Adopción de niños “grandes”: un proceso en blanco y negro
La adopción de niños mayores de tres años está aumentando en Latinoamérica. Aunque los miedos sobre la carga genética del niño, su historia de abandono o el que no esté “bien educado” oscurezan el panorama, no son impedimento para que más padres se decidan a quererlos. Aunque, advierten, no es un cuento de hadas.
En 2000 Soledad Puente decidió adoptar. Era soltera y ya había pasado los cuarenta, por lo que decidió tocar todas las puertas. La primera fue la de una jueza en Concepción (sur de Chile) que le dijo que sólo le podía dar un niño grande. Soledad se asustó, porque se había imaginado con un bebé de pocos meses y ojalá mujer, para vestirla de rosado. Pero como era su única posibilidad, aceptó.
Mientras esperaba respuesta, buscó más oportunidades. Llegó al hogar de niños del padre Alceste Piergiovanni. Una niña de once años, llamada Estrella, le mostró el lugar. “Era lo más amorosa que hay”, recuerda Soledad. Tanto así, que cuando el sacerdote le dijo que se la llevara unos días para conocerla, ella aceptó sin dudarlo. Pero se llevó una sorpresa cuando descubrió que tenía un hermano, José, de nueve años, al que Soledad hoy llama cariñosamente “mi yapa” (pilón, algo que se da por añadidura). Dos semanas después decidió adoptarlos.
Hasta que un repentino llamado telefónico cambió las cosas: la jueza, a quien había contactado al principio, le dijo: “le tengo una gorda rica, ¿por qué no viene a verla?”. A la semana siguiente, Soledad llegaba a su casa con sus tres nuevos hijos: Estrella (11), José (9) y Francisca (3).
Cuando el panorama es negro
Según Patricia Carmona, del Servicio Nacional de Menores de Chile (SENAME), casos parecidos al de Soledad casi no se dan, porque mientras mayor es el niño, menor su posibilidad de ser adoptado. Los más acogidos son los de tres o cuatro años, porque todavía son pequeños. A los siete ya no es lo mismo: ya han aprendido normas de comportamiento y tienen una personalidad definida. Más difícil es con uno de diez, que además está entrando a la adolescencia. Además, muchos padres temen que, al perderse las etapas de la primera infancia, sea más complicada la aceptación: no saben si lo podrán querer o si se llevarán bien con él.
Soledad coincide y explica: “Al principio son sólo una responsabilidad. El cariño va naciendo con el tiempo”.
Por otro lado existen las dificultades propias de la adopción. En un principio los niños son “los mejores del mundo”, hasta que ponen a prueba el cariño de sus nuevos padres, perdiendo el control de esfínteres, actuando como niños pequeños o haciendo grandes y ruidosos escándalos. Soledad dice que no pudo arreglar su casa hasta que sus hijos crecieron, porque rompían todo. Y cuando peleaban no era raro que le gritaran: “¡Tú no eres mi mamá!”.
Un futuro de vida luminoso
Pero como explica Francisco Vega, director de un hogar infantil, ésta es sólo una fase que viven los niños, hasta que se dan cuenta de que sus nuevos padres los quieren. Cuenta que tienen una autoestima mucho más baja, porque el único afecto que han recibido ha sido de las “tías” de los hogares. Desde los dos o tres años ya están conscientes de su abandono y suponen que siempre será así.
Según Patricia del SENAME, “lo único que tienen los niños es miedo y necesitan que les den seguridad”. No obstante, el futuro se ve esperanzador en Latinoamérica. En Chile, en 2000 fueron adoptados 68 niños mayores de tres años y en 2008, más de 160.
En Perú las adopciones de niños mayores de seis años, son el doble que las de bebés de hasta once meses, gracias a » Ángeles que aguardan» , campaña gubernamental para promoverla.
En Colombia, en tanto, la cantidad de niños mayores de siete años susceptibles de ser adoptados, es cinco veces más grande que la de los menores.Soledad dice que no es un cuento de hadas, pero vale la pena. Emocionada explica que hace algunos días sus hijos se fueron conversando en el automóvil (cosa impensable años atrás). Que José se estaba portando mejor. Que luego de una pelea, Francisca se había ido a su cama. Que Estrella le había dicho que sabía todo lo que la querían.
Y que después de nueve años “estamos entendiendo que somos una familia”.