Adopciones en la encrucijada

encrucijada1La adopción internacional está en un punto de inflexión. El número de familias que quieren adoptar un niño pequeño y sano supera el de menores adoptables de esas características. Crecen las voces que piden una reforma del sistema y alertan de que esa demanda alienta en algunos países que personas sin escrúpulos conviertan la adopción en un negocio.

La adopción internacional nació como una salida para la situación de los niños que habían quedado huérfanos en conflictos bélicos. Las guerras mundiales y la guerra civil de Grecia (1946-1949), primero, y las de Vietnam (1954-1975) y Corea (1950-1953), después, pusieron en marcha una red de personas e instituciones bienintencionadas para ayudar a las criaturas abandonadas a su suerte. Con el tiempo, la adopción internacional se fue expandiendo como una solución más para formar una familia. De un lado, personas que deseaban tener hijos y que, en muchos casos, tenían dificultades para concebir; de otro, niños que necesitaban unos padres que los cuidaran y los quisieran.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, crecen las voces críticas con el sistema de adopciones internacionales, se alarga la duración de los trámites y aumenta el desasosiego entre las personas que escogen esta opción. Si en el 2005 los tiempos de espera, por ejemplo, para adoptar un niño o una niña en China rondaban los siete meses, hoy superan ya los cinco años. En España, se estima que hay más de 20.000 familias a la espera de que se les asigne un menor, pero las adopciones culminadas el año pasado no llegaron a 3.200.

Los medios de comunicación sacuden periódicamente con elevadas cifras sobre el número de menores que se buscan la vida en las calles de Río de Janeiro o de Adís Abeba. ¿Qué pasa? ¿Es culpa de una burocracia insensible que haya padres y madres que esperen durante años para adoptar cuando existen tantos menores que no tienen una familia que les cuide?

A la vez, con más frecuencia, la prensa internacional se hace eco de casos de supuesta corrupción ligados a la tramitación de adopciones. Un caso sonado fue el de la ONG francesa El Arca de Zoé, que trató de sacar a 103 niños de Chad que resultaron no ser huérfanos. La terrible constatación de que gran parte de los niños que estaban en adopción no eran en realidad adoptables llevó en su día al cierre de las adopciones internacionales en lugares como Guatemala, Camboya, Nepal, Kazajistán o Congo. Más recientemente y por idénticas razones, Estados Unidos, Canadá, Suecia e Irlanda han paralizado las adopciones en Vietnam, y Austria, Irlanda y Australia han dado cerrozajo a sus programas de adopción en Etiopía.

¿TANTOS HUÉRFANOS?
Muchas personas creen que en el mundo hay muchos niños hacinados en orfanatos, esperando que alguien quiera adoptarlos. Se piensa que la mayoría de ellos son niños pequeños y sin graves problemas de salud. Como los padres biológicos, la mayoría de los padres adoptantes desean que sus hijos no tengan enfermedades o discapacidades, e inician el camino convencidos de que en algún lugar del mundo un niño así necesita una familia que ellos pueden darle.

La realidad es muy distinta: no es verdad que los centros de menores de los países en vías de desarrollo estén llenos de pequeñines esperando una familia. Ciertamente, hay miles de niños en el mundo que no tienen quien realmente se ocupe de ellos. Sólo en Vietnam, se estima que hay entre 20.000 y 40.000 viviendo en la calle, pero no son esos los niños que se adoptan. Aquellos que ven pasar su infancia en un orfanato esperando una familia tienen en su inmensa mayoría más de seis años o presentan algún tipo de discapacidad o necesidades especiales.

Unicef viene advirtiendo desde hace unos años de cómo el aumento de familias de países ricos interesadas en adoptar (unido a las posibilidades de lucro que da) “ha alentado el crecimiento de una industria de las adopciones, en la que se da prioridad a los beneficios materiales en detrimento del interés superior de los niños”. Paradójicamente, la propia Unicef ha contribuido a este fenómeno mediante su labor de concienciación sobre las necesidades de la infancia de los países pobres. Aunque recientemente ha emitido una nota aclaradora, sus informes han ayudado a cimentar la falsa idea de que millones de niños necesitan una familia que los adopte.

