas de sueño. De un trabajo a otro, con malabares propias del mejor circo del mundo, así viven muchos adultos hoy. He aquí un panorama de los adultos. ¿Sólo de los adultos? ¿Los niños qué perciben de ese mundo? ¿Por qué ellos deberían tomarse las cosas con más calma si los responsables de cuidarlos y de enseñarles viven de otro modo?

«Colocan el énfasis en el niño, pero hay que observar qué pasa en el entorno donde el niño se muestra inquieto. Al chico lo ponen inquieto. El autor de sus días cuenta que el niño es inquieto. La verdadera historia es que puede mostrarse así por diversas situaciones», describe contundente el pediatra Osvaldo Stoliar.

¿Y entonces? ¿Cómo saber cuándo estamos ante un problema que requiere atención médica? «Podemos definir dos situaciones: el síndrome de hiperactividad con desatención, que es el que está en boga se le ha dado categoría de entidad médica. Lo cierto es que en el mundo la pediatría está liderada por la medicina americana y el sistema médico norteamericano exige que para que el médico pueda facturar su actividad necesita definir un diagnóstico. Entonces se inventó el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y se le quiere dar una misma categoría que, por ejemplo, una neumonía. Pero la realidad es que no existen pruebas de laboratorio que separe a aquel niño que pudiera tener este síndrome de aquel que se dice que se muestra inquieto: lo cierto es que la escuela está sobrecargada y su medio social no lo contiene adecuadamente», es claro Stoliar al respecto.

Los niños muy curiosos requieren más respuestas y más atención en muchos casos. Y justamente ese parece ser el inconveniente. «Justamente el niño que se muestra inquieto suele ser suficientemente inteligente como para resaltar o demostrar las contradicciones del sistema, entonces es señalado como enfermo, se le coloca un rótulo que pertenece a la psiquiatría y es en consecuencia tratado con medicación. Este síndrome tiene una incidencia muy distinta en países muy distintos y dentro de los mismos países y clases sociales. Es difícil establecer el límite. Y sin duda hay un sobrediagnóstico. Los chicos no hacen otra cosa que reflejar lo que les pasa a sus padres especialmente en las grandes ciudades, donde los adultos duermen mal, hay mucha presión social y desasosiego. Además, tanto los colegios públicos como privados tienen su problemática», define Stoliar y agrega: «Hoy las familias viven disgregadas. Antiguamente vivía reunida y tenía otros problemas. Muchos chicos pasan todo el día en la escuela y luego realizan una serie de actividades para desarrollar destrezas. Me pregunto cuántas de ellas van dirigidas al desarrollo de la personalidad, de la humanización. Recién el final del día queda para el contacto amoroso. Y el problema suele ser que los padres están tan agotados que tienen semibloqueada la sensibilidad debido a la hiperactividad a la que ellos están sometidos. La gran pregunta es: ¿Quienes son los hiperactivos?»

Diversas fuentes aseveran que las zonas más pudientes de la Capital suelen ser el lugar donde hay más niños medicados. Un estudio de la Fundación Aiglé, que se dedica a la investigación y capacitación en Salud Mental, arrojó que el 70% de los chicos considerados «insoportables»-término por demás despectivo y agresivo-tienen un comportamiento normal para la edad y no necesitan intervención médica. Sí los padres, sin duda.

Según la Dra. Mónica Oliver, psicoanalista infantil y jefa de Salud Mental Pediátrica del Hospital Alemán, «el problema comienza cuando los padres no se implican con lo que le pasa al hijo. Hay padres que no toleran pensar que ellos tienen que ver, y mucho,con lo que le está ocurriendo a su hijo».

Para la especialista «Un niño se siente seguro cuando hay un adulto que lo ayuda a resolver sus problemas. Los dos primeros años es la edad donde se arma una confianza básica para enfrentar la vida. Un niño seguro explora el ambiente. Comienza gateando, después camina y se produce lo que se denomina el enamoramiento con el mundo. Los que exploran son niños sanos y vitales, que se mueven y arman estrategias para conseguir lo que desean y tratan así de ser autónomos. Por lo contrario, el niño sumiso, quietito, no está bien. Pero para moverse tranquilos los niños chiquitos necesitan que haya un adulto que les garantice que pueden hacerlo. Y es importante no frenarlos. Dejar que tengan iniciativa. Por eso, el adulto tiene que estar conectado, previendo que no se lastimen. Es muy importante la actividad y respetar la iniciativa. Cuando no es así, cuando el adulto no puede garantizar el cuidado es cuando aparece el problema y en muchos casos se les traba la exploración porque hay que mirarlo. El resultado son nenes mirando la tele durante horas. Sin duda, los más chicos necesitan fertilizar su desarrollo con un gran despliegue de actividad. Hay momentos que se desplazan, otros que están quietos, concentrados. La actividad no es todo el tiempo. Un niño saludable tiene un comportamiento variable».

Jéssica Fainsod

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