Cuando desde esta organización de las Naciones Unidas se hace público que existen en el mundo más de 130 millones de huérfanos, pocas veces la opinión pública tiene la oportunidad de profundizar lo suficiente para entender la realidad que se encuentra tras esa cifra: para empezar, se contabiliza como huérfano a todo menor de 17 años cuando su padre, su madre o ambos han fallecido, pero Unicef reconoce que la inmensa mayoría de esos niños vive con uno de sus progenitores, con los abuelos, unos tíos u otros familiares, por lo que no tienen necesidad de ser adoptados. Del número total de huérfanos, el 95% tiene más de cinco años, y un porcentaje importante tiene algún tipo de discapacidad, es seropositivo o padece alguna enfermedad que le dejaría fuera del circuito de adopción internacional.

“La idea de que el mundo en desarrollo tiene millones de bebés y niños pequeños sanos que necesitan nuevos hogares es un mito. Tanto en los países ricos como en los pobres (con excepción hecha de China, por su política del hijo único) los bebés sanos rara vez son abandonados”, explica E. J. Graff, del Instituto Schuster de Periodismo de Investigación y autora de The Lie We Love (la mentira que amamos, que en la versión española se tradujo como Hijos de la mentira), publicado en la revista Foreign Policy. Apoyado en un amplio trabajo de investigación sobre la realidad de la adopción internacional en distintos países, su análisis es rotundo: “En realidad, hay en el mundo muy pocos huérfanos pequeños que puedan ser adoptados.

Los huérfanos rara vez son bebés sanos, y los bebés sanos rara vez son huérfanos”. Graff abona la teoría de que hay una industria de las adopciones que ha creado un entramado de fabricación de huérfanos: buscan en las zonas socioeconómicamente más vulnerables a niños con los que llenar los orfanatos, mediante una red de buscadores (en la que participan desde trabajadores sociales hasta agentes de policía, enfermeras u otro personal hospitalario) que engañan a las familias, o las convencen o les pagan para que renuncien a sus hijos o simplemente se los arrebatan. Después, falsean su historia y consiguen papeles oficiales que les declaran huérfanos o abandonados y, por ello, adoptables.

RIESGO DE FRAUDE
La corrupción en el ámbito de la adopción internacional no es algo nuevo, pero hasta hace muy poco se creía que, si se seguían los cauces legales y se contrataban los servicios de las entidades acreditadas para la tramitación del expediente, los adoptantes podían estar a salvo de sus tentáculos. No es así. Algunos de los casos de adopciones fraudulentas recogidos en los informes de las organizaciones Unicef y Terre des Hommes en lugares como India o Nepal afectaban a tramitaciones realizadas por entidades acreditadas por las autoridades españolas (las llamadas entidades colaboradoras de la adopción internacional o Ecai).

Javier y Marta (nombres ficticios) adoptaron a su hija en el 2001 en Nepal mediante los servicios de una Ecai acreditada por el gobierno de su comunidad autónoma. Años más tarde, cuando han querido buscar los rastros de la historia de la niña, se han encontrado con que fueron víctimas del tráfico de niños. Su documentación decía que la pequeña era huérfana y que había sido abandonada en la calle, pero no era cierto. La madre biológica de la niña había accedido a mandarla a un internado para que recibiera educación y comida durante un tiempo, pero nunca nadie le pidió permiso para darla en adopción. Como otras mujeres nepalíes, llevaba años buscando a su hija. Ocho de ellas, apoyadas por la ONG Child Workers in Nepal, reclaman a hijos que aseguran que habrían sido adoptados en España.

Casos como estos parecen, en algunos países, más frecuentes de lo que cabría imaginar: un anuncio en internet sobre la elaboración de este reportaje originó  mensajes de familias que se ofrecían, siempre que se les garantizara el anonimato, a contar cómo su sueño de ser padres les había puesto frente a la cara más oscura de la adopción internacional. En ocasiones, son los adoptantes quienes, pensando que algún día sus hijos necesitarán saber, han tirado del hilo hasta descubrir las mentiras. Pero también abundan los relatos en los que son los propios niños quienes tienen una historia que contar que en nada se parece a la versión que contiene su expediente de adopción.

“Aunque la Ecai me cobró por los meses de su estancia en el orfanato, mi hija dice que no vivió allí. Según su versión, un señor llegó a su aldea con un coche grande y bonito y un aparato que sonaba muy fuerte, supongo que debía de ser un megáfono. Dijo que cada familia debía entregar un niño, mejor si era un bebé, pero su madre no quiso desprenderse del benjamín de la familia porque era varón, así que le tocó a ella”, explica una madre que adoptó en Etiopía. La niña, que ha resultado tener casi dos años más de lo que figura en sus papeles, cuenta que los llevaron en una furgoneta a hacerse análisis de sangre. Su relato coincide con un dato poco verosímil contenido en la documentación oficial recibida por las familias: once niños adoptados en España habían sido supuestamente abandonados el mismo día y en la misma población.

“Nunca imaginé cómo adoptar iba a cambiar mi vida –explica otra adoptante–. Decidimos adoptar un tercer hijo porque creíamos que podíamos ofrecer una familia a un niño que no la tuviera, ¡pero mi hijo ya tenía una!”. La documentación visada por la embajada que les entregó la Ecai decía que su madre había fallecido y que no tenía hermanos, pero resultó ser mentira. “Ha sido un camino de pérdida de la inocencia –añade–. Descubrimos con horror que el nuestro no era el primer caso, que en el mismo grupo de adopción había al menos otros tres niños en la misma situación, y que la Ecai se lavaba las manos. Estoy dolida con las autoridades de aquí, que no hicieron caso a nuestra denuncia, que acumulan historias como la nuestra, pero que no exigen responsabilidades ni hacen nada. Cuando se cierra un país porque ha habido lo que ellos llaman irregularidades, acreditan a las mismas Ecai para otro distinto, y listo.”

Desde Adís Abeba, un cooperante español que prefiere que su nombre no sea publicado confirma que la búsqueda de niños para la adopción internacional se ha convertido en una industria floreciente en la que se engaña o se presiona a padres para que renuncien a sus hijos: “Desde luego que hay niños que necesitan una familia, pero muchos de los que son entregados en adopción hubieran crecido con la suya si no se moviera tanto dinero. Las aldeas reciben periódicamente la visita de los buscadores a sueldo de los orfanatos. Les dicen a los padres lo que quieren oír: que en Europa tendrán una vida mejor, que volverán cuando sean mayores convertidos en médicos, etcétera. Por cada bebé que consiguen, los orfanatos les dan entre 25 y 70 euros”.

Ana Picazo, directora de una de las once entidades españolas autorizadas a tramitar adopciones en el país africano, dice no creer que en Etiopía se pague por encontrar niños “porque desgraciadamente existen muchísimos abandonados”. Admite que a veces constatan que se falsean datos de su historia, y que muchos que figuran como abandonados o huérfanos no lo son, pero culpa a los orfanatos (“que así se ahorran desplazar a la madre biológica para que declare en el juicio”, dice) y a que las madres etíopes “no siempre quieren dar la cara”. Para Picazo, lo importante es que “la adopción es una salida para esos niños”.

La Declaración de los Derechos del Niño y las organizaciones internacionales que trabajan en la defensa de los derechos de la infancia defienden que, con independencia de su estatus económico, todos los niños tienen derecho a crecer en su familia, salvo cuando esta suponga una amenaza para su integridad. Esos niños no necesitan unos nuevos padres. Puede que necesiten mejorar su alimentación o un antibiótico que les salve la vida y que cuesta menos de un euro. Pero una familia ya la tienen.

Desde Johannesburgo, una española que adoptó años atrás una niña en África relata cómo ha cambiado su visión de la adopción al conocer la realidad de las familias biológicas. Maite Cortés lleva años viviendo y viajando por el continente africano. “He conocido –explica– hasta la fecha a 94 madres biológicas. Salvo dos, ninguna de las otras pasa un día en que no se acuerde de ese hijo que dio en adopción porque no podía mantenerlo. Vivir en África me ha permitido entender que no tuvieron realmente opciones y, cuando no hay opciones, no hay libertad ni hay justicia.

Para mí ha sido una revelación comprender que mi hija hubiera sido enormemente feliz si hubiera podido quedarse con su familia. ¿Qué es exactamente lo que les damos a nuestros hijos que no les pueden dar sus familias? ¿Ropa, colegios, clases de natación, prótesis dentales…? ¿Alguien puede defender que eso es suficiente para arrancar de una familia un hijo querido y borrar de su vida a esa familia para siempre?”

REFORMAR EL SISTEMA
En ámbitos relacionados con los derechos y la protección de la infancia crece el clamor por una reforma urgente del sistema de adopción internacional alegando que, aunque suene duro tratándose de seres humanos, la lógica de las leyes del mercado hace insostenible la situación: la demanda de hijos ha desbordado la oferta de niños adoptables. Dado que la adopción internacional mueve dinero, surgen por doquier intermediarios sin escrúpulos que centran su negocio en encontrar niños para satisfacerla.

Vietnam es un ejemplo. Tras una investigación conjunta llevada a cabo este año, Unicef y Servicios Sociales Internacionales afirman que en aquel país el sistema funciona esencialmente bajo demanda. “Las circunstancias por las que los bebés son declarados adoptables son invariablemente turbias y preocupantes”, señalan en un informe de 68 páginas que resalta la preocupante falta de compromiso de las autoridades de los países de recepción con los principios del convenio de La Haya (que vela por garantizar los derechos del niño en la adopción).

David Smolin, director del Centro para la Biotecnología, el Derecho y la Ética de la Universidad de Samford (EE.UU.), sostiene que si el sistema no se reforma, los países con familias adoptantes seguirán ante la disyuntiva de ir tachando de la lista e imponiendo moratorias a distintos países a medida que afloran las irregularidades o cerrar los ojos al tráfico de niños. Smolin y su mujer adoptaron dos niñas en India, que más tarde descubrieron que habían sido secuestradas de su familia biológica.

“Incluso cuando se trata de niños legítimamente adoptados, el dinero que se mueve es demasiado y existe una enorme falta de transparencia sobre a qué se destina”, asegura. Justificados con enunciados ambiguos como gastos en el país, donativos obligatorios o contribución a proyectos de cooperación, las familias adoptantes son obligadas a desembolsar cantidades que con frecuencia superan lo que gana un trabajador local en diez años. “Las tarifas y los donativos son el lubricante y el incentivo del tráfico de niños”, afirma Smolin.

Quienes como él piden una reforma del sistema creen que, si de verdad se cumpliera el convenio de La Haya y no se permitieran los lucros indebidos, el número de niños sanos adoptables caería en picado. Lo ocurrido en Camboya parece darles la razón. Entre 1998 y el 2003, se realizaron en ese país tres mil adopciones. La evidencia de tráfico de niños llevó a la mayoría de los países occidentales a detener sus programas de adopción allí. Muchas voces señalaron que se condenaría a miles de niños a crecer en orfanatos, pero, tres años después, de los 8.720 menores que vivían en los centros que habían participado antes en la adopción, el 75% tenía más de nueve años, y sólo 132 eran menores de un año. Tres años antes, más de 60 bebés eran adoptados cada mes.

Beatriz  San Román
Magazine
LAVANGUARDIA.es

Tenemos que adaptarnos a la realidad
Javier Álvarez-Ossorio, coordinador general de CORA, la federación de asociaciones de familias adoptantes, analiza la situación.

¿Qué diría a las familias que quieren adoptar bebés y niños pequeños?

Que eso ya no es posible, que prácticamente no existe. Bebés huérfanos los hay contados. Pero hay muchos menores de más de cinco años, seropositivos o con algún tipo de enfermedad o discapacidad, que podrían ser adoptados y que suelen quedar fuera del sistema. En Rusia, por ejemplo, las cifras de niños en orfanatos son altísimas, y una buena parte de ellos son susceptibles de ser adoptados. Pero hay que ser conscientes de que, salvo casos concretos, los niños que necesitan una familia tienen necesidades especiales, son de más edad y en muchos casos han sufrido periodos largos de institucionalización. Estamos viendo que su integración requiere preparación, formación y apoyos a largo plazo. La mayoría de las familias empieza el proceso pensando en adoptar un bebé o un niño de uno o dos años. Tenemos que adaptarnos a la realidad, explicarles que los niños en adopción tienen unas características distintas.

¿Cómo se podría mejorar el sistema?

En CORA estamos estudiando posibles vías. Una sería poner límites a los expedientes que se envían a cada lugar: si a un país enviamos el año pasado 50 expedientes pero sólo se hicieron 10 adopciones, no tiene sentido enviar 50 o 100 más. Si lo hacemos, estamos creando unas expectativas nada realistas a las familias y ejerciendo una presión que ya hemos visto que puede derivar en el tráfico de menores.

